viernes, 26 de mayo de 2017

NAHUAPAMPA. CIUDAD DE 3 IGLESIAS (UNA HISTORIA NO CONTADA)

DIFUSION POSTUMA
AUTOR NARCISO LEYVA ROMERO 
NAHUAPAMPA: 29-10-1910     +  LIMA, 18-03-1995.

NAHUAPAMPA,, PUEBLO DEL DISTRITO DE LAMPA- PROVINCIA PAUCAR DE SARA SARA- ( ANTES PARINACOCHAS) DEPARTAMENTO DE AYACUCHO
   NAHUAPAMPA : CIUDAD DE TRES IGLESIAS
(UNA HISTORIA NO CONTADA)




































PROPIEDAD INTELECTUAL DE JOSEFINA REATEGUI CAHUAZA
   TLF. 991184540- PERU

IN MEMORIAN (1995)

Un 18 de marzo de 1995
el mundo te negó su luz para siempre
y el áspero vientre de la tierra
se abrió para cobijar tu cuerpo
cual una amorosa madre.

La Tierra-Madre te reclamó, rotunda e inexorable
como te reclaman hoy, inútilmente,
los que te aman, los que te odian,
 aún los indiferentes.

Ese día, en tu pequeña ciudad de Nahuapampa
“de las tres iglesias” como tú la llamabas,
entre la rumorosa fronda de sauces y eucaliptos,
se habrá oído el último ronco bordón de tu guitarra
preguntando a las “totoras” y “señoras vecinas”
por la paloma fugitiva y los caminos ignorados.

Dura vida fue la tuya,
en que la paz del hombre justo te fué negada;
en que fueron tus ropas divididas en desiguales trozos:
para dar cadena al perseguido,
                               piedra silbante al hambriento,
                               hiel al sediento;
         para dar niebla y llanto al caminante
y púa cerril a la carne herida.

Empero, tu gran piedad de árbol frondoso
nunca supo del quejido ni la imprecación,
y desde lo hondo de la tierra,
herida por las fuertes raíces
nos hablaste del balbuceo del padre en la agonía
de la sabiduría del hijo en la orfandad;
de la mano del hermano levantada contra el hermano
del débil gemido de una anciana madre;
y por siempre, del vestido floreado
y la mirada brillante de la “Virgen de Nahuapampa”
ofreciendo un sorbo más de la savia del seno,
un pan más de la canasta rebosante,
un cucharón de caldo más, del humeante perol.

¡ Donde te encuentres Narciso Leyva Romero ¡
sabe que, la tierra sigue rodando sin freno
que tu sitio es una encía hueca
que tu silla, tu mesa pequeña
                                   tu jarro despostillado
y tus zapatos de suelas cansadas
te aguardan todavía, bordeando tu cama
aún tibia, aún llorosa.

Sabe que, en las madrugadas,
se oye el mismo roce de tus pies
atareado en ordenar los antiguos libros
e hilvanar sus tapas desprendidas
y, de cuando en cuando, un silbido
de la canción entrañable.

Sabe que, el mundo sigue su feroz inercia
y que un día no serás más que
un nombre y una fugaz memoria

Empero, la Tierra, esa entrañable madre
un 18 de marzo de 1995
te habrá parido nuevamente, como otro árbol
de fuerte voz y piadosa fronda.    

18MAR95

    

                                                         HALCIDES POMASONQO



PRÓLOGO


Los manuscritos de esta obra fueron encontrados entre una ruma de libros antiguos con tapas de cuero, en un pequeño cuartito de madera de los altos de una casa en la calle de..... en cuyo interior había una rústica mesa pequeña de madera, que al parecer sirvió de escritorio y mesa de compostura de zapatos y refacciones diversas, pues se veían hormas, martillos, tachuelas, restos de suelas, pernos, sierras. El primer párrafo dice:           (   )

“Me soñé caminando por una desconocida pampa inmensa, y conforme avanzaba el paisaje se me hizo familiar. Estaba en el camino que atraviesa Colcabamba y se dirige a mi pueblo Nahuapampa. Por Santa RosaPata crucé el puente sobre el HuampucjacjaMayu, rumoroso y espejeante, bordeado por altos y fragantes eucaliptos, y me vi entrando  a mi añorado pueblo, por el lugar llamado HuaycjoPampa. En eso noté que  hombres y mujeres adultos estaban alineados, “haciendo cola”; ¿Para qué? En ése momento no lo supe, pero una fuerza superior me hizo colocarme detrás del último. La cola avanzaba hacia la plaza principal, en ella reconocí a muchos hombres y mujeres mayores, que conocí en mi infancia. Pasamos por Higospampa, llegamos hasta el cruce del camino que  bifurca a Nahualta, nos dirigimos por el lado de la casa de don Rosas Portugal, y finalmente entramos a la Plaza de Nahuapampa, la silueta de la Iglesia y su campanario se recortaban sobre el cielo azul. Recién  advertí que la cola se originaba en el centro de la Plaza, donde se hacían las corridas de toros y estaba plantado un sauce inmenso. Ahí, una mujer alta y delgada estaba tras de un perol grande dando a cada uno, conforme avanzaban plato en mano, un cucharón de caldo humeante, que apenas recibído se iban alejando. En determinado momento, la mujer dirigió su mirada hacia el final de la cola donde yo me encontraba y con el cucharon hizo gestos para acercarme. Todos voltearon hacia mí para  saber de quien se trataba, yo estaba indeciso porque adelante habían personas mayores y de más respeto, y no pensé que era a mí a quien llamaba, pero como insistió obedecí y desde mi último lugar me puse primero en la cola, ante la sorpresa y murmuraciones de los demás. Frente a la mujer, con mi cabeza gacha, por un sentimiento de temor reverencial que me invadió, solo pude observar los ribetes del faldón de su vestido celeste floreado. En eso, metió el cucharón en el perol y echo en mi plato de madera el caldo humeante; presto a retirarme, volvió a meter el cucharón en la olla y me echo otra raciòn. Ahí, recién pude levantar mi vista hacia ella y observar su hermoso rostro de tez trigueña oscura, con una sonrisa que brillaba como su mirada. Yo con un nudo en la garganta me alejé.......en eso desperté.

Este sueño para mí significa que todo lo que perdí en mi azarosa vida: fortuna, afecto y reconocimiento, muy pronto lo iba a recibir doblado con creces; la mujer hermosa que me dió “ la yapita ” es la Virgen de las Mercedes patrona de mi pueblo” 






°°°°°°°




















INDICE

PRIMERA PARTE

ANTIGUOS POBLADORES DE NAHUAPAMPA…………………………..10
DESCENDENCIA DE JUAN CRISÓSTOMO ROMERO…………………….12
UNA MADRE TERRIBLE................................................................13
UN ESCLAVO POR 40 SOLES ORO.................................................14
OTRO ADIOS A  HUANCARIRE…………………………………………………16
MI PRIMERA MIRADA AL MUNDO………………………………………….18
VIDA DE CAMPESINOS…………………………………………………………….20
ARRIEROS……………………………………………………………………………22
NUESTRA VIVIENDA……………………………………………………………..23
FESTIVIDAD EN SAN JAVIER DE CELOSA…………………………………..24
TRABAJOS DE CHACRA …………………………………………………………26
CASTRANDO 200 TOROS …………………………………………………………27
MUERTO ANTES DE NACER…………………………………………………..28
UN FIERO PIRATA……………………………………………………………………29
EL HIJO PRÓDIGO REGRESA A OCOBAMBA……………………………..30
EL ENTIERRO DE UN ENDEMONIADO ……………………………………..31
REANUDANDO EL VIAJE .............................................................35
LA LAGUNA NEGRA Y  LA CRISTALINA……………………………………..36
ZAÑAYCA ……………………………………………………………………………37
PAMPA DE SACRAMENTO…………………………………………………….38
ANDAHUAYLAS TALAVERA Y...OCOBAMBA…………………………….39
REENCUENTRO CON LA MADRE TERRIBLE……………………………….40
OCOBAMBA TIERRA PRODIGA………………………………………………41
PRIMERA DESAVENENCIA……………………………………………………….42
UN CONDENADO INAPETENTE....................................................43
LA RUPTURA DEFINITIVA……………………………………………………..46
LA DESGRACIA VIENE ACOMPAÑADA …………………………………….46
TE ARREPENTIRÁS AGUSTÍN, CUANDO YA SEA TARDE…………….48
VIRUELA BLANCA, VIRUELA NEGRA……………………………………….49
UN SOMBRERERO……………………………………………………………….50
UN REENCUENTRO CASUAL………………………………………………….50
UNA EXPERIENCIA EN ORORRILLO…………………………………………51
UN VIAJERO DESOBEDIENTE……………………………………………………52
UN AVE MALIGNA ……………………………………………………………… 54
LA VIDA EN ORORRILLO …………………………………………………………54
ENDEMONIADOS…………………………………………………………………57
ORORRILLO PUERTO DE VIAJEROS…………………………………………58
CELOS………………………………………………………………………………… 59
PELEA DE VIAJEROS………………………………………………………………60
LA CHUNCHA  ROSA....................................................................61
ADIOS ORORRILLO-CHICHUAJ………………………………………………… 61
NUEVAMENTE PARIAS………………………………………………………….63
ONGOY………………………………………………………………………………. 63
LA  MEJOR DECISIÓN...................................................................64
RETORNO   A  NAHUAPAMPA......................................................65
UN TOCAYO GENEROSO EN POSOJOY…………………………………… .67
UN ALTO EN CJEÑOA………………………………………………………………67
TALAVERA Y  CJEÑOA CJEÑOA ………………………………………………68                
LA VENGANZA DEL SUB PREFECTO………………………………………..69
LA PAMPA DE SACRAMENTO………………………………………………..70
ZAÑAYCA....................................................................................71
FIESTA PATRONAL EN ZAÑAYCA……………………………………………74
UNA ZAÑAYQUINA………………………………………………………………75
LLEGADA A NAHUAPAMPA…………………………………………………..76
CON MOISÉS EN PATARE …………………………………………………….77
ABANDONO DEFINITIVO DE HUANCARIRE…………………………… 78
GANADERO INDEPENDIENTE………………………………………………..78
UN ENCUENTRO CASI FATAL…………………………………………………79
UN VIAJE CON DONATO……………………………………………………….82
NEVADA EN LAS ALTURAS…………………………………………………….84
LLEGADA A ZAÑAYCA…………………………………………85
DONATO EN MISTI .....................................................................87
KAISER, UNO MAS DE LA FAMILIA…………………………………………87
UN DAÑO SIN PAGO…………………………………………………………….88
UN MATRIMONIO RECONCILIADO…………………………………………89
MARGARITA VIUDA Y MADRE………………………………………………91
UN LADRON DAÑOSO………………………………………………………….92
UN PRESAGIO………………………………………………………………………94
UN VIAJE FATAL ………………………………………………………………….94
DON PEDRO MEDICO DE CABECERA………………………………………95
LA  ULTIMA CABALGADURA DE PAPÁ…………………………………….96

        SEGUNDA            PARTE

UN JOVEN JEFE DE HOGAR………………………………………………………99
FERIA DE NAHUALTA………………………………………………………………100
FEBRERO ÉPOCA DE LLUVIAS TORRENCIALES…………………………102
FESTEJO DEL NIÑO EN NAHUAPAMPA…………………………………..103
MI PRIMERA TROMPEADERA……………………………………………….104
PREPARATIVOS DE CARNAVALES…………………………………………..106
HUAYLLACHADA EN NAHUAPAMPA………………………………………106
EL SELLO DEL ARREPENTIMIENTO…………………………………………108
PASTORAS Y MÚSICOS ENAMORADOS………………………………….109
DOMINGO DE RAMOS  EN  LAMPA ………………………………………109
TROMPEADERA EN SEMANA SANTA……………………………………..109
UN CAMPEON SIN RETADOR…………………………………………………112
PROCESIÓN JATUM CALLE…………………………………………………….113
¿NO HAY GALLO PARA MI GALLO? ……………………………………….114
LOS SANTOS VARONES ………………………………………………………..115
¿NO  HAY GALLO PARA JUAN LUNA ?..........................................116
TESTIGO DE UNA INFIDELIDAD……………………………………………..118
FIESTA DE LAS  CRUCES EN COLCABAMBA……………………………..119
FIESTA DE LA SANTA CRUZ EN NAHUAPAMPA……………………….120
EL BAILE DEL CABALLITO...DOS...TRES.........................................121
¿ QUÉ TONTO NO?......................................................................122
FERIA DE  LAMPA……………………………………………………………………123
Q’EROHAYLLY………………………………………………………………………124
ALTARES  PARA EL SEÑOR DE LAMPA……………………………………127
LOS TENIQUICHOS O CHULLCHUQOS…………………………………….128
EL JUEGO DEL CHOCLON EN LAMPA……………………………………..129
TERMINA LA FERIA DE LAMPA....................................................130
SAN JUAN BAUTISTA EN LAMPA…………………………………………..131
PREPARATIVOS PARA LA FERIA DE YNCAHUASI……………………..132
UN BORRACHO SUERTUDO………………………………………………….134
LAS PARIHUANAS EN LA LAGUNA…………………………………………135
YNCAHUASI: LEYENDA O HISTORIA……………………………………….135
FERIA TERMINADA………………………………………………………………137
CON DONATO A  CHÁPARRA.......................................................138
DONATO Y SUS PRECAUCIONES…………………………………………….138
UN CRIMEN  SIN CASTIGO…………………………………………………….139
SIGUE LA CAMINATA…………………………………………………………….140.
NADIE SABE PARA QUIEN TRABAJA…………………………………………142
TRAMPA DE SERPIENTES………………………………………………………144
CHALA, PUERTO PRINCIPAL……………………………………………………145
RETORNO A NAHUAPAMPA………………………………………………….146
PISA DE UVA  EN CHAPARRA…………………………………………………147
CASTiGAME HERMANO, PERO NO ANTE LOS DEMÁS !..............149
UN RELATO DE PALOMINO: EL CUERNO DE ORO……………………150
A CHÁPARRA NUEVAMENTE ......................................................152
TROMPEADERA……………………………………………………………………153
UNA FUGA………………………………………………………………………………155
ATIQUIPA HOSPITALARIA……………………………………………………..159
ALMA TANAKA…………………………………………………………………….161
¡AGUA, AGUA!............................................................................161
YAUCA; PALOMINO DESENGAÑADO……………………………………..163
MI EXPERIENCIA COMO PEON EN YAUCA………………………………165
SELECCIONANDO ACEITUNAS……………………………………………….166
ELABORACIÓN DE ACEITE DE OLIVO……………………………………...166
AMASANDO PAN. PESCANDO EN EL MAR……………………………..167
UN LAMPERO DE POLENDAS………………………………………………….169

LEYENDA DE LA LAGUNA  ANJASCOCHA……………………………..170

MIS TRABAJOS EN YAUCA………………………………………………….174

LA TERCIANA…………………………………………………………………….177

AMULETO PARA UN BUEN LAMPERO…………………………………..178
LA  MAZORCA DE ORO…………………………………………………………180
SE AGUDIZA LA TERCIANA. RETORNO………………………………….182
ADIOS YAUCA……………………………………………………………………184
NO ME ENTERRARAN EN EL DESIERTO……………………………….185
REENCUENTRO EN LA FERIA DE YNCAHUASI……………………….186
REMEDIO PARA MI MAL……………………………………………………187
EN CORACORA REMEDIO PARA MI MAL..................................189
MORIR SOLO EN EL CAMINO……………………………………………. 191
RETORNO A NAHUAPAMPA ……………………………………………..193
SERENATA PARA ENAMORADOS……………………………………….. 194
UN ULTIMO VIAJE A CHAPARRA..............................................195
MIS ULTIMAS AVENTURAS EN NAHUAPAMPA…………………..196
MUSICA PARA ENAMORADOS…………………………………………..198
ADIOS A LAS CUERDAS……………………………………………………..200
ESPERANDO EL VIAJE A LIMA…………………………………………….202
AMOR CON AMOR SE OLVIDA ………………………………………….204
EL DESTINO LLEGA POR DONDE MENOS SE ESPERA………….. 204
LAZOS FUERTES DE AMOR………………………………………………. 206
UN ULTIMO ADIOS A NAHUAPAMPA……………………………….. 207
EN RUTA A MI DESTINO……………………………………………………207
BUEN REMEDIO PARA UN DAÑO………………………………………209
UN CONSEJO PROVIDENCIAL……………………………………………..210

JATUM LLAJTA LIMA…………………………………………………………211

UNA NUEVA VIDA…………………………………………………………….213
BUSCANDO TRABAJO……………………………………………………….218
MI PRIMERA CONSULTA MÉDICA…………………………………….. 219
TRABAJO DE JARDINERO…………………………………………………. 228
MIS TRABAJOS EN LA IMPRENTA……………………………………… 229
UN SEGUNDO PADRE………………………………………………………. 232
MIS PRIMERAS LETRAS……………………………………………………. 235
PUEBLO IMBÉCIL……………………………………………………………… 237
“EL MOCHO” SÁNCHEZ CERRO…………………………………………. 238











PRIMERA PARTE



ANTIGUOS POBLADORES DE NAHUAPAMPA

El distrito de Lampa, de la provincia de Parinacochas comprendía originalmente los siguientes anexos: Chacaraya, Chaycha, Congonza  Matoyocj, Sacraca, Colcabamba, Nahuapampa, NahuaAlta, Marcabamba, Sequello, Huataca, Rivacayco, Cjascjara, Paucaray, y Saurejay. Actualmente Marcabamba y Rivacayco son distritos independizados y Lampa se quedó con los ocho anexos mencionados al inicio.
Mis abuelos tuvieron una vida larga, como muchos hombres de su generación. Tal es el caso de mi bisabuelo, don Juan Crisóstomo Romero,  a quien crecieron muelas a sus 100 años, y murió a los 130 años, masticando K’aputo (habas tostadas ) y cancha.
Después de trabajar en la chacra durante todo el día, entre  5 de la mañana a  6 de la tarde, nos recogíamos en casa. Y reunidos para cenar en la cocina de muros de piedra y techo de ramada, junto a la tullpa de piedra, a la luz del mechero, los viejos sabios se animaban a contar que. lo que hoy conocemos como los pueblos de Pauza, Lampa, Colta, Oyolo, Corculla, y así sucesivamente, hacia la otra  banda del torrentoso Huanca Huanca, fueron tierras incultivadas, pertenecíentes a los primeros españoles que llegaron con la Conquista.
Contaban que por los años de l,700, siendo los Virreyes incompetentes para dar títulos de propiedad a los españoles  poseedores de tierras, el mismo  Rey  de  España  envió a su comisionado apellidado Santillán, con poder amplio para demarcar los linderos, y entregarlos a sus favorecidos, quienes quedaban bajo el control de Lampa, porque ahí habían autoridades nombradas por el propio Virrey.
Es así que Nahuapampa perteneció aquel tiempo a dos súbditos españoles: IBARRA y VERROSPE. Al norte, el lindero que nos separa  del pueblo de Colcabamba es el río y quebrada del mismo nombre HUAMPOCJCJA, que baja desde las partes altas de Llamayo, U’Ku. Al sur, la quebrada de  CjaraCjara nos separa de Marcabamba  como lindero natural. Tomando en cuenta estos linderos naturales, los dos señores tiraron un tajo transversal imaginario y subdividieron  a Nahuapampa en dos mitades, justo por donde pasa el camino principal. Del camino hacia los cerros donde se oculta el sol le tocó a los Ibarra, y del camino hacia el Oriente  a los Verrospe

EN LA PARTE DE IBARRA: Con el correr de los años fue poblada por: Fidel Acuña y esposa doña Antonia; don Juan Crisóstomo Romero y esposa Gregoria Díaz  la madre del primero, doña Narcisa; doña Jacinta, su hijo Isidro. Don Manuel Falcón y esposa María Canales; Pedro Canales y esposa Asunta Neyra. La señora Amalia, su hijo José Canales; don Andrés Falcón y esposa Asunta Portugal. Don Mateo Portugal y esposa Delia Prado. Cecilia, Rufina y Gumercindo Acuña, su esposa Silvia Franco. Las solteronas Felipa, Asunción y Natividad. Don Mariano Franco, su esposa Petronila Neyra. Doña Andrea Neyra y su hija Josefa. Doña Manunga Neyra, Conce ( Cjella Conce ). Don Juan de la Cruz Miranda, su esposa María. Don Lázaro Falcón, su esposa Juana. La Beata Rufina. Don Juan de Dios Neyra, su esposa Martina. Don Juan Prado su esposa Luciana Falcón. Don Escolástico Miranda, su esposa Margarita. Don Juan Miranda, su esposa Agustina. Don Mariano Rupaylla, su esposa Antonia. Don Froylán Falcón y esposa María Rodríguez. Doña Bartola, su hijo Pablino Alvarez. Rosas Miranda, su esposa doña Ventura. Pablino Neyra. Seferina Franco, su hijo Olaybel. Doña Espírita Arroyo y sus hijos Santos, Abdón y Alfonsa. Don Félix Flores, su esposa doña Salvadora y su hermana Francisca. Don Rosas Portugal, su esposa Pilar Flores.
También en Nahua Alta: Don Melchor Díaz, su esposa Felicia. Mateo Flores; don Dionisio Sifuentes, su esposa Petronila. Los hermanos Ignacio, Ireneo Miranda y su mamá ( no recuerdo su nombre ). Doña Mica Falcón y sus hijos Emilio y Donato.Doña. Luisa Falcón mujer del cura Cuadros. Santos Linares y esposa doña Gertrudis. Doña Josefa y su hija, no recuerdo su nombre. Don Félix Zamora, don Juan de Dios Flores, Hermenegildo Flores, don Luis Ortega, José Velásquez. Don Darío Franco, su esposa doña Cleofé. Doña Leandra  y doña Simeona Ortega Romero, beatas que estuvieron al cuidado de la Iglesia del Niño de Nahua Alta.

EN LA PARTE DE VERROSPE: Vivieron, don Felipe Enciso, su esposa Francisca. Doña Celestina Canales y sus hermanas Paulina y Paulina Chica. Doña Francisca Heredia y su hija doña Juana. Doña Elena Falcón y su hermana Jesús. Don Conrado Falcón, su esposa Juana Rodríguez. Doña Goya, su hijo José Hoyos y su hermana Rufina. Doña Georgina, sus hermanas Juana y Cirila Navarrete, y el esposo de ésta Adolfo García. Don Lázaro Franco ( “Tranca Lázaro” ). Doña Virginia y hermanos Francisco y Gabriel Dueñas. Don Eugenio San Miguel, su esposa Felicita. Doña Susana y su hijo José Mercedes Portugal. Doña Calixta Rodríguez de Falcón. Don Luis Franco y esposa.
      El único medio que estoy usando para esta relación, y las posteriores, es mi memoria;  es posible que cometa muchos  olvidos y equivocaciones; quiero sí decir, que en ésa época nuestro pueblo de Nahuapampa y también Nahualta, tenían población numerosa, y la tierra fecunda y pródiga se daba abasto para alimentarnos con frutales, hortalizas, tubérculos, y toda clase de ganado. Actualmente el quicuyo      ( grama mortal ) ha invadido los andenes, las huertas, ahogando el fruto de la tierra,  y la causa de su señorío casi absoluto, es según mi modesto parecer, el despoblamiento paulatino. Desde que entró la carretera al lugar, y les permitió emigrar a la capital con facilidad; ya no hay hombres ni mujeres que laboreen la tierra y la hagan producir.

 

DESCENDENCIA DE JUAN CRISÓSTOMO ROMERO


Según contaban los abuelos, nuestra Iglesia se construyó aproximadamente en 1,780, y el cementerio se levantó posteriormente en 1,900 más ó menos, al no darse abasto el cementerio de Lampa, ante una mortal epidemia de viruela que diezmò  la población.
La patrona de Nahuapampa, “, es la Virgen de Las Mercedes, a quien se festeja cada 24 de Setiembre. “Ciudad de Tres Iglesias” la escuché calificar a mis abuelos en su conversación de hechos antiguos, sintiéndose orgullosos que ni los pueblos y ciudades más grandes como Lampa, Pauza, Cora Cora, excepto Huamanga, tenían más de 2 templos. Y esto tiene su historia que se contará más adelante.

La descendencia de don Juan Crisóstomo Romero es como sigue: Fue hijo de Narcisa Álvarez, contrajo matrimonio con Gregoria “Goya” Díaz natural de “Jiructa” Sacraca antigua, de cuya unión nacieron, mi abuelo Juan de Lino, Cornelio, Manuel, Tomasa, Carmen y Fidela. Mi bisabuelo provenía de Atico, Caravelí  y era catequizador católico muy leído. Conoció a mi bisabuela cuando ella bajó a la Costa con sus padres por algún asunto. A la primera vista quedó prendado, y trató por todos los medios de  convencer a sus padres para “catequizarla”. Ellos muy acertadamente, le respondieron que si quería catequizarla, tendría que seguirlos hasta la sierra y casarse conforme Dios y la Iglesia mandan. Así fue como mi bisabuelo los siguió hasta Jiructa, y de catequizador pasó a                       “catequizado”.
Don Juan de Lino Romero se casó con Venancia Melgarejo, y nacieron mi madre Natividad Romero y Leoncio, quien murió joven y no dejó retoños. En cambio mamá se casó con Agustín Leyva Roa natural de Ocobamba, provincia de Andahuaylas, departamento de Apurímac. De ahí nacimos, Petronila, yo, María, Faustina y Serapio. Mamá tenía dos hijos de sus anteriores compromisos: Margarita Falcón  y Moisés Neyra. El lugar de mi nacimiento está en Tomacucho en Nahuapampa.



UNA MADRE TERRIBLE
Mi abuelo paterno Narciso Leyva murió joven allá en Ocobamba, Apurímac, dejando a su esposa Cristina Roa, y sus huérfanos hijos: papá Agustín, Silvestre, Juan de Dios y Apolonia.
La viuda, relativamente joven, tuvo necesidad de marido y se casó en segundas nupcias con Faustino Ramírez. Caprichosa ella, se le ocurrió cambiarle el apellido con el de su finado esposo, y aprovechando su amistad con el párroco y sus abundantes donativos, logró que se bautice y matrimonie con ella, como “Faustino Leyva”. Esto lo hizo según refería, para que toda su prole tuviera un solo apellido. El tal Faustino había sido un trabajador muy leal  y obediente del abuelo Narciso, por lo que llegó a gozar del aprecio y la confianza de toda la familia. A la muerte del abuelo, de servidor se convirtió en patrón y padrastro de los 4 huérfanos.
No obstante todas estas consideraciones, al poco tiempo se volvió atrevido y golpeador; constantemente maltrataba a la abuela Virginia. Un día, el aún adolescente Agustín, había llegado de la chacra con un hato de leña para abastecer la tullpa ( fogón de cocina ), al entrar vio  a su madre tirada en el suelo y montado sobre ella a su padrastro Faustino, golpeándola salvajemente con los puños. Con rabia y desesperación se abalanzó sobre el abusivo, y trató de jalarlo de los hombros, pero con un empujón logró sacudirse y tirarlo en tierra. Al  verse impotente de dominarlo, con las escasas fuerzas de sus trece años, tomó uno de los troncos que había traído, y lo descargó con furia sobre la espalda del padrastro. El hombre cayó al suelo como muerto.
En ese instante la madre se levantó, tenía la cabellera revuelta, la cara ensangrentada, la boca babeante, se acercó al hijo y arrebatándole  su improvisada arma, con el mismo tronco lo apaleó  despiadadamente.
La sorpresa por esa reacción inesperada de la madre, le bloqueó cualquier pena, cualquier llanto; y más que los palos que reventaban sobre su débil cuerpo, le dolió que le dijera “! maldiciado, lloccsii kaimanta, kunanmanta manas guguaitaj Kamqui !” ( ¡ maldito, lárgate de aquí, desde ahora ya no eres mi hijo ! ); a la vez que gimoteando llorosa  corrió a auxiliar a su marido Faustino, que se quejaba de dolor en el suelo.
Ya afuera, estuvo deambulando por las calles del pueblo, lleno de amargura y resentimiento, sin saber a qué atenerse. En el extremo del camino principal, junto a unas piedras se sentó lamentando su suerte, cabizbajo, con los puños apoyados en la quijada. En eso, venía  hacia su lado una bulliciosa y polvorienta tropa de reses, arreada por don Jesús Reynaga y sus peones, quien al observarlo todo lloroso le preguntó qué le había pasado para estar así con aire dolido, el muchacho le contó lo sucedido con el padrastro y la madre. El hombre se molestó mucho, le dijo que tenía parentesco con su fallecido padre Narciso, por parte de doña Gumercinda Ayvar, y que a su vuelta, no ahora, porque tenía apuro en ir hacia el Sur, les daría su merecido; y si se animaba podían  viajar juntos.

UN ESCLAVO POR 40 SOLES ORO


Es así como llegó papá a Marcabamba, a la casa-hacienda de don Pedro Vidal Cuadra y su esposa Mercedes Ayvar, tía de Jesús Reynaga.  Este les contó al detalle lo sucedido al muchachito, y la pareja  al  verlo tan desamparado pero muy acomedido y trabajador, lo hizo quedar, dándole en adelante el trato de un familiar, quizá como a un hijo, ya que ellos no pudieron tenerlos hasta ese momento.
Ahí creció y vivió su adolescencia y juventud mi padre, llegando a ser estimado por su laboriosidad, su inteligencia e intrepidez.  Con los años incluso le confiaron la administración de la hacienda “Huancarire”.
Frecuentemente iban con don Pedro al puerto de Chala, arreando cientos de reses, que vendia a los comerciantes que los llevaban a la Costa. Otras veces viajaron juntos hasta Lima capital, en donde papá hizo algunos amigos.
En uno de estos viajes, fue inquietado por uno, muy hablador y acriollado, quien le ofreció conseguirle un empleo como mayordomo de una residencia de familia aristocràtica, donde ganarìa màs plata y tendría mejor “roce social que con los serranos”. Dado su escaso conocimiento del castellano, creyó entender que ese cargo de mayordomo, era como el “Camayo” o administrador de una hacienda; es decir, la misma tarea que desempeñaba junto a don  Pedro Vidal Cuadra, con la diferencia que  ahora lo haría en una gran ciudad como Lima.
 Muy convencido del ofrecimiento se escabulló de su protector,  quien pese a buscarlo durante 2 días para volver a Marcabamba no lo pudo encontrar, porque estuvo bien escondido por el amigo. Don Pedro cansado de la búsqueda infructuosa, se embarcó solo en el puerto de Callao con rumbo a Chala; de ahí enrumbó a  Marcabamba, siempre preocupado por la repentina desaparición de su protegido.
Papá fue “colocado” por su amigo en casa de una familia principal y adinerada, en donde recién se dio cuenta que las tareas de un mayordomo, eran la de un simple sirviente “pichanero”. Decepcionado, humillado de recibir órdenes para hacer tareas propias de mujeres, muy  diferente a los trabajos de campo, viriles, rudos y nobles, que hacía allá en  Marcabamba para su protector don Pedro, recién empezó a extrañarlo.
Resignado momentáneamente a su situación, decidió trabajar y juntar dinero para el pasaje del barco que lo llevaría a Chala, y de ahí, más fácil: caminar 2 días hasta Marcabamba. Puso entonces mayor vivacidad y empeño en el trabajo, lo cual tuvo muy complacidos a sus patrones.
Contó que, un domingo llegaron a la casa muchos invitados ricamente enjoyados, de trajes elegantes y porte solemne, como nunca había visto antes. Puso entonces mucha dedicación, cuidado y  esmero en la atención de esa gente. Uno de los invitados entabló conversación muy animada con el dueño y entre otras cosas, dijo estar admirado que siendo un serrano tuviera la agilidad y cierto aire distinguido en sus desplazamientos, y que necesitaba gente de servicio en su casa, “...igual que ése... dónde te lo has conseguido?... ”. ( no se dieron cuenta que papá se encontraba cerca de ellos)  “...sí, muy inteligente...me lo vendieron por la suma de 40 soles de oro... ”. Al oír esto papá sintió como si le hubieran tirado un baldazo de agua fría, muy dolido se dijo: “...¡ qué desgraciado “mi amigo” me vendió como una res, ahora….cómo librarme?, si me busco otro empleo, éste  hará prevalecer su derecho sobre mí, Y de tanto cavilar decidió: “!....pues....mejor me presento al cuartel...”.
.  Así lo hizo, al día siguiente, apenas amanecido, con su ropa puesta, tocaba el portalón principal del Cuartel Santa Catalina. Uno de los centinelas lo llevó donde el comandante, a quien contó lo ocurrido.  Íntimamente,  el  relato le  causó  gracia  al militar  por  la  “ criollada del amigo”, pero por respeto a su investidura, sólo exteriorizó su indignación. De inmediato hizo llamar al patrón, quien le reclamó insistentemente le devuelva “...su propiedad....porque había pagado el precio del serrano y le pertenecía...”, le amenazó con  mover sus influencias sociales y políticas para hacer respetar su derecho. El comandante no lo dejó hablar más, le dijo que podía  encarcelarlo, pues “...la esclavitud es un delito, y en el Perú el Mariscal Castilla abolió la esclavitud, mucho cuidado carajo!...”.  El patrón se marchó masticando su rabia e impotencia.
Así pues, sin habérselo propuesto papá prestó servicio militar en la caballería del Ejército en el famoso Cuartel de Santa Catalina, durante casi dos años.
Por entonces don Pedro Vidal Cuadra se había enterado que su protegido estaba acuartelado; tanta falta le hacía su presencia en la hacienda, se presentó de sorpresa a solicitar su licenciamiento, se lo concedieron, porque ya estaba cumplido los dos años del servicio acuartelado.
¡ Nuevamente volvieron juntos a Marcabamba, a la hacienda de Huancarire !                                                                                                               


OTRO ADIOS A  HUANCARIRE

Papá conoció a Natividad Romero Melgarejo, en el pueblo de Nahuapampa, en forma totalmente casual ( ah! lo que es el destino ), pues su protector don Pedro Vidal Cuadra le había encomendado habilitar sus terrenos situados en ese pueblo, llamados “Patasuyo” y “Hacienda Alfalfar” que colindan con los terrenos del abuelo Juan de Lino. Iba frecuentemente al lugar para disponer lo necesario con la peonada para los cultivos, riego y otros menesteres, ahí ocurrió el encuentro. Al principio ella rechazó sus requerimientos amorosos pues sabía de su compromiso matrimonial con una sobrina de Augusta de Rosenthal; pero no pudo resistirse al sentimiento tan fuerte y finalmente aceptó  el casamiento.
El matrimonio fue desaprobado por don  Pedro y por su esposa Mercedes. Para separarlos le argumentaban, “...ella es mayor que tú,  además ya tiene dos hijos, y tu novia es mejor que esta humilde señora...”. No obstante la oposición, no retrocedió en su decisión,  discutió muy acaloradamente  con sus protectores, y se produjo entonces la primera ruptura con ellos, y el  segundo alejamiento de la hacienda Huancarire. Papá se fue a Nahuapampa a trabajar en las chacras de la familia Romero.
Tendría yo un año  y medio de nacido, según contaban mis padres, cuando deciden radicar en Cora Cora, capital de la provincia de Parinacochas, con el objeto de darme una mejor educación- llegado el momento de ir al colegio- ya que en toda la ruta escaseaban las escuelas. En dicha ciudad se alojaron en casa de don Víctor Navarrete. Papá empezó a trabajar en una zapatería como operario. Don Víctor me llevó a la confirmación y se hizo entonces mi padrino, porque de bautizo, lo fue don Donato Jáuregui allá en Lampa.
Junto a nuestra posada, vivía el Dr. Mendoza y familia. Mamá contaba que sus hijas se encariñaron conmigo, me llevaban a su casa a tomar desayuno y algunas veces a almorzar. De repente les causaba gracia, como decía mi hermana mayor Margarita, mi aspecto de frayle chiquito, por el vestido que ella me había cosido, como un hábito de franela ploma desde el cuello hasta los pies.
También contaban que en cierta ocasión el Doctor, muy de madrugada, casi oscuro aún, me devolvió a mamá, contándole que yo había estado golpeando su puerta con una huislla ( cucharón) en la mano, reclamando mi desayuno.
Papá se ambientó muy rápido en el pueblo, principalmente en los días de fiesta destacaba por sus destrezas. Una que recuerdo, día de Todos los Santos, el Alcalde de la ciudad organizó ciertas competencias en la puerta del cementerio, tales como pelea de gallos, carrera de resistencia alrededor del camposanto, también carrera de caballos, el premio muy solicitado era casi siempre: una arroba de cañazo. El salía airoso en las competencias, pues como licenciado del ejército tenía una buena preparación física. Ese día de fiesta, la melodía de los charangos, las quenas y las canciones, se confundían con el canto del viento, y los murmullos de los árboles. Desde lo alto, a la distancia, nos observaban mudos, los Apus Jarwarasu y Pumahuiri.   
Al tiempo, don Pedro  y su esposa olvidaron su disconformidad con el matrimonio de papá y le hicieron llamar, solicitándole nuevamente sus servicios. Se sentían viejos para afrontar las tareas de la hacienda, necesitaban su apoyo, le querían como un hijo, le perdonaban el disgusto, sobre todo,  respetaban su decisión, pues era un hombre hecho y derecho y sabía lo que hacía. Ante el llamado de nuestros protectores viajamos inmediatamente de CoraCora a Huancarire

MI PRIMERA MIRADA AL MUNDO


Huancarire era en esa época, una de las haciendas más grandes  de Marcabamba, de, aproximadamente 8 km. de largo por 3  Kms. de ancho. A su lado pasaba el camino a los departamentos del sur; de este camino hacia el río Huanca Huanca, las tierras  verdeaban de alfalfares, y hacia la entrada del sol habìan inmensos pastizales de lluvia. También estaban las haciendas de Huayrana Pata en San Javier de Allpabamba;  de  MolleMolle,  MollePucro, en el pueblo de Sequello. En Marcabamba mismo, aparte de Huancarire, estaban Comorumi, HuasiPungo, SerafinaPampa; y en Nahuapampa: ParcjaRumi, Hacienda Alfalfar.
Todas estas tierras de Pedro Vidal Cuadra, quedaron bajo la administración de papá; además, desde esa fecha, quedó establecido nuestro hogar en Huancarire. Ahí profundizó y desarrolló todos sus conocimientos en la agricultura y ganadería. Había centenares de cabezas de vacunos, aparte del ganado menudo. Supe en aquel entonces que papá percibía  un  2%  anual de las ganancias, según  el trato con don Pedro.
        
¡Ah Huancarire!,  donde desperté de mi estado de inconsciencia. Lo digo, porque todo ser humano vive en una penumbra desde su nacimiento  y en algún momento, entre los 3 ó 4 años, abre los ojos a un mundo desconocido. Recuerdo haber estado en cama muy enfermo, ignoro qué  mal tendría, solo recuerdo que al  abrir mis ojos vi primero el reflejo del sol amarillento sobre una pared de adobe; en ese momento conocí recién a mamá que entraba con una taza en la mano, llevaba puesto un vestido floreado a cuadros color celeste, me hizo beber con una cucharita, levanté la cara, mamá era delgada y alta, ¡ con qué cariño me hacía tomar!
   Así, poco a poco fui conociendo a papá, a mis hermanos, a la gente que trabajaba en la hacienda. Poco tiempo después de sanar de mi enfermedad, hubo un terremoto, claro, no sabía que lo era, sólo vi como bailaban los árboles y los cerros, todos gritaban, salimos atropelladamente de la casa a un canchón, al frente de las habitaciones, todos arrodillados pidiendo perdón a Tayta Dios, por los pecados cometidos, rogando que aplaque su furia porque estaban arrepentidos.  Ocurrió más o menos a 5 de la tarde, nos encontrábamos en el comedor merendando, al primer sacudón de la tierra dejamos los platos servidos  y corrimos afuera, al instante una polvareda oscureció el cielo y cubrió toda la superficie visible de la tierra.
Esa noche, todo el mundo a dormir en la pampa, es decir, en el patio de la casa-hacienda. Esta se hallaba circundada  por una pared de adobe a lo largo de la acequia grande que usábamos para el riego; también estaba protegida por las hileras de grandes y frondosos eucaliptos. Al Norte estaba la casa-hacienda;  divisábamos al Oeste, el camino  los pueblos del sur, y el corral enorme donde en las tardes se recogían gran cantidad de ovejas
Al amanecer observamos que una capa de tierra había cubierto la superficie de la tierra, la casa, los árboles, todo lo que estaba a la vista.

Desde mi tierna edad, aprecié lo grande y maravilloso  de la naturaleza que me rodeaba. Una enorme cadena de cerros circundaba por ambos lados el valle, fecundado por el  Huanca Huanca con su enorme caudal.
El rio se origina  en  Saykata, en lo alto de la Cordillera Central, de 3 boquerones de agua cristalina, que durante el descenso se van uniendo con otros manantiales hasta convertirse en una masa de agua, de fuego cristalino, lento y dócil en su ancho cauce. En otras partes de su recorrido, al caer hacia profundos abismos de piedra, se convierte en nube; en las épocas de lluvia torrencial, su masa enorme se enfurece  contra el faldìo de los cerros, arrastrando árboles, piedras, casas, animales y humanos, hasta desembocar en el Océano Pacífico.
Desde su punto de salida, fecunda grandes extensiones de tierras de cultivo; fructificando la papa, olluco, oca, mashua, quinua, cebada, trigo, maíz, habas; también  los vastos potreros de alfalfar y pastos naturales de los cerros, para alimentar al ganado vacuno, porcino, lanar, caprino; también las llamas que los nativos del lugar, utilizan para transporte de carga ligera. En su recorrido pasa por Callpamayo, Upahuacho, Racche, Pacapauza, Rivacayco, Huancarire, Huataca, Sequello, Vílcar, Chaujalla, y otros pueblos; en la costa se une al río Majes y juntos se hunden en el mar. Desde Pacapauza y Rivacayco la producción de papa se amengua enormemente, porque el clima es más cálido, en cambio sí abundan los frutales, tales como durazno, uva, naranja, limón, palta, camote, etc.


VIDA DE CAMPESINOS

  
De mi vida en la hacienda Huancarire, recuerdo que a mis 5 años era muy querido por los trabajadores, entre ellos don Dionisio Evangelista y su esposa, de mucha confianza de mis padres. Nos  levantábamos a las 5 de la madrugada y con 2 ayudantes íbamos a ordeñar las vacas durante 3 horas. Yo me encargaba de reunirlas a todas en el lugar donde esperaban los ordeñadores con sus herramientas. Se lograba sacar entre 3 a 4 barriles de leche al día, que era  utilizada para la fabricación del queso.
Es una tarea muy simple, cuando matan una llama ú oveja, le extraen el cuajo, que es una de las partes de su aparato digestivo. Tiene que ser precisamente de la hembra, no de macho, pues según creencia común, por ser el órgano donde se gestan las crías, traerán mucha suerte. Rocían el cuajo con sal y limón y lo cuelgan encima de la tullpa ó fogón, para que se vaya secando con el vapor que producen las comidas. Cada vez que se necesite fabricar el queso, se toma el cuajo reseco y se remoja  en un poto de calabaza lleno de suero viejo, hasta hacerla una masa blanda y  flexible. El suero resultante se echa de a pocos en los barriles de leche que paulatinamente se van solidificando. A continuación, la masa de leche ò quesillo se escurre y se echa en unos moldes tejidos de I’schu, de unas 4 pulgadas de diámetro y 3 pulgadas de altura. Finalmente, se  pone a secar durante unos 10 a 15  días.
A  pesar de haber crecido en la mata del queso y la leche, yo no podía comerlo ni tomarlo, mucho menos el quesillo que se echa al caldo, porque tenía para mí  efecto de purgante .
Todas las mañanas se preparaba el corral chico donde las crías amanecían berreando hambrientas. Traíamos a ese lugar a las vacas con sus tetas rebosantes, los ordeñadores las hacían entrar una por una, listos ya con sus baldes y herramientas para ordeñarlas. Luego de la ordeña que se hacía durante 3 o 4 horas se llevaba  a las vacas y sus crías al potrero, para que los amamanten durante el resto del día hasta las 5 de la tarde. A esta hora se hacía el “Uñachicoy”, que es, apartarlas de sus madres y encerrarlas  a todas en el corral  durante la noche. De este trabajo se encargaba Aparicio, más conocido como “Ovejero” .
Había un orden establecido en el forrajeo del ganado. Cuando salían los primeros brotes de alfalfar, es decir el fruto más lozano y fresco, se soltaba en el potrero a las reses destinadas a la venta. Pasaban de un extremo al otro comiendo las hojas más tiernas, dejando casi intacto los tallos y algunas hojas más bajas. A continuación,  le tocaba forrajearse  a las vacas lecheras. Luego a los   llamados “paloteros”, considerados como ganado de segunda clase. Y, al último, se soltaban “ los repasadores “ las ovejas que dejaban la superficie del campo al ras, rapada, lista para el riego.

Desde aquellos años fui tomando amor al trabajo, viendo como los seres más minúsculos, como las hormigas, grillos, y mariposas trabajaban para subsistir desde la salida del sol hasta que se ocultaba; hora en que todos los seres vivientes se recogían en sus moradas, ante la proximidad de la noche. Luego, el mundo entero quedaba  cubierto por un manto negro y un silencio absoluto, sólo interrumpido  por el croar de los sapos en los charcos de agua ó el quejido de las lechuzas. El resplandor de las NinaK’aras (luciérnagas) se atenuaba, cuando por los cerros de la otra banda del rumoroso HuancaHuanca,  asomaba el resplandor de la Luna.
La piedra, los cerros inmóviles, los océanos y los ríos tienen su permanencia en el mundo, por días, meses, años, siglos,  sin alteración de su estado material. Sólo los seres vivientes, como los árboles, plantas y animales, así también el hombre, tienen que  nacer,  crecer,  multiplicarse y luego morir para volver a nacer;  encadenados a una Ley Natural  que los gobierna. La Humanidad es inacabable? Mueren nuestros padres, los hijos queremos reformar  las reglas de la Naturaleza, con los inventos de la pólvora, la rueda, los aviones y  la  bomba atómica, en una lucha por acelerar la extinción del prójimo y del propio mundo.

ARRIEROS


Papá arreaba periódicamente entre 200 a 300 reses desde la hacienda Huancarire, hacia el Puerto de Chala, de donde eran embarcados a Lima. En su condición de ganadero se esmeraba por estar presentable: mula de montar con bridas y riendas ensortijadas de plata, igual los estribos, con enchape de plata en los ángulos, montura arequipeña de cuero repujado, pellón sampedrano, espuela roncadora de acero y plata. El jinete con pantalón de montar, bufanda de vicuña, un sombrero de macora, un cinturón de cuero para guardar las monedas y esterlinas. Y en la mirada y los gestos: el don de mando.
El camino durante 5 días a caballo, era accidentado, en partes se estrechaba  al descender a las quebradas y atravesar los ríos; en otras, se ensanchaba, como en la  meseta de Parinacochas, en donde silba el viento helado sobre las reseca vegetación de t’allas y cjeñoas. Desde Marcabamba la ruta pasaba por Lampa hacia la subida de Paisagolta, Tambopata, Vacarumi, Condorcerca, Sayhuapampa, Lacaya, Yncuyo, luego descendìa hacia la inmensa  pampa  frígida de SallaSalla, al pié del nevado SaraSara, que es un volcán apagado. Pasaba por el borde de la Laguna de Parinacochas donde habitan las parihuanas, que llevan nuestra bandera bicolor en su plumaje rojo y blanco; y donde las tropas de Wikuñas, P´acoWikuñas ó Wanakos, se desplazan con agilidad. El camino seguía por QishuarOsto, la pampa de Huayllarana, MarayCasa, PukaCruz, Cuestachaqui, Huaychamaka, Doblecerco, ChukchoRumi, Saquara, Quicacha, Chiochine.
Traspasada la inmensa meseta frígida, empezaba el descenso a la costa: Convento, Cháparra, Pueblo Viejo, que pertenecen al distrito de Carabalí ( ahora provincia ) luego Huayrapampa, Estrella, Buena Vista, Cascajal, que pertenecen a Cháparra.
La tropa  de reses, que sufrió en las alturas el restallar de los zurriagos en sus lomos y flancos, para disuadirlos de su renuencia al viaje, al descender al valle, se hacìan más dóciles, y ya no era necesario el látigo; con sólo su voz  los arrieros  los gobernaban fácilmente.
 Seguía Jaboncillo, Carabamba, Achanizo, CasaGrande,  Huancallpa, Quirhua, San Agustin, Angostura, Serpe, Capapampa y…….. ¡Por fin!, el mar, con su olor a salitre, el viento húmedo, en los hocicos  jadeantes del ganado,  ¡Chala, el puerto!
         Después de embarcar las reses para Lima, volvía papá con los peones, y nos traía caramelos, panes de costa, telas de seda a 15 centavos la vara. Recuerdo a papá contando con mamá libras esterlinas y monedas de plata de 9 décimos, mientras hablaban de su fe y confianza en prosperar.
  




NUESTRA VIVIENDA

Nuestra vivienda en Huancarire era un caserón de 2 pisos, con su cocina y un cuarto que servía como depósito de herramientas; atrás de la casa, unas piedras gigantes al borde del camino, nos servían de mirador. Hacia el frente de la casa, había una mata de molles, más allá plantaciones de altísimos y frondosos eucaliptos, donde  en las mañanas competían con su canto, los  pichinquitos, chuchikos, chaiñas  y demás avecitas. Hacia el lado del sol naciente pasaba una acequia para riego de los potreros de alfalfar.
A la llegada del otoño, cuando todo lo verde se secaba, los carneros y las cabras no lo sufrían mayormente aunque los cerros resecos estuvieren áridos y tristes, pero cuando caìa la helada, ya no habìa contento ni en las cabras ni en los borregos.
Llegada la primavera, la naturaleza se ponía florida y hermosa; luego, con el verano, venían  las lluvias torrenciales y la crecida de los ríos, el Huampucjacja, el HuancaHuanca se hacìan  broncos  con su fuerte caudal y sus crecidas  arrasaban lo puesto por la naturaleza y lo puesto por la mano del hombre.
 El verde imperaba nuevamente, coloreaban los manzanos, duraznos, membrillos, tunas; la “chichiclla” perfumaba los campos y quebradas






FESTIVIDAD EN SAN JAVIER DE CELOSA

Al frente de Huancarire, había un pueblo llamado Celosa, hoy San Javier de Allpabamba; colindante a éste pueblo y perteneciente siempre a la hacienda, habìa un terreno de gran extensión llamado Huayranapata, cuya administración también lo tenía papá. Por eso se relacionó cordialmente con sus pobladores.
Cierta ocasión mis padres fueron invitados a la festividad patronal de ese pueblo. Que se celebraba con misa oficiada por el tayta cura, corrida de toros, pelea de gallos, banquetes y demás festejos con banda de música. En enormes pailas de hierro hervían el puchero, con bastante carne de res, de chancho, de carnero, papa, coles, y abundante hierbabuena para todos, sin distincion alguna. A la llegada  fuimos recibidos con el berrido estruendoso de los Wajawaqras (cornetas de cacho de toro).
Para llegar a este pueblo desde Huancarire, a  pesar de  encontrarse frente a nuestra vista, separado sólo por el río HuancaHuanca, debido a su enorme crecida , tuvimos que andar a su vera unos 50 Kilómetros hacia el sur, luego rodearlo por  Huataca, Jollane, Sequello, Mollepocro, y en Vílcar recién cruzar el puente.
Atravesamos Conconya, lugar histórico en el que grupos de realistas, esparcidos después de la derrota del Virrey La Serna, al mando  del General apodado “JASATORO” presentaban resistencia a favor de la corona española. Del lado de los patriotas, el Coronel Castañeda se encontraba acantonado con todo su regimiento en Lampa. Al enterarse que los realistas se acercaban movilizó todos sus efectivos y fue a su encuentro,  derrotándolos en el mismo Conconya. A la muerte de su  Jefe, los realistas huyeron despavoridos hacia una meseta cercana, por una cuesta de una extensión aproximada de 300 metros. Durante su huida iban enterrando sus muertos, sus armas, sus cargas de plata, oro y muchos objetos de valor, que habían saqueado en los diferentes pueblos por donde pasaron. Los viejos contaban que muchos habían encontrado esos  “tapados”; y  que todavía existían más tesoros ocultos en el lugar, pero era muy peligroso buscarlos  ¡ había que saber cómo !.
Por fin llegamos directamente a la casa de don Cornelio Canales, quien agasajó a mis  padres con el rico “wajaycholo” ( el buen cañazo de Majes);  con la Jallpa, que es un puchero con  carne de res, chancho, carnero, mondongo, charqui, tocino, Yanacoles (col negra), papa, chuño, “habasfase” ( haba tostada luego, sancochada ) con harta hierbabuena; y la jallpa propiamente dicha que se hace con harina de maíz tostado, mezclado con el caldo del puchero; y el ají de rocoto, huacatay y queso molidos; Ah! Y la infaltable acja (chicha de maíz) y porque no?, también el vino de la hacienda de BuenaVista, de Cháparra.
Después de la comilona en casa del capitán empezaron los preparativos para la corrida de toros.  El desfile de invitados, presidido por  el capitán de plaza, seguido de la banda de músicos, con su bandera en mano y unos 30 lanceros, se dirigió  al ruedo. Le siguieron los comisarios y sus corneteros. Terminada la vuelta al ruedo, todos, al son de la tonadilla “...zazahui, zazahuiiii zaza maskana zazahuiiiii”, se dirigieron a los asientos de los palcos de tierra y piedra, cada uno en su respectivo lugar. El capitán de plaza entusiasmado hacía pasos de baile al son de la música del flautín, violín, platillo y bombo. Todos, el bajo pueblo y el alto pueblo, según su posibilidad, cruzaban sus  brindis de chicha, de cañazo y vino. Cuando soltaron las tranqueras para que los toros entren al improvisado ruedo de la plaza, todos estaban borrachos Quien más, quien menos, los jóvenes enamorados, queriendo alardear su valentìa ante las s’epas y pasñas (tiernas y jóvenes) se lanzaban al ruedo poncho en mano, para demostrar su valor y destreza de toreros improvisados. Muchos resultaban corneados y magullados. Pero curadas por adentro sus heridas con harto vino y cañazo, entraban  de nuevo a la plaza, a dar la vuelta triunfal al son de la banda de músicos.

Un grupo de hombres borrachos se enfrascaron en una discusión, de quien era el mejor jinete, se ufanaban de ser reconocidos chalanes en la hacienda de no recuerdo donde. Papá se metió en  la discusión ufanándose de ser licenciado del cuartel de caballería y de hacer toda clase de acrobacias, los desafió a demostrarlo. Trajeron los caballos, pero los hombres estaban tan borrachos que a duras penas podían montar, de alguna forma, partieron a la carrera entre polvareda y gritos de la gente. Al regreso, los perdedores, empezaron a discutir, al poco rato se fueron a las manos, la trompeadera se generalizó entre todos los pobladores, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, cargontes  y autoridades. Y no es porque sea mi papá, pero él salió caminando, claro que con un moretón  en la frente, claro que cojeando un poco, claro que ciego de un ojo por la hinchazón, y con los nudillos de sus manos ensangrentadas....
Bueno, con la ayuda de sus amigos, a eso de las 5  de la tarde empezamos el retorno a casa, pero ya no por el camino de nuestra venida, sino de frente cruzamos el  HuancaHuanca, y  con toda suerte, sin sufrir daño alguno, porque el río en esta época de crecida era peligroso por la torrentada.
Al día siguiente, muy temprano, como de costumbre papá se fue a la chacra al frente de sus peones y mamá a sus labores del hogar.

                                              

TRABAJOS DE CHACRA

En la siembra de  alfalfa se emplea el arado con una yunta de 2 toros, unidos por un yugo de madera tallada. El gañan se posiciona atrás para maniobrar con la taklla la dirección y profundidad de los surcos, los peones van desparramando la semilla de alfalfa y aplanando la tierra. Es una tarea de mayor cuidado que otras plantas, por el tamaño tan pequeño de esas semillas. Incluso el riego tiene que ser bien dosificado, pues si se suelta mucha agua son arrastrados y amontonados en los sitios planos. En cambio en el cultivo de la cebada y el trigo aun siendo similares, no necesitan mayor cuidado.
La tarea de sembrar el maíz es muy diferente: conforme el gañan abre el surco con su yunta, una mujer coge las semillas de una manta atada a su cintura y las va soltando cada 20 o 30 centímetros, atrás otros peones van aplanando los surcos. En cuanto a la papa y las habas es similar.
Papá se hizo muy experto en la agricultura; me parece verlo con sus decenas de peones, lampa en mano, corriendo constantemente en el borde de las acequias, desviando el curso de las aguas, para regar las sementeras y los 11  potreros de alfalfar que ocupaban una extensión de doscientos cincuenta hectáreas.
Esas tierras eran suficientes para mantener unas 250 reses de engorde, sin necesidad de salir a otro sitio. A ellos por  estar destinados para la venta, les correspondía el primer fruto, la flor de alfalfar. Luego seguían otras 250 reses conocidos como  “paloteros” y en este grupo estaban las vacas lecheras, los terneros, también los caballos y burros.  Al final se alimentaban cientos de carneros, llamados “repasadores”, porque dejaban al ras del suelo los tallos de alfalfa, dejando el potrero expedito para que  el  “camayo” empiece a regar.
Por aquel tiempo papá compraba cada toro a un sol de oro con cincuenta centavos, ò 2 soles de oro, a las personas que no tenían pastizales. Con este objeto viajaba constantemente  a Abancay, Zañayca, hasta reunir 300 reses, las engordaba en la hacienda, luego los vendía en el puerto de Chala entre 5 a 6 soles de oro cada toro. Asimismo, los carneros solo costaban 40 centavos; un balde de leche 5 centavos; huevos, 10 por medio o 5 centavos, aunque casi no se vendía por una sencilla razón, todos en el pueblo tenían sus granjas, sus chanchos, sus vacas, es decir, tenían medios suficientes para vivir holgadamente.

CASTRANDO 200 TOROS

Cierta vez papá tenía que castrar 200 toros para su engorde  y venta en pocos meses. Pero esta tarea no podía efectuarlo en Huancarire porque su clima cálido aceleraba la infección de las heridas. De manera que tomó en arriendo un potrero de rastrojo de maíz en Jenchojay, que está en las alturas de Huataca, propiedad de don Mateo Elave, muy amigo suyo.
Por tal razón, toda la familia entera con los servicios de cocina y los trabajadores, nos trasladamos a ese lugar, y sólo quedaron en casa, el camayo y su esposa. Fue toda una novedad la salida de las 200 reses arreados por los peones durante unos 15 kilómetros hasta dicho lugar.
 Empezada la faena, papá castraba cada día 12 toros, resultando  24 criadillas diarias que iban a parar en una olla grande conocida como “la capitana”, que mamá ponía sobre  el fogón, e  iba echando al caldo las coles, papa, mote al granel, la hierbabuena.  Nos  hartamos de comer huevos de toro durante los 60 días que estuvimos en ese pueblo. La bonanza  fue de corta duración.
Pero no todo fue felicidad; por entonces mamá estuvo embarazada, al no encontrar alguien que fuera a traer agua para preparar el desayuno, ella misma tomó su balde y se fué al manantial, distante unos 50 metros de la casa. Por el rocío amanecido sobre el pasto, la suela de sus zapatos se habían puesto jabonosas, esto la hizo resbalar y caer al suelo pesadamente, y aunque pudo levantarse ràpidamente, en ese momento no sintió ningún malestar. Esa tarde teníamos que regresarnos a Huancarire pues  los toros ya tenían sus heridas cicatrizadas; había sido muy exitosa la operación.


MUERTO ANTES DE NACER


El camino de regreso a nuestra casa fue por Huataca, que por entonces festejaba a su santo patrón. Papá había dispuesto que mamá y todos sus hijos fuèramos un poco más tarde, y salió de madrugada con  los peones  arreando los 200 toros, de regreso a la hacienda.
Luego de tomar el caldito que nos preparó mamá, con el sol ya alto en el cielo, iniciamos la caminata. Atravesábamos la plaza de aquél pueblo, que con mucho camaretazo, cohetones y música celebraba la fiesta patronal, y al ser avistados por los compadres y los mejores amigos de papá nos hicieron quedar para acompañarlos, a pesar de la tenaz resistencia de mamá. Desde las 9 de la mañana de nuestra llegada,  recién pudimos escabullirnos a las 5 de la tarde. ¡Jo! la fiesta era para quedarse toda la noche, porque habían 32 danzantes de tijera en pleno desafío. La mágica melodía del arpa y el violín, los brindis de los amigos y compadres abrumaban a mamá.... sólo pudimos salir, ya lo dije, a las 5 de la tarde, en que  reanudamos nuestro viaje a la casa, a Huancarire.
En casa, el recibimiento de papá fue muy desagradable, le llamó severamente la atención a mamá, y le hizo  un feo reproche de celos por la demora de horas sin su autorización. Mamá muy resentida se echó a llorar amargamente, esta fuerte emoción y el golpe sufrido en la anterior caída en Jenchojay le provocó el aborto. ¡Jo! al verla con fuertes dolores, a papá se le pasó la cólera, desesperado ordenó a los peones,”... corran y traigan  a  la comadrona, no tarden por amor de Dios...”, pero todo esfuerzo fue en vano.








UN FIERO PIRATA


Estaba yo siempre alegre, corriendo tras de las avecillas y las mariposas, magnetizado por sus colores brillantes al sol. En el borde del  HuancaHuanca, sentado sobre una piedra grande observaba el reflejo de los primeros rayos solares sobre sus aguas cristalinas, las Challhuas de escamas refulgentes, asomando sobre la superficie, y sentía la fresca brisa que recorría por entre los peñascos y árboles de la quebrada.
 Cuando no me tocaba ir al pastoreo de las ovejas, ó al campo de labranza, iba a observar el trabajo de la  “akatanja” ó escarabajo, que con gran paciencia, arma una bola de bosta ó excremento de animales y lo empuja con sus patas traseras a lo alto de su  invisible despensa, para los días de invierno. Solamente son vistos en los meses de enero a marzo durante la época de lluvias. Es admirable verlos con su gran paciencia empujando sus bolas cuesta arriba; cuando son molestados se ponen rígidos y se hacen los muertos. Cuando cesa el ataque, de nuevo, incansablemente reinician la labor con su carga hacia la cuesta.
Ocurrió un suceso: al frente de la casa-hacienda había un corralón donde se guardaban unos 400 carneros y becerros, para guarecerlos de los zorros, pumas, gatos monteses, que merodean por la zona. Una de esas noches un puma entró al corral, mató varios carneros y se llevó un maltoncito. En la oscuridad nada se podía ver, al  oír el alboroto de los animales saltó papá de la cama, escopeta en mano reventando tiros al aire, despertando a los  peones, que salieron afuera gritando, tras de ellos los perros ladrando muy alarmados El más fiero de estos, nuestro querido “Pirata”, salió a la carrera tras el puma que se llevaba la presa en dirección a Rivacayco. Atrás, todos nosotros gritando fuertemente en plena oscuridad de la noche. Papá, muy preocupado por la temeridad de nuestro perro adelantó, en una curva dice, lo encontró ensangrentado y jadeante, y junto a él la presa , tibia aún, tirada sobre las piedras; serían ya 5 de la mañana. Fue motivo de comentario en todas las conversaciones de la gente la hazaña de nuestro valiente Pirata; ése día comimos carne sin querer.




EL HIJO PRÓDIGO REGRESA A OCOBAMBA

         
En Huancarire, los meses y años transcurrían para la familia en un ambiente de felicidad, de paz y armonía en el hogar. Por el año 1,919, sorpresivamente llegaron desde Ocobamba, tío Juan de Dios y Silvestre, hermanos menores de papá. Se les hizo un gran recibimiento, hubo jarana, alboroto y alegría  durante varios  días por la llegada de los seres queridos.
 Acabado el festejo de la llegada, el tío Juan de Dios expuso la razón de su venida. No se trataba de una simple visita, sino que había sido comisionado por la abuela Cristina Roa Viuda de Leyva (ahora sí dos veces viuda de Leyva, del verdadero, mi abuelo y del bautizado ) y por toda la familia, con una sola misión. La propuesta era que Agustín, el hijo más querido (¡jo! después de lo que pasó), viaje a Ocobamba con todos nosotros. Tres razones le dio el tío: una, la abuela quería conocernos; dos, era el  primogénito, el más querido y no debía estar alejado del seno familiar; y finalmente, habían muchos bienes indivisos dejados por el padre, pendientes de repartir.
Su inmediata respuesta fue un ¡ no ! rotundo... ¿Viajar a Ocobamba? ¿para qué?, si su vida, su porvenir, su familia estaba muy bien asentada en Huancarire. Además en un futuro muy próximo, don Pedro Vidal Cuadra y señora le iban a dar en venta la hacienda, ellos no tenían hijos; y con este fin trabajaba duro, muy duro y ahorraba, y ahorraba,”...iscay pacha huaranja solesta...”  ( 200,000 soles de oro) era una cantidad ya muy próxima...según sus cálculos faltaban solo unos cinco o seis años más de duro trabajo.
Pero no me explico que pasó, de un momento a otro decidió volver a Ocobamba. ¿Tal vez pesó el orgullo de regresar como un gran señor a su pueblo?  ¿  Quería demostrarle a la madre su triunfo luego de la humillación?......¡ quizá ¡   
¿ Pensaría embarcarse en un negocio de mayor envergadura con el capital de la herencia de su padre, que era enorme en terrenos y animales y completar el precio de Huancarire en menor tiempo que lo previsto?.....¡ quién sabe !
Empezaron los preparativos, al mismo tiempo hizo conocer a su protector don Pedro Vidal Cuadra su repentino viaje a Ocobamba, quien le manifestó su sorpresa desagradable, le reprochó su precipitación,  le regañó muy dolido él: “...Llau Agustincha ama ripuychu, Kaipi lliutaj ruasum...( Agustincito aquí tenemos todavía mucho por hacer)….. ¡pero... no podré  impedir tu viaje si es tu decisión, y te pesarás……te pesarás  cuando sea  ya  muy tarde!...”. Esta fue una premonición que más tarde se cumpliría al pié de la letra.
Bueno, el preparativo fue rápido, compró 24 mulas de carga y una mula de montar para su uso personal, iría con nosotros también nuestro burro lanudo “Champucha”, la mascota del grupo. Las amistades y familiares de mamá llegaban a la casa a manifestarle su disconformidad con nuestro anunciado viaje; fue un augurio fatídico. Mis hermanastros Margarita y Moisés, yo y mis hermanas María y Petronila nos pusimos contentos con el viaje. Conoceríamos el pueblo de nacimiento de nuestro padre, conoceríamos a nuestra familia. Durante  los preparativos hasta el momento de la despedida estuvimos embriagados de emoción.
Una mañana de mucho sol salimos del pueblo en tropa, montados a caballo, con 24 mulas cargadas;  adelante iba papá en su mula de montar “bello caballero”, con espuelas de plata con roncadoras, con su poncho de lino de bandas rojas, su bufanda de vicuña, sombrero a la pedrada, su carabina Winchester, y  sus gestos y miradas de gran señor.
Nunca le vi compungido o triste, ni aun cuando se desbordó el llanto de las madres, niños, amigos, parientes a la salida del pueblo, en el ultimo recodo del camino. Don Pedro y su esposa no quisieron  estar en el momento del despacho, por que ya habían hablado la noche anterior,  y quizá no querían ahondar la tristeza por el repentino alejamiento del protegido.
En todo esto hay un pequeño detalle, por lo lejano de nuestro destino, al regalón de la familia, a nuestro fiero y engreído “Pirata”, lo dejamos encadenado en la casa. Quedó muy triste él, aullando y tirándose  de un lado a otro, arrastrándose en el suelo como si fuera un condenado a pena de muerte.


EL ENTIERRO DE UN ENDEMONIADO

Al primer día de nuestra salida estuvimos en el pueblo de Rivacayco; al segundo día, en Pacapauza, luego  en Rajche, un pueblito que se encuentra al pié de la cordillera central de los andes, cubierta de hielo la mayor parte, por lo que se siente un frío terrible; ahí nos alojamos. Papá nos acomodó junto a una choza construida de adobe, de techo tejido con troncos de Cjeñoa y de Ischu traído de la  frígida puna.
Por aquel tiempo era Racjche un caserío que producía cebada, olluco, oca, mashua, trigo, papa, habas, maíz, en pequeña cantidad. En cuanto a animales, criaban llamas, chanchos, ovejas, cabras, por tener alfalfares en abundancia y también pastos naturales. Su gente era muy hospitalaria, mucho más al ver nuestra  familia numerosa nos obsequiaron sus menestras, sus vestidos de lana típicos, sus ojotas de cuero sin curtir, hechos por ellos mismos..
Al atardecer, el frío se hizo más insoportable para nosotros, que venimos de valles más cálidos,  en cambio los natos del lugar no sentían el rigor del clima. A esa hora, dentro de la choza, sentados alrededor de la tullpa, a la luz de un mechero, se entabló la conversación con el dueño de casa y muchos vecinos curiosos que se juntaron al grupo, la reunión se puso muy interesante. Saboreando el cañazo, la coca, y el cigarro, se contaron sus aventuras de amor con las mujeres, sus trompeaderas entre jóvenes, sus experiencias en el trabajo. Yo muy niño, harto curioso, escuchaba atentamente, acurrucado en mi pellón de carnero, junto a la tibia  brasa de la tullpa.
Uno de ellos, el de más edad, de unos 50 años por lo menos, dijo tener unos potreros de alfalfa, en dirección al río, distante a 5 kilómetros de la choza donde estábamos alojados. Cruzando a la otra orilla estaba el pueblo llamado Ampi, que  pareciera estar cerca, al alcance de la voz humana, ó de una pedrada de honda. Pero, para llegar había que descender a la profundidad de la quebrada, hasta el borde del río; al ser inaccesible el paso  por ese lugar, había que bordearlo unos 15 Km. hacia arriba, cruzar por un puente y luego caminar igual distancia río abajo, hasta quedar al frente de Rajche.
Contó que, a eso de  las 11 de  la mañana, estuvo  regando su potrero de alfalfa. Luego de “mantear” e igualar la superficie del terreno, mientras discurría el agua por los surcos, aprovechó en comer sus alimentos que traía envueltos en un mantel  blanco, sentándose en una piedra grande. Desde ese lugar oyó lamentaciones y gritos  que  provenían  de  una  de  las  casas  del frente, del pueblito de Ampi         “..¡ mamallay mama, taytallai tayta, huañurumqui jam !..” ( ¡ por qué nos has dejado, díganmelo padrecito, díganmelo madrecita! ).  Se trataba del  velorio de uno de ese  pueblo.
Terminando de comer prosiguió con su trabajo, de cuando en cuando, miraba al pueblito de enfrente. Serían 2 de la tarde, más ó menos, cuando observó que de la casa del duelo salieron 4 hombres con sus herramientas en dirección al panteón, al llegar abrieron el portón y buscaron un sitio más apropiado en donde empezaron a cavar la sepultura. 10 ó 15 minutos después, aparecieron otros 4 hombres tras el muro que rodeaba al cementerio; estaban vestidos con una sotana negra y un blusón de tela blanca de la cintura para arriba. Jugaban como niños, corrían de un lado a otro, subían la pared del panteón, miraban adentro, volvían a bajar y danzaban en ronda alrededor del muro, agarraditos de la mano.  Los trabajadores seguían su tarea sin darse cuenta; a las 4 de la tarde más ó menos, terminada la excavación, regresaron a la casa del duelo a traer el cadáver. Aprovechando esto, los que estaban vestidos estrafalariamente, en un abrir y cerrar de ojos saltaron el cerco de adobe de unos 3 metros de altura y entraron al cementerio, corriendo a “la gana-gana” se metían a la sepultura uno tras otro, midiéndose en sus cuerpos el ancho y  largo de la excavación, y salían empujándose,.
 El hombre que veía esto dejó de trabajar y se puso a llamar a gritos, tratando vanamente de avisar a los deudos, en cambio él sí oía con claridad los llantos que salían de la casa del duelo. Dejó de gritar al darse cuenta que era inútil todo esfuerzo para avisarles. Sólo atinó a sentarse sobre la piedra grande para ver en  qué terminaría todo.    
Yo, asustadísimo, muy abrigado pero sudando frío, atento al relato no perdía ningún detalle. Siguió ...... “al muerto lo sacaron de la casa hacia el cementerio situado en el extremo del pueblo, los deudos y vecinos acompañaban el cortejo con sus lloriqueos y gritos que hacían más triste el sol declinante del atardecer. Conforme se acercaba el cortejo al cementerio, las 4 almas miraban tras del muro, saltaban, corrían de un lado a otro tomados de la mano, en ronda, ¡ qué felices se sentían por  el cadáver !. Al  llegar el cortejo fúnebre a la puerta del panteón, las almas subieron a la parte alta  de la pared, observando como enterraban el cadáver. Finalmente, todos los  acompañantes salieron cerrando el portón grande... ¡qué silencio!... “
Yá empezaba a oscurecer el cielo, serían 5 y 30  de la tarde; el que narraba dijo,  “... me preguntarán Uds. ¿cómo puedo saber con exactitud la hora?...”. Se contestó el mismo    “...es por el Quisquischa que a esa hora hace su recorrido hasta las 6 de la tarde, dice... quiss  quiss quisssssss...”.  Siguió contando.......las almas se metieron al panteón y con  rapidez asombrosa desenterraron y sacaron el cadáver. 2 de ellos lo tomaron  de los brazos, los otros 2 lo empujaron por la espalda, después de dar unas vueltas dentro del panteón lo acercaron a la pared. 2 de ellos saltaron sobre la tapia, los otros 2 lo cargaron en vilo como un costal de papas, lo arrojaron por sobre el cerco. Afuera ya, a viva fuerza, los fantasmas lo arrastraron hasta el camino que pasa al costado del cementerio. El cadáver al llegar al camino, quiso volver al pueblo, pero lo fueron arrastrando a una quebrada llena de árboles, donde se esfumaron.
Al día siguiente, el hombre ensilló su caballo muy temprano y fue a  avisar a las autoridades de ese pueblo, entre ellos al teniente gobernador, al agente municipal, quienes juntamente con los vecinos notables y los familiares del difunto fueron al cementerio. Al no encontrar el cuerpo en la fosa hicieron diversas conjeturas que tenían una misma conclusión: el finado había cometido grave pecado contra Dios, se había condenado, y los demonios lo habían arrastrado al infierno...                                   
En este punto de la narración me quedé dormido……………………….

Estaba aún oscuro cuando me despertaron para ayudar a juntar los animales y aparejar las mulas y  burros, y reanudar el viaje. Entumecido por el frío, aún somnoliento y todavía impresionado por la historia del condenado, no tuve la agilidad, rapidez y viveza  que siempre me exigía papá. Se puso muy furioso, me flageló con la reata, reventándome la piel de la mano; quiso  seguir castigándome, pero mamá corrió a cubrirme con su cuerpo, también intervinieron mis tíos. Papá queriendo justificar su excesivo castigo, dijo “...es que tenemos que aprovechar la salida de la luna para continuar el viaje, pero este  “ ¡ ercje lloròn carajo !, no parece mi hijo...”.
En ese momento se oyó un alboroto fuera de la choza, ladridos y jadeos de los perros de la casa en que estuvimos alojados; otro ladrido y aullido solitario y distante se iba acercando. En tanto mamá había roto el forro de su saco y muy amorosa me envolvió mi mano herida.                      “...¡ Piratallay, Piratallay!...”,  gritaban afuera las voces de mis hermanos;  salimos con mamá; era nuestro Pirata que habíamos dejado encadenado en la casa-hacienda. Seguramente, alguno se compadeció de su cautiverio y  lo soltó poco después de nuestra salida. Había caminado unos 150 kilómetros hasta alcanzarnos. Todos nos olvidamos de mi golpiza;  mamá, María, Petronila, lloraban por esta acción de nuestro fiero Pirata. Ahora era “ ...pobre piratallay...”, estaba hecho una calamidad, embarrado, famélico, la cola arrastrada y la cabeza gacha, dando quejidos humildes, resentido él, por haberlo dejado encadenado en la casa.



 REANUDANDO EL VIAJE

         Recién a las 5 de la mañana, ya sin reproches, salimos de la posada. A 2 horas de caminata por una cuesta de varios kilómetros llegamos a Upahuacho, luego a Callpamayo, situados ambos al pié de la cordillera central. En Saykata, de una altitud de  3,800 a 4,000 m.s.n.m. circundado de  picachos nevados de  superficie arenosa semicongelada, se origina el Huanca Huanca de tres boquerones de agua cristalina y abundante. Durante su trayecto va acogiendo  diversos afluentes y en la dirección del pueblo llamado Sayla, cerca de Coravile, su caudal se hace enorme y difícil de vadear. Su recorrido finaliza en el Océano Pacífico
Al descender 5 kilómetros observamos piedras enormes empotrados al suelo, con boquerones de 2 ó 3 metros de diámetro, borboteando agua hirviente, donde  según los tíos podìamos fácilmente cocinar la papa. Era una zona volcánica.
Seguimos el descenso por un camino pegado a los cerros circundantes, en determinado momento tuvimos frente nuestro una pampa inmensa que se perdìa en el horizonte, era Angostura. Al final de la pampa, cruzamos un río, a cierta distancia había una cueva de unos 20 metros de ancho. Era un natural alojamiento de viajeros, en sus aledaños  abundaba el pasto  para las acémilas y leña con que amortiguar el frío que baja de las cumbres heladas. Papá y mis tíos prepararon una fogata para hervir un caldo con bastante carne de carnero, papa, hierbabuena, que nos habíamos proveído en los caseríos durante el trayecto. Después de la rica cena, café para todos, y para los adultos  su buen trago de cañazo.
La cueva era de peña maciza, cerca a la entrada pasaba un río y una de sus orillas estaba rodeada de piedras enormes. Según comentaban, años antes fue refugio de asaltantes. Esto explica que en su interior  habian huesos humanos  podridos; ¿serían de las víctimas de estos criminales?;  ¡claro!, por ser  un lugar muy alejado de las poblaciones, propicio para las emboscadas.
 Mis tíos empezaron a contar sus historias; yo me puse muy atento, acurrucado en mi cama de pellón de carnero, junto al fogón de la tullpa improvisada. ¡Ah pero esta vez, al amanecer, si sería ágil a la llamada de papá, para ayudarle a cargar los animales, y en vez de flagelarme, me diría “...¡ aunque llorón, éste sí es mi mejor hijo !...”.
Me quedé dormido; al menor ajetreo de mis tíos me levanté y estuve tras de ellos ayudando a alistar las cargas y animales para proseguir el viaje. Pero, ocurrió un chasco que nos demoró un poco. Papá a la hora de acostarse había dejado su fino sombrero blanco de macora junto al mechero, y se había quemado abriéndole un hueco. Al verlo sus hermanos rieron fuerte, le decían “...callpi sombrero...”                 (sombrero cernidor .) Mamá lo parchó con un retazo de tela blanca, lo más parecida posible, pero no quedó igual. Mis tíos siguieron burlándose : “ callpi sombrero, callpi sombrero”, reían ellos , reía papá,  también los pequeños reímos. Así contentos reiniciamos el viaje.
Al cabo de 4 horas de caminata llegamos a un pueblo llamado PampaChiri. En aquel tiempo se podía ver la vida tan miserable que pasaban aquellos buenos peruanos, sus casas eran de piedra con techos de I’schu, no tenían escuela; sus vestidos eran de lana de oveja tejidos por ellos mismos, los niños andaban sin zapatos; su actividad principal era el pastoreo de auquénidos, ovejas y algunos vacunos. En la frígida pampa sólo crecían la T’alla, Cjeñoa, I’schu y pastos naturales, que no desarrollan tanto por el frío. El pueblo estaba enclavado en una hoyada de la Cordillera Central, hacia el oeste había un cerro donde abundaban las  vizcachas. Ahí nos alojamos.



 LA LAGUNA NEGRA Y  LA CRISTALINA

         A la salida, subimos por un faldío, luego atravesamos pampas extensas, bajamos unas quebradas de pura peñolerìa; de cuando en cuando bordeábamos los picachos más altos cubiertos de hielo, y sufrimos un frío insoportable.
         Nos detuvimos al inicio de una pampa no muy extensa, en cuyo final se veía una cadena de cerros, y al pié de ellos una laguna de agua negra, semejante a un manto oscuro inmóvil y desierto, sin plantas ni animales a su alrededor. A su lado izquierdo había otra laguna  más grande, de agua cristalina, poblada de Huaschuas (patos silvestres) y diversas avecillas, yerbas y pasto en sus orillas. Se veían en su interior plantas acuáticas conocidas como Soras, Onjeña.
Entre ambas lagunas había un paso de viajeros: una faja de tierra arenosa, que se elevaba en una extensión de 50 metros. Mis tíos contaron que las bestias de carga resbalan a cada paso, y llegan muy cansadas a la cumbre, no por la elevación del camino, sino por las emanaciones de las vetas de minerales que ocultan los cerros. Tal es así que, entre 6 a 9 de la mañana ningún viajero experimentado  atraviesa el lugar; igual entre 4 a 6 de la tarde; caso contrario los  animales mueren boqueando sangre por efecto del gas  antimonio, que solo se evapora con el calor del sol. Como prueba señalaban los huesos  de los animales amontonados como leña en  algunas partes  de  ese camino.



ZAÑAYCA

Atravesamos la pampa y descendimos  por una quebrada durante todo el santo día. De improviso se presentó ante nuestros ojos: Zañayca, con sus calles trazadas geométricamente, las casas de adobe con techos altos de teja, la iglesia igual, de torres de  adobe y techos de teja. Un gran colegio, mucha población. Era un pueblo de terratenientes, entre ellos, don Arturo Carrillo, don Antonio Icochea, don Cornelio Canales, muy amigos de papá. Enterados de nuestra llegada nos hicieron un recibimiento con arpa, violín, con cantos de amistad y alegría; mucha comida, carne hasta reventar. Conversaban de los viajes anteriores de papá, por negocios de reses, no sólo ahí sino también a Challhuanca, Soraya, Toraya, Utco.
 2 días duró el recibimiento, más 2 días para reponerse del desgaste por la jarana. Reemprendimos viaje  a Ocobamba por el camino que cruza la hacienda de Carrillo, llamada Huaillure; situado en un valle pródigo, encajonado por cerros elevados, en cuya parte baja corre un río que se dirige a la selva.





PAMPA DE SACRAMENTO


Subimos una cuesta de 10 kilómetros, en la cumbre, de improviso, se presento a nuestra vista una cordillera de puntas agudas, cubiertas de nieve perpetua. Descendimos; a la vera de una laguna enorme, el camino entra a una meseta frígida de una altitud de 4,200 m.s.n.m y una temperatura bajo cero grados, cubierta en su inmensidad por arbustos de t’alla; es la pampa de Sacramento. Nos tomó más de 4 horas atravesarla, tiritando de frío a pesar del sol brillante, y a pesar de estar emponchados.
Pudimos observar que de esa laguna salía un boquerón de agua que forma un río, en cuya orilla hay un caserón de, aproximadamente, unos 30 metros de largo por unos 20 metros de ancho. Las paredes de una altura de 2 metros,  parecen  de una sola pieza de piedra maciza, con rayas que las dividen en cuadrados. Comentaban que fue construida durante el Incanato a la vera del camino real por donde los Monarcas eran llevados en andas desde Cuzco a Cajamarca. Debe ser así, porque al comienzo de la pampa se veían 3 sillones de piedra labrados de una sola pieza, uno grande, uno mediano y otro más chico. En la parte inferior-frontal  del sillón más grande, sobresalía del ras del suelo, una pieza de piedra con la marca de dos Ch’apetos (sandalias) para los pies del Inca.
Lo contaban de generación en generación, ahora lo sabía yo, que ése lugar era posada de la familia real del Inca
Al descender la meseta llegamos a un lugar solitario en donde anteriormente asaltaban y mataban a los viajeros. Como prueba de veracidad, se veían en el camino huesos humanos amontonados entre las piedras, emblanquecidos por el paso del tiempo. Conforme avanzamos, el camino se inclinó por una quebrada de una extensión de 2 kilómetros encajonada por unos cerros altísimos, y nos vimos de pronto en el pueblo llamado Cjeñuayoc. Según comentaba la gente, de ahí provenían los criminales asaltantes y aconsejaban que el viajero prudente debiera encargar las acémilas y las cargas a los mismos poblanos, porque de lo contrario ellos mismos los robaban y no movían un solo dedo para ayudar en la búsqueda. Bueno, tuvimos que alojamos en casa de unos lugareños, papá pagó lo justo por la posada, pero antes de acostarnos amenazó al jefe del hogar con su carabina, por si pasaba algo. Al día siguiente nos trajo los animales y la carga intacta.
Otra vez, andar y andar, habían pasado 7 días de atravesar cordilleras, vadear ríos, descender quebradas, cruzar lagunas grandes, lagunas chicas, caminar por mesetas inmensas, soportando el calor, el congelamiento por la helada



ANDAHUAYLAS TALAVERA Y...OCOBAMBA

         Por fin, entre 5 a 6  de la tarde, estuvimos frente a Andahuaylas. Por primera vez en mi vida vi  la iluminación eléctrica en ese pueblo, a unos 3,200 m.s.n. Era una ciudad grande de calles bien alineadas, con muchas casas comerciales; papá y mis tíos se fueron a hacer sus compras, nosotros nos quedamos observando desde nuestro campamento en las afueras del pueblo; como demoraron un poco yo me decía, “... papá estará comprando algunas cosas que se nos terminaron durante el viaje,  pero también estarán tomando su buen cañazo , jó...”
La esposa de tío Silvestre, llamada Martina, había venido desde Ocobamba a darnos alcance, nuestro destino final, muy próximo ya. El cielo  oscurecía cuando mamá colocó la olla sobre la tullpa improvisada de piedra y leños silvestres, y empezó a preparar el caldo. Echó la carne, mote, papa y un terrón grande de sal de las minas de Huarhua. Lo movía de rato en rato y lo probaba con la Huislla (cucharón de madera) chasqueando los labios. Cuando llegaron  papá y los tíos, volvió a repetir la misma operación por décima vez, pero la sopa no salaba, muy mortificada metió la Huislla al fondo de la olla, acercò el lamparìn para ver mejor, y sacó intacta la sal......que resultó ser una piedra; mamá se había confundido en la oscuridad. Carcajada general con la sopa de piedra; a todos nos puso de buen humor.
A horas 8 de la mañana del octavo día de nuestra salida de Nahuapampa, nuestra caravana continuó el viaje con tía Martina por delante. Ya no entramos a Andahuaylas, de frente fuimos hacia Talavera, uno de sus distritos colindantes. Era un pueblo de aspecto ordenado y limpio, con muchos locales comerciales en sus calles principales, una  linda plaza principal con su glorieta, donde  la banda de músicos tocaba la retreta en los días festivos. Sus casas estaban construidas con  paredes de adobe y techo de tejas a dos aguas. Abundaba el maíz, la papa, las habas, el trigo, la cebada, los frutales; había reses, carneros, caballos  forrajeándose en los inmensos  pastizales. Sus pobladores eran gente blanca, mujeres preciosas de ojos azules, trenzas doradas y ancas redondas. La mala fama decía que en el siglo pasado los “talachos” eran asaltantes, que asolaban los caminos saqueando a viajeros indefensos;  para luego esconderse en la cueva de piedra donde nos habíamos  alojado  nosotros días antes; “la mala herencia de los españoles”, comentaba  la gente.
Atravesando el pueblo cruzamos  un  río en dirección a Cjeñoa,  donde vivía una de las primas de los Leyva, muy conocida en la zona.  Enterada y muy contenta por nuestra llegada, nos preparó un rico almuerzo e improvisó una fiesta de agasajo a su familia. A las 5 de la tarde continuamos el viaje; papá y los tíos estaban muy mareados; a las pocas horas llegamos a Posojoy, lugar muy solitario y descampado, donde años antes merodeaban asaltantes, pero a la fecha era una pacífica  población.
Desde ahí no recuerdo nada. Me quedé dormido en uno de los cestos de la angarilla atravesada sobre el lomo del burro, donde  papá me había acomodado con una piedra de regular tamaño, en contrapeso de  mis hermanas María y Petronila, que iban en el cesto del otro extremo.
Serían aproximadamente 5 de la mañana cuando desperté, justo en el momento que cruzábamos el río que bordea la hacienda Mitobamba, donde  producen harta caña de azúcar, harta chancaca y cañazo, abunda el ganado y los peones conforman una población entera. Después del río, ascendimos por una cuesta de unos 2 kilómetros de extensión, con mucha dificultad. Por fin a las 6 de la mañana estuvimos en HuancalloPampa, entrada de Ocobamba....seguimos al lugar llamado Hanansayocc: ¡El lugar donde vivía la terrible madre Cristina Roa Viuda de Leyva!


REENCUENTRO CON LA MADRE TERRIBLE


Nos hicieron un recibimiento apoteósico; la abuela mandó matar un toro, dos  carneros y un chancho. Contrató arpa y violin. Brindaron con abundante cañazo y Acja (chicha de maíz); no había cuando se acabe ni la comida ni la bebida. Papá derrochaba largueza de ánimo y generosidad, desempaquetaba los regalos finos y raros encargados en el Puerto de Chala, para la madre “querida”, para los hermanos, tíos, primos y aún para los amigos; era pues Agustín Leyva Roa, hombre próspero que retornaba a su tierra “a lo grande”.
3 ó 4 meses duró la felicidad. Los más notables, las autoridades, aún los peones  más modestos del pueblo,  venían a brindar por  la llegada del “hijo pródigo”. Don Jesús  Reynaga -quien lo había llevado a Huancarire muy niño, cuando lo botaron de la casa- también vino. Felicitó a papá  por su superación personal, y  alabó su conducta de hijo ejemplar, que olvidaba todos sus agravios  y se reencontraba con su madre.


OCOBAMBA TIERRA PRODIGA

Geográficamente, Ocobamba  es un valle de unos 20 kilómetros  de largo y unos 15 kilómetros de ancho, que limita con  la Cordillera Oriental. Comprende lugares como Huancallopampa, Salvia, Chojocro, Hanansayocc, QuimsaCruz.
Desde las alturas de Hanansayocc hasta Ojepata atraviesa un río de regular caudal que divide por mitad al pueblo. Tiene población numerosa, sus casas son de adobe y techos de tejas a dos aguas; una escuela muy bien acondicionada; una Plaza con su parque central de regular dimensión; su  iglesia tiene una campana que al doblar deja oír su tañido  a una distancia de 20 kilómetros a la redonda. Hay una  calle principal que cruza por medio de la plaza, otra transversal que cruza por el costado de la iglesia. Su patrona es la Virgen Candelaria, celebrada anualmente con mucha pompa y corrida de toros. Sus habitantes son agricultores, ganaderos, y comerciantes que viajan frecuentemente  hacia la montaña, que está muy próxima. Hay harto ganado vacuno, lanar, caprino, porcino; abunda la papa, el olluco, la oca, la mashua, sembrados en tierras de riego y también en eriazos, tierras de temporal que anualmente cambian de lugar.
El camino a la montaña pasa por medio del pueblo, y al inicio de  una cuesta hay una capilla del también patrón de Ocobamba: Señor de Las Maravillas, con su ermita y su jardín de perfumados romeros, geranios, y claveles.




PRIMERA DESAVENENCIA

         Semanas después, ya repuesto papá de tantos festejos y bienvenidas, empezó a trabajar en su nueva actividad independiente de ganadero y comerciante. Viajaba frecuentemente con sus 24 mulas a la montaña, a abastecerse de coca y aguardiente que luego negociaba en los pueblos aledaños. Conforme pasaban los días noté una alteración de su ánimo, y su descontento se hacía más  visible. ¿ Se sentía arrepentido quizá de haberse dejado convencer por sus hermanos de venir a Ocobamba, dejando una situación expectante y promisoria en Huancarire, con su protector Pedro Vidal Cuadra?.
Por entonces nosotros seguíamos alojados en casa de la abuela Cristina Roa. Ella, en su segundo matrimonio había tenido a Justina, Marcelina, Saturnina, y Leoncio, también “Leyvas”. El comentario de la gente era el que conté antes, que la abuela le había cambiado de apellido a su segundo marido Faustino Ramírez, para que toda su prole apellidara  “Leyva Roa”.
Al parecer, atizado su descontento por estos comentarios, y el mal recuerdo de la paliza recibida cuando niño, papá comentó a su madre esas habladurías de la gente y le hizo ciertos reproches. La abuela se defendió atacando, le criticó su desafortunada decisión de haberse casado con una mujer mayor, que además había tenido hijos en otros dos hombres distintos, le “aconsejó”  que se separe de mamá. Fue el primer roce entre ellos, desde ahí notamos un cambio radical del trato diario de la abuela y tíos a nosotros.
Llegamos a la época de cosecha de maíz y de papa; comíamos a diario humitas y choclos. La escarba de papa se hacía en el lugar llamado Juchihuarkuna, zona un poco frígida que también produce olluco, oca, mashua, habas.
En esta época era costumbre preparar la pachamanka, para lo cual se improvisa un horno de regular tamaño que se llena de piedras chicas, harta leña y se enciende fuego hasta que estèn calientes al rojo vivo. En una fosa de regular tamaño se echan los sacos de papas, de acuerdo al número de trabajadores, encima se tira un chancho degollado y medio saco de habas, se cubre todo con hierbas silvestres de hojas anchas, y sobre ellos se echan las piedras calentadas previamente en el horno. Finalmente, se cubre todo con una capa gruesa de tierra. Después de dos horas abren la pachamanka, ¡a comer todos  hasta hartarse! Y como asentativo, un jarro de chicha ó cañazo.
Los días siguientes prosiguió la escarba de papa que se iba arrumando en un tendal preparado en la casa. De ese montón, se seleccionaba  para semilla, y  para comer.  Así  era todos los años.
Juchihuarcuna está a una distancia de 15 a 20 kilómetros de la población, le han puesto este nombre porque dentro de una cueva enorme de peña maciza, sobresalìan colgados 3 figuras de chanchos con sus patas delanteras, uno grande, otro mediano y el último más pequeño. De las narices de estos fenómenos caía agua como una regadera


UN CONDENADO INAPETENTE

Un día, tía Marcelina y tío Leoncio me llevaron a conocer la estancia de Antaraccay, distante 40 kilómetros del pueblo, donde pastaban las vacas, ovejas y chanchos. Habían pastizales con riego de lluvia tan extensos que se perdían a la vista, y también sembríos  de habas, papa y cebada para el propio consumo de los pastores. Al igual que muchos de Ocobamba, la abuela tenía encargado un peón a sueldo para el cuidado de su ganado en ese lugar.
Salimos del pueblo, seguidos de mi fiel e inseparable Pirata, por  el camino que  bordeaba la capilla del Señor de las Maravillas, rodeado  de una muralla vegetal de yaretas, arrayanes, romeros, geranios y claveles de rico perfume. Seguimos por Juchihuarcuna hasta la bifurcación  del camino en Antarajay. Hacia la derecha el camino se desviaba por una cuesta que ascendía a 2,000 mil metros s.n.m., entre sus peñas había muchas guaridas de lechuzas. El otro desvío a la izquierda es el que seguimos nosotros para  llegar  a la choza de la estancia, ubicada  en una meseta de la Cordillera Central de los Andes a unos 3,000  m.s.n.m.
Llegando al lugar, tía  Marcelina preparó un rico almuerzo con harta carne para mí. Luego de andurrear por aledaños hasta aburrirme, a eso de las 4 de la tarde me senté sobre un padrón cercano a la choza y se me dio por llorar silenciosamente, abrazado de mi perro Pirata. Las lágrimas me ganaban, brillaba el sol con fuerza y alegría, pero yo sentía tristeza por la ausencia de mamá. Pirata me lamía los ojos, me miraba inquieto quejándose y también se ponía triste. Es que antes jamás me había separado de ella; los tíos me consolaban ofreciéndome volver a casa muy pronto, me pedían que no llore, pues sólo estaríamos unos días en  la estancia. Me llevaron a pasear por lo alto del cerro Antarajay, de ahí me hacían divisar el pueblo de Ocobamba, en mi mente apareció mamá avivando el fuego de la tullpa para preparar la cena, quiso ganarme nuevamente las lágrimas; el sol estaba inclinado ya al oeste, los cerros se iban ensombreciendo; sobre el pueblo, abajo, se iba extendiendo una niebla blanquecina; de alguna forma dejé de llorar bajo promesa de mis tíos, que al día siguiente mataríamos un chancho para preparar chicharrones.
Fue la primera noche que dormí fuera de casa, lejos de mamá. Tanto había llorado que tenía los ojos hinchados, pero fue lindo y maravilloso ver la salida del sol con sus rayos brillando sobre la superficie del río, sobre los árboles y los lejanos cerros que parecian pequeñitos a la distancia.
Para disipar la tristeza por la ausencia de mamá, empecé a jugar  a las escondidas con mi engreído y fiel Pirata. Por el lado derecho de nuestra choza, situada al pié del cerro Antarajay,  observé hacia abajo una quebrada llena de árboles regado por un manantial que fluía de entre las  peñas.
Pasado el “Tajo” (cenit) del sol retorné a la choza, mis tíos estaban muy preocupados por mi tardanza, el almuerzo había estado listo ya y me esperaban para comenzar. Al rato, salimos todos a recorrer el campo para controlar el ganado.
 Serían ya 3 de la tarde, tío Leoncio recordó la promesa del chancho. Se puso entonces  a  preparar sus herramientas y salió al monte a cazar un cerdo salvaje. Pirata y yo lo seguimos atrás a corta distancia, y observamos sus inútiles ajetreos de casi 2  horas para atraparlos. Al cabo dijo, mejor hagamos una trampa, y se dirigió hacia la quebrada, nosotros atrás del tío. En una garganta estrecha de las peñas, con un extremo de la soga armó una gasa corrediza, el otro extremo lo ató fuertemente a una piedra grande, de tal modo que el lazo corredizo quedó colgando a poca altura del suelo. En seguida fuimos a ahuyentar la manada de cerdos en dirección a la salida, con tan buen resultado que uno, maltón y rechoncho, se atoró en la gasa. El tío se acercó y lo acuchilló en el cuello doblando la hoja hacia el corazón, el cuerpo del animal tembló primero con furia, poco a poco fue quedando quieto; tío Leoncio se lo echó al hombro.
Cuando llegamos a la casa faltaba agua hervida para pelarlo, entonces preparamos una fogata con troncos; ya empezaba a oscurecer. Con tía Marcelina fuimos a la huerta a arrancar habas y desenterrar papas que estaban muy maduras. Al regresar, todos los troncos se habían convertido en carbones candentes y en medio de estas brasas se metió al chancho para pelarlo; ya era de noche pero estaba claro por la luna llena. Nos disponíamos a sacar el chancho para rasparle las cerdas, en eso escuchamos un grito que retumbó en la atmósfera, en los cerros, y  en la fronda de los árboles  “...¡Jjaaall, Jjaaal, Jjaaaaaall !...”;  la manada de perros ovejeros, también mi bravo Pirata, corrieron furiosos hacia el lugar de donde venían los terribles gritos; para nuestro asombro retrocedieron dando gemidos lastimeros, pegándose a nosotros. Otra vez se repitió el grito, cada vez más cerca de nuestra choza, las 200 ovejas corrían en círculo, enloquecidas, chocando entre sí dentro del corral, los perros se metieron temblando entre nuestras piernas. Escuchamos otro grito,       “...¡ Jjaaall, Jjaaall, Jjaaaaaal...”. Indudablemente, ese grito no provenía de la garganta de un ser humano, no aguantamos más, nos metimos en la choza, todos los perros tras de nosotros, y trancamos fuerte la puerta. Sentimos que el grito se acercaba, pasó a corta distancia y luego se alejó por el camino hacia la montaña. Del susto nos quedamos dormidos y despertamos al día siguiente con el sol ya muy alto en el cielo. Fortalecidos un poco por la claridad y calor del día salimos afuera, tras nuestro los perros con sus orejas y rabos caídos. ¿ Y nuestro chancho?................. ¡ se había carbonizado!.
La casa más próxima de otros pastores estaba situada en un lugar solitario al frente de nuestra choza, sobre una gran peña de grietas donde habitan los Tucus ó búhos, que al oscurecer gritan “Tuucuuu, Tuucuuu”. También habían otros pastores alojados en chozas, mucho más alejadas unas de otras, por esta razón no podían defenderse en conjunto.
Inmediatamente mis tíos prepararon nuestro regreso a Ocobamba. Al llegar contaron con todo detalle lo ocurrido en la estancia; familiares, amistades y vecinos comentaban que de milagro nos habíamos salvado, porque las almas condenadas que deambulan por lugares solitarios, lamentando sus graves pecados en la tierra, se llevan a los caminantes y viajeros que encuentren durante la noche. Yo era incrédulo ante estas leyendas; pero no lo era, no podía serlo, en cuanto a los gritos extraños, la desesperación de las ovejas en el corral y el miedo de los perros, porque yo había sido testigo presencial.


LA RUPTURA DEFINITIVA


Por entonces, la abuela Cristina se puso distinta con nosotros, renegaba por cualquier pretexto, diariamente discutía con mamá aprovechando que papá se encontraba muy ocupado en sus negocios. Y cuando le preguntaba el motivo de estar llorosa respondía  evasivamente inventaba un dolor de cabeza ó de estómago. En cambio mi abuela y  las cuñadas le esperaban con un costal de cuentos, tratando de indisponerlos y lograr su separación, aducían implacablemente que mamá era muy vieja para él; que la mandara de vuelta a su pueblo, que ellas lo atenderían mejor. En una de esas ocasiones, papá muy alterado por la terca insistencia de su madre en lo mismo, le contestó que no hablara disparates, y que no se meta en su vida familiar. Ante el rechazo, la gata mansa (¡jo!) sacó las uñas, con fiereza le dijo,  “...¡ si no vas a ser un hijo obediente a tu madre ¡desocupen mi casa inmediatamente, antes que los bote !  ¡Desde ahora ya no son mi familia...!.



LA DESGRACIA VIENE ACOMPAÑADA

         Papá solicitó entonces alojamiento a su pariente doña Gumercinda Ayvar, solterona rica, quien nos cedió de inmediato una de sus casas con un potrero de pasto abundante para nuestros animales. Por su lado, mis tíos, Silvestre, Juan de Dios, Apolonia, Justina, Marcelina, Saturnina, Leoncio, se desentendieron del problema, se hicieron de la vista gorda.
Al reclamar Papá la herencia de su padre, la vieja Cristina se atacó de nervios, pero a pesar de todo, de mala gana, la muy miserable, le dio una faja de terreno, comprometiéndose a reintegrarle el faltante con una ternera que entregaría al año siguiente. Recibido el terrenito, papá tuvo que venderlo a su hermana Apolonia, por no tener servidumbre de paso, ya que estaba dentro de los linderos de otro terreno de su  propiedad, además querìa evitar rozamientos con la familia.
Luego de estos arreglos decidió viajar con mercadería propia y la que le proporcionó don Daniel Ayvar para comercializarlo en pueblos aledaños. Aparejó sus 24 mulas y con 3 peones partió hacia Huamanga, de ahí anduvo por diversos pueblos hasta llegar a Puquio, en la provincia de Lucanas.
Le había ido muy bien el negocio y emprendía el viaje de regreso a Ocobamba, pero, repentina e irreflexivamente se le ocurrió desviar a Andahuaylas  “ un momentito no más” para vender el, nada significativo, tercio de coca que le había sobrado. ¿Qué pensamiento se le habría atravesado en la mente? Llegando a esa ciudad, encargó a sus peones ocuparse de los animales y se alojó en la casa del Gobernador. Antes de ir al mercado guardó sus cosas, entre ellas la montura, y dentro, camuflada con una manta, la faja en la cual llevaba las libras de oro y plata de sus ganancias. Con uno de los peones y su carguita de coca echada al hombro se dirigieron a la plaza de armas.
Se encontraba mercadeando la coca en una de las esquinas, cuando una mujer vino corriendo a él y le avisó que la puerta de su posada se encontraba abierta. Papá fue de inmediato al lugar; efectivamente las puertas del cuarto se encontraban abiertas de par en par, entró y metió la mano bajo la montura..... ! No estaba su faja!, tampoco estaba su bufanda de vicuña. Presentó su denuncia ante el propio Gobernador que lo había aposentado, se hicieron las investigaciones, pero toda gestión para recuperar el dinero fue en vano.
Emprendió entonces el regreso a Ocobamba con sus peones, y al cabo de una jornada desde Andahuaylas,  anochecidos ya, acamparon al borde del camino. Uno de los peones le dijo “....Cocata jajtinmi taytay, H’acu  Wak chimpata  risum...” (mi coca amarga padre, es malagüero, mejor vayamos más arriba) Siguieron el consejo y acamparon en una zona más alta.
Serían 3 ó 4 de la madrugada cuando sintieron en la cercanía ruido de cascos y la voz de un hombre “...no pueden haber ido muy lejos, pues salieron un poco tarde...”. Oyeron el chasquido de un fósforo al encenderse, seguramente para mirar sus rastros en el camino; felizmente sus peones se preocuparon de borrar las huellas de los animales al alejarse del camino. Casi son traicionados por su mula de montar, que quiso bufar al sentir la cercanía de la cabalgadura de los asaltantes, pero papá le tapó el hocico a tiempo. Los desconocidos siguieron su camino.
A las 6 de la mañana reanudaron el viaje y a eso de las  3 de la tarde estuvieron en la cordillera. Cuando descendían por una quebrada, a  cierta distancia vieron caballos ensillados y 2 hombres tras de unos relejes de piedras que los señalaban con su índice y murmuraban: “...son...3…4 hombres..”. Eran los mismos de la noche anterior que los habían seguido con la intención de matar a papá y robar sus 24 mulas y la de montar. Al cabo de 3 meses nos enteramos que el hermano del Gobernador usaba la fina bufanda de vicuña que tenía las iniciales A. L.  ¡Todo quedó en nada!.  
Recuerdo bien la llegada de papá, fue a la medianoche, mamá se levantó rápido y preparó un caldo, pero él no estaba contento como otras veces. Sentado al borde de la cama contó al detalle todo lo ocurrido, y se pusieron a llorar con mamá; también yo, bajo la manta derramé  lágrimas en silencio. Era el preludio de la pobreza más terrible que se nos avecinaba.
Para pagar al señor Ayvar la mercadería proveída, papá  tuvo que vender algunas mulas y la de montar por 25 soles de oro, incluidas las bridas de plata y la montura enchapada. Desde ese día y sin explicación alguna, a partir de las 5 de la tarde en que el sol declinaba, día tras día, una, dos, ó tres mulas corrían  enloquecidas de un lado a otro en el corral, botando espuma por el hocico, hasta caer temblando para no levantarse  jamás. Murieron todas, solo quedó nuestro burro mascota llamado “Champucha” (motón o lanudo) que habíamos traído de Nahuapampa; también nuestro amigo fiel, el bravo Pirata.

TE ARREPENTIRÁS AGUSTÍN, CUANDO YA SEA TARDE

 Estábamos por el mes de Marzo, época escolar, mamá nos matriculó en la escuela del pueblo a mí, y a mi hermano Moisés, hijo mayor de su primer compromiso. Recuerdo que el primer día de escuela dejamos a mamá preparando una sopa de frejoles que hirvió toda la mañana, de vez en vez le metía fuego y más fuego a la tullpa; al volver de clase a almorzar, los frejoles seguían hirviendo, pero estaban más duros que antes, entonces sólo nos dio el caldo y botó el resto.
Era triste nuestra vida, sin tierra propia, sin el apoyo de la “madre terrible”, ni de los tíos. Todos sus halagos y ofrecimientos hechos con la novedad de nuestra llegada, se los llevó el viento. Papá y mamá entraron en desavenencias, eran frecuentes sus mutuos reproches, sus lamentaciones, que en nada remediaban la situación. Recordaron las frases proféticas de don Pedro Vidal Cuadra, cuando le advirtió que no dejáramos Huancarire, tierra de prosperidad, porque algún día nos pesaríamos; ¡ en ese momento, dolía más el recuerdo de sus palabras!
Según dije, la casa que nos prestó la señorita Gumercinda Ayvar, tenía atravesada a todo lo largo un canal de regadío, y sobre un amplísimo cuarto que servía de cocina, una escalera nos conducía a un altillo que nos servía de dormitorio. Una noche, en plena oscuridad, mi pequeña hermana María se había levantado a orinar, al  sentir un golpe seco y un grito, nos precipitamos a ver y la  encontramos tirada en el lecho del canal, felizmente sin agua en dicha ocasión.


VIRUELA BLANCA, VIRUELA NEGRA

Aún en la adversidad contábamos con la simpatía  de los vecinos de Ocobamba, quienes rechazaban el comportamiento de la abuela y los tíos.
Por aquella época se presentó la epidemia de viruela en oleadas por todo el pueblo. De su lado norte, desde QuimsaCruz venía la viruela negra, casa por casa, haciendo matanza casi total de niños. De su lado sur, desde Huancallopampa y Salvia venía la viruela blanca, más benigna y había menos muertitos. Todas las tardes 10 ó 12  niños morían en el pueblo y había fiesta general, pues era costumbre enterrarlos con música, baile y harto cañazo y Acja. Colocaban al muertito un hábito blanco adornado con flores, a un lado una lampa y al otro, un cántaro de barro en miniatura, que según la creencia le serviría para plantar y regar las flores en el cielo. La enfermedad ya estaba cerca de nuestra casa, papá decidió llevarnos hacia el lado de la viruela blanca.
Justo en Salvia, vivía don Tomás Cáceres, casado con doña Manunga Leyva, quienes, compadecidos de nuestra situación, nos cedieron una casa con víveres suficientes. Ahí esperamos el contagio; a mi me cogió el malestar a los 30 días, y como me habían vacunado, solo me salieron unos granitos y tuve un poco de fiebre, pero me pasó a los pocos días. En cambio a mis hermanitas Petronila y María se les cubrió de granos todo el cuerpo, inclusive hasta el paladar. Mamá contrató a una señora quien nos atendió hasta que pasó la epidemia. Si me hubiera muerto esa ocasión hoy estaría de jardinero del cielo.





UN SOMBRERERO

Don Tomás Cáceres era fabricante  de sombreros de lana de oveja de diferentes colores, blanco, negro, plomo, nogal. Para obtener esas  tonalidades lo mezclaba con lana vegetal que produce el capullo de un árbol conocido como Pate,  del color de lana de vicuña.
Escardaba la lana de oveja con un arco, que consta de una cuerda y una tablita con dos gradas. Los finos copos de lana se desleían al chocar con la cuerda, sonando “....taar, taar taar...”. La lana escardada lo rociaba con agua engomada formando una masa, del cual tomaba las porciones adecuadas a las dimensiones del sombrero; lo extendía sobre una tela doblada como un cuaderno, y envolvía todo con otra tela más gruesa y más grande. y lo metia en una prensa empotrada a un horno. La prensa consistía en 2 tapas circulares, de aproximadamente 70 centímetros de diámetro y unos 40 centímetros de espesor, donde, graduando la caloría necesaria del horno,  se tenia lista la tela para el sombrero. Finalmente se ponía en la horma, para darle la forma, y se le agregaba  su cinta, quedando así listo para la venta.
Todo esto quedò grabado en mi mente, mientras ayudaba a mi tío a fabricar los sombreros.
Cuando no habia tareas en el taller,  ayudaba a mi tía  en las tareas de la casa. Otras veces me iba de madrugada a la estancia en Ojepata, situado en las alturas de HuancalloPampa, donde habían vacas lecheras, harta oveja, cabras, chanchos y caballos. A las 8 de la mañana, con el sol ya alto, terminábamos la ordeña y después las arreábamos a esas alturas. Muchas veces llegamos hasta RanraCancha en el cual crecen los pastizales a una altura de 30 centímetros. Un día de esos, cerca al camino que dista a unos 800 metros del lugar, asaltaron a un viajero y lo dejaron malherido, algunos vecinos fueron a auxiliarlo.

UN REENCUENTRO CASUAL

Seguímos viviendo a la buena voluntad de la tía Manunga. Por esos días se organizó una faena de “ yarja aspii”  (limpia de acequia) con todos los vecinos de HuancalloPampa y de Salvia. Los varones portando en sus manos lampas curvas, para escarbar la tierra del fondo y  los músicos su arpa, violín y  quena para amenizar el trabajo. Había abundante chicha, cañazo, habas, papas, mote, cuyes, carne de res, que las mujeres se encargaban de hacer beber y alimentar a la gente durante  la faena, al son de los huaynos y wifalas.  Los más jóvenes, para impresionar a las buenamozas, se esforzaban en demostrar sus habilidades en el manejo de las herramientas, Esas costumbres del año 1915 a 1920  ya van pasando a la historia.
Por aquél tiempo papá estaba casi inactivo, trabajando en pequeños cachuelos. Uno de esos días se celebró el cumpleaños de  tía Manunga, concurrieron los vecinos y familiares, también la abuela Cristina. Hubo baile general al son del violín, la quena, el arpa, con bastante brindis de cañazo. En plena jarana, con unos tragos demás, la abuela Virginia empezó a dar gritos de dolor y cayó al suelo  desmayada. Todos corrieron a socorrerla; papá, por el contrario,  muy molesto dijo “déjenla no más, hierba mala nunca muere; y si muere vuelve a resucitar”. Al oír esto, la abuela, que había fingido el desmayo para llamar la atención del hijo esquivo, se levantó de inmediato, y le gritó “...mal hijo, ¿por qué quieres que me muera ?...”. Papá ni se dio por aludido  se volteó y siguió bailando. Parece que desde ahí, el odio entre ambos se hizo más profundo.


UNA EXPERIENCIA EN ORORRILLO

         Papá había entablado amistad con la familia Altamirano de HuancalloPampa. Uno de ellos, Víctor, trabajaba de mayordomo en la hacienda de Ororrillo, propiedad de doña Daría Viuda de Reynaga. Al enterarse de su experiencia en ganadería y agricultura, le pidió que trabajase con él y accedió de inmediato.       
 A la medianoche del día siguiente salimos de Ocobamba a Ororrillo. En un primer tramo llegamos hasta Juchihuarkuna, al costado de la choza situada en Antaracjay, donde tiene su rebaño la abuela; cruzamos la  meseta bordeada  de i’schus y t’allas; y descendimos durante todo un día  por una pendiente de 40 kilómetros. Por fin llegamos a Ororrillo, situada en una de las más profundas quebradas de la Cordillera Oriental, bordeada por el río Pampas que nace en la Cordillera Central, por las alturas de Andahuaylas; atraviesa la Cordillera Oriental y desemboca en el río Ucayali. Éste, a su vez, con un mayor caudal va a tributar sus aguas al Amazonas,  que finalmente desemboca en el mar Atlántico.
Por Ororrillo pasa el camino a la montaña, y se detiene en el borde del  Pampas caudaloso. Sólo puede atravesarse por un puente rústico de una extensión de 150 metros, tejido con fibras de Pajpa (maguey); trenzados, encajonados y encartuchados a todo lo largo, oon  ramas de árboles. En ambas orillas el puente esta sujeto a unos troncos clavados en el suelo por  medio de cuerdas trenzadas del mismo material de unas 5 ó 6  pulgadas de ancho. Los animales pasan solos, sin carga, de uno en uno, pues juntos provocarían un balanceo que puede ser fatal; la carga la tienen que pasar los viajeros al hombro. En la profundidad, se observa el paso denso del río  con su ronquido profundo, zigzagueando entre las rocas hasta perderse de vista en una curva cerrada.
“Chaca” se llamaba la pequeña hacienda de la Viuda de Reynaga; había pastos con tal abundancia que se secaban y caían a tierra desmenuzados por el viento; los frutales terminaban pudrièndose en el suelo. Un río de menor caudal que bajaba de las alturas, regaba las sementeras circundantes, y luego tributaba su caudal al torrentoso Pampas. Era  la sobreabundancia que no enriquece a nadie.
Los viajeros que llegaban desde la montaña cruzando el puente colgante, contaban que hacia ese lado el camino ascendía hasta una cumbre de 4,000 m.s.n.m. Desde ahí podía observarse hacia abajo una catarata que salía entre las peñas, cuyas aguas, por la fuerza del viento, se esparcían a medio kilómetro a la redonda. Por efecto de la humedad constante, esa tierra estaba siempre verde y florida. Comentaban que ningún humano podía entrar a ese lugar por ser la  huerta del Señor de las Maravillas, Santo Patrón de Ocobamba, a quien en ciertas ocasiones veìan caminar por entre la vegetación convertido en un hombre joven. Los “tayta” curas en sus sermones alentaban esta superstición. Los natos del lugar estaban muy convencidos de ese “misterio de la religión”. Yo era incrédulo.


UN VIAJERO DESOBEDIENTE

La Chaca” era una hacienda que pertenecía a la ya mencionada Daría Viuda de Reynaga, cuyo esposo falleció en Lampa; sus tierras producían caña de azúcar que era llevada para la molienda, a la hacienda principal Ororrillo; sus trabajadores , que sobrepasaban el número de 200, llevaban una vida muy penosa de semiesclavitud. La caña era trasladada en una cincuentena de burros, una parte se convertiría en chancaca, la otra parte en cañazo. Por esos días  los peones comentaban estar muy asustados por las continuas  apariciones de los diablos.
Contaban que un hombre vino desde la montaña cargando un tercio de coca. Serian 4 y 30  de la tarde, aproximadamente, cuando llegó a Chaca. El encargado de la casa-hacienda le recomendó quedarse, porque era muy tarde para llegar a Ororrillo, y el camino era solitario y muy peligroso; le contestó el viajero que no tenía miedo, que por el contrario aprovecharía la frescura de la tarde para subir la difícil cuesta “siquiera hasta Orrorrillo”  (¿ pensaría quizá ir más lejos?). Bueno, en eso había que darle la razón, pues es cierto que la subida de la cuesta, de unos 50 kilómetros de extensión, se hace muy pesada durante el día por el calor terrible. De todos modos, le agradeció la recomendación y se despidió.
Desde las 4 y 30 de la tarde avanzó 10 kilómetros de la cuesta y se paró en un lugar conocido como PatePata. Aquí, todo viajero debía descansar obligatoriamente por precaución, cualquier otro lugar era peligroso, había ocurrido que muchos que desecharon este consejo, morían botando sangre por la boca. Al respecto, los pobladores comentaban que los cerros estaban vivos y se comían el corazón de la gente. Fanáticamente se infundían estas ideas unos a otros; siendo en realidad que las montañas estaban llenas de vetas metálicas que emanan el antimonio, por cuyo efecto, reventaban el pulmón de los hombres y animales, y morían así  botando sangre por la boca.
  Lo cierto es que llegado a este lugar,  el viajero desapareció sin dejar rastro alguno. Cuando papá llegó a Ororrillo por una nueva carga de caña recién cortada, el guardián le informó de aquél hombre que, obstinadamente, había pasado muy tarde a pesar de sus consejos. Papá le replicó que no se había cruzado con él, y era imposible que hubiera ido por otro lugar, pues ese camino era la única salida. Al no tener noticia alguna del hombre, al día siguiente un grupo de trabajadores salió en su  búsqueda por todo el trayecto de Chaca a Ororrillo. ¿Resultado?: sólo encontraron su poncho en Patepata, enganchado sobre unos arbustos y nunca más se supo del viajero.




UN AVE MALIGNA

En uno de los tantos viajes que entre Chaca a Ororrillo hacían papá y los peones, arreando las acémilas con las cargas, se les había hecho muy tarde. Entre los peones había uno que siempre lo acompañaba, como ayudante personal en cualquier  trabajo, se llamaba Juanito. Esa tarde traían cerca de 40 cargas de caña en 5 grupos; en el último iban papá y Juanito a caballo; a eso de la 7 de la noche pasaron el sitio de PatePata, donde había desaparecido el viajero, según conté. Después de este lugar, a unos 1,000 metros de distancia, el camino entra a una quebrada hondísima; cubierta de árboles gigantes que oscurecen el camino; y solo podía oír tras de ese muro vegetal, el correr de los ríos que bajan desde los cerros.
El grupo en el cual venían ambos, que era el último, se había adentrado en la tupida arboleda unos 20 metros, en eso,  sintieron un aleteo por los aires, ¿sería un cóndor?; sólo vieron una sombra gigante que se abalanzó sobre papá, queriendo sacarlo de la silla de montar; con la rapidez de un rayo, Juanito sacó el machete de la cintura haciendo silbar el acero en el aire. Sin poder distinguir de qué se trataba, oyeron pasar a la sombra, aleteando por medio de los árboles como un mal viento. Se pegaron tremendo sustazo hasta quedarse mudos. Para reanimar sus nervios tomaron un buen trago de cañazo que todo viajero experimentado lleva siempre en su  cantimplora. Los peones de los grupos delanteros ni cuenta se dieron. Entre 4 a 5 de la madrugada llegaron a Ororrillo y mientras descargaban,  comentaron a los demás lo sucedido.
Bueno, en esos lugares, viajar solo, sea de día ó de noche, da miedo. En la oscuridad de la noche, con el reflejo de las estrellas los cerros parecen de vidrio fosforescente. Los graznidos, los gritos de animales nocturnos sobrevuelan  la cumbre  de los cerros, rebotan  de árbol en árbol, de piedra en piedra, confundiéndose con el rumor de los manantiales.

LA VIDA EN ORORRILLO

La hacienda de Ororrillo era atravesada de canto a canto, por un río que bajaba desde las alturas de Chichuaj, pequeño pueblo de unas 500 familias. Hacia su izquierda, distante a unos 30 Km. estaba otro pueblo llamado Estanque, conformada por 1,000 familias. Cercano a ambos pueblos estaba también la hacienda Chacas, propiedad de los Reynaga. El clima templado y la tierra muy fértil permitía en los meses de abril y mayo, cosechas abundantes de cereales, maíz, trigo, cebada, papa, olluco y mashua. En esta época aparecía una “hormiguera” de canarios y terminadas las cosechas desaparecían repentinamente, sus pichoncitos, sin fuerzas para seguirlos, quedaban vagando en medio de los Pichinkos, (gorriones), y rara vez se salvaba uno de ellos.
Las desdichadas familias de esos pueblos tenían a su cargo la crianza de cientos, miles, de caballos, reses, ovejas, cerdos que pertenecían al dueño de la hacienda. No disfrutaban esa abundancia y si querían alguno les imponía el precio a su antojo; por ejemplo, un toro a  50 centavos, un carnero a 20  centavos.
Las 1,500 familias trabajaban 4 días a la semana gratis para el gamonal; las mujeres de 18 a 20 años de edad tenían que cumplir los servicios domésticos en la casa del hacendado, soportando los ultrajes de los Reynagas e invitados, Viterbo, Eliazar, Glicerio y muchos otros de sus amigotes de Ocobamba. Daba mucha pena estos buenos peruanos que sufrían, como sufrieron nuestros antepasados, las brutalidades de los opresores españoles.
Los terratenientes tenían a sus esclavos marcados como ganado, para que no se confundan. Los que pertenecían a la hacienda Ororrillo tenían rapada toda la coronilla del cráneo, de tal modo que el pelo les colgaba alrededor de toda su base. Los de Socjos, mitad longitudinal  rapada  “a coco”, la otra mitad a medio rapar. Los de Mozobamba, de la mitad transversal del cráneo hacia delante rapado “al coco”, la otra mitad hacia atrás medio rapada. Los de Mitobamba, de la mitad transversal hacia atrás “al coco”, y hacia delante con pelo. No recuerdo como era el corte para los de Chacabamba. La razón de todo era que, en caso de fuga, podían ser identificados fácilmente. Estos abusos eran aceptados por las autoridades.
Ocurrió un caso, mi hermano Moisés que contaba con 16 años había desaparecido durante 3 meses, se indago entre los pobladores, nadie dio razon de el. Mama se consolo pensando que, descontento o nostalgico, se habia regresado a nuestro pueblo Nahuapampa. Un dia de esos, se presentó intempestivamente en nuestra casa. Estaba mas flaco, andrajoso, y tenia el cabello rapado, del craneo hacia adelante. Luego nos enteramos que por seguir a su joven enamorada de Mozobamba, el hacendado lo había retenido y hecho trabajar como esclavo, bajo promesa de darsela en matrimonio, y lo habia marcado como su ganado.       
Como dije, en Ororrillo trabajaban unos 1500 pobladores, que para cumplir sus 4 días de trabajo se turnaban cada semana de 200 en 200. Comenzaban con la preparación de la tierra para la plantación de la caña de azúcar; atendían su riego hasta la madurez de los sembríos; y finalmente  recogían la cosecha.
La casa-hacienda ocupaba la parte central de un terreno de una extensión de 10,000 mil metros cuadrados, rodeado de otras casas mas pequeñas, y por su centro pasaba el camino a la montaña, de tal modo que su portón principal era el único acceso para todos los viajeros que iban hacia, o venían de la montaña. A su  lado derecho había un pabellón de unos 80 metros de largo por 15 metros de ancho donde se alojaban los 200 trabajadores, rapadas sus cabezas en la forma que indiqué enantes.
Para la molienda había un trapiche grande, que también utilizaban como depósito de caña cortada. Estaba formado de 4 cilindros de bronce empotrados con unas púas ejes, unida con un mecanismo de ruedas a un cubo de 20 metros de largo por 15 metros de ancho. Una viga de madera dura y fuerte que sobresalía del cubo era uncida  a los toros, que al chasquido del zurriago  sobre sus lomos, los hacían girar. 3 hombres  echaban la caña al interior, y otros 3 iban sacando  el bagazo. El jugo extraído de la molienda, fluía por un canal hacia un lagar, fabricados ambos con cal y canto.
A continuación la bodega, conocida como caldera, era un caserón donde se preparaba la chancaca y el cañazo; tenía unos 15  metros de ancho por 80 metros de largo y una altura de 7 metros. En su interior se encontraba un perol de bronce en cono, de más o menos, 3 metros de alto y 2.5 metros de diámetro, empotrado a la plataforma  de un horno de ladrillo y cal pegado a la pared.
A las 11  de la mañana los peones encargados encendían el horno con leña y bagazo y llenaban el perol con el jugo de la molienda, haciéndola hervir durante 8 ó 9 horas hasta que tome su punto de miel. En este momento lo extraían con un cucharón de madera larguísimo y lo iban echando en unos huecos de forma cónica, labrados en un tablón de madera gruesa. Cada tablón tenía 40 moldes previamente engrasados. Una vez solidificada la miel, se tenía la chancaca que era envuelta con la corteza de plátano, conocida con el nombre de Chejas.
En el mismo caserón, contiguo al perol, estaba el alambique en el que se preparaba el cañazo con el jugo de caña, que era guardado durante 60 días en unas botijas de cal, con la boca herméticamente sellada y con un agujero para el desfogue del gas de la fermentación,  para evitar la explosión por la fuerte presión del gas.
El alambique constaba de un caldero de bronce, de una capacidad de 100 litros, y en su parte baja tenía un horno, empotrado en el suelo por su base. Al caldero iba conectado un tubo de 4 pulgadas de diámetro al inicio y una pulgada en la parte final, conectada a su vez a un cilindro en posición horizontal. Este a su vez se conecta a unos platillos de bronce de diámetro descendente, unidos verticalmente por su centro, con un eje metálico. De este cilindro sale un tubo delgado de forma espiral de 3 metros de largo que atraviesa un cilindro grande abastecido de agua fría.
Quedó en mi memoria, desde esa época, el proceso de fabricación de cañazo, y es como sigue:
4 hombres meten fuego al horno hasta hacer hervir los 100 litros de caña fermentada que contiene el caldero. El vapor de caña empieza a fluir por la cañería que atraviesa el siguiente depósito, en donde por efecto del agua fría que baña su superficie, se produce la condensación. Desciende entonces el líquido, como una catarata en miniatura, por entre  los platos de bronce, fijados verticalmente por un eje, produciendo un sonido de campana del más grave al más agudo: “ ton, ton , tan, tan , tin, tin, tin”.
El líquido caliente va cayendo a un barril grande donde se hace enfriar, para luego ir depositando en los demás barriles preparados especialmente. El primero es cañazo de 58 grados, conforme avanza, va bajando  hasta llegar a 14 grados, conocido como “supía”, utilizado para bajar el de grado 58 a 25 grados.


ENDEMONIADOS

    Una noche ocurrió algo insólito, difícil de creer a pesar de ser real. Resulta que, según lo acostumbrado, terminada la faena a 10 de la noche todos los peones de la hacienda, sus mujeres e hijos, se reunían en la bodega para recibir su jarra de miel con cancha. Uno de los trabajadores llamado León, alto y robusto, dijo hallarse cansado sin deseos de tomar su jarro de miel y se dirigió por el corredor al otro extremo de la bodega donde extendió su poncho y se sentó a descansar. En este lugar había una puerta de doble hoja que conducía al monte, impenetrable en la densa oscuridad de esa noche. Solitario, chacchaba su coca, alejado del grupo de peones que, arremolinados al otro extremo del corredor, festejaban bulliciosamente sus bromas, paladeando su jarro de miel a la luz de los mecheros. En ese momento se le presentaron 2 hombres de talla y corpulencia descomunal, uno vestido de negro entero, el otro de blanco para arriba y negro para abajo. Sin dirigirle  palabra  alguna, el de vestimenta negra lo levantó del pecho, el otro lo tomó de las piernas y empezaron a arrastrarlo por el callejón hacia la puerta que da a las chacras. León  se resistió, aferrándose a las hojas de la puerta trató de zafarse desesperadamente. Providencialmente, 2 peones que habían estado quemando leña en el horno contiguo a la bodega, al dirigirse hacia el grupo a pedirles unas jarras de cañazo, pasaron por el lugar y vieron a León tirado en el suelo, aferrado a la puerta de 2 hojas, echando baba por la boca. Contaron que en ese momento las 2 hojas de la puerta batían, y al mirar al interior del monte, una ráfaga de viento sacudió los árboles en medio de la oscuridad. A sus gritos, corrimos atropelladamente al lugar y llenos de temor ayudamos a cargar al pobre hombre.
¡Ah! los comentarios eran: “felizmente se les ocurrió venir a los 2 peones por el cañazo.....sino que suerte hubiera corrido León....eran  los diablos... o los condenados seguramente...”. Lo cierto es que esa noche dormí más cerca de mamá. Al día siguiente la gente interpretaba el hecho en distintas formas; recordaron casos similares de desaparecidos en forma repentina, sin que se supiera su paradero hasta hoy.

ORORRILLO PUERTO DE VIAJEROS.

Junto a la bodega, separado por un callejón, había un gallinero con capacidad para 250 aves, entre gallinas, patos y pavos. Por la abundancia de huevos, papá preparaba los batidos con chancaca y cañazo que llevábamos todos los domingos con la familia, a una huertita junto a la orilla del río. También iban Emilia Reynaga, sobrina de la dueña de la hacienda, el mayordomo Víctor Altamirano, y otras personas que eran de estimación personal de papá.
 Al lado izquierdo, junto al portón, había una casa de varias habitaciones para la administración; a continuación la casa de la dueña, de mejor presentación, con toda clase de comodidades; después la cocina donde se preparaba la comida de mejor calidad, pura carne. La Administración ordenaba matar mensualmente una ración de carneros, y un toro, aparte de los venados que abundan en esa zona y que papá acostumbraba cazar. En el centro de la casa-hacienda había un pozo de agua rodeado de árboles.
Los recuerdos de mi niñez quedaron grabados indeleblemente en mi mente; veo las cosas como si estuvieran sucediendo en este momento. Entre estos, recuerdo con qué cuidado, el maestro soldador, soldaba el alambique con un cautil calentado con brasas de carbón. Yo lo seguía y observaba minuciosamente todos sus movimientos, yo era un curioso, un oletón, pero el maestro no se molestaba, más bien le causaba gracia.
El río que pasaba por el costado derecho de la hacienda, se originaba en las alturas de Chichuaj  y  al final de su recorrido derivaba su caudal al Pampas. Había un puente colgante que era el único acceso a la montaña. Los dueños de la hacienda Ororrillo cobraban a 5 centavos el pase por cada animal. 3 kilómetros arriba del puente, había una catarata que ocultaba el camino como una cortina de agua. El agua de la catarata esparcida por el viento permitía la abundancia de las avincas, frutos muy parecidos al zapallo, así como de la lúcuma, chirimoya, naranja, higos, garbazos, calabazas, y yucas, que crecían ahí en forma silvestre.



CELOS

Así pues llevábamos una vida regalada; eso sí, no podría decir cuanto le pagaban a papá por la administración de la hacienda.
Había ido él una mañana al pueblo de Estanque, al parecer se encontró con algún amigo y tomaron sus tragos. Regresó a casa a las 10 de la mañana del día siguiente, con su montura, pero sin sombrero. Mamá, celosa, le reprendió duramente ¿por qué venia en tal forma, sin avisar? ¡Jo! para qué le reprochó, sin responder, papá levantó la reata para flagelarla, todos los hijos la rodeamos. Como no pudo cumplir su cometido y era tal su cólera, tomó una piedra y trató de lanzársela, soltamos a mamá y corrimos donde él, lo abrazamos implorándole por mamá, dijo finalmente más tranquilo“...da gracias a tus hijos sino te hubiera matado...”.
Cuando le pasó su borrachera horas después, se acercó muy humilde donde mamá y le pidió perdón, lloramos esta vez nuevamente, pero de alegría por la reconciliación. En cuanto al sombrero, lo tenía doblado en el bolsillo de su pantalón. Al parecer la causante  de estas riñas era Emilia, sobrina de la dueña, buenamozona y soltera.


PELEA DE VIAJEROS

         En una de las ocasiones que papá estuvo ausente, llegaron  a la hacienda 5  hombres que iban a la montaña y se alojaron tras el portón de entrada. Al poco rato  llegaron del lado de la montaña 2 hermanos, cargando cada uno su  tercio de coca; uno, grueso y macetón,  el otro alto y flaco.
Los primeros compraron una jarra de cañazo y empezaron a brindar. Al rato, los 2 hermanos se les unieron y se hicieron entonces 7 voces que bromeaban, cantaban, alardeaban y reían. Momentos después, empezaron a discutir sobre juegos, mujeres, animales y no recuerdo sobre qué más; vociferaban y gesticulaban acaloradamente, hasta que en un momento, empezaron a forcejear y a tirarse patadas y puñetes.  El más macetón de los hermanos se trenzó a golpes con uno de los hombres, continuó con el otro, el siguiente, y el subsiguiente, hasta el quinto y último, y logró  dominarlos. El otro hermano, el alto y flaquísimo, no entró a la pelea, solo daba saltitos desde su posición cuadrándose con los puños en alto, gritando por sobre la espalda de su hermano, el corpulento “...que venga el próximo, aunque seya lo que seya, aunque seya lo que seya...”
Ante el bullicio la señorita Emilia salió de sus habitaciones, y neutralizó a los pugilistas a riendazo limpio,  no se atrevieron contra ella, claro, era la patrona, además, estaba rodeada de sus peones. Obligó a los hombres que iban a la montaña a continuar su viaje, y a los 2 hermanos les dio alojamiento en la hacienda. Como el macetón estaba muy lastimado, pues aunque dominó a sus 5 contendores, ellos no eran mancos y le dieron también la suya, mamá, mi hermana Margarita y la señorita Emilia, le suturaron sus  heridas y lo hicieron descansar hasta el día siguiente.

                               

LA CHUNCHA  ROSA

         Trabajaba también en la hacienda una mujer llamada Rosa, era de la montaña, sus rasgos físicos eran semejantes a los chinos, igual en su color: amarillo; su idioma y sus gestos eran incomprensibles para nosotros, pero hablaba quechua como nosotros. Era ayudante de cocina y preparaba las comidas sin sal, en tanto chacchaba su coca.  Contaba que en su pueblo, luego de parir, las mujeres se levantaban en seguida, tomaban su flecha y corrían  a cazar.  Decía también, que a sus muertos los entierran parados, sus deudos tienen que esperar vigilantes durante un tiempo junto a su tumba de tierra, hasta que alguna plantita crezca sobre la sepultura, ó algún bicho forme su nido; entonces lo cuidan con mucho esmero, porque piensan que así se manifiesta la reencarnación de su alma. Si es una plantita, dejan que se desarrolle hasta un regular tamaño, luego lo cortan para incinerarlo y arrojan las cenizas al río, donde se convierten en tigrillos de río, en los que el alma del difunto vive eternamente impregnado, Así nos contaba la chuncha Rosa en quechua, gesticulando con su cara, manos y cuerpo, mientras las lágrimas desbordaban por sus ojos achinados.
Una mañana papá decidió llevarme al cercano pueblo de Estanque, mandó a encaronar para mí,  una burra maltona, muy aparejada e inseparable de otra burra. Me ordenó adelantar y salí entonces de casa montado por una cuesta en zigzag. Cuando me encontraba  a unos 300 metros de la casa, la burra que se había quedado en el corral empezó a rebuznar “..Jauuuchiiii, Jauuuchiiii, Jauuuchiii...” muy acongojada de quedarse sola; al oírla la maltona  que yo montaba, paró las orejas y bruscamente dio media vuelta, no pude controlarla, a la media cuesta me lanzó sobre las piedras. Estuve tirado en el suelo, con  la cabeza rota, todo bañado en sangre cuando los peones me encontraron y me llevaron a la casa. Como recuerdo me quedó una cicatriz en el frontal derecho.

ADIOS ORORRILLO-CHICHUAJ

Meses después papá dispuso trasladarnos de Ororrillo a Chichuaj donde viviríamos de ahí en adelante en una casucha provisional de paredes de carrizo y techo de paja. Esa decisión motivó los celos de mi madre, “...por Emilia, le decía, nos sacas de la casa-hacienda para no ser visto en tus amoríos...”; papá le respondió  “...¡ Dios me libre de mujer que vive junto a un camino por donde pasan miles de viajeros !...”; sin embargo, mamá no convencida con esas explicaciones, continuó  con sus reproches por celos; en eso salió embarazada.
Los habitantes de estos pueblos tenían costumbres muy retrógradas, sus viviendas eran insalubres por la total falta de higiene, sus vestidos toscos, grotescos, fabricados por ellos mismos con lana de carnero; eran analfabetos, totalmente ignorantes. Pero en cuanto a la alimentación tenían la de mejor calidad, abundante leche, carne y frutales.
Yo iba siempre a la hacienda con papá y tenía entrada libre a la bodega donde se hallaba el depósito de cañazo y chancaca.  A pesar de la abundancia, el dueño era tacaño con sus trabajadores. Y para congraciarme con ellos, les sacaba cañazo en un recipiente que hice de carrizo, de 60 centímetros de largo, taponeado por un lado a modo de botella; también les llevaba chancaca. ¡ Cuánto me apreciaban esos peones!.
Desde Chichuayoj solicitaron a mis padres apadrinar un matrimonio, y no se hicieron de rogar. Mandaron matar un toro, decenas de gallinas, incontables cuyes, el cañazo fluía como un río, y la gente danzaba enloquecida al son del arpa y violín; toda una semana se prolongó la celebraciòn.  ¡ Cosas como estas nunca olvidaré !.
Por esa época mamá alumbró un varón y le pusieron por nombre Santiago; a los pocos meses de nacido se le abrió  una herida incurable en su clavícula que fluía pús amarillenta, que finalmente le ocasionó la muerte. Fue enterrado al frente del pueblo de Chichuaj, en la cumbre de un cerro, por donde bordea el camino al pueblo de Estanque.  Como señal se puso una cruz y dos piedras grandes recostadas una contra otra, junto a unos arbustos espinosos. Me pregunto: ¿esto fue suficiente para el retorno de nuestra familia a Ocobamba?. ¿O quizá habrían otros motivos que a mi tierna edad no podía comprender?.
Mis padres dispusieron lo necesario para la salida. Nuestra despedida de Chichuaj fue muy lastimera, porque nos habíamos encariñado con todos los hijos del pueblo. En medio de llantos y abrazos abandonamos el lugar de muchos recuerdos. Sería un poco antes de medianoche cuando emprendimos el viaje, había luna llena, buena para los  viajeros.  ¡ Adiós, Adiós Ororrillo, tierra de muchos recuerdos !


NUEVAMENTE PARIAS

Entre 9 a 10 de la mañana estuvimos en Pongo, una inmensa pampa frígida, rodeado a lo lejos por unos cerros enormes, donde habitaba un tal Medrano, habitante solitario con sus cabras, carneros, cerdos y caballos. Antes de dicha pampa, había una quebrada seca de abundante I’schu, en el que nos vimos rodeados de cientos, miles de cuyes silvestres que cazamos durante algunas horas a huarakazo limpio.
Transcurridas 5  horas más de viaje, cerca ya de Ocobamba, papá y mamá decidieron que nuestro alojamiento, definitivamente, no sería en casa de la abuela Virginia Roa. Así pues, llegamos a la casa de la pariente Gumercinda Ayvar, donde preparamos nuestras camas en el corredor.
 Agobiado por nuestra precaria situación, papá volvió a reclamar la herencia de su padre, la abuela le respondió que, como viuda, mientras viviera, tenía derecho de posesión sobre todos los bienes hasta su muerte; pero, de todos modos, le daría algo: un pedacito de terreno  junto a la propiedad de su hermana Apolonia Leyva, casada con Víctor Guillén; y más adelante, le daría una ternera en cancelación de su parte. La tal Apolonia le compró después el pedazo de terreno en 20 soles de oro.

ONGOY

Con este dinero papá viajó con mi hermano Moisés a comprar coca  a la montaña, por la ruta del pueblo de Ongoy, donde vivía mi tío abuelo Tomás Leyva, hasta ahì les acompañamos mamá y yo.
Salimos a pié de Ocobamba por el camino de QuimsaCruz, pasamos por la hacienda Mozobamba, en cuyos extensos linderos había una serie de pueblos pequeños,  todos de “propiedad”  de los Flores.
          Anocheció cuando estábamos por el extremo de la casa-hacienda. Avanzamos entonces hasta las orillas de un río cercano y por entre los árboles buscamos un claro en la parte alta; ahí nos acondicionamos para pasar la noche. Con mucha precaución, papá nos hizo  juntar  troncos y preparar una fogata, para ahuyentar a los animales feroces que pueblan el lugar. Entre 8 a 9  de la noche empezó un ventarrón,  pocos minutos después, muy cerca de nosotros oímos un gran ruido proveniente de abajo del lado del río, como si arrastraran una gran cantidad de latas encostaladas; nos pareció un huracán tumbando árboles. Papá se levantó y estuvo sentado junto a la fogata largo rato, muy pensativo, fumando su tabaco.
         A las 5 de la mañana reanudamos la caminata, 2 horas más tarde, estuvimos en medio de enormes extensiones de sembríos pertenecientes a la Hacienda Chacabamba, donde vimos un trapiche hidráulico, que impulsaba  el agua a 4 metros de altura; este lugar ya no distaba mucho de nuestro destino.
         Por fin llegamos a Ongoy.  Por el camino que va a la montaña vivía mi tío abuelo Tomás Leyva, en un  caserón de techo de teja, rodeado de servidumbre. Encontrarse con su sobrino después de mucho tiempo, lo puso muy contento.  Organizó inmediatamente el festejo ordenando  a dos mujeres a su servicio matar un chancho, para preparar chicharrones.
En una paila grande de bronce, sobre  una fogata de leña, hervía la rica carne. Yo engolosinado por el olor, daba vueltas y vueltas por la cocina, y las mujeres me daban trozos  medio crudos. Luego de atracarme con la carne grasosa me dio sed, corrí a la acequia que pasa al frente, me tiré al suelo y empecé a beber hasta cansarme. Al rato la jarana ya estaba en su punto, linda música, y mucho baile; pero mamá no tomaba trago.
A eso de las 10 u 11 de la noche,  ¡ agárrate Catalina !, me dio retorcimientos en el estómago, vómitos, diarrea; se ajetreó mamá, las señoras me dieron a tomar infusiones, me pusieron emplastos. Así estuve 2 días en cama. Más repuesto yo de mis cólicos y  también los dueños de casa, luego de la resaca, acompañamos a papá y Moisés unos kilómetros  más allá de Ongoy. Nos despedimos, ellos continuaron su viaje a la montaña, yo y mamá  nos volvimos a Ocobamba.
A los 30 días retornaron de la montaña  con su carga de coca a la espalda; vendieron sus tercios en Ocobamba.

LA  MEJOR DECISIÓN

Conforme pasaban los días, semanas, meses, estábamos más y más empobrecidos. Se nos hizo imposible reorganizarnos económicamente, desde que robaron a papá todo su capital en casa del gobernador de Andahuaylas, y de la extraña muerte de nuestras mulas de carga, boqueando espuma y sangre en los corrales; según referí antes.
Papá decidió entonces el retorno a Lampa, a nuestra querida Nahuapampa.  Pero antes fue donde su madre Cristina Roa a reclamarle algunos caballos para el viaje, de tantos animales que había dejado su difunto padre.  La vieja se puso brava, luego de tanto dime que te diré, finalmente le dio lo que ya antes le había ofrecido del saldo de la herencia: una ternera.
Viéndose abandonado y mal visto por toda su familia, que a su llegada lo recibió como un hombre próspero, y que ahora, al verlo arruinado lo rechazaba, se aferró a la desición ya tomada, ¡ volver a Lampa, a como dé lugar !. Los comentarios que yo oí entre mis padres eran de reproche, de pena y lamentaciones por las constantes  humillaciones que su propia familia les hacía sufrir. Cuando llegamos a Ocobamba con plata, cargados de mercadería y animales gozamos del respeto y admiración de todos, y ahora, perdida nuestra fortuna,  éramos poco menos que apestados. En ese momento, el  único capital con que se contaba eran: la ternerita de la herencia y nuestro querido burro Champucha  (motoso, lanudo) que habíamos traido desde Nahuapampa.
 Contrariamente a la tristeza de ellos, yo y mis hermanos no cabíamos en nuestros pellejos por tanta felicidad, “...Nahuapampallay durazno-manzana, sonjochayaita misquiikapuay, achalauuuu,  mamallai mamaaaa , taytallaytaitaaaa...”.  Desde que oímos esa noticia nos volvimos los niños más buenos, más solícitos y obedientes.


RETORNO   A  NAHUAPAMPA
         Desde Ocobamba a Zañayca y desde ahí a Lampa, cruzando la cordillera oriental, luego la cordillera central, hasta llegar a la cordillera occidental, son aproximadamente 400 kilómetros a pié. Pero ni a mí ni a mis hermanos nos pareció fatigoso. En esto nos parecíamos a las tropas de burros viajeros, que cuando salen de los pueblos, con su pesada carga sobre los lomos, marchan a trote cancino; pero cuando están de vuelta, se convierten en mulones, caballones, de trote ágil y poderoso, con las orejas y la cola enhiesta, aun cuando tuvieran sobre su lomo más carga que al salir.
¡ Qué lindo, qué entusiasmo, qué alegría, ver a nuestro volcán nevado SaraSara, en la meseta de Parinacochas, a los huertos floridos  de nuestra extrañada Nahuapampa !. Ya nos parecía sentir la brisa de sus campos susurrando, cantando con los pajarillos unas alegres huayllachas sobre las ramas de los eucaliptos y sauces; sobre las puras aguas del Huampujajamayu.
Nuestra salida de Ocobamba, como dije, fue a las 12 de la noche,  tanto porque era noche de luna, buena para el viajero, como para no dar lástima a nuestra familia, ni a la gente, por el aspecto andrajoso de nuestros vestidos, con parches y retazos de colores  sí,  pero muy limpios, así era nuestra mamá. Íbamos descalzos excepto papá que conservaba aún sus botas arequipeñas de montar, de “ cuero eterno”, según decía, orgulloso él aún en su pobreza.
Ibamos los 5 hermanos, mamá, papá, una sobrina de él llamada Clemencia y su hermano, no recuerdo su nombre, quienes compadecidos, nos acompañaron unos kilómetros. Completaban la caravana nuestro fiel Champucha, que iba cargado con toda la ropa y las camas, de tal modo que sólo se le podían ver la cabeza y sus orejas paradas; también la ternera  de la herencia que cargaba nuestro fiambre. Yo y mis hermanos marchábamos atrás muy divertidos, sin participar del dolor y sufrimiento de nuestros padres.
Nos amaneció volteando el camino por la Hacienda Mitobamba en dirección a la pampa de SaraHuarcuy. En adelante quedarían nuevamente retratados en mi retina, los innumerables árboles, ríos, manantiales, los pequeños y grandes pueblos, sus gentes; y en general todo el esplendor de la naturaleza, que anteriormente había visto en nuestro viaje de ida. Nunca más regresé a esos lugares, pero quedaron grabados en mi memoria, con los más pequeños detalles que ahora estoy contando.
Al final de la pampa inmensa, el camino se hundió en una quebrada de 150 metros de profundidad, y para ascender a la banda opuesta tuvimos que recorrer unos 300 metros  contra el poniente. En dicho lugar, según comentario de las gentes, había una guarida de bandoleros y asaltantes que robaban y mataban a los viajeros. Por fin salimos del lugar a una pampa llamada Posojoy, como era un poco tarde nos alojamos al pié de un árbol frondoso; mamá preparó un rico caldo de cebada y charqui, luego de comer preparó la cama, me dormí en medio de mis padres, yo estaba muy cansado.
¡ Qué hora sería !, cuando despertamos llovía torrencialmente, como si nos hubieran echado agua con baldes, nuestras ropas y camas estaban completamente mojadas. Así amanecimos.




UN TOCAYO GENEROSO EN POSOJOY

         El dueño de la hacienda Posojoy llamado Agustín, tocayo y amigo de papá de muchos años atrás, se había enterado de nuestra llegada al lugar, por boca de unos peones que nos habían visto muy temprano. Se acercó a nosotros reprochando, porque estando cerca de su casa, no le habíamos pedido alojamiento; papá le dijo que realmente sentía vergüenza que  nos viera así caídos en desgracia. ¡ No faltaba más !, de inmediato ordenó a sus peones trasladar nuestras cosas a su casa.
Ahí nos dieron ropa hasta que secara la nuestra, y en su conversación papá contó todas las desgracias y  sufrimientos acaecidos. Don Agustín le manifestó su comprensión, le ofreció ayuda económica, le propuso que se quedara, le daría algunas tierras, pero papá siempre orgulloso rehusó, aunque muy agradecido por su nobleza y lealtad de amigo.
Al día siguiente emprendimos viaje, con el ofrecimiento del tocayo repetido cientos de veces “...quédate Agustín trabajaremos juntos, tu experiencia, tu conocimiento de la agricultura y ganaderia nos servirá...”.   ¡ Nada ! , papá aferrado a su orgullo; bueno, un último abrazo. Salió nuestra tropa con Champucha adelante, con solo su cabeza y orejas visibles por su voluminosa carga, papá arreándolo, mamá arreando a la ternera con las provisiones; nosotros más atrás, sin importarnos la tristeza de nuestros padres, saltando y riendo felices en nuestra inocencia.


UN ALTO EN CJEÑOA

         En sentido inverso recorrimos los mismos lugares de nuestra ida. Casi al atardecer llegamos a Cjeñoa, cerca de Talavera donde vivía una prima de papá, Eugenia Leyva, quien muy gustosa nos alojó en su casa durante dos meses. El pueblo se encuentra a orillas del río Andahuaylas, afluente del río Pampas, el clima es cálido y favorece la abundancia de frutales. Abundan también las perdices, con mis primos aprendí a ser un experto cazador. Hacíamos las trampas consistentes en una caja  hecha de carrizos finos que abundan en el lugar, un palito  partido en 2 con las puntas desgastadas atadas a una pita, y en el interior el cebo de maíz ó trigo. Nos atragantamos de tantas perdices que hasta plumas nos querían salir.
Al cabo de 2 meses reanudamos el viaje  en la misma forma y con las mismas cosas que teníamos al llegar, me pregunto ¿ por qué papá no le solicitó a su prima un par de caballos?. Muy temprano nos despidió la tía Eugenia con llanto y palabras de afecto sincero.

TALAVERA Y  CJEÑOA CJEÑOA                  

Pronto estuvimos atravesando  el pueblo de Talavera;  ya lo conté  antes, sus casas, sus calles, su iglesia tienen la apariencia de orden y organización; son en su mayoría gente blanca, sus mujeres de ojos azules y cuerpos atrayentes, este es el pueblo de los famosos bandoleros de la ruta, “los sua talachos”.
Luego de éste pueblo, el camino cruza el río Andahuaylas hacia el este; los viajeros que venían en sentido contrario al ver nuestro aspecto andrajoso y miserable,  nos saludaban con lástima.
Todo el día, camine…….. y camine…….por una cuesta larguísima hasta llegar  a la cumbre de la Cordillera Central donde el frío era terrible. Seguimos avanzando y casi oscureciendo llegamos al pueblo llamado CjeñoaCJeñoa, su gente era una indiada hosca y recelosa ante los extraños. Sus viviendas eran de paredes de piedra y techo de i’schu trenzado; se dedicaban al pastoreo de llamas, ovejas y crianza de caballos, la tierra producía oca, papa, olluco, mashua. En cuanto a sus costumbres, la ratería era casi general, el que se alojaba en ese pueblo tenía que pagarle la posada al dueño, para que le cuide los animales durante la noche, de lo contrario, no los encontraba al amanecer.
Dio la casualidad  que un gendarme se alojó en la misma posada que nosotros, venía de Challhuanca a Andahuaylas, quedó muy fijo en mi memoria la forma y color de su vestimenta; pantalón color celeste; una chaqueta del mismo color, con una franja de tela roja en los lados, en el cuello, y en los puños; polainas de cuero hasta las rodillas. También tuvo que pagarle al dueño de casa para que le cuide el caballo y no se lo roben. 






LA VENGANZA DEL SUB PREFECTO

         Dentro la choza, al enterarse que papá era licenciado de la caballería del Ejército del cuartel de Santa Catalina, entabló conversación muy animada. Entre las muchas aventuras e historias que contó el gendarme,  una quedó grabada en mi mente; dice :
Cierta ocasión, la gente del mismo pueblo en que nos alojábamos asaltó a un Sub-prefecto. El hombre y su esposa regresaban de una visita de amistad cumplida en Challhuanca. En determinado momento sus cabalgaduras habían avanzado muy rápido, dejando  atrás al grupo de gendarmes que les prestaban seguridad. Al pasar por este lugar peligroso, sin tomar las precauciones del caso, pensó. “...Soy autoridad y me respetarán...”. Para su desgracia fueron rodeados por  indígenas armados de warakas ( hondas tejidas de lana); los bajaron del caballo, les quitaron los zapatos y los hicieron bailar sobre espinas lanudas que crecen en esas Cordilleras. Les decían “ Jam Andahuaylaman Sobprifictotas camquichik aja?, ñojaicoja  sobprifictotas caniqum cay llajtapi” (  Aja ¡, eres sub-prefecto de Andahuaylas no?, nosotros lo somos de este lugar). Consumada la violación de la esposa y cuando se aprestaban a victimarlos, apareció recién la escolta de gendarmes. La indiada desapareció como por encanto por los escarpados del lugar, y la pareja y los gendarmes continuaron muy dolidos el viaje.
Después de un tiempo el Subprefecto tomó su venganza en la forma siguiente:
Envió a un peón arreando 2 burros cargados de barriles de aguardiente envenenado, con su respectivo canuto para tomarlo con facilidad. Llegado al lugar, como era de esperarse, lo rodearon los asaltantes y amenazaron con matarlo sino entregaba la carga. Sin oponer resistencia alguna, el hombre descargó de inmediato los barriles y se arrodilló rogándoles le perdonaran la vida.  Aprovechando el descuido y la euforia de los ladrones por el rico cañazo que bebían hasta hartarse, se alejó rápidamente.
Desde una distancia prudencial observó que conforme tomaban el trago los indígenas, por el efecto del veneno, saltaban enloquecidos, se golpeaban entre sí como ratas e iban cayendo al suelo……………
En este punto de la historia yo me quedé dormido.
Precisamente al día siguiente, 3 horas después de nuestra salida, pasamos por el lugar de la historia del gendarme. Era una quebrada de un kilómetro y medio de ancho. Indígenas a caballo nos estaban rondando a la distancia. Ascendimos hacia una cumbre de 4,000 m.s.n.m, en fila india con nuestro Champucha y la Ternera por delante. Ya nos conocían en ese pueblo como unos pobres infelices, entonces asaltos no podían haber.
En la parte alta, poco antes de entrar a la meseta, observamos amontonados los huesos blanquecinos de inocentes asesinados por esa indiada, viajeros confiados que nunca más retornaron al lado de sus seres queridos.


LA PAMPA DE SACRAMENTO

         Entramos a la inmensa pampa de Sacramento. Todo el santo día sólo tierra y cielo a la vista. A las 7 de la noche, los picachos más altos todavía estaban con sol.
Ya conté antes que la pampa está cubierta de t’ayas, pasto silvestre de corteza dura; casi al final habìa 3 sillones de piedra, una grande, una mediana y otra chica; el sillón grande es muy diferente a los otros dos, pues hacia  delante, hay un bloque de piedra a modo de  “ piecera”. Los moradores de los pueblos próximos decían que cuando  los Incas viajaban con su comitiva de Cuzco a Cajamarca, este era su lugar de descanso.
A 2 kilómetros de distancia, al pié del cerro Roncojocha, había un tambo o posada para los viajeros, en el cual nos alojamos esa noche. El lugar tenía cerco de piedra de una sola pieza, de unos 40 metros de largo por 12 metros de ancho y 1 metro de altura; sobre esta construcción los españoles colocaron  bloques de cal y piedra y lo convirtieron en posada. Instalados en el lugar papá observó que abundaban las vizcachas, persiguió una que se escondió en un hueco, como era tierra porosa escarbó con facilidad y logró atraparlo; comimos en la cena un guiso de vizcacha.
Durante la noche cayó nieve, y el frío se hizo insoportable en este lugar.






ZAÑAYCA

         Apenas amaneció reanudamos el viaje por una pesada cuesta. 3 horas después, desde la cumbre más alta, avistamos la silueta del pueblo de Zañayca, nuestra primera meta.
Al final de nuestro descenso atravesamos las extensas tierras de la hacienda Rajita, propiedad de don Arturo Carrillo, y  a eso de las 5 de la tarde entramos al pueblo.
Las personas con quienes topábamos nos miraban sorprendidos de nuestro aspecto, muchos de ellos con lágrimas en los ojos, con palabras de conmiseración. ¡ Claro !, parecíamos una caravana de pordioseros         ( no, pordioseros no, porque nunca pedimos limosna, papá era muy orgulloso ).
 Don Cornelio Canales y su esposa Laura estaban en su puerta cuando pasamos con nuestro aspecto de viajeros famélicos, descalzos, con nuestras ropas parchadas con telas de diferentes colores, mi mamá embarazada, próxima al alumbramiento. La mujer rompió a llorar, el esposo inquirió sobre lo ocurrido; manifestaron ambos su pena y preocupación, hicieron ofrecimientos “...aquí tienes tu casa Agustín, hasta cuando quieran, dispongan  de lo que hay...Natividad aquí está la llave..”
Era cierto, la casa estaba llena de trigo, maíz, papa y no recuerdo qué más.
Enterados de nuestra llegada don Arturo Carrillo y el Señor Icochea, también terratenientes del lugar y grandes amigos de papá, organizaron una jarana para festejar la llegada de la familia Leyva  “en desgracia”, con arpa y violín, con un gran banquete, durante una semana.
Eran aproximadamente los primeros meses del año 1,911.
Zañayca  tiene una geografía accidentada, circundada por cerros que se dirigen hacia la salida del sol. Su amplia plaza central está rodeada de los locales de la Iglesia, Gobernación y Juzgado, y sus calles de pendiente inclinada se despliegan hacia la cumbre del cerro. Desde una loma cercana se avistan al frente, separados por un río en lo hondo de una quebrada, los pueblos de Soraya, Toraya, Utco y las alturas de Challhuanca. Su gente era muy hospitalaria con los forasteros
Por este tiempo comenzó la siembra de maíz en trabajo comunal ó minga, igual que para el cospeo o deshierbe, y para el aporque o reforzamiento de tierra al tallo  que se desarrolla de la manera siguiente:
Los vecinos invitados pasamos por la casa del dueño del trabajo a tomar un buen jarro de Acja (chicha de maíz que se hierve con un trozo de charqui chancado), cada uno con su herramienta al brazo, igual yo y papá  pegados a la colada. Luego salimos a la chacra, todos los hombres, colocados en fila desde el extremo del terreno, brindaron con el dueño con un vaso de cañazo ó acja, según gusten; a un lado los músicos con su quena y tinya, y las cantoras. La quena, se sabe, es de carrizo, al que se le han hecho los orificios de las notas, con clavos de fierro candente, también lo hacen de hueso de cóndor; y la tinya es un bombo pequeño de piel de panza de carnero, que el músico toca con su mano izquierda y con la derecha golpea el cuero con un palito, suena así “ tin tin tin tin “ , y al otro lado en la base, cruzado con una pita  de extremo a extremo, suena   “tar tar taar, taar”.
Al compás de la música las señoras dedicaron sus canciones al dueño del trabajo, entre ellas recuerdo el famoso Harawe, halagando los hechos ocurridos entre ellos; decía:
“....alle runa mamachaja, taytachaja, rejsesjanmi camqui, sumaj sonjo, llapa runasimiquipaj”, termina “...wawayaaaaaaa...” con unos gritos guturales al final. En castellano dice: “ Eres buen hombre reconocido por toda la gente, amable, sensible y buscas siempre el bien para tu prójimo”.
A eso de las 2 de la tarde llegó la caravana de mujeres cargando toda clase de comida y bebidas. Se ubicaron a un lado de la obra, limpiaron el suelo con hierbas y tendieron los manteles blanquísimos donde echaron el mote, la cancha, la carne, las papas y los cuyes, y nosllamaron para darle buena cuenta. Al rato continuó la faena y a eso de las 5 de la tarde ya todos los faenantes  estaban muy alegres. Así se hacía durante todo el mes de octubre en todas  las chacras.
Próximos ya a febrero, la población en general empieza los preparativos para los carnavales. Las costumbres de Zañaica son muy distintas a las de mi pueblo. Aquí se juntan en grupos de aproximadamente 20, entre hombres y mujeres, ellos provistos de Warakas y quenas, ellas con la Tinya que describí enantes. Van por las calles del pueblo danzando y cantando al son de la música, y  los distintos grupos se van ubicando en la plaza principal. De cada grupo sale una pareja de varones que se ubica al centro con los pies juntos y se dan 12 golpes de Waraka en cuyo extremo tiene atado un pedazo de madera. Sucesivamente lo hacen los demás, recibiendo los golpes sin moverse ni mostrar dolor, queriendo expresar de esta manera su valor. Las mujeres continúan cantando y bailando en derredor. Al final los hombres terminan molidos y enfermos por los golpes y por el trago.
Los habitantes de los pueblos que llegué a conocer se ocupan del pastoreo y crianza del ganado vacuno, lanar, caprino, caballar, porcino, crían cuyes, conejos, aves de corral. Con igual empeño se dedican a la agricultura, al cultivo del maíz, del trigo, la cebada, las habas, quinua, papa, mashua. En el campo de la industria, tejen artesanalmente ponchos, bayetas, fabrican sombreros de lana, zapatos  de cuero, platos, ollas, cántaros, jarras, tanto de barro cocido como de madera, de éste material hacen las hormas para zapatos y sombreros.
Las casas están construidas de adobe, con techos de paja de cebada, y también del i’schu que traen de las alturas; otros techan con tejas.
Las tejas las fabrican los maestros tejeros con barro, cocido en unos hornos calentados con chamiza, plantas chicas y bosta (guano de vaca) que juntan en gran cantidad, por talegas. La tierra que utilizan para hacer las tejas es de arcilla  roja y ligosa, del cual hacen una masa dentro de un pozo, donde los peones lo pisan dando vueltas constantemente hasta dejarlo uniforme y brillante. Esta es la fase de mezcla y fermentación. Para el proceso de modelado, otro grupo de peones toman la masa de barro en unos recipientes, y lo llevan donde el maestro tejero que tiene junto a sí un tablero inclinado. Con un rodillo y molde de acero de 70 centímetros de largo, por 40 centímetros de ancho y un espesor de 5 centímetros, empieza a darle forma a la teja. 4 muchachitos reciben las tejas  frescas y moldeadas, en unos galápagos de madera especiales, sujetando el mango con la mano derecha, y con la izquierda la parte acanalada,  y los  llevan a un tendal, que es una pampa preparada cuidadosamente. Para alentar a sus peones, el maestro principal los guapea con voz muy fuerte, así “...Riy Riy  majtito...riy riy majtito...” (corre, corre, muchachito); de tal modo que los ayudantes corren  “ a la ganagana ”.

Un segundo maestro que está en un tendal o pampón, los va sacando del galápago los acomoda paraditas, dejando un espacio entre ellas, y sobre las tejas, que se cuentan por miles, echa la bosta y la chamiza, y les prende fuego  hasta que las tejas tomen un color rojizo; señal de su resistencia al clima.
Aún sin contar con maquinarias, a pesar de la oposición de los terratenientes usurpadores de las tierras comunales, sólo con improvisadas herramientas rústicas, los pobladores se iban superando paulatinamente. La Religión en vez de humanizar las costumbres de los dominadores, fue instrumento de los gamonales, para embrutecernos más. Los curas con sus prédicas tenían atemorizada a la población, decían que el estudio no era necesario para las mujeres. El pueblo repetía que sólo para escribir cartitas a sus enamorados les serviría la escuela, y con esa estúpida idea les privaban de sus derechos. Decían los tayta curas que había que respetar la autoridad y al amo todopoderoso, a quienes Dios les había premiado con la abundancia y la riqueza, y eran esos los altos y misteriosos designios de Nuestro Señor. Así, nosotros, casi el 100 por ciento de la población éramos analfabetos; carnaza de estos zánganos.




FIESTA PATRONAL EN ZAÑAYCA

La Virgen Candelaria, patrona de Zañayca, es homenajeada cada año con una gran fiesta. 2 meses antes, los hombres más experimentados se dirigen  a los picachos más altos a atrapar cóndores, águilas, cernícalos, y los traen al pueblo donde son cuidados y alimentados hasta el día fijado. Para atraparlos excavan una zanja de 2 metros de profundidad, y la camuflan con una tarima de ramas entretejidas. Sobre ella ponen un carnero recientemente sacrificado, oloroso a sangre fresca, atado con una soga de nudo corredizo.  2 hombres, escondidos dentro de la zanja, sujetando un extremo de la soga, esperan a la presa. Cuando atrapan al condor, les amarran las alas, las garras, y el pico  y los cargan hasta el pueblo. En cierta ocasión, unos cazadores habían atado mal a uno de los cóndores, y en el momento  que lo levantaban arrancó a  picotazos el labio inferior de uno de ellos
Llegado el día de la fiesta, el capitán general se encarga de la comida y bebida para el pueblo; el capitán de plaza se encarga de la corrida de toros; y, el capitán de chamiza se encarga de traer en burros, enormes cargas  de ramas de chamiza olorosa, para incendiarlas en la víspera en la plaza principal. Todo al son de la quena, la tinya y el canto de las mujeres. El día principal se celebra una misa con la concurrencia de  autoridades y la población en general, luego sale la procesión de la Virgen con el “ tayta” cura por delante.
El siguiente día de la corrida, sacan a los cóndores y los amarran con una correa de cuero sobre el lomo de los toros bravos. Sueltos en la plaza los toros, corretean enloquecidos por los picotones y aleteos de las aves carniceras.
Luego, entran los toreros espontáneos, “borrachos hasta el cien”, poncho en mano, botella de aguardiente en el bolsillo, con sus cachetes hinchados y sus labios verdes por el “chaccheo” de coca. Los cuernos de los toros hacen una masacre general, y convierte a esos borrachos en  héroes magullados,levantados en hombro por la muchedumbre: que danza al son de la tinya y la quena, y también al son de su propio furor y alegría.   
Al día siguiente, se reúne nuevamente el pueblo al son de los cánticos y de la música. La algarabía, el griterío es total, porque se trata  del “ despacho ” de los verdaderos héroes de la fiesta : los cóndores. Les dan de tomar cañazo y chicha; les ponen de fiambre una jugosa pierna de  carnero, una botella de cañazo, flores, coca, cigarro, que ellos ni siquiera miran, luego los sueltan. Con pasos vacilantes, atontados por su propio cansancio, y por el bullicio y  acoso de la muchedumbre,  finalmente alzan el vuelo, torpes al inicio, luego, ágiles y majestuosos con sus alas extendidas desaparecen detrás de las cumbres que bordean Zañayca.


UNA ZAÑAYQUINA

También tuve la oportunidad de aventurar a los pueblos de Soraya, Toraya, Utco y Challhuanca, que no distan mucho de Zañayca. Estos pueblos tienen mejor trazo de sus calles, sus plazas, sus casas bien construidas de adobes con techos de tejas, muy buenas escuelas; la gente en su mayoría blanca, habla castellano muy regularmente - aunque a mí en esa época me parecía perfecto - hay grandes chacras, abundante challhua en los ríos, y la gente es muy hospitalaria con los forasteros.
Como dije, mamá estaba embarazada y se enfermó entre el mes de febrero y marzo de 1,920. Al nacer mi hermana Faustina, sus padrinos, Cornelio Canales y esposa doña Laura,  hicieron una fiesta de bautizo  a lo grande con la asistencia de sus amistades y familiares.
Apenas cumplidos los compromisos sociales, papá decidió continuar el viaje con la familia hacia Lampa. Los compadres aconsejaron que mamá se quede por un tiempo para restablecerse de su reciente alumbramiento, no se oponían a su  determinación de partir, pero debía ir primero papá con uno de sus hijos, a manera de ver el ambiente y el temperamento de las personas con quienes pensaba rehabilitar su fortuna y su porvenir.
Al cabo de unos días papá dijo, “ esta noche partimos a Lampa con Narciso”,  yo que era muy apegado a las faldas de mamá, mal que me pese, tenía que obedecer. No fue esa ocasión, sino 2 días después que papá alistó 2 caballos para nuestro viaje. Serían 3 de la tarde cuando nos despedimos; para mí, cuando mamá me abrazó en la despedida, era un adiós final, un adiós de muerte, tanto fuè mi dolor que tuve ganas de llorar y quedarme, pero ante la mirada severa de papá, me aguanté la pena.


LLEGADA A NAHUAPAMPA

         Cabalgamos todo el resto del día; gran parte de la noche con luna; luego el día siguiente, parte de la noche de aquél día; y al amanecer llegamos a Wataca. Ahí nos esperaban abuelo Juan de Lino y la tía abuela Tomasa; ¡ qué felicidad !, nos acercábamos a mi extrañada Nahuapampa.
En el pueblo, instalados ya en nuestra casa, a medio atardecer se fue papá a Huancarire a entrevistarse con don Pedro Vidal Cuadra. Al parecer, a él y su esposa les alegró su regreso y lo  aceptaron, porque al segundo día papá regresó  a Zañayca a traer al resto de los viajeros. A la semana siguiente nos trasladamos a Huancarire; por supuesto ya no desastrados y miserables, con sólo Champucha  y la ternera; sino con caballos  y  una mula  de  montar que le había dado  su protector don Pedro.
Nuevamente mi padre asumió la administración de la hacienda, que no estaba como antes, había merma de reses, pocos carneros, mucha tierra sin cultivar, casi al borde de la quiebra, si puede decirse así, por la falta de una mano diestra en su conducción. En medio de esta situación difícil, papá hizo revivir el verdor de los cajones de alfalfa e incrementó al poco tiempo el ganado, aunque se notaban muy lentos los cambios. Al parecer se encontraba moralmente afectado por los últimos acontecimientos, no tenía el dinamismo  de  antes.
Ante la escasez de víveres para nuestra familia, papá fue al pueblo de Cjascjara a prestar un capital de dinero a don Florencio Evangelista y recibir en anticresis sus chacras de Patare, para sembrar menestras por un tiempo determinado, en compensación de los intereses


CON MOISÉS EN PATARE

En la época de cosecha papá nos mandó a Moisés y a mí donde el tal Florencio, al lugar de Patare. Dista 4 kilómetros de Cjascjara, y está situada al pié de los picachos más altos cubiertos de hielo, frente al pueblo de Saurejay.
En Patare, estaban prestas a la cosecha grandes extensiones de maíz, habas, papa, verduras. A nuestra llegada Moisés magnetizó la atención  de las muchachas y jóvenes del pueblo  al ejecutar en su rondín las más lindas melodías de cantar, bailar y tambien de llorar. Acordaron entonces festejar la llegada, sorteándose por grupos para comprar cañazo, y preparar la comida y bebida. A las 7 de la noche estuvo todo preparado y entre copa y copa cantaron y bailaron los jóvenes y muchachas; comimos carne, habas, y chocolate con cancha en grandes cantidades. Moisés fue halagado toda la noche por las buenamoza; yo me había quedado dormido en lo mejor de la fiesta y desperté recién a las 8 de la mañana.
Estuvimos en el lugar casi 2 meses, durante todo ese tiempo Moisés fue apreciado por las muchachas y por sus padres, yo también me gané la estimación como hermano menor.
En las noches a la claridad de la luna, los jóvenes con las muchachas dentro el maizal correteaban inventando juegos en distintas formas. A lo lejos destacaban los picachos nevados iluminados de plata, el murmullo del viento por entre los sauces, se mezclaba con el chillido de los grillos y la luz de las ninak’aras( cigarras). Al amanecer la algarabía y trino  de las avecillas, cantaban la alegría del mundo por los rayos del sol reflejados en las aguas  del río. Acompañaban el canto, el bufido de los toros, el balido de los carneros, el relincho de los caballos el rebuzno de los  burros “ ...Jauuuchi, Jauuuchi, Jauuuchiiiiii..”.
 Era época de cosecha y se veía una hormiguera de animales en medio del verdor de las hierbas y el rastrojo.

ABANDONO DEFINITIVO DE HUANCARIRE

         Desde que  retornamos a Huancarire, noté a papá sin la motivación ni entusiasmo de antes, a pesar de toda las facilidades que le daba don Pedro con afán de rehabilitarlo del fracaso que sufrió en Ocobamba.
Al poco tiempo se rehusó a  trabajar en la hacienda, aduciendo que era una vida esclavizada, año tras año, teniendo a la mano todo: tierras, ganado, pastos, peones a su mando, pero que no le pertenecían. Dijo,     “ ...pues es mejor que nos radiquemos en Nahuapampa, de esa manera podré ocuparme  todo el día en trabajar en lo de nosotros, y así mejorar nuestra propia situación económica, que tanta falta nos hace...”.
Así fue que, abuelo Juan de Lino nos dio el terreno llamado Tomacucho, donde construimos nuestra vivienda de paredes de carrizo, con techo de cortadera, y el taller de zapatería donde papá empezó a fabricar hormas de zapato y cucharas de madera, llegando a  perfeccionarse en el arte de aparar cueros para calzado.


GANADERO INDEPENDIENTE

Enterado don Adolfo García, conocido como “Popote” (ombligudo), que papá ya no estaba con don Pedro, le propuso trabajar  en sociedad en el negocio de reses, lo cual aceptó de inmediato.
Al tercer día emprendimos viaje a Zañayca donde compraron 70 reses y contrataron 2 peones para el arrieraje. El viaje de regreso con el ganado nos tomó fatigosas jornadas a través de la cordillera, pernoctamos en el pueblo de Misti al caernos la noche. A la mañana siguiente muy temprano, continuamos la caminata.
Debido al frío terrible de esos lugares, papá me habia abrigado con su poncho de algodón recién tejido por mi madre. Al pasar por zonas más bajas y cálidas me quité el poncho y lo atravesé en las ancas de mi cabalgadura; veníamos al galope para cruzar la altura de Zaycata  antes del amanecer. Resultó entonces que, muy cerca de la cueva de LlicauMachay, papá se acordó del poncho, ¡ sabe Dios, dónde se me habría caído !. Luego de regañarme duramente fue en su busca; nos alcanzó recién a eso de las 3 ó 4 de la tarde, cuando ya habíamos cruzado las alturas de Zaycata, venía renegando por el atraso.
Empezó a oscurecer el cielo, las nubes negras se revolvieron entre sí velozmente, chispearon los relámpagos, tronó terriblemente, y el aguacero se desató torrencialmente. Hacia nuestra izquierda a unos 200 metros por el lado de unos cerros, reventó un rayo sobre una peña maciza; con estruendo, los caballos y los toros cayeron asustados al suelo; por los aires se esparció un olor a pólvora. Inesperadamente, comenzó a caer la nieve cubriendo con su manto toda la corteza terráquea visible. Casi oscuro ya, tanteando el camino, dimos con un corralón de piedras donde encerramos a los animales. Frente nuestro, a unos 30 metros había una piedra grande con su borde superior inclinado ligeramente hacia delante, ahí nos guarecimos para pasar la noche. Hicimos fogata con ramas de t’alla, abundante en esas alturas; su color verde aparenta humedad, sin embargo por su grasa interior arde como si fuera seca. No sufrimos por agua, metimos hielo a la olla, una vez descongelado y hervido le metimos café, los adultos lo sazonaron con cañazo, y quedó muy aliviada la situación.
 Al siguiente día salimos apenas despuntó el sol, y al tercer día de caminata llegamos a Lampa. Este fue el último viaje de mi padre con reses. Después de vender las que le tocaron, ya no quiso trabajar más con  “Popote” García. Por este tiempo cada toro costaba 15 soles de oro, ya había subido el valor del ganado.



UN ENCUENTRO CASI FATAL

         Como teníamos poco terreno para sembrar, a fin  de asegurar la despensa de la familia, papá tomó en anticresis el terreno de cultivo de don Bruno Villegas de Pomacocha, por 150 soles de oro, con su compromiso de entregarnos, por los intereses del capital, 40 sacos de menestras por cosecha.
Cierta ocasión, estando muy próximo el tiempo de la cosecha, papá me ordenó ir a Pomacocha a saber con exactitud la fecha del recojo de los productos. A las 5 de la mañana salí de Nahuapampa montado en mi burro Champucha, el regalón de la familia. El camino va por la quebrada de JaraJara, Marcabamba, cruza el torrentoso HuancaHuanca, sube la cuesta para llegar a Llamojpampa; de ahí entra  al pueblo de Colta, y asciende por la cuesta de Sonjota. Desde este lugar se divisan los picachos de la cordillera occidental como el SaraSara, VacaRumi, AcjoPampa, T’anzaPura, JochaJocha; hacia el sur, la cumbre del AuquiHuato; hacia el este los pueblos de Pojpoja, Chichipampa, las alturas de Oyolo, Tajtanja, Corculla, Sayla, Sayna.
Los 50 kilómetros que dista desde Nahuapampa a Pomacocha, los cabalgué en mi burro sin novedad alguna.  Llegué al mediodía a casa de don Bruno, le expuse el motivo de mi venida, y mi urgencia de volver inmediatamente a casa. Él y su esposa se opusieron, pretextando que ya era muy tarde...que Nahuapampa estaba muy lejos para salir a ésa hora...que mejor me quede hasta el día siguiente. Fugazmente imaginé a mamá muy preocupada por mi tardanza, me ganaron las lágrimas. Al verme  todo lloroso se disuadieron  “...bueno hijo te irás hoy mismo...”. Me prepararon una pequeña carguita, me sirvieron mi almuerzo y a las 3 de la tarde, montado sobre mi Champucha, salí  camino a  casa. Ahora sí, imaginé a mamá  sonriente, muy contenta.
Casi una hora después me encontraba en Sonjota; más adelante en  Chichipampa, de clima frígido en donde preparan el chuño. Su proceso es muy sencillo: durante varios días dejan a la intemperie gran cantidad de papas para deshidratarlo con el rigor del sol y de la helada. Luego de lavarlos quedan  muy blanquitos, listos para ser transportado a lomo de llama, auquénido muy privilegiado en este lugar.
Una hora más, ya  estuve  en Colta, en cuyos cerros circundantes empezaron a aparecer las primeras sombras de la tarde. En Llamojpampa estuve  a las 6 de la tarde.  En Vilcar  a las 7 de la noche. Desde la subida de HuancaHuanca hasta Marcabamba, serían 8 de la noche. El pueblo estaba silencioso, los cascos de mi burro resonaron livianos sobre el empedrado de la calle “...tacas, tacas, tacas, tacas...”.
En Pfotongo, donde empieza la bajada a la quebrada de Jarajara, oí voces de muchachos, risas, gritos, que provenían del frente, como si estuvieran jugando; pensé que serían los hijos de don Fernan Falcón, pues tienen su casa en lo alto  de la cuesta.
Conforme fui descendiendo ya no escuché el bullicio y todo quedó nuevamente en silencio; la noche se hizo más cerrada por la sombra de los árboles y matorrales. Me encontraba en la parte honda, sorteando los madejas de agua que discurren por la quebrada de Jarajara hacia el torrentoso HuancaHuanca, cuando oí nuevamente otro griterío, desde la parte alta de la cuesta; creí entonces, con mayor seguridad,  que eran los  muchachos que jugaban. Toda la cuesta empinada tiene 7 curvas, al subir la primera curva mi  burro empezó a agitar sus orejas, segunda curva…. tercera…… cuarta…..quinta…… sexta . Al dar la sétima y última curva el camino se hizo horizontal. A mi izquierda quedaron entonces unos sembríos de maíz, circundados por retorcidos molles y altos eucaliptos; y a mi derecha un terreno eriazo con matas de yaretas y peras, cercano  al panteón de Nahuapampa. En este lugar vi la silueta de una persona que caminaba en dirección a Lampa, apuré mi cabalgadura para acompañarnos lo poco que me restaba del camino, hasta la quebrada de Huampucjacja. Cuando estuve a punto de alcanzarlo, noté que el bulto se detuvo 50 metros antes del grupo de casas, intimidado al parecer, por el vocerío de la gente y la luz de los lamparines. Apuré entonces mi cabalgadura y lo alcanzamos justo en el callejón de entrada de las chacras de Iquicha y Patasuyo. Mi burro se resistió a  pasar, le tiré un riendazo, dio un salto y avanzó arrimándose al lado izquierdo; el bulto se arrimó hacia la derecha.  La luna llena reflejaba su luz desde lo alto de los cerros de Llamojpampa. En ese momento lo vi, parado justo al pié del molle; su cucurucho o caperuza, estaba inclinado por la presión de las ramas, dejando ver parte del rostro pálido, tenía las manos cruzadas sobre el pecho, su hábito todo negro, los cordones colgando disparejos hacia la rodilla izquierda, sus pies descalzos.Parecia prendido de espaldas a la piedra grande, flotando a unos 30 centímetros del suelo. Los pelos se me pusieron de punta, mi cuerpo se estremeció, pero no caí, pues por instinto me aferré  fuertemente de la reata de mi cabalgadura.
En tal estado pasé  por delante de la casa de doña Virginia Dueñas. Se encontraban don José Hoyos con su mandolina, Jorge Falcón con charango, Lázaro Franco, José Miranda varias muchachas cantaban. Estaban reunidos para una Minga,  ó trabajo por trabajo, de  hilado de lana de oveja,  para la confección de ponchos; pues estaba muy próxima la Feria de Lampa. Para esta actividad,la dueña prepara Lacaotiape             ( mazamorra de calabaza ), duraznoape (mazamorra de durazno) y cada hembra tiene que hilar con su Pushka 3 libras de lana, sus enamorados ó familiares llevan la música.
Uno de ellos agarró mi burro del pescuezo, me preguntó de donde venía, yo no podía hablar, ¡ cuál sería mi semblante !, al no contestar, otro  le dio un puntapié a mi burro diciendo “...este Narciso debe estar borracho...”; me soltaron. De ahí no recuerdo nada. De ese lugar de la reunión, llamado TrancaPata, el camino sigue por LimonPampa, LomaPata, donde están las casas de Froylan Falcón, de don Lázaro Falcón, de doña Manunga; en HigosPampa, sigue por la puerta de Mateo Portugal, de don  Felipe Enciso en Wayjopampa, y toda la subida hasta el molino de don Fidel Acuña, Q’etayacu y por el callejón hasta la puerta de mi casa.
Todo este trayecto después de las 6 de la tarde queda en silencio, pues la gente se recoge muy temprano. En esta ocasión sería 9 de la noche. No me explico cómo, siendo el camino tan accidentado, me mantuve aferrado sobre el burro sin caerme. El caso es que mamá estuvo despierta esperándome, sabía bien que yo no me quedaba jamás en casa ajena, por tal razón oyó cuando mi burro tropezó a la entrada, y tambien, cuando mi cuerpo cayó al suelo con un golpe seco. Se levantó de la cama rápidamente y me encontró tirado inconsciente en el suelo, echando espuma por la boca. Todas las curanderas del pueblo fueron convocadas en mi auxilio y me sometieron a un tratamiento con yerbas, sahumerios, rezos y todos los secretos que solo ellas saben. Estuve varios días en cama, poco a poco fui recobrando mis sentidos, y  recordé lo sucedido tal como estoy contando.


UN VIAJE CON DONATO

Papá siguió trabajando duro en la fabricación de zapatos, también en la chacra, aunque ya en menor escala; además siempre conservaba su inversión de dinero en Pomacocha, por eso fuimos allá en época de cosecha y trajimos gran cantidad de maíz, papa y habas. Como no habíamos llevado suficientes animales, contratamos a los llameros de carga, con los cuales regresamos a Nahuapampa al frente de una  tropa de altivas y coloridas llamas.
Papá fue muy querido por los pobladores de Pomacocha. Aquí si puedo precisar lo ocurrido, fueron los primeros meses del año 1,922         Primo Donato Flores oía muy gustoso el relato de los viajes y aventuras de papá, escuchaba con suma atención los nombres de pueblos desconocidos para él, Zañayca, Challhuanca, CjeñoaCjeñoa, Ororrillo etc. etc. y le decía “...¿ cuándo me llevarás por esos lugares Agustín?...” ; “...si estás dispuesto a viajar, salimos los primeros días de octubre...”, “...¿ es cierto?...”, papá le respondió muy serio “...yo determino al instante y soy de una sola palabra...”.
Llegado el día,  el preparativo se hizo con suma rapidez. Los 5 burros de carga, más Champucha y la yegua de montar de papá, estuvieron rápidamente aparejados. Eran 4 días de camino que nos tomarìa cruzar la cordillera central, por la misma ruta que en nuestro anterior viaje, cuando yo era muy niño, nos condujo a  Ocobamba, pero esta vez yo contaba con unos años más.
Nuestra salida fue a eso de las 4 de la tarde, caminamos toda la noche, todo el día siguiente, hasta muy entrada la noche subsiguiente. El camino va por el borde del río HuancaHuanca hasta el pueblo de Callpamayo, y continúa bordeando los macizos de la cordillera, ahí acampamos. Ni bien habíamos cerrado nuestros ojos, papá nos despertó para avanzar, precavido de evitar las lluvias torrenciales que empiezan muy temprano en estas alturas. Desde un pequeño pueblo caminamos medio kilómetro y pasamos al margen derecho del río; todo era subida, ya estábamos casi a la mitad de la cuesta, en eso nos cayó la lluvia como si nos echaran baldes con agua. Pasó un poco, luego empezó la nevada. En pocos minutos todo el camino, las hierbas, las piedras grandes y las pequeñas fueron enterradas bajo un manto blanco. Papá,  muy conocedor de los caminos y de los cerros, se puso adelante para guiarnos, jalando su yegua de montar, atrás los burros de carga, luego Champucha, yo, los peones y Donato.
Bajo su guía y dirección desde las 5 de la mañana, todo el santo día,  ¡ camine... y  camine...!  Aproximadamente a las 5 y 30 de la tarde llegamos a un pequeño caserío de 10 casas. Solicitamos albergue en una de ellas, nos negaron aduciendo que no tenían sitio. Ante esta negativa, papá alzó la rienda amenazando al indio dueño de casa, y antes que le flagelara, dijo muy sumiso “...Amayqui taytay, ama majawaycho, samacocoy.. ”; es decir, alójate papá pero no me castigues. Inmediatamente nos acomodó junto a la tullpa, que ardía con combustible de boñiga de llama y ramas de t’ayas que crecen en las alturas, nos preparó un caldo de cebada con chuño. Al final papá fue generoso con el hombre, le pagó todo.
Las casitas son bajas de altura, con paredes de piedras superpuestas y techos de i’schu, en forma de cono, sin ventanas, completamente cerradas excepto la puerta rústica de entrada. Nosotros estuvimos muy bien acomodados, en cambio los animales se quedaron en el corral con toda su carona puesta, junto con las llamas.
Mientras tomábamos el rico caldo, mi primo Donato entabló la conversación con el dueño de casa y le preguntó el motivo por el cual no querían darnos alojamiento, exhalò un suspiro y dijo “...ay taytay jamcunajà casjanquichik alle alle huiracjocha...” ( ay padres míos Uds. si  son señores bondadosos y de respeto). Contó que les habían ocurrido cosas muy dolorosas; por la soledad del caserío los viajeros abusaban de ellos, cometían violaciones y muchos otros vejámenes, lo cual sembró en ellos la desconfianza y recelo ante los extraños. Pero nosotros nos llegamos a ganar  su buena voluntad, antes de partir nos regaló una pierna de llama para nuestro  fiambre  que se conoce como Pauca. Su proceso de preparación es la siguiente: luego de sacrificada la llama, cortan las piernas y la dejan sobre una tarima de palos y ramas que cuelgan sobre la tullpa, previamente condimentada con sal y yerbas aromáticas que sólo ellos conocen. Esta tarima, que se encuentra  a unos 70 u 80 centímetros de la tullpa, permite que la carne se ahume paulatinamente con el vapor de las diversas comidas que van preparando en esa cocinita de piedra; ¡ sí que  es muy rico !.
En cuanto a los habitantes, llevan una vida muy abandonada, cien por ciento analfabetos, no conocen la higiene, sus habitaciones, a causa del excesivo frío, no tienen ventanas ni iluminación y son completamente reducidos; sus vestidos los hacían ellos mismos con lana de sus ovejas. Bueno, en resumen resultaron ser muy buenos con nosotros.    


NEVADA EN LAS ALTURAS

         Al amanecer salimos de la choza y encontramos que todo,  plantas, piedras y cerros, estaban cubiertas por un manto blanco que nos impedía  mirar. A mí, particularmente, el reflejo de la nieve hirió mis ojos y me afectó mucho de ahí para siempre. Los animales habían amanecido parados sobre el hielo.
Emprendimos la caminata, papá tomó la delantera. Con un palo a modo de bastón, tentaba la superficie y se orientaba bien por el camino, peligroso a causa de la tierra movediza y fangosa cubierta por la nieve. Un movimiento en falso y, en un abrir y cerrar de ojos, la tierra podía tragarse a los animales con carga y todo.
Todo el día caminamos sobre la nieve, cruzamos por las cumbres más altas de Zaycata, para luego descender. Recién pudimos pisar tierra seca a eso de las 3 ó 4 de la tarde, cerca de la pampa de Angostura, en el sitio llamado Llicaumachay. Pero encontrándonos a escasos metros del final del manto de nieve, los animales no pudieron dar pasos, sus cascos estaban gelatinosos, entonces, tuvimos que descargarlos y  alojarnos en ese lugar.  Para curarlos, papá nos indicó orinar sobre los cascos, mientras el vertía poco a poco agua de sal que había preparado. Al segundo día del tratamiento, recién empezaron a dar pasos nuestros animales.


LLEGADA A ZAÑAYCA

         A LOS 6 días llegamos a Zañayca, hubo recibimiento de los compadres y amigos de papá con una gran jarana. Bueno, aquel tiempo los habitantes de los pueblos de la sierra llevaban una vida regalada, tenían grandes extensiones de tierras de cultivo que producían cereales en cantidades incomparables, tenían ganado de toda clase, hasta cuyes, y nunca les faltaba unas cuantas arrobas de cañazo y la famosa acja ó chicha de jora de maíz; tenían todo a la mano sin necesidad de comprar; sus fiestas las hacían en cualquier momento, se reunían los vecinos, familiares y compadres; los padres se divertían, y los hijos se iban a la chacra a cuidar los animales.
Así pasamos una vida regalada todo el mes de octubre. Mientras papá estaba ocupado en sus compromisos sociales, yo correteaba con mis amigos, entre los sembríos de maíz y papa, pescaba y bañaba en el río Challhuanca, que bordea el pueblo; tarde ya retornaba a mi alojamiento.
Primo Donato había enamorado a la hija del hacendado don Cornelio Canales, compadre de papá, muy linda ella, de color capulí, y aunque ella correspondía a sus requerimientos amorosos, no llegó a coronar sus pretensiones. Tal es así que la muchacha lo había citado para verse en las alturas de Huayllare, que está al norte de Zañayca, pero él por no conocer bien el lugar, se confundió y se vino a las alturas de PukaHuasi, que está al sur. Ambos se esperaron hasta cansarse y no se produjo el encuentro esperado; de esto se lamentaba mucho tiempo después mi primo. Pero tenía como consuelo, a una solterona que nos invitaba a su casa a comer y beber, pero a lo grande.
Ya había pasado un tiempo suficiente, papá decidió el retorno a Lampa. Se prepararon las cargas, salimos nuevamente al canto del pueblo; en el lugar llamado DespachoPampa,  al son del arpa y violín, tres cantoras, cubiertas sus caras con pañolones, nos entonaron un Harawe, dice así:
“...Wawallay Wawa peman, maymanme sajewuamqui, cay wata, mincha wata, manañachare topaycosomchu, caylla casjallay alle runa sajerparihuamqui, wizcachata jina, pitutucha cachcajta jina, wawalla wawallay..” . “ Hijito de mi corazón, con quien y donde me dejas ahora, este año, el próximo año, quizá no nos encontremos, tú, noble y querido buen hombre, me abandonas, como a una vizcacha, como a un pajarito tembloroso, hijito de mi corazón, waaay    waaay waaay..”
Era muy triste y con los efectos del trago todos se pusieron a llorar. Fueron 4 horas de borrachera, como papá y Donato no podían viajar en esas condiciones, regresamos al pueblo.
Al día siguiente hicieron el “uma Jampi”  (cura-cabeza) y luego, nuevamente a Despachopampa con los músicos, sus cantoras y la población, después de tanta borrachera, igual que el dìa anterior, no pudieron caminar, por lo que regresamos  al pueblo.
         Al tercer día, desde las 9 de la mañana siguieron brindando con todos los amigos, y esta vez sí partimos definitivamente a media tarde. Donato y papá estaban hasta la coronilla con tanto trago que tomaron, por lo cual, los compadres ordenaron a 2 hombres que nos acompañen hasta el lugar llamado Pukahuasi, a unos 3 kilómetros del pueblo, donde nos alojamos hasta el día siguiente.
Al amanecer despertaron todavía borrachos, con mucha hambre, yo me puse a calentar nuestro fiambre de pura gallina, cuye, asado de carne de res; y el que era de primo Donato, preparado por su amante, un tarro lleno de huevos fritos con papa dorada y durazno ape ( mazamorra de durazno ) y otras comidas ricas.
Precisamente, cuando salían del pueblo muy borrachos, yo me había tirado al hombro esa carguita del fiambre, papá al verme se molestó, no quería que cargue nada, me ordenò botarlo. Pero, lo escondí tras de unas piedras, y cuando  ellos se pusieron adelante, aproveché el descuido, recogí mi carguita y me la eché  al hombro. Ahora, papá y primo Donato, con mucha  alegría, me agradecían haber sido desobediente.
Al segundo día de nuestra salida nos encontramos en la cumbre de la cordillera central. La nieve de los picachos reventaba chispas al reflejo del sol, volvimos a atravesar mesetas inmensas, quebradas profundas, manantiales, ríos. En el trayecto avistábamos los pastores con sus rebaños de ovejas, de llamas y manadas de caballos salvajes, pequeños, veloces, lanudos y muy resistentes. Decía papá que estos se utilizaron en la guerra de Independencia contra los españoles, y por Cáceres, en la resistencia contra los chilenos, eran los famosos “caballos morochucos”.


DONATO EN MISTI

Ese día avanzamos hasta el pueblo de Misti, al llegar celebraban al santo patrón; en una de las casas solicitamos posada, su dueño inmediatamentecon tanta cortesía nos brindó “...samakuychiq wirajochacona...” ( bienvenidos, descansen caballeros ).
Después de descargar  y acomodar las cosas, Donato y papá fueron invitados a la fiesta por el dueño de la posada, yo me quedé cuidando los equipajes. A eso de las 10 de la noche regresó primo Donato muy preocupado, dijo que al sentirse muy mareado se venía solo a nuestro alojamiento, faltando una esquina para llegar, le interceptó un aborigen borracho, quien con voz muy firme le conminó “...¡ Muchaycuai misti runa! ...”       ( ¡ bésame hermoso caballero ! ). No se cansaba mi primo de contar el incidente todo el santo día, con su forma muy graciosa de hablar  “...carajo, indio maricón muchanayta munasja, yau Agustín...”, papá le bromeaba, “ ...Enamiqui muchahuajtajcara...” (mejor le hubieras dado su besito)  “...atatau manatajme chaytaja ruraymanchu...”( Qué asco, nunca podría besar a otro hombre); entre carcajadas y silbidos y repitiendo la misma historia una y otra vez, seguimos nuestro viaje


KAISER, UNO MAS DE LA FAMILIA

         A las 9 de la mañana habíamos pasado Llicaumachay, Angostura.  2 horas más y estuvimos en las alturas de Saycata, donde antes nos cubrió la nevada, desde ahí pudimos divisar las alturas de Callpamayo. En ese momento venía por el camino una enorme manada de ovejas, papá se acercó al dueño y le pidió uno en venta, pero se negó. Conocedor de las costumbres de esta gente, tomó entonces su rienda y  bajo amenaza de flagelarlo le ordenó, sólo así nos dio el mejor de sus carneros por 20 centavos, papá le amarró las patas y se lo tiró al hombro. 2 kilómetros adelante, a la orilla de un río lo degollaron con Donato, lavamos toda su menudencia en nuestra “olla de viajero”; la carne la echamos encima de las cargas.
Nuevamente en camino, chocamos con otra manada, atrás venían los perros ovejeros, entre estos, uno chico de color negro con cuatro ojos, es decir dos manchas redondas claras en su frente; nos lo llevamos, y le pusimos de nombre Kaiser. Resulta que con tanta borrachera en el despacho hubo descuido con nuestro fiambre, justo se nos acabó en esas alturas, donde nadie nos podía auxiliar, claro que llevábamos papa, maiz, carne, pero crudos. En su caja de fósforos papá encontró solo dos palitos que eran la única esperanza. Sin descargar los animales intentó preparar la fogata con un poco de paja y trapos secos, prendió el primer palito, en ese momento un fuerte ventarrón se levantó y lo hizo volar. Para el segundo y último palito tomó mayores precauciones, se acomodó mejor para no fallar. Encendió el fósforo y otro soplo de viento lo apagó, un hilo de humito se desvaneció rápidamente, muy molesto papá tiró la cajita vacía al río, nos miramos desconsolados. Siendo medio día  no había otra cosa que resignarse.
Caminamos toda esa tarde, toda esa noche, al día siguiente hasta las 11 de la mañana, tomando solo agua, nuestras barrigas sonaban            “ blooggg, bloogg, bloogg”. A mi corta edad supe de las peripecias de todo hombre para subsistir y alimentar a los que dependen de él.


UN DAÑO SIN PAGO


Por fin cruzamos el río HuanHuanca, papá adelantó al pueblo, distante un kilómetro aproximadamente del camino, para comprar fósforos y un poco de pan. Todos esos lugares tenían extensos sembríos de alfalfa, en uno de esos potreros metimos los animales para que coman bien y nosotros nos alojamos al costado del camino. Al volver papá con lo necesario recién pudimos preparamos un buen caldo con papas y mote.
Desde las 12 meridiano de ese día nos quedamos hasta las 8 de la mañana del día siguiente. Estábamos listos para partir, en ese momento se presentó el guardián del alfalfar, reprochó muy ásperamente nuestra conducta, pretendió incautar nuestros animales y llevarlos al coso del pueblo. Papá le contó todo lo que nos había ocurrido el día anterior, le suplicó, ofreció reparar el daño, ¿cuánto costaba todo?, pero el hombre lejos de razonar y cobrar se puso muy bravo, a viva fuerza trató de llevarnos al pueblo. Papá no era de tolerar, lo agarró del pecho y lo samaqueó, el hombre escapó pidiendo ayuda, nosotros nos vinimos rápido y ya no lo vimos más.
Llegamos a Upahuacho, Rajche, Pacapauza, Rivacayco, Huancarere, Huataca, Sequello, Marcabamba y..... por fin Nahuapampa, mi tierra querida.
Fue todo un acontecimiento, porque mamá había dado a luz a mi hermano Serapio, un catorce  de Noviembre de 1,922. Ella estaba todavía en cama; se comentó las ocurrencias de nuestro viaje en distintas formas.
 En cuanto a mí, luego de toda la experiencia vivida, me sentía responsable de mi propia persona; pensaba que el hombre sufre porque quiere; eso le ocurría a mi padre querido, después de los sucesos de Ocobamba; perder toda su fortuna y a pesar de eso seguíamos con la rutina de siempre, esperanzados y unidos a nuestra familia.


UN MATRIMONIO RECONCILIADO


Mi hermana Margarita Falcón entenada de papá  se  casó con Juan de la Cruz Arbitro, de Zañayca, con quien tuvo a su hijo Ysidro Arbitro Falcón. Este matrimonio ocurrió en 1921. Se conocieron en la época de nuestro retorno de Ocobamba, cuando papá tomó por segunda vez la administración de la hacienda Huancarire, en donde trabajaba Juan  para don Pedro Vidal Cuadra.
El matrimonio no era feliz por una sencilla razón, Margarita era muy celosa, malcriada, pleitista. Tal es así, a las 10 de la mañana de una fecha que no recuerdo, marido y mujer se fueron a bañarse al río Huampucjcja. Al rato volvieron discutiendo e insultándose groserías, y se metieron a su cuarto, que estaba junto a la cocina de mi tía abuela Tomasa. Justo era el momento del almuerzo, estaban reunidos en la cocina, mamá, abuelo Juan de Lino, todos mis hermanos; yo me encontraba fuera, frente al cuarto del matrimonio, llorando muy molesto, porque habían preparado la sopa con queso y yo no podía comerlo, me hacía mal. Observé desde ahí que se agarraron a patadas, arañazos, puñetes, estaban todo ensangrentados ambos; peleándose sin respeto ni consideración alguna de mis ancianos abuelos, ante esto muy indignado, traté de poner fin al lío, y grité a mi cuñado “...¡ So carajo indio de mierda, manas respetanquichu mayorniiquicunata, llocsii huasimanta !...” ( Si así faltas el respeto a tus mayores es mejor te largues de la casa). El hombre salió disparado desde dentro, con intención de pegarme, pero como estaba toda la familia reunida, no se atrevió, solo dijo: “...a patadas te voy a acabar mocoso de m...”. Yo no me corrí, me miró con rabia y se metió a su cuarto, empezó a empacar sus pertenencias en un poncho, y al salir dijo mirando a mi hermana “...ahí te dejo con tu bravo hermano...” , se tiró a la espalda el bulto que era más grande que él y se fue.
Creí que había viajado, pero no, a unos 300 metros de nosotros, había entrado donde doña Andrea Neyra. Lo supimos porque horas después ésta señora se presentó a nuestra casa, luego de saludarse con mis abuelos, les expuso el motivo de su visita, que mi cuñado le había informado al detalle sobre el incidente, reprochando la conducta de Margarita y de paso mi actitud. Ante esto, mamá y mis abuelos, le explicaron lo sucedido, diciéndole “...entre marido y mujer deben solucionar sus problemas, sin golpes.....en lo que toca a mi nieto Narciso por la falta de respeto a nosotros, les llamó la atención severamente, eso es todo, nadie le ha botado, mucho menos su esposa...”;   “...¿entonces puede volver?...” ; “...eso es cosa de ellos...”. Al poco rato volvió en compañía de su mujer. Y desde ese momento llevaron una vida ejemplar.
Pasado casi un año sin conseguir trabajo en el lugar, el hombre decidió irse a Lima, donde antes estuvo enrolado en la Marina. Para esto su mujer empezó a preparar el fiambre para el camino. Recuerdo, Margarita mató un gallo viejo; créanme, todo el santo día estuvo hirviendo en la olla, cuanto más fuego, más dura se ponía la carne, entonces, así no más tuvo que aderezarlo y ponerlo en el costalillo de su esposo. Esto, según comentario de la gente, fue de malagüero, pues el hombre hizo un  viaje  sin retorno.
Después de un tiempo nos enteramos que al llegar a Lima se presentó al llamamiento de licenciados para ocupar puestos de Gendarmería a sueldo. Su grupo fue comisionado a la provincia de Matucana, zona contaminada del mal de verruga, incurable por entonces; en ese lugar tuvo la mala suerte de contraer el mal y se murió. Mi hermana había quedado embarazada y ahora era viuda.
Ella siguió viviendo con nosotros, siempre al cuidado de nuestros padres; papá quiso y protegió por igual a sus hijos y entenados.



MARGARITA VIUDA Y MADRE

         El 15 de mayo de 1923,  el nacimiento de Fortunato Isidro fue fatal para mi hermana, le dio un sobreparto, se le hincharon los senos, impidiéndole lactar, ya que en vez de leche le brotaba abundante pus.
No sanaba todavía de la infección en los senos, cuando se le abrieron heridas en los rótulos de ambas rodillas. Por aquella época no se conocía médicos, sólo las curanderas; entre ellas las mejores, doña Valentina de Marcabamba, doña Juana, esposa de Conrado Falcón, y doña Manunga, la solterona. La sometieron a un tratamiento con resultados negativos que agravaron más su salud. Mamá estaba desesperada, en esto alguien le dijo que la esposa de Adolfo “popote” García, doña Aurelia Heredia, profesora en la Escuela de Lampa, era la mejor entendida en esos asuntos. Además él era padrino de matrimonio de mis padres, papá se fue entonces a su casa a consultar; llegaron a un acuerdo, se haría cargo de su curación, pero en casa de ella, en Lampa. Así que inmediatamente llevaron a la enferma y me ordenaron acompañarla durante todo el tiempo de su curación, y además me enseñarían a leer y escribir. Por supuesto papá pagó todos estos servicios.
Ya en su casa, la profesora empezó el tratamiento, y a darme mis primeras lecciones. Al segundo día aprendí las primeras letras y podía deletrear algunas palabras. Sus hijos de casi mi misma edad, Corina, Daniela, Adolfito, Eugediano, y otro que no recuerdo, tuvieron envidia por la rapidez de mi aprendizaje  y les pusieron condiciones a sus padres: yo no debía estudiar ni estar en compañía de ellos. Era natural, prefirieron más a sus hijos que a mí. La enferma no sanaba, al contrario se agravaba más su salud,  se negaron a darme las lecciones, y por el contrario me mandaban al campo a cuidar sus ovejas y sus reses; soporté una semana sus humillaciones.
Cierto día me mandaron a pastar sus ovejas a las alturas de Lampa;  las abandoné en esas laderas y me fui a mi casa. Al llegar no estaban mis padres, se habían ido a Colcabamba a sembrar maíz en un terreno llamado S’incha, fui hacia allá. Llegué llorando a mares, al verme papá se enfadó mucho por haber abandonado a mi hermana Margarita, pero luego de contarle lo ocurrido, en vez de reprenderme, me felicitó diciéndome, “...nosotros no somos, ni seremos peón de nadie, menos mientras yo viva...”.
Apenas terminó de trabajar papá, se fue a Lampa, trajo a mi hermana más grave que cuando la llevamos. Mi madre lloró mucho al verla en ese estado, tanto que papá se molestó, “...más bien llora por nosotros, ella va a sanar...”; y efectivamente,  esto se cumplió  al pié de la letra.
Una de las curanderas recetó lo siguiente: conseguir y pasarle por su herida, a la medianoche, 3 pares de piedra del río, 3 pares de rana, 3 pares de sapo, luego devolverlos al mismo sitio de donde fueron tomados. La receta de otra de las curanderas fue: traer del cementerio a las 12 del día un par de huesos humanos y un poco de tierra de un entierro reciente, con la especial recomendación de hacerlo rezando un padrenuestro y un credo, y devolverlo al mismo lugar. En la primera ocasión cumplí esa tarea. A las 6 de la tarde, cuando el sol declinaba,  papá le sobó en la herida con la tierra y huesos del panteón, y tuvo que ir él a devolverlos al mismo lugar, yo me neguè al sentirme afectado de los nervios. Sorprendentemente, a los pocos días mi hermana empezó a mejorar de sus heridas. Se reforzaron esas curaciones con la aplicación de un ungüento preparado con polvo de iguana en manteca de chancho.
Sanó la enferma, pero mis padres quedaron económicamente desgastados.



UN LADRON DAÑOSO

         Por ese tiempo, papá empezó a hablar de su proyecto de viajar a Lima para inscribirme en la Escuela Militar de Chorrillos, y a mi hermana María, meterla a un convento. Con tal motivo preparó 4 docenas de zapatos para hombre y mujer, de distintos tamaños, que llevaría a comerciar  a Puquio y  Coracora .
Un día, al no tener pasto suficiente para alimentar nuestras yeguas, a Champucha y la ternera de la herencia, papá nos envió  a mí y a Moisés a pastear los animales en unos mojadales que habían a orillas del Huampucjacja, por Q’etayacu.
Muy contentos nos fuimos montados, llegando al lugar soltamos a los animales y nos pusimos a jugar a “los molinitos”. Los preparamos con los frutos de la jara jara, unas bolitas rojizas del tamaño de un boliche. Atravesados, en aspa, con las espinas pequeñas del cactus; atravesados horizontalmente, con otra espina más grande, apoyada en cada lado  sobre 2 pequeñas horquetas de ramas de sauce. Al pararla dentro de la acequia, con la caida del agua, dosificada con las hojas gruesas de agave ò pajpa, empiezan  a girar como molinitos. Concentrados en nuestro juego con Moisés nos olvidamos de los animales.
El Champucha, astuto, ladrón dañoso de primera, dándose cuenta de nuestra poca vigilancia, se metió al alfalfar de don Andrés “Majlla” Falcón, conocida como Lomapata. Éste al reconocer a nuestro burro, comenzó a llamar desde su casa a papá, voceando con sus dos manos “..Don Agustín huac arnoyquitaaaa, alfalfaypiiiii...” ( ..Don Agustíiiin tu burroooo  se ha metido a mi alfalfaaaaaaaar…..
Nosotros, entusiasmados con el juego, no lo oímos, en cambio nuestro burro,  con su panza llena, al oír la gritería, saltó el cerco y se vino corriendo junto a nosotros, y se hizo el disimulado, mordisqueando yerbitas de  alrededor. Papá nos  silbó desde el lugar llamado EraPata; al escucharlo dejamos los molinos y nos vinimos,  muy asustados.
Ya en casa, papá con el ceño muy colérico se me acercó, ¡ zas ! me escondí entre las polleras de mi tía Tomasa; esto lo enfureció terriblemente, tomó una correa, la tía quiso defenderme pero también recibió  la suya, se apartó entonces y ahí si libremente, papá me flageló hasta cansarse. En cambio a Moisés no le dijo nada, sólo lo miró con rabia, pero abuelo Juan de Lino y tía Tomasa, pensando que también lo castigaría le advirtieron, “..Yau don Agustín manamiqui churyquichu majanampacj...”  ( oye Agustín,  no es tu hijo y  no tienes porque castigarlo).  A Moisés siempre lo quiso como su  hijo; yo recuerdo, cuando reprochándome mi apego a las faldas de mamá, me  decía  “...este es un aniñado llorón, mejor Moisés hubiera sido mi hijo...”. A pesar de todos estos mimos, el entenado se declaró enemigo mortal de papá, al extremo de quitarle el saludo, a pesar que almorzaba y comía con nosotros en la casa.
Así fue pasando el tiempo hasta que un día de esos, don Pedro Vidal Cuadra, conocedor de nuestra angustiosa situación económica, hizo llamar a papá y le propuso que nuestros animales fueran de “paloteros” a sus cajones de alfalfares. Volvió muy contento de la entrevista y de inmediato llevamos nuestros animales al potrero llamado ComoRumi; así se solucionó lo del forraje que tanta falta hacía.


UN PRESAGIO

         Un día papá dijo, vamos a Marcuni a traer maderas para hacer hormas de zapato. Salimos de casa a la madrugada por una cuesta empinada, en la altura de RosasniyojPata habìa una quebrada por donde se cruza a la parte alta del río Huampucjacja. Yo iba delante de papá, al llegar al lugar, inexplicablemente, me entró un miedo que me escarapeló el cuerpo, disimuladamente salí del camino para que pasara papá, yo le seguí por detrás, y ya no sentí miedo.
Ya en el monte se puso a cortar unos troncos, yo preparé mi tercio de leña, papá el suyo y así bajamos. Al llegar a casa, Kayser nos recibió moviendo su cola desplegada en abanico, al acercarse a papá se tiró a sus pies y empezó a aullar lastimeramente, el dijo  “...levántate Kayser, seguro voy a morir pronto...”. Mamá exclamó “...¡ adefesio zonzeras estás hablando...!”, como queriendo esfumar “el malaguero”.

UN VIAJE FATAL

         Estuvimos todos reunidos almorzando entre bromas y risas, comentando como algo lejano todas las desgracias ocurridas, y contentos porque hermana Margarita iba recuperando notablemente su salud. En eso, recordó papá que tenía que ir a Pomacocha, a cumplir un contrato para amansar a un caballo chúcaro del señor Medrano, personaje principal de ese lugar. Papá era muy solicitado para esos trabajos por ser el mejor chalán de la ruta de Lampa.
Al día siguiente me mandó a traer su yegua de montar, que se encontraba en ComoRumi, situada en la parte alta de Marcabamba. Salí a las 6 de la mañana, pasé por NahuaAlta,  Mojaje. Llegando al lugar vi a la yegua casi a la entrada, me acerqué a echarle la soga al pescuezo, pero la muy mañosa se escabulló del lazo. Fui a su lado con mucho tiento, saltó a un lado esquivándome nuevamente. Así estuvimos dando vueltas y vueltas hasta las 8 de la mañana. En eso recordé que en Ocobamba, con tío Leoncio atrapamos a un cerdo salvaje con una trampa. Así pues empecé a desarrollar mi plan; a la entrada de una quebrada preparé una “gasa”       –soga con nudo corredizo- la colgué entre las ramas de una arboleda baja, la otra punta de la soga la atè a un tronco, a continuación, arreé al animal desde el fondo de la quebrada en dirección a la trampa, donde finalmente quedó atrapada. En seguida la monté en pelo, y me la traje  a toda  carrera durante los 4 kilómetros que dista a la casa.
Cuando llegué papá preguntó como la había agarrado, conocía lo mañosa que era la yegua, le conté lo ocurrido, dijo “...será llorón y todo , pero no es bruto mi hijo..”; por primera vez oí una frase halagadora de sus labios.
Enseguida ensilló la yegua, muy raro, no se dejó montar, tan mansa que era, empezó a corcovear, papá le sujetó fuerte la rienda, le puso tapaojos, se amarró las espuelas, la montó hincándola fuerte hasta hacerla brincar de dolor y dominada ya, partió a su destino. Nosotros nos quedamos en casa haciendo nuestros pequeños quehaceres.
Al cabo de 10 días regresó papá muy enfermo, contó que en Pomacocha se había generalizado el Tifus,“...seguro me he contagiado...”, le dio una fuerte fiebre. Se paralizaron los preparativos para viajar a Lima, esto ocurría en los meses de junio de 1,923.
Se puso muy grave y a  falta de médico solicitamos los servicios de las curanderas, entre ellas doña Valentina, la más entendida. Con su tratamiento comenzó a mejorar, a los pocos días se levantó  de la cama y continuó con la fabricación de zapatos y los preparativos para nuestro proyectado viaje a Lima.
De todos modos, con tantos días de fiebre, había quedado muy débil. Al quedar pendiente de limpiar unas suelas, suplicó a mi abuelo Juan de Lino le ayude en este trabajo. El aceptó hacerlo al día siguiente; pero se habia levantado muy temprano y salió  a Lampa -según dijo después- por un asunto muy urgente, con la intención de volver rápido y cumplir el encargo.
Al levantarse papá encontró las suelas amontonadas en el piso, renegando se quitó los zapatos, se remangó  el pantalón hasta la rodilla y se metió  a la poza con los cueros, murmurando “...mejor es que uno mismo haga su trabajo...”. Al poco rato le dio un escalofrío en todo el cuerpo, luego fiebre, una tos fuerte que lo hizo arrojar unos gargajos de color cenizo, y tuvimos que llevarlo a la cama.


DON PEDRO MEDICO DE CABECERA

Su recaída ocurrió entre agosto y setiembre de 1,923. Al no haber mejoría se reunió a todas las conocedoras de enfermedades y curaciones, a pesar de toda su experiencia y conocimiento, no acertaron en el mal ni en el tratamiento. Las señoras Valentina, Juana de Falcón, y las hermanas Manunga y Francisca Enciso, declararon finalmente no tener el remedio en sus manos, solo Dios.
Al enterarse don Pedro Vidal Cuadra, ordenó a sus peones llevarlo a su casa de Marcabamba para someterlo a un tratamiento riguroso. De acuerdo  a los  conocimientos, que había adquirido en sus libros, se sentia capacitado para contrarrestar el mal. No quiso que yo fuera con papá, solo mamá fue admitida, para atenderlo en sus necesidades más personales; pero sí me comisionó en diversas ocasiones, para ir a Huancarire a traer  cargas de leña, queso y  de paso matar un carnero.
En uno de estos viajes me atardeció en MollePocro; por Vilcar  se me hizo de noche. El camino estaba bordeado por Huillkas, que son árboles altísimos, cerca de la cuesta de HuancaHuanca sentí el relincho de una mula y unos quejidos al lado del camino. Como venía montado en un caballo ( que es noble como el burro; no te botan; la mula si) no sentí miedo, y seguí adelante; llegué a Marcabamba como a las 9 de la noche. Se levantó don Pedro de la cama, noté su preocupación por mi  demora, al verme dijo   “...¿ no pasó nada no?...¡ eres valiente como tu padre...! ”; cuanto quise que lo dijera delante de él.
Esa noche papá al sentirse más grave me ordenó regresar a casa para avisar a mamá y mis compadres “..que vengan y me lleven a Nahuapampa y no quiero verte acá !...”, me  advirtió.
A media tarde fue mi madre acompañada de 6 personas mayores, y solicitó llevarse al enfermo, ante el resultado negativo de la curación. Don Pedro reaccionó malamente, tuvo un intercambio brusco de palabras con mamá, porque consideraba que con mayor tratamiento podía sanarlo; pero……… finalmente accedió  “...en todo caso eres la esposa, tienes pues derecho de llevarlo...”. Ensillaron la yegua de papá, pero ya no podía montar, por lo que prepararon una camilla con dos troncos y una manta y  entre los 6 acompañantes lo trajeron en hombros a Nahuapampa.


LA  ULTIMA CABALGADURA DE PAPÁ

         Los vecinos entraban y salían de casa, mi padre decía  “...huañusajmemiqui...”( voy a morir ya), sin embargo sus sentidos funcionaban con una lucidez asombrosa.
Al frente de su cama, al pié de una mata de sauce, habían dejado parados los dos palos con que improvisaron la camilla para traerlo de Marcabamba. Yo estaba cerca, jugando a dar saltitos de piedra en piedra en un pozo imaginario, en eso papá mirando hacia ese lado me dijo “...yau Narcisollai, ahí está mi cabalgadura para emprender el viaje...”.  En mi inocencia, al voltear y no ver en ese lugar ningún caballo, pensé que él deliraba. Dijo también, “...Narciso, hamuy taytao, ama asuriichu ladoymanta...” ( acércate papito, no te alejes de mi lado ).
Así se iba acercando paso a paso la hora fatal, en medio de la desesperación y la pobreza más terrible. Sufríamos la indiferencia de la familia, el increíble proceder de Moisés, de Margarita, distantes y ajenos a lo que ocurría. Mi hermanastro trabajaba toda la semana y los domingos se jaraneaba donde sus enamoradas, las Prado, Concepción y Eusebia; a Daría, la mayor, la trataba de “madre”, motivo suficiente para festejar; pasaba al lado de la cama de papá, sin fijarse siquiera.
¡ Cómo miraban los ojos de papá !,  con una mirada más de la otra que de ésta.
 Alrededor de su cama de moribundo, mamá y todos mis hermanos estaban tristes y llorosos; pero yo,  interiormente, me alegraba calculando “...se muere mi papá y ya no habrá quien me castigue...”  ¡ Ah, cruel inocencia !, no  comprendía que estaba por perder una joya muy  preciosa en mi existencia: mi señor padre. Esto sucede entre el 15 ó 20 de diciembre de 1,923.
Cosa extraña, mi tío Corpus Romero, que vivía en Colcabamba, se había levantado antes de las 6 de la mañana a labrar su chacra, situada en Sincha, junto a nuestro terreno. Al subir un cerco, vio a papá con el poncho terciado al hombro, se dijo para sí mismo, “¿ cómo, si él esta muy grave ?”. Para convencerse, después de sus labores vino a la casa y comprobó que, efectivamente, papa se hallaba tirado en cama muy grave;  nos contó muy admirado lo que vió.
A las 2 de la tarde murió mi padre en una situación de miseria, no teníamos nada para cocinar a los acompañantes en el velorio, ni para su cajón, menos para su sudario. Enteradas de esto, su comadre Petronila Neyra de Franco, y doña Juana de Falcón, junto con otros vecinos juntaron trigo, maíz, un poco de habas verde y solucionaron lo de la comida. Ahora, para su mortaja tuvimos que vender su yegua de montar en 15  nuevos soles a mi primo Donato, con eso se compró unas cuantas varas de tela. ¡ Tan sencillo se le veía a papá con el sudario puesto !. Cajón no se compró por falta de dinero. En la hora de su partida amarraron una manta a los 2 troncos antes referidos y pusieron su  cuerpo ahí. 4 poblanos se echaron al hombro la “ última cabalgadura de papá ”, (  él me lo había dicho  ) y todos nos  dirigimos  al cementerio.
Comentaban los acompañantes “...en su pleno apogeo montaba el mejor caballo, con montura de cuero repujado, bridas y riendas ensortijadas de plata...¿ ahora ?...”, unos decían “...era muy buena gente...”, otros “...pobrecitos los huérfanos...”, se compadecían de nuestra posición tan  miserable, tan desamparados por sus propios familiares.
Cerca al cementerio, en el lugar llamado Ayasamachina  el cortejo hizo un alto para descansar, ahí tomaron trago, chaccharon su coca y pitaron sus cigarrillos. Mamá lloraba desgarradoramente, otras señoras la secundaban. Mi pequeña hermana María, a diferencia de todos permanecía muda e inmóvil, entonces Eusebia que estaba a su lado le dijo              “... yau María Wajayllá ¿ taytayquimanta, manas llaquimquichu ?...” ( oye María tienes que llorar por tu papá muerto, ¿acaso no te apena? ).  Como accionada por un resorte, ella empezó a gemir, “.. Waaayyy, Waaayyy, Taytallaytaytaaa, penmanme sajehuamqui...Waaayyyy...Waaayyy...”, a la vez que muy exageradamente  bamboleaba su  cuerpo sacudiendo su cabeza a derecha e izquierda. Entonces Daría le dijo “ ¡..Amalla chaynatajá ! ” ( ¡ de ese modo nó, asi nó ! ) y María, como si le hubieran desactivado el resorte, volvió a su  mudez e inmovilidad anterior.
Entramos al cementerio, donde entre llantos y desmayos de las mujeres enterramos el cuerpo de papá. En la pequeña cruz de madera sobre su tumba los entendidos escribieron su nombre y al no saber la fecha de su nacimiento, pusieron sólo la de su muerte: 23 de Diciembre de 1,923.
Final de un  hombre que luchó duro para el bienestar de su mujer y sus hijos


                           






SEGUNDA            PARTE




UN JOVEN JEFE DE HOGAR

         A la muerte de mi padre, mamá quedó muy afectada en su salud. Todos los días se la pasaba llorando, sin reaccionar, sin poder hacer nada. A mis 13 años de edad, en vista de esa situación, asumí la responsabilidad de trabajar y hacer producir nuestras chacras. Hice lo mismo con los terrenos del abuelo que se encontraban en mal estado, ya que por su ancianidad, el cuerpo le pesaba y no podía trabajar mucho.
Los terrenos de Cienega, Chirihuayjo, PataPata y Jollada, situados en Nahualta tenían agua propia, y años antes fueron la despensa de la familia, pues  producían abundante maíz, papa, cebada, habas, calabazas, Ach’iera y también frutales, duraznos, manzana, membrillo. Sin embargo sus estanques, que represaban las aguas de los manantiales, estaban deteriorados por el yerbaje silvestre y las piedras caídas en su interior.
Conjuntamente con mi abuelolos limpiamos, restauramos sus paredes y los pusimos en servicio. Poco a poco los sembríos y las flores  empezaron a  levantarse airosas sobre la tierra. El agua de nuestros pozos operativos  empezó a beneficiar también a las chacras vecinas.
Una madrugada fui a la chacra, al ser aún muy temprano, subí a lo alto de una piedra enorme y esperé ahí el amanecer. Los rayos del sol al expandir su luz y su calor a las montañas, a los ríos, a las plantas y a todos los seres vivientes sobre la tierra, me hicieron comprender que en igual forma, el hombre con su esfuerzo y la luz de su inteligencia, puede desterrar la oscuridad de la ignorancia. Aunque me sentía impotente, por mi corta edad, por mi pobreza y por mi reciente orfandad, de poder lograr esos triunfos. Envidiaba a los jóvenes vecinos que podían ir a trabajar  a los valles de la costa, Yauca,  Cháparra, y regresar a los pocos meses con mucho dinero, que invertìan en sus tierras y la pasaban  mejor que nosotros. Me dolía que mi hermano mayor Moisés que tenía los oficios de zapatero y albañil, siendo soltero, sin responsabilidades, viviera muy ajeno e indiferente a la precaria situación de nuestra familia.
Después de meditar sin llegar a conclusiones, me fui a regar los sembríos, arranqué un poco de pasto para nuestro chivito que era el regalón de la casa, y corté un poco de leña para la cocina. A eso de las 9 de la mañana al llegar a casa, encontré a mamá llorando rodeada de mis hermanos menores, mirando las pequeñas pertenencias que dejó papá. El cuadro era conmovedor, yo también tuve ganas de llorar, pero  recordé cuando papá me reprochaba por llorón, me puse fuerte y les dije: “...Llanjallapuni huajachcamqui, ñanmiqui huañurunñà...” ( en vano lloran por papá, si ya está muerto pues ). Mamá respondió muy mortificada “...¡cosicuyllá!..” ( ¡ alégrate pués ! ). Insistí, “... yo también lo siento de todo corazón, pero nuestras lágrimas no harán que resucite...”. Mi abuelo Juan de Lino intervino y le dijo a mamá: “...tiene razón Narcisito hija mía, solo Cristo Redentor ha resucitado después de muerto, nosotros los pecadores ya no volveremos a mirar “Kay K’anchay Mundota”( este mundo brillante ). Se tranquilizó mamá, y me dirigí a mis hermanos mostrándoles una varilla de molle “...ya saben, si les vuelvo a ver llorando...”.


FERIA DE NAHUALTA

Por entonces se aproximaba la feria de Nahualta, en que se festeja el nacimiento de Niño Dios, durante 2 semanas. Desde el primero de Enero llegaban los comerciantes de CoraCora, Caravelí, Cotahuasi, las vianderas de los pueblos vecinos y los devotos. También llegaban las tropas de  Huaylías de Pacapauza, de Rivacayco, C’asiri. Cada grupo de 4 ó 6  muchachas con polleras de tela de Castilla con bordados de hilo de oro, con sus  mantas rosadas sobre los hombros, su blusa blanca con blondas, sombrero blanco con cinta negra. Cada una portando en la mano una alta rama delgada, adornada con papel cometa de distintos colores, y un par de cascabeles. Al son del arpa y violín cantan un canto especial en homenaje al niño Jesús. Delante de ellas  hay 2 hombres enmascarados con pellejo de cabeza de chivato, enchullados y emponchados, portando en la mano una sonaja que mueven rítmicamente mientras zapatean bamboleándose: son los “machos” y actúan también como guardaespaldas de las mujeres, pues en la aglomeración de  gente, no falta algún confianzudo que quiera aprovecharse.
Llegan también los llameritos en grupos de 6 u 8 entre hombres y mujeres. Ellas visten pollera gruesa de bayeta de lana de carnero, blusas blancas y sombreros del mismo material; atada a su espalda llevan  una lliclla o manta, en cuyo  interior hay  una cunita de carrizo con una muñeca; y atada a su cintura llevan una pelota de lana, cuyas fibras van entorselando en su Pushka ó rueca, mientras danzan.
 Los hombres, waraka ú honda en mano, visten pantalón grueso de jerga, saco y  sombrero de lana, en su lliclla cargan manojos de i’schu.
 Al son de una tinya o tambor chico golpeado con un palito, “ tin tin tin tin tin tin tin”, y al ruido de sus ojotas de cuero de llama, formados en círculo, bailan su tonadita y cantan ““...huascarereson, huascarereson...”,        levantando sus pies, dando vueltas a derecha e izquierda, dejando ver el cuero de carnero lanudo atado a sus tobillos
El inicio de la fiesta se anuncia con una andanada de camaretazos. Las camaretas son vasos de bronce de 10 pulgadas de altura, 3 pulgadas de ancho y media pulgada de espesor. Son llenados con una capa de pólvora, una capa de guano seco de burro y otra capa de tierra con piedrecitas, y apisonados fuertemente; por un hueco de su parte baja, sobresale la mecha.
Retumba el espacio con las explosiones de la camareta y cohetones, mientras se lanzan los globos de papel cometa al cielo. ¡ El repique de campanas anuncia que la fiesta ya está aquí !
Las tropas de Huaylías y de llameros bailan al son de sus tonadas en la entrada del pueblo y la multitud se dirige a la plaza. Por ambos lados del camino las tolderas de las vianderas muestran sus típicos  potajes, y las tolderas de cantinas toda clase de licor. Los quenistas, arpistas, violinistas, y charangueros, hacen cantar y bailar a las paisanas. Entre los feriantes quién más, quién menos, se disputan a los músicos.  
El día de víspera, las huaylías, llameros y devotos en general se acercan a la puerta de la iglesia a saludar al niño Jesús cantando, cada cual mejor, sus propias tonaditas. En el interior se alza la voz del tayta cura exponiendo su prédica, apagada a veces por el retumbar de los camaretazos y cohetones. En las calles están los comerciantes venidos desde Puno, Arequipa, Huamanga, y otros lugares, con ponchos, alforjas, tintes, agujas, hilos, monturas, zapatos, polleras, faldas de Castilla, camisas de seda, vinos de Buena Vista, Pisco  etc. etc.
Muchos poblanos aprovechan esa fiesta para vender comida a los viajeros y alfalfa para sus animales. Mamá preparó una olla de picante de trigo y mandó a mis hermanas a venderlo, con resultados negativos, solo vendieron por el valor de tres reales y el resto se lo comieron.
Ya en los últimos días de la feria, algunos comerciantes fían sus mercaderías hasta la próxima Feria del Señor de Lampa, celebrada en el mes de junio. Mamá aprovechó de tomar unas cuantas varas de tela del muy conocido mercader cotahuasino Manuel Fernández, para confeccionar nuestros vestidos.


FEBRERO ÉPOCA DE LLUVIAS TORRENCIALES


En febrero de 1924, había mejorado un poco nuestra situación económica. La época de lluvias favoreció la abundancia de cosechas, pastizales y de fruta.  Ante la proximidad de los carnavales, los pobladores de las alturas de Chacaraya, Congonza, Pumaranra, bajaban cargados de queso, carne de res, carneros, para intercambiarlos por duraznos, calabazas, zapallos, yanacoles. Abuelo Juan de Lino, nos autorizó negociar con los frutos de sus huertas.
Como jefe de hogar, nuestro abuelo que era muy católico nos inculcaba diariamente las enseñanzas bíblicas. Era muy frugal en su alimentación, muy modesto en su vestir, no iba a fiestas y siempre fue muy solicitado por la gente, por sus sabios consejos.
En esa época las lluvias torrenciales cargaban el caudal de los ríos Huampucjacja, Llamecho, Q’etaYacu y JaraJara, y a partir del mediodía se hacían impasables. Por esto salíamos a las 5 de la mañana a  cortar leña, pasto, a arrancar frutas, y nos volvíamos temprano a  sentarnos en la cocina a escuchar al abuelo, Santa Biblia en mano, la explicacion de cómo es que Dios Jehová creó el mundo, las estrellas, el sol, la luna, las plantas y animales y también al hombre. La tía abuela Tomasa amenizaba la reunión con sus pailas de mazamorra de durazno, y abundante tunas e  higos en balays tejido de chichiclla; interrumpiendo a cada momento, con sus bromas y chascarros de costumbre.







 FESTEJO DEL NIÑO EN NAHUAPAMPA


Después de la feria de Nahualta, el festejo del nacimiento del niño Jesús continuaba en Lampa, Colcabamba y Nahuapampa. Justo del que voy a narrar:
En  nuestro pueblo  vivía  don Froylán Falcón, uno de los gamonales del lugar, con su señora María Rodríguez. El 10 de Enero organizó en su casa el nacimiento de su niño Jesús. Los vecinos y amistades de pueblos cercanos asistieron a la fiesta, amenizada por la orquesta compuesta de flautón, platillo y bombo, y las tropas de huaylías, huamanguinitos y llameritos. En la víspera, los camaretazos retumbaron los cielos con bullicio ensordecedor anunciando la alegría de la fiesta.  
Después de cumplir con mis quehaceres, estuve cerca del grupo formado por los mayores don Lázaro, Mariano Franco, Rosas Portugal, su hermano Mateo, entre otros. Expectàbamos las huaylías de C’asiri, admirando la belleza, tamaño, agilidad y blancura de esas lindas hembras, en esto uno de ellos dijo
“...C’asiri es un pueblo donde los hombres están impedidos de vivir entre los 20 a 50 años, caso contrario se mueren pronto.  ¿ Por qué?, se preguntó y el mismo se contestó: ( la idea  se ha trasmitido por generaciones fanatizadas y supersticiosas) que cerca a dicho pueblo, casi al pié del SaraSara, hay un cerro volcánico apagado, que es macho celoso y no consiente a varones, por eso los  lugareños se pasan la mayor parte de su juventud viajando, trabajando en la costa, y van solo unos meses de vacaciones. En cambio las mujeres se quedan trabajando en las chacras, son grandes lamperas y desempeñan todos los trabajos fuertes de los varones...”. Frotándose las manos, otro dijo: “...¿ entonces las mujeres estarán botadas no ?...”, le respondió   “ ...¡ no que va !, conservan una lealtad absoluta  a sus esposos, casi todas ya quedan embarazadas, ¡ y miren, que tales ancas, que tales tetas!...”.  Al darse cuenta que yo estuve a su lado, escuchando sus comentarios lujuriosos con suma atención, dijo uno “...wawallaywawa caypim caranqui?..” ( ¿niñito aquí estabas?), el otro agregó,  “...Ah Narcisocha alle wawa...” ( Narcisito buen niñito), don Mariano Franco dijo “...cusa runaja churinmiqui, compadre Agustimpa..” (claro pues, es hijo de un buen hombre, mi compadre Agustín.).  Don Lázaro Falcón dijo, al verme un poco intimidado “..jamuy majtillo ashuycamuay, taquiicapuay...”( acércate muchachito y cántame). Le gustaba mucho  un  huaynito  que yo aprendí en  Ocobamba,  decía así:
 “Llullu quillachay, warma quillachay, cay wawa maquichallayman fahuachacaycamoy, habaspa sisachallampe huywachacusjaiqui....”           ( espumita de luna, tierna luna, vuela hacia mis manos de niño, te criaré entre las flores de habas)
La esposa de don Lázaro se acercó a nosotros al oírme  cantar el cantito aquél, y muy complacida me  compró 5 centavos de pan.
Llegué a casa entre 9 a 10 de la noche, mamá y mis hermanos estaban dormidos profundamente, y no se dieron cuenta cuando me acosté en mi cama. Antes de las 6 de la mañana me fui a la chacra como de costumbre, y regresé temprano para ir a misa de 12.
Comenzó el preparativo en casa de don Froylán Falcón para llevar la imagen del niño Jesús a la iglesia de Santa Cruz, que dista unos 600 metros. Eran casi las 11 de la mañana, desde LomaPata se oía el repique de la campana, el retumbar de los camaretazos y cohetones, la música de la banda tipica, los cantos de las huaylías, la gente se iba a la Iglesia, yo también tras de ellos
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MI PRIMERA TROMPEADERA


Encabezado por el “ tayta” cura, la procesión del niño Jesús  ingresó a la Iglesia. Estuve devotamente acomodado cerca al altar, en eso  se me acercó José Miranda y me dijo al oído “ te desafío a pelear”, le acepté sin titubear pensando: “éste retaco no me aguantará un sopapo”. Salimos mientras el cura leía el sermón, y nos fuimos al costado de la iglesia, donde estaban los músicos. Arrimados a la sombra de los arbustos de jarajara, arrayanes y otros árboles estaban otros pobladores. Entusiasmados de ver mi primera pelea, el maestro Albino Navarro me hizo barra con su bombo, “bombombon, bombombon, bombon, Narcisoja carajoooo..”, los demás gritaron “...abran cancha, abran canchaaa señores...”, y raudamente se formaron en círculo alrededor nuestro. Frente a mi contendor, calculé mentalmente  que  si peleaba agachado no recibiría  un solo golpe en la cara. Me lancé contra mi rival estirando los puños, pero me esquivó y me pateó en el trasero, fui a dar de rodillas contra los matorrales de jarajara. Cuando iba a rematarme, intervinieron los demás y me libraron de una masacre. Muy avergonzado oí interiormente  la voz de papá “...¿ ya vas a correr donde tu mamá,  llorón carajo?...”.
En ese momento, terminada la misa, salió la procesión en dirección a la plaza, atrás los músicos y al lado de ellos los demás muchachos con José, mirándome burlonamente con su sonrisita cachacienta. Me entró fiebre de 40 grados.
La procesión con rezos y cánticos del gentío pasó cerca de la casa de don Rosas Portugal; traspuso el desvío que conduce a Nahualta, y entró al camino ancho de LimónPampa en dirección  a la plaza.
Una idea fija me retumbaba el cerebro “...pelearé, pelearé, pero esta vez sin agacharme, aunque reciba  golpes en mi cara...”. Intempestivamente me acerqué frente a José y con la mirada en alto le crucé con mis puños en la cara, saltó como una fiera, nos apartamos un poco de la procesión, la gente haciendo ruedo,  grito  “ cancha, cancha, abran cancha” . Seguí con mi estrategia tirándole los puños con la vista alta, sin agacharme, uno de esos le cayó en la nariz y le hizo sangrar.  A la espera de su furiosa reacción, con gran alivio para mí, lo vi acobardarse. Al ver esto el maestro bombero don Albino dejó solo  al Flautín y  gritando “...¡Alle majta Narcisucha!...” me hizo fiesta con su bombo, “...bómbombom, bómbombom, bómbonbom...”, también se contagió el maestro platillero “...chállchallchall, chállchalchall..”, “...alle majta Narcisucha...” ( guapo muchacho Narcisito). ¡ Cuánto me gocé con el desquite !.
Por entonces José era el matoncito más respetado de la ruta. Decían que había masacrado en los bajíos de Sipia-ViñaPampa- al afamado peleador Nicanor Neyra de Colcabamba, en ocasión que  fueron por leña, y le había sacado un diente de un solo puñete.  Desde ese momento fue el mejor…...hasta que  perdió conmigo,  ¡ con el puñete que le dí en su nariz …… de chiripazo !.
Llegamos a la casa de don Froylán, la gente se quedó, yo me fui a casa, ese día terminaron los festejos del niño Jesús en Nahuapampa.




PREPARATIVOS DE CARNAVALES
Desde Enero empiezan los preparativos de carnavales. Las familias alistan el trigo cosechado, o lo compran por arrobas, media arroba, un cuartillo, y lo llevan al molino para aprovisionarse de harina. En Nahuapampa tenía su molino don Samuel Acuña, ciego desde los 25 años de edad, sin embargo qué bien lo administraba sólo sin ayuda. En Nahualta tenia un molino don Juan Berrocal; en Marcabamba don Pedro Vidal Cuadra, dos molinos. A pesar de haber 4 molinos en nuestra ruta, durante los meses de enero y febrero no se daban abasto para atender a las poblaciones de Pararca, Pauza, Rivacayco, Huataca. Estos molinos hidráulicos accionados con la fuerza del agua de rio, eran de accionar lento.
         2 semanas antes de las fiestas carnavalescas todos los muchachos íbamos a recoger leña para el horno donde cocinarían los bollos de manteca y los bizcochuelos de huevo y almidón de ach’ira. En Nahuapampa habían 2 hornos, el de doña Andrea Neyra y el de doña Asunta de Falcón, donde todas las familias del pueblo concurrían a amasar y hornear.
Después de acumular leña suficiente me iba a ayudar en la preparación de bizcochuelos que se hace con huevo batido, azúcar, almidón de ach’era y cañazo. A los huevos les hacía un pequeño agujero por donde vaciaba su clara y yema a las tinajas del batido, con cuidado de mantener el cascarón intacto. Después de llenarlos con agua, cochinilla y polvos de distintos colores, los lanzaba como proyectiles,contra los carnavaleros de las tropas de huayllachas, dejando a los compadres y comadres hechos unos verdaderos payasos.

HUAYLLACHADA EN NAHUAPAMPA

Los días jueves, viernes y sábado era el preludio de la fiesta carnavalesca y el domingo el día central. Se celebraba con vinos traídos de Cháparra, con el rico cañazo de Majes, abundante carne de res, de gallina, cuyes. Era época de prosperidad y abundancia del maíz, papas, habas,  carne y queso fresco.
El punto de reunión MachayPunco ó HuayjoPampa, a la orilla del río Huampucjacja, a la entrada de Nahuapampa, eran los puntos centrales de reunión. Por aquel año 1,925, llegaron varios hijos del pueblo desde Lima, entre ellos, Mateo Portugal, Víctor Portugal, Benicio Portugal, Rosas Portugal, Pedro Enciso, Pablo Canales, José Hoyos.
A las 12 del día del sábado empezaron a disfrazarse, don Rosas Portugal representó a Ño Carnavalón con sombrero de tarro, smoking ó frac con parches y remiendos de diferente colores, ojotas, un rabo lanudo, con un par de cachos que sobresalían por 2 orificios del sombrero. Su esposa lo representó don Pablo Canales, su pollera la hicieron con un poncho viejo y le amarraron en la barriga varios trapos viejos para que parezca embarazada y la montaron en un burro adornado con flores. Don Víctor actuaba de secretario con un grueso libro bajo el brazo; todos los acompañantes estaban pintarrajeados y embriagados con harto cañazo de majes.
Al son de la quena, violín y bombo, y al estruendo  de cohetecillos visitaron las familias, casa por casa, preguntando  por los fallecidos, por los niños, por las infidelidades, los daños y el ganado nacido, durante el año anterior, cuyo inventario iba registrando el secretario en su grueso “código civil”. En cada casa eran agasajados con cañazo y chicha. Cuando entraban a las 5 de la tarde a la plaza principal, comenzaba oficialmente  la huayllacha. Iban llegando las tropas de compadres y comadres, danzando  al son de la quena y violín, las mujeres cargando los odres de cañazo, los hombres emponchados, con su infaltable botella de cañazo en el bolsillo trasero del pantalón. Ni la lluvia torrencial, ni los charcos de fango, que embarraban las piernas de hombres y mujeres les disuadía de cantar la  alegría de sus tonaditas:
“...Parachcachumjas, chicchicachumjas, cunan punchau carnavalespe, cuyay compadrehuanme causacuchcani...” ( así llueva, así truene ó nieve, hoy es carnaval, con mis queridos compadres amamos la vida ). “...Pututum, pututum, putum...”, sonaban sus zapateos hacíendo secar los charcos de agua del camino.
Pasó lunes carnaval. El martes “juego”, así llamado por ser el último día de carnanaval, se unificaron en la plaza principal todas las tropas de Huayllachas para el despacho, cantando al unísono las tonadas antiguas. Los fiesteros cargaban al hombro sus cayhuis con piernas de carnero, huevos, choclos, bollos, bizcochuelos, sus botellas de cañazo atados con una soguilla. Los niños nos divertíamos lanzándoles cascarones de huevo con agua coloreada.


EL SELLO DEL ARREPENTIMIENTO


El día miércoles de ceniza, los pobladores, resaqueados por la borrachera de los días anteriores, tenían que oir misa en Lampa, para arrepentirse de los pecados cometidos. Era costumbre que, finalizado la misa, el sacerdote se paraba en la puerta principal de la iglesia e iba  marcando con un sello pequeño la frente a todos los feligreses, según decía, para el control de los arrepentidos.
 Pero ésta ocasión ocurrió algo insólito, cuando el cura empezó con su acostumbrado acto, observó que todos sus feligreses tenían la marca en la frente. Muy alarmado les preguntó que había pasado, contestaron que su ayudante era quien les puso el sello a la entrada del pueblo, el cura dijo no tener ningún ayudante.
El mentado “ayudante” había sido un tal Alfredo Grados, muchachón inquieto, ateo, recientemente llegado a Lampa con nuevas ideas aprendidas en la ciudad capital. El cura muy molesto, llamó a todos los sellados para confesarlos y limpiarlos del pecado “cometido involuntariamente”.
En lo que respecta al tal Grados lo excomulgó; pero éste siguió su campaña contra  “...el engaño de los curas y de las beatas fanáticas, a quienes con tanto fervor religioso las habían hecho parir. Tal el caso del Frayle Garibay, tuvo hijos en Colcabamba, el cura Cuadros en Lampa, el Cura Lara en Pauza,  y así sucesivamente en toda la ruta; los curas son diablos con falda de mujer, donde hay uno encontraremos hipocresía, falsedad, explotación...necesitamos una rebelión de todos los oprimidos”.
El excomulgado desarrollaba ante el pueblo, en cualquier momento y en todo lugar, estas ideas muy fuertes, en los cuales había mucho de verdad. Los jóvenes oíamos cautivados, sin asentir de boca para afuera, pero los mayores se persignaban y se retiraban muy molestos, lanzando maldiciones contra este perversor de la juventud.
Después del miércoles de ceniza, el siguiente domingo es llamado “de tentación” que se inicia realmente el sábado en la noche hasta el amanecer. En esta ocasión, los grupos de huayllachas están mayormente conformados por jóvenes enamorados, que al son de sus quenas, charangos, violines, cantan coplas en las que se juran amor para toda la vida, se ofrecen los mejores tesoros de la tierra, ó se burlan del amor despechado, se amanecen y terminan revolcándose en algún maizal, ó entre piedras y enrramadas. Así terminaba la fiesta de carnavales repetida años tras años, de generación en generación.


PASTORAS Y MÚSICOS ENAMORADOS

Por los meses de enero, febrero y marzo las lluvias torrenciales. verdean los cerros que rodean las moyas ó echaderos de pastos naturales de I’schumachay, Jorihuayrachina, Soras, Yanamachay. Los pobladores de Colcabamba, Nahuapampa y Marcabamba subían sus vacas lecheras a ese lugar a forrajearlas y preparar queso en abundancia. Esta tarea era asignada generalmente a las hijas de entre 16 a 20 años, y los enamorados subían entonces los días sábados llevando pan, azúcar, cañazo, quena, mandolina, charango, guitarra, violín. Se la pasaban todo el santo día cantando, bailando y revolcándose en los pastizales, bajo el cielo de nubes negras, con el brillo del relámpago y el retumbar de los truenos en los cerros. En ocasiones, las lluvias caían sin interrupción día y noche, los pastizales empezaban a podrirse y los cascos de las vacas se ponían gelatinosos
Desde esas alturas podían divisarse en la otra banda del río HuancaHuanca, los picachos más altos de AuquiHuato, Solimana, Coropuna y Pojpoja, apus tutelares de los pueblos de Colta, Oyolo, Corculla, Ushua. Cuando amanecía sin lluvia, el manto azul transparente del cielo y la naturaleza desplegada a nuestros pies, nos daba la sensación de ser amos y dueños del Universo.
En el pueblo estaban en plenos preparativos para el festejo de semana santa, que va del miércoles de ceniza a domingo de pascua de resurrección ó pascua florida.

DOMINGO DE RAMOS  EN  LAMPA

En el distrito de Lampa la semana santa era festejada con mucha devoción y recogimiento. Al “tayta” cura, como ministro de Dios, con potestad de perdonar los pecados, se le besaba la mano en señal de respeto. Cierta vez, un sacerdote francés que pasaba por la parte alta de nuestra casa, en direccion a Nahualta, fue avistado por mi tía abuela Tomasa, quien corrió apurada al huerto, arrancó algunas flores y fue a su encuentro. Besándole la mano dijo  “...señor padre, por la premura del tiempo no puedo obsequiarte otra cosa que este ramo de flores...”; “...hija mía, las flores son para Dios y los santos, “ ¿ no habrá para mi huevitos, quesitos, carnecita’….. de todas maneras, tu voluntad es mucha, Dios te lo pague...”. Y se fue dejándole una tarjeta que a la hora de la cena nos leyó abuelo Juan de Lino, entre otras cosas decía “...Dr. Anselmo...” , era su nombre en español.
Pasados los días de cuaresma seguía el domingo de ramos, que se celebraba con mucho fervor religioso. Para esto los poblanos de Huataca, traían la imagen en yeso de San Ramón; en el trayecto se aunaban a la caravana, los de Sequello, Vilcar, Marcabamba, Nahuapampa, Nahualta, Colcabamba. En la entrada de Lampa, en Juchihuañuchina                montaban al santo en un burro adornado especialmente con flores amarillas. Ahí se congregaban el cura, su sacristán, las beatas, las cantoras, zahumadoras, los músicos, los principales y autoridades del distrito; un poco atrás los poblanos de Chacaraya, Chaycha, Congonza, Rivacayco, Cjascjara,  Saurejay y otros.
En una ceremonia simbólica, el gobernador de Lampa ungía a los varayojs de Saurejay -pueblo de indígenas muy humildes- como la suprema autoridad, con potestad de imponer, con sus bastones de chonta y empuñadura de plata, orden y disciplina durante toda la semana santa, sea quien fuere el infractor: anciano, joven, hombre, mujer, peón ò terrateniente, sin excepción alguna.
Cumplidas todas estas formalidades, al retumbar de camaretazos y cohetones, bajo la férrea disciplina de los varayoj, se dirigían por la calle principal, rodeaban  la plaza;  y en la puerta de la iglesia bajaban a San Ramón del burro y lo conducían en hombros cerca del altar del Señor de Lampa. En su sermón, el cura explicaba que Jesús hizo su entrada a Jerusalén en la misma forma.
Terminada la misa, los de Lampa y anexos cercanos -Sacraca, Colcabamba, Nahuapampa, Marcabamba, Sequello- volvíamos a nuestras casas, excepto los de pueblos más alejados, como Rivacayco, Saurejay, Chacaraya, Huataca, que se quedaban  hasta después de semana santa.
Finalizadas las celebraciones, los de Huataca se llevaban a su taytacha San Ramón y  su burro, asignado exclusivamente como su cabalgadura, que era respetado como al propio santo y tenìan prohibido ponerlo a trabajar en otras tareas, aunque fuera dañoso, y se forrajeara en los cercos ajenos….. porque para ellos era ¡ un burro sagrado !


TROMPEADERA EN SEMANA SANTA


Lunes  santo: muy de madrugada todos los muchachos íbamos a forrajear a los animales y traer leña hasta 10 de la mañana, después estaba prohibido, y únicamente podíamos dedicarnos a hacer penitencia y prepararnos para asistir a la misa de 6 de la tarde en Lampa. A esa hora, en el templo repleto, los fieles, “con cara de perdóname”, escuchaban al tayta cura, rememorar los pasajes del evangelio sobre el hijo de Dios, traicionado y crucificado a causa de nuestros pecados. Lloraban los  hombres, lloraban las mujeres, tambien los viejos y los  niños.
Terminada la misa, el gobernador del distrito y los teniente- gobernadores de los pueblos anexos, se adelantaron a la salida de Lampa en el lugar llamado Juchiwañuchina, a bloquear el paso de la gente, con el objeto de realizar la costumbre antigua llamada “Takanakuy”.
Tomaban un muchacho, otro de cualquiera de los anexos, los ponían frente a frente para calcular su tamaño y complexión y daban por aceptado el desafío gritando a su vez “...¡ cancha, cancha galluchapaj...”      ( ¡ abran campo para mi gallito ! ). La gente se arremolinaba formando un círculo, las mujeres se acomodaban sobre unas piedras, en la parte alta, para ver mejor la pelea y gritar mejor sus calificativos “..¡ .Viejuñan chay majtachaja, majarucunja, cay ocjtareque huahuarajme !...” ( sáquenlo, sáquenlo, ese rival es viejo ya, lo va a matar a su contendor que  es aún bebito ).
En pleno griterío de la gente, los contendores se agarraban a puñete limpio hasta quedar uno solo. A mí me tocó con un tal Salomón Falcón, nos dimos duro y parejo. Algunos hombres mayores también se desafiaron. En la noche sonaban los puñetazos ...¡ chas, chas, chas !..., los gritos de las mujeres “ ...¡ papay….. huañuchinja... amayquiña !...”           ( pobrecito lo van a matar, ya no, sepárenlos ). Terminada la pelea, los galluchas ensangrentados y cansados, con la respiración jadeante, recibían el aplauso del público y autoridades Las exclamaciones de las mujeres eran ahora: “...bravomiqui casja cay majtacha...”  ( muy bravo había sido este muchachito ) .
Durante 3 horas seguidas, hasta casi 11 de la noche, duro la lucha, al cabo del cual empezamos a retirarnos a nuestros pueblos, muchos con los ojos tapados, los labios hinchados y las muñecas torcidas de tanto puñete lanzado. Unos alabando su triunfo, otros justificando su derrota con algún pretexto. 
A medianoche llegando a Trenzanapampa, a la entrada de Colcabamba, se repitieron los desafíos y nos trenzamos a golpes con los colcabambinos, durante casi una hora. Los de Nahuapampa, Nahualta, Marcabamba, seguimos la marcha, y en Huayjopampa cruzando el río continuó la pelea durante 2 horas más. Eran casi 3 de la madrugada cuando nos separamos, había que dormir un poco  para ir temprano a la chacra.

UN CAMPEON SIN RETADOR

Martes santo: la concurrencia a la iglesia de Lampa, para el sermón de las 6 de la tarde fue enorme. Había venido más muchachada desde todos los pueblos  anexos, más por pelear que por rezar.
AL cabo de 2 horas de duelo y llanto por el vía crucis del Hijo de Dios, la muchedumbre se lanzó nuevamente a Juchihuañuchinapampa, a la salida del pueblo, rodeando a los guapos luchadores, azuzándolos, vitoreándolos, solidarizándose con los más débiles.
En esta ocasión le tocó pelear a mi hermano Moisés con Isaac Heredia de Colta, ¡ qué tal pelea !, se dieron de alma, se taparon los ojos, se rajaron los labios, con las manos hinchadas, bañados en sangre no se rendían. Las autoridades entraron a separarlos. Fue la pelea más colosal que se vió en esos tiempos.
Coincidentemente, esa noche se encontraba el lampeño Juan Luna llegado recientemente de Lima-capital. De él decían que era licenciado del ejército, experto en box. Se metió al ruedo gritando “..algún gallo para mí...? Ajaa?  Ajaa?...”, nadie………todos se miraban atemorizados. Se quitó el saco, se remangó su camisa, y con los puños en alto empezó a dar vueltas en el ruedo, miraba desafiante a uno y otro, escupía al suelo, lanzaba sus puños velocísimos contra el aire, parecía un verdadero gallo de pelea, además era un licenciado militar, nadie se animó. Don Teófilo Acuña, teniente gobernador de Colcabamba, rogaba que entren al ruedo, a uno.......a otro, nadie quería, ¡…se enfrió la fiesta….!. Nosotros nos retiramos con el ánimo por los suelos, muy desalentados, en cambio los lampeños se quedaron alardeando la valentía de  su “gallo licenciado”.
 Los de Nahuapampa, Nahua Alta y Marcabamba que nos dirigíamos al sur, al pasar por Trenzanapampa, como era acostumbrado, recomenzamos la pelea contra los colcabambinos. Esta vez me tocó intercambiar golpes con el capo de ahí, Nicanor Neyra, a quien con una andanada de golpes bien colocados, le quité toda su guapeza. Siguió la pelea entre otros muchachos, cuyos nombres no recuerdo, y en la amontonadera de gente, chocaron don Pedro Enciso de Nahuapampa con don Francisco Velasco de Marcabamba, jóvenes recién llegados de Lima-capital. Se gritaron, se insultaron en castellano, en quechua, y al no soportarse más, se fueron a las manos. La gente se formó de inmediato en ruedo, empujó a los contendores al centro y empezamos a gritar                           “....¡ canchaaa, canchaaaaa para mi gallooo !....” . Los contendores se quitaron sus sacos y empezaron a fintear como los gallos de pelea, pero el encuentro no demoró mucho, porque Enciso, que manejaba los pies como garrotes, con un par de “chalacazos” (palabra limeña que desde ahí aprendimos a respetar) tumbó  a su contendor y  terminó la pelea.
 Seguimos los restantes a Huayjopampa, ahí peleó Alfredo Prado con uno de Marcabamba; serían casi 3 de la madrugada, yo y 2 muchachos más nos fuimos a nuestras  casas, otros más tozudos continuaron la pelea.

PROCESIÓN JATUM CALLE

         Miércoles Santo: La asistencia de los parroquianos fue mayor que los días anteriores porque había doble procesión conocida como JatumCalle.
A  las 8 de la mañana se reunieron todas las autoridades, también los varayojs, bajo la presidencia del gobernador de Lampa, con el objeto de recordar a todos, las obligaciones a cumplir en los últimos días de semana santa y, de paso dar reconocimiento de autoridad a los sub-alternos de los anexos de Lampa. Terminada la reunión todos salieron a limpiar la plaza y las calles y dejarlas expeditas para la procesión de JatumCalle.
A las 6 de la tarde salió la imagen del Señor  por la puerta principal de la iglesia; simultáneamente, la imagen de la Virgen María salió por la puerta falsa, sus cargadores avanzaban coordinadamente para que se produzca el encuentro de ambos en la plaza principal. Pero antes de este encuentro, cuatro hombres condujeron el anda chica de San Juan Bautista hacia la imagen del Nazareno, lo inclinaron en señal de respeto y adoraciòn, luego fueron al encuentro de la anda de la virgen, repitiendo los mismos gestos. Esto rememoraba el pasaje de la Escritura, en que Cristo  encomendó al santo la misión de ser el depositario y escritor de lo ocurrido entre el cautiverio y la crucifixión. Estos encuentros se producían a la luz de los cirios, en medio de los canticos, exclamaciones de adoración, llanto de los arrepentidos, y el  humo del sahumerio. En algunos momentos los varayojs tenían que imponer orden y castigo con sus bastones de chonta con empuñaduras de plata, sin misericordia de nadie.
         Ingresada la procesión al templo terminaba la ceremonia JatumCalle
¿NO HAY GALLO PARA MI GALLO?
Ni bien entraron las imágenes al templo, todos, poblanos y autoridades de Lampa y anexos, pegamos la carrera a Juchihuañuchinapampa - “...¡ nadie pasa más allá !...” -  a ver si se presentaba un rival. Rápidamente se formó el círculo de gente, las mujeres se ubicaron sobre las piedras de la parte alta, y se hizo ensordecedor el griterío. Había naturalmente más interés que otros días porque no se encontraba un contendor para el licenciado. Los lampeños llegaron en ese momento capitaneados por Juan Luna, quien se metió al centro del ruedo gritando “...canchaaaa, canchaaa, canchaaa,...”, con sus puños en alto, desafiándo y empujando a uno y otro, , ¡ nadie se atrevió !. Daba vueltas de vueltas  en el centro del ruedo como un toro rabioso, las mujeres comentaban“...Huac soldado runaja huañujpaypas tacarucunman, amayqui tacanacoychicchu, huac fiero runajas...”( ese soldado puede matar a golpes, no se atrevan a pelear con él, es muy fiero ).
         Hubo muy pocas peleas esa noche, y ningún desafiante para Juan Luna. Bajamos a nuestros pueblos muy desalentados, sin ganas de  comentar ni de pelearnos en el trayecto.
Jueves santo: Mas que por la rememoración del vía crucis, la gente acudió a Lampa para saber si habían encontrado el rival del lampeño. ¿ Tan temible e imposible de vencer era? se preguntaban todos. Ese día la gente se limitó a orar en el templo aparentando que Cristo se encontraba enfermo. Acabó la oración a las 8 de la noche y todos corrimos nuevamente a Juchihuañuchinapampa, al instante llegaron los lampeños y por delante el soldado invencible, gritando si había contendor, no se consiguió.
Viernes Santo: Más temprano que de costumbre, desde las 3 de la tarde empezó la celebración con el sermón de las 7 palabras, que duró 3 horas. En pleno sermón sin importarnos que estábamos en el templo, en voz baja, cuchicheando, nos preguntábamos unos a otros, si se había encontrado al contendor del bravucón Juan Luna, “...manarajmi...”,  “...manan...”, “...ni Ucpas...”, eran las respuestas, con las cuales crecía el desaliento y nerviosismo entre los vice-parroquianos; en cambio los lampeños, al observar nuestra preocupación nos miraban con su sonrisita cachacienta.
LOS SANTOS VARONES
        
Leída y explicada la “sétima palabra” del sermón, se escenificó la agonía de Cristo en el interior del templo. 4 hombres vestidos con blusa blanca, manta celeste cruzada en los hombros, pantalón negro y boina blanca, salieron de entre los feligreses con una escalera y la colocaron tras de la imagen del Señor de Lampa; eran los llamados “Santos Varones”. En este momento los fieles apagaron sus velas quedando encendidas únicamente las que rodeaban la imagen. Uno de los santos varones subido sobre la escalera tomó la soguita atada a la cabeza de Cristo, la levantó y  bajó,  repetida y suavemente. Cuando el  cura exclamó “...hermanos, Cristo agoniza...”, la gente dio gritos ensordecedores de dolor “...taytacha wañuschkam  waaayyy  waaayyy waaayyyyy...” ( Dios está agonizando ay ay ay ay…). Las mujeres lloraron, los niños al ver llorar a sus madres, sin comprender el motivo, también lloraron, y los varayoj se autodisciplinaron fieramente con sus propios látigos.
Cuando empezaron a sacudir y quebrantar unas ramas secas el cura dijo “..Cristo muere...” y la muchedumbre gritó “..taytanchikta wañuschkan..” ( nuestro señor está muriendo). Cuando el cura explicó “….por eso tiemblan los árboles y las plantas...” se oyó nuevamente el clamor  dolorido de la gente. En ese momento apagaron todas las velas, para significar que el sol se oscureció, en duelo por la muerte de nuestro Señor Jesucristo. Terminado el acto  prendieron nuevamente las velas y uno de los santos varones, subido a lo alto de la cruz, golpeó suavemente la parte alta con un martillo, imitando el desclavamiento; se volvió a oir nuevamente las exclamaciones de dolor y de arrepentimiento de la muchedumbre. Finalmente, los santos varones bajaron el sagrado cuerpo en unas sábanas blancas, lo colocaron en una urna y salieron todos en procesión hacia el calvario, situado en la parte alta de la entrada de Lampa.  En las 4 esquinas de la plaza habían alfombras tejidas de flores de distintos colores. Toda esa noche velarían a nuestro Señor en su capilla.

¿ HAY GALLO PARA JUAN LUNA ?

El ingreso de la  procesión a la capilla de Calvario, tuvo pocos  acompañantes, ya que la mayoría nos fuimos corriendo como manada de carneros, con silbidos ensordecedores a Juchihuañuchinapampa, para averiguar si ya habían encontrado contendor para el soldado Juan Luna, que era lo que tenía en zozobra a la gente, durante  toda la semana.
Llegaron los lampeños y se colocaron en sitios preferenciales, y como de costumbre, el guapo licenciado Juan Luna se metió al centro del ruedo, se levantó las bastas del pantalón, se remangò la camisa, y desafió“...¿a ver ese gallito para mí?...¡ a ver ! ¡ a veeeer !”.
El teniente gobernador de Colcabamba don Teófilo Acuña, que en paz descanse, rogaba a uno y otro, hasta ofreció pagarles, nadie se  animaba.  En eso  distinguió a un tal “Huence”- Wenceslado Anampa de las alturas de Chacaraya, de unos 22 años, estatura de un metro 70 más o menos, con aspecto de borrego manso- le preguntó “...¿tacaycuwuajchu kay soldadotataj?...” ( ¿pelearías con este soldado? ), la respuesta fue inmediata “...arii dun tiofelo...”. Al escucharlo las mujeres trataron de disuadirlo atemorizadas, “..amayqui, amayqui yau altoruna, mana takaytas yachaj” ( no, no te metas indio de las punas, tú no sabes lo que es pelear). Pero éste ya se había quitado su ponchito, y pudimos observar su saco muy ceñido y corto para él, la manga le quedaba en el antebrazo, y el faldón no le llegaba a la cintura, daba risa su saquito; pero en vez de quitárselo se lo abotonó mejor.
El guapo soldado reclamó muy airoso “...canchaaaa, canchaaaa..”; a todos se nos suspendió la respiración, las mujeres seguían con su “..huac pobre runata huañuchinja, soldadomiqui huac plagaja..”( pobrecito lo va a matar, el otro es un soldado curtido pues ).
Don Teófilo los puso frente a frente, el guapo comenzó a bailar delante del muchachón lerdo, puños en alto, mirándole a los ojos fijamente, queriendo amedrentarlo; durante un minuto estuvo revoloteando  como una mariposa a su alrededor, parecía un luchador experto. En  eso  el    tontón “ Huence” le calzó un potente puñetazo en la mandíbula. Todos vimos al soldado Luna levantarse del suelo 2 metros, y luego  caer pesadamente al suelo. Al levantarse tambaleante, antes que reaccionara, recibió otro puñetazo en el pecho que lo hizo rodar como una pelota, tumbando en su trayectoria a sus hinchas lampeños. Ahí terminó todo para él, porque ya no entró mas al ruedo, seguro tuvo vergüenza. En cambio a “ Huence” lo levantamos en hombros.
A los gritos de “...¡ viva el Perú ! ¡ vivaaa!...” salimos al camino todos los del sur. Con gritos de alegría, risas, fanfarronadas, y  canciones, llegamos a TrenzanaPampa donde ya no hubo pelea. Mas bien en la plaza de Colcabamba se organizó una fiesta en homenaje a nuestro heroe, el ganador de la pelea. Se armó la música, don Teófilo con su flautón, Sergio con el bombo, don Abdón con los platillos, y don Felipe con el violín; siguió la jarana todo el día sábado. El caso fue muy comentado durante mucho tiempo.






TESTIGO DE UNA INFIDELIDAD

La imagen del Señor pernoctó en la capilla del Calvario y al amanecer del sábado santo, la procesión lo devolvió  a su iglesia cantando el aleluya.
Desde la media noche hasta el  amanecer del domingo, todos los feligreses de los pueblos vecinos vinieron a  la misa de Resurrección, de Pascua Florida, de tal manera que las calles de Lampa estaban repletas de gente. En las cantinas no cabía un parroquiano más, brindando con el rico cañazo de majes y el “sopanvino”, que consiste en pan con azúcar rubia remojado en un vaso de cañazo. En las tiendas se vendían las ricas empanadas con carne de chancho. A las 9 de la mañana se podían ver hombres tirados en las calles, a su lado, la fiel esposa también borrachita, “durmiendo la mona”; otros seguían bailando, cantando; otros buscando pelea.
Tía abuela Tomasa ( ella siempre muy ocurrente ), nos contaba que justo en un domingo de resurrección como éste, uno de Sacraca había contraído matrimonio, y después de la ceremonia salió a la calle a comprar un cuarto de trago, que esa época costaba 5 centavos. Hizo  un brindis y dijo con la entonación peculiar de los sacraqueños 
“...Llánjachas cay soltero vidacháyaitajá lampacallepé yánjachacochcani..”; es decir: “  vanamente he venido  a perder mi libertad en estas calles de Lampa..”.
Después de ver tantas cosas me disponía a regresar a mi casa, justo en ese momento topé con don Pablino Canales, esposo de doña Domitila Franco, estaba con una señora conocida como “Huejra Elena” ó “Huejra Celicha”, porque era cojita. Me pidió que los acompañe, nos fuimos juntos; a la salida del pueblo, compró en una tienda un mantel de empanadas y una botella de cañazo. Se les notaba bien tomados y durante el trayecto iban bien agarraditos de la mano. Cerca de Colcabamba, en el sitio llamado Escalera, nos desviamos del camino grande por un atajo hacia Llamallo, medio kilómetro adelante había una pequeña cueva, entramos y nos acomodamos en el suelo a comer las empanadas; ellos tomaron como asentativo unos sorbos de cañazo.
Al darme cuenta de sus deseos de estar solos, les dije  que iba adelantando y sin esperar respuesta me salí. A llegar  a casa, mamá me   esperaba preocupada de mi tardanza, le entregué las empanadas que yo había comprado en  Lampa antes de salir y me acosté apenas oscureció el cielo. La semana santa me había dejado el cuerpo adolorido.
Dormí tan profundamente que no sentí cuando doña Domitila, esposa de don Pablo, estaba en mi casa haciendo escándalo, acusándome de ser el culpable que su marido pasara todo el día con la Huejra Elena. Mamá le había contestado que era imposible pues “...mi hijo vino temprano, en todo caso le preguntaré cuando despierte...”.
      Así pues, al amanecer me preguntó si era cierto que yo era causante del adulterio de don Pablo con la Huejra Celicha. Le conté todo lo que pasó entre ellos; además, le dije, son personas mayores hechas y derechas y yo nada podía hacer.

FIESTA DE LAS  CRUCES EN COLCABAMBA

Finalizada la celebración de semana santa, empezó en abril la cosecha de maíz, habas, quinua. A la llegada del otoño, los árboles frutales empezaban a deshojarse, y  el caudal de los ríos disminuyó. Por esta época mi tía abuela Tomasa preparaba “ Oxova chupi”, que es una sopa con  choclo molido, papa, habas verde y huacatay molido, muy riquísimo.
El 2 de mayo era festejo de las  cruces en Lampa, el 4 en Sacraca, y el 6 en Colcabamba, donde justamente ha tenido mayor arraigo y prestancia. Primero bajaban la Cruz del lugar CampanaHuajana situado en las alturas. Sus devotos se encargaban de los preparativos: el Alférez mandaba hacer misa, y los Mayorazgos contrataban a los danzantes de tijera, que venían de Puquio, Huancavelica, Andahuaylas, con su respectivo acompañamiento musical de arpa y violín. Los danzantes vestían  pantalones ceñidos, blusón con flecos, calzaban ojotas de cuero de llama ó alpacas; un sombrero grande en forma de cono invertido, con adornos de espejos, le cubrìa la cara. De la nuca le salía una tira de tela larga que, según creencia de la gente, era su rabo de diablo. Sus tijeras eran de acero Solimana, forjado en fragua con hierro de ese Cerro sagrado. Comentaban que, durante su baile al son de tijeras se introducían al arpa, que en su cajón tiene 3  pares de orificios de distinto tamaño, por uno, sacaba su cabeza de culebra, de otro, su cabeza de zorro, y del tercero, su cabeza de diablo. También decían que al momento de la danza, las gestantes debían espectar desde lejos, porque si se sentaban cerca, el danzak les hacía unos gestos con sus tijeras, y las hacìa poner huevos como gallina. Otros decían, cuando mueren los danzantes no los entierran en el cementerio sino atrás ó al costado, con posición a la entrada del sol y boca abajo; contrariamente a los entierros de los hombres comunes, que son puestos  boca arriba mirando a la salida del sol.¿ Por qué ?. Porque tienen pacto con el diablo y hay que facilitarles su camino al Infierno.
A su llegada, antes del inicio de la danza iban con sus músicos al lugar alejado de Q`antiri, para el rito del “Pagapuy”, que es la ofrenda a los “Apus”, ò cerros tutelares, con cañazo, coca, cigarros; la gente decía que se iban a hacer pactos con el diablo. Bajaban por un camino distinto, para no pisar sus huellas o las huellas del danzak contendor, y contaminarse; y en las 4 esquinas  de la casa de su alojamiento, hacìan otro pago, murmurando palabras incomprensibles. Cumplido este rito  se vestían con otro traje y empezaban a danzar chocando sus tijeras rítmicamente, al son del arpa y del violín. Así danzando se acercaban a la Iglesia, a saludar a Tayta Santa Cruz, que era velado en su interior. Llegaban solamente hasta la puerta, donde hacían sus mejores pasos y se arrodillaban, pero no lograban entrar, porque según creencia común, estaban endemoniados.
El día principal de misa y procesión, les estaba prohibido acompañar. Pero desde las 7 de la noche a 7 de la mañana del día siguiente, con la concurrencia total de la gente, desarrollaban en la plaza todas sus habilidades en el arte de la danza de tijeras. Los cargontes se ocupaban de repartir café, cañazo, cigarro y coca para mantener animosos a los concurrentes. A esta hora las casadas, viudas, y solteras iban  a la cocina a preparar la chicha y  las comidas, para los acompañantes a devolver la cruz a su lugar.


FIESTA DE LA SANTA CRUZ EN NAHUAPAMPA

         En Nahuapampa se festejó con menos pompa. El alférez y el preboste organizaron la bajada de la cruz desde el lugar llamado AncapTiana, al retumbar de camaretazos y  cohetones. Al son del  bombo de Albino Navarro y la quena de José Prado la depositaron en casa de don Lázaro Falcón donde fue velado toda la noche. Cada poblano llegaba con su par de velas y las iba colocando alrededor de la cruz de madera, adornada con flores olorosas y coloridas.
En una de esas fiestas llegué con mis velas acompañado de doña Angela. Al poco rato llegó Clotilde Miranda, hermana menor de Cleto, casi de mi edad, 13 años por lo menos, colorada, bonita, me miró y se sentó a mi lado. Agarrándome del brazo me dijo “majtacha ocobambino”, me puse muy avergonzado, me retiré, también se vino a mi lado, nuevamente trató de agarrarme, yo le pellizqué en la cara y le dejé una marca que le duró hasta su muerte (muchos años después nos encontramos en Lima, sentí vergüenza por lo que le hice, pero ella se reía divertida). La dueña de casa, doña Juana de Falcón repartió ponche de maní y café. A los adultos les dio además, pisco, cañazo y chicha, con lo que se animaban a  contar sus aventuras de juventud.


EL BAILE DEL CABALLITO...DOS...TRES...


A las 8 de la mañana del segundo día las calles estaban repletas de gente, listas para la misa. Al reventar de camaretazos, de cohetones y  repicar de campanas se anunció la llegada del tayta cura.
Terminada la misa la gente se reunió alrededor de los músicos, mi tío abuelo Manuel Romero dijo “...en mis tiempos mozos acompañaba las fiestas bailando...caballito, caballito, 2, 3, 2, 3,  muchachos, al compás de la música...”. Me picó la curiosidad y le pregunté como era eso del caballito, “...ah! todavía tengo guardado mi caballito, como recuerdo de aquellos tiempos, pero tú puedes bailar, claro!...”. Se levantó de su asiento y fue a la casa, al poco rato trajo el artefacto. La cabeza era de chochau, ( tronco del maguey)  liviano, de unos 40 centímetros de largo; el cuerpo, de unos 50 centímetros, estaba moldeado con trapos forrado con  cuero; las orejas eran  del mismo material; pero  su cola si era auténtica de caballo. Tío Manuel lo colocó entre mis piernas, sujetó a mis hombros 2 puntas  de su correaje y la tercera, que venía de la parte de atrás la ató a mi cintura. Mientras lo acomodaba, me repitió la tonadita y me pidió que lo cante moviendo mi cabalgadura. Yo muy gustoso, al son del cantito, recorrí con mi caballo la casa donde velamos la noche anterior. ¡ Novedad para la gente !, don Lázaro Falcón, su primo don Alejo, hombres de buen humor, empezaron a cantar e improvisar, recordando sus tiempos:
“ ...Huayjonten arnaj caballo ...mark’o, molle micoj caballo”            ( caballo apestoso del despeñadero, alimentado de hierbas amargas como el molle y el mark’o ). 
El bombo, platillo y flautón ejecutaron un acompañamiento, yo bailaba al compás delante y detrás de ellos, “montado en  mi  caballo”, por las calles durante la procesión, también en la plaza y en la puerta de la iglesia. Fui muy estimado por la gente todo ese día. Bien, al tercer día  volvimos a subir la cruz a su sitio, en Ancap’Tiana.

¿ QUÉ TONTO NO?


Terminadas las fiestas continuamos con nuestras actividades cotidianas, el laboreo de la tierra para  las siembras, el oportuno riego de las plantas, el recojo de la cosecha, el forrajeo de los animales.
Uno de esos días, serian 4 de la tarde, tía Tomasa me ordenó ir a Nahualta a recoger la leche de la ordeña en su reemplazo,“...Nacho anda tú, seguro que tía Ascencia debe haber ordeñado la vaca, recoge la leche...”. Nunca podía decirle no, así que agarré un botellón lo metí en un costalillo y me lo eché al hombro; salí de la casa disparado por T’araFalda, Haciendalfalfa, hacia Jumpiña. Justo cuando iba a cruzar la chacra de don Delfín Huyhua sentí que alguien me tomó de la espalda, al voltear ví a Clotilde, que en la noche anterior del velatorio de la cruz, me estuvo mortificando. Me sujetó fuertemente con sus brazos y dijo “...Cunanjà majtacha ocobambino manan sajewanquichu...”  (ahora sí no te me escaparás, muchachito ocobambino). Pude zafarme y corrí, me agarro  del saco, solté el botellón, la sujeté de sus trenzas y le tiré puñetes y patadas; la chica era mas fuerte, no me soltaba. La arrastré unos 5 metros y me volví a recoger mi botellón, otra vez me sujetó de los brazos. Yo estaba desalentado, pero la muchacha que era muy fuerte, se reia, burlona y divertida-  me dieron ganas de llorar. Así estuvimos luchando casi una hora, pisoteando gran parte del trigal. En eso, apareció del lado de Nahualta doña Rosa, esposa de tío Manuel, la chica recién me soltó diciendo “algún día tengo que agarrarte”, “...cusicuy...”( alégrate pues,) respondí, cogí el botellón y corrí. Al pasar a su lado, la señora me preguntó porque estaba todo sudoroso, estoy corriendo porque se me hace tarde, le respondí
Llegué a Nahua Alta, tía Ascencia me esperaba, llené  la leche en el botellón y sobre la marcha de media vuelta, pero por otro camino para no tropezar de nuevo con la muchacha.
¿ Que tonto e inocentón  no ?

FERIA DE  LAMPA.

Todo mayo duran los preparativos para la gran Feria de Lampa en homenaje a Cristo Crucificado, patrón del distrito y todos sus anexos.
Es una feria regional en la que durante 15 días se realiza un intercambio comercial por varios miles de soles de capital. Los de Mermaca traen peras, higos seco, ponchos; los de Sacraca comercian sus famosos odres que fabrican del cuero de chivos, muy solicitados para depósitos de cañazo y vino; los de Colcabamba, Nahuapampa, Marcabamba, venden ponchos que preparan las mujeres y también zapatos. De Sequello  y Huataca famosos curtidores y fabricantes de zapatos, traen cueros en cantidad; los de Rivacayco y Pacapauza, muy hábiles en tejidos, traen las famosas apachas, chumpes, llicllas con diseños incaicos y también las ollas en forma de huacos. Desde Callpamayo traen lana de oveja, charque de llama, de carnero y de res; de Uaphuacho sus chuños y papa riquísimos; desde Colta, Oyolo, Corculla traen maíz, cebada. Desde Pauza traen las famosas alforjas y sus ricos bizcochos, en cestas grandes de chicchiclla, cargados en las  angarillas de sus burros. Desde Pullo traen las más finas monturas, riendas ensortijadas de plata, los potros finísimos de paso, esos que bailan marinera. De Pararca traen trigo; de CoraCora, Chumpe, toda clase de ropa. Desde Caravelí llegan los ricos vinos, también desde Cháparra, de la hacienda “Buena Vista” los mejores vinos. Desde Yauca las ricas aceitunas. Los comerciantes de Puno traen las anilinas, las agujas, los hilos de todo color, y  compran todos los ponchos tejidos por nuestros poblanos
Desde Huamanga llegaban los más grandes comerciantes comprando burros y chanchos de un extremo del pueblo al otro extremo; traían para la venta, charangos, cucharas, monturas, bridas, espuelas, platos de madera. Faltando 6 días para el domingo de Trinidad, en el extremo de Lampa, en el lugar llamado Juchihuañuchinapampa, degollaban los chanchos para preparar los ricos chicharrones.


Q’EROHAYLLY


En Lampa se celebra el domingo de Trinidad, con la  costumbre conocida como Q’eroHaylly, que es  la entrada de maderos de  25 metros de largo y 20 pulgadas de grosor que traen los pobladores de Colcabamba, Nahuapampa, Marcabamba, Sacraca.
El sábado, un día antes del Q’eroHaylli, los devotos llamados altareros, aprovisionados de botellas de cañazo, cigarrillos y una bolsa grande de coca van a casa de vecinos y parientes, invitàndolos a  cargar los maderos. Como sello del compromiso, cada uno recibe una copa grande de cañazo, cigarros y un puñado de coca. Al rato pasa el segundo altarero por las casas, repitiendo la misma invitación, con su respectivo brindis de cañazo, esperando verlos el domingo muy temprano. También se compromete a las esposas e hijas para que ayuden en la cocina, y a los más jóvenes para que traigan leña, y cumplan una serie de mandados.
Además, 20 días antes, los altareros organizaban con los pobladores una Minga de recolección de leña para la cocina. A la noche iban llegando los hombres cargando sus maderas secas, el devoto los esperaba con un pailón de “té macho” , ( té caliente con cañazo) Con unas copas los visitantes se ponìan alegres y entusiastas, y nuevamente salían a robar madera. Esa noche eran el terror de las ramadas; grandes, chicas, frescas, resecas, las que encontraran a su paso eran tumbadas a hachazos, y las llevaban triunfantes a casa del altarero para recibir otra raciòn de “ té macho”.
Al amanecer, muchos agraviados iban a casa de los altareros a reclamar el desmantelamiento de sus ramadas. El cargonte les pedía disculpas y les invitaba el té macho. Con unas cuantas tazas en el garguero se olvidaban del agravio, y volvían a sus casas muy satisfechos y contentos, es decir bien borrachos.
Primo Donato era muy comodón en estos andares, desmantelaba  la ramada que estaba más a mano....  ¡ la de tía Tomasa...!. Ella, al día siguiente lo buscaba, sabedora que su propio sobrino era el autor le decía “...yau jella plaga, pin chayta ruarjacu?...” ( oye haragán pillo, quien ha desmantelado mi ramada?). Donato muy cazurro, con aire de arrepentido contestaba “...Uqtaj ruarparisajmi mamaayyyy...” ( otrito te voy a construir mamita ); la tía se retiraba fingiendo estar muy molesta, pues realmente era su engreído,“..¡jella saca!...” ( haragán, falso...) murmuraba. ¡ Ah mi querida tía abuela Tomasa, cosas que no me olvido !
Hechos estos preparativos, el domingo en la mañana se reunía la gente en casa de los altareros. Las mujeres, a la cocina, a preparar en grandes pailas el puchero de carne de res, de carnero y llama, con papa, coles, hierbabuena; cuidándose de preparar comida especial para los notables y autoridades. A las 10 de la mañana instalaban una mesa de 6 metros de largo con un mantel blanco adornado con flores y jarras de vino. Ahí se sentaban los dueños de casa, el tayta cura, el gobernador, el juez, y otros principales; a quienes servían un caldillo de fideos, estofado con arroz, chicha de ayrampo, vino en vasos de plata. En cambio los del pueblo recibían sus potajes en platos grandes que comían paraditos, como buenos soldados; entre ellos yo, recibiendo mi parte. Las señoras que estaban en la cocina me llamaban, preparaban un buen plato y me lo mandaban para mamá, yo se lo llevaba corriendo y me volvía con la misma.
Terminada la comida, el altarero sazonaba  a los invitados con cañazo, chicha de jora, cigarros, y al mediodía se dirigían a cortar el sauce más alto, en el lugar llamado Pojpoja, situado al extremo de Marcabamba.
Según la costumbre, enterraban coca al pié del árbol, y antes de cortarlo le aplicaban sahumerio con cigarro y le soplaban un tanto de cañazo, según la creencia, para que no se rompa en el trayecto. En ese momento aparecían las mujeres cargando la chicha, y entre ellas tres cantoras de versos de alabanza al altarero.
En esta ocasión pasaban el cargo don Luis Franco y su hermano Darío. Antes de cortar la madera, las tres mujeres se cubrieron la cara con su pañolón y cantaron un Harawi: 
“.Pipa wawantaj cay escay wawaja, saucecunata cuchuycachenja, Taytanchik Señor de Lampa llamtoycoconampaj, waaay, waaay, wayaaaa... acohuare llanapaycoson llapanchek llajtarunacuna, uchucnente, jatumnente, QueroHaylli, cosa wawayoj wawa....” ( hijo de quienes son estos dos privilegiados, que van a cortar el sauce que dará sombra a nuestro Señor de Lampa ..waaay, waaay, waaay..vamos todos chicos y grandes ayudémosle a estos dos elegidos del Señor...).
Parecía increíble, pero tremendos árboles caían sin romperse sus ramas más delgadas, y explicaban que era porque antes de empezar el trabajo se había hecho el pago a los Apus y la PachaMama, con las libaciones, chacchada de coca,  sahumerios y  cánticos.
Bueno, 40 de los hombres más fuertes salieron al camino y se formaron en 2 columnas de 20 cada una. Con sus ponchos puestos como bufandas hacia delante, y enlazados por los hombros empezaron a cargar el inmenso tronco. Estaba amarrado en varias de sus partes con sogas largas, para poder jalarlas fácilmente, en los lugares muy accidentados, como en la quebrada de JaJara, la subida de Colcabamba y también en Escalera.
Acompañaban a los cargadores, los llamados “guapeadores”, que son generalmernte los más viejos,  dicen: “..Valor hermanos aaayy.... valor cjellas aaayyy... Valor wak’ras aayy..” ( cjellas, wak’ras: ociosos, cachudos ). Cuando llegan al camino plano los guapeadores dicen “..coterejenalla aayyy..” , los cargadores entonces retroceden unos metros y responden gritando fuerte “..Aaaayyyyyyy...”
    Todos los pobladores de Marcabamba, Nahuapampa, Nahualta, Colcabamba abandonaban sus quehaceres para hacer lo mismo, cortar sus árboles y venirse en cortejo a Lampa. Desde Pajojoya, donde cortamos nuestros troncos, hasta el distrito  hicimos un recorrido de por lo menos 8 kilómetros.
A eso de las 4 de la tarde iban llegando a la entrada de Lampa, en el lugar Juchis’ipina, los grupos de cada pueblo con sus respectivos alentadores, sus cantoras, sus músicos, cantando cada cual en  abierto desafío. Ya todo el mundo estaba con una borrachera de padre y señor mío.
A eso de las 5 de la tarde bajo el retumbar de los cohetones y camaretazos empezó la entrada triunfal de los Q’eros, (troncos). Montados sobre ellos, los  altareros, con la bandera rojiblanca en cada mano. Al son de los Harawis cantados por las mujeres acompañadas del bombo, platillos, violín y  flautón, dieron una vuelta completa a la plaza principal de Lampa y se ubicaron en su esquina, en el cual  plantaron  los troncos en un hueco previamente excavado.
En los otros ángulos de la plaza estaban mejor  ubicados  los de Sacraca, muy lisos, altaneros y fuertes, rozando con uno y otro, y no faltaban las trompeaderas ni los desafíos de cantores, músicos, de tropa y altareros. Todos por querer lucir mejor ante el Señor de Lampa.
   Desde la medianoche hasta las 2 de la madrugada, se regresaban a sus casas los poblanos que acompañaron a los devotos, muchos de ellos gateando por haber tomado tanto cañazo. A las 8 de la mañana del día siguiente, la gente iba nuevamente donde el altarero para el “ uma jampi”  (curacabeza), y al son del flauton y bombo, todos iban nuevamente a cortar sauces más pequeños para cargarlos a Lampa.
Según costumbre, si el devoto es casado hacen montar a la esposa sobre el madero, si es soltero a su hermana o madre. Después de dar vueltas y vueltas retornaban a la casa y lo plantaban en su puerta, al son de la música y los Harawis. Finalmente se  agasajaba a los invitados  con una “Jallpa” y para variar, más cañazo de majes en odres, quedando comprometidos con los altareros para venir el día martes al  “ Chajllay ”.


ALTARES  PARA EL SEÑOR DE LAMPA


El domingo de Trinidad amanecen plantados 4 sauces en cada esquina de la plaza de Lampa,  a modo de  tarimas o altares de madera  para que la imagen del Señor descanse el día de la procesión. Cada altar se adorna con forros de terciopelo enchapado con monedas de plata, vasos, cucharas y jarras del mismo metal, y en algunos casos, bandas adornadas con filos de oro.   
El lunes, Lampa amanece invadida por una hormiguera de gente. En la calle principal están abiertas las tiendas de comercios donde se encuentra de todo. En la plaza se ubican las tolderas de las “ jateras ” o vianderas, vendiendo el rico picante de cochayuyo, fatachupe, y los chicharrones, especialidad de  los huamanguinos. Los cantineros ubicaban también sus tolderas en la plaza, su asidua clientela proviene mayormente de las cordilleras más altas, con su vestimenta de peruanos natos, pantalón de lana de alpaca, ponchito a la cintura, sombrero del mismo material en forma de plato, sus mujeres con polleras de bayeta, sombreros de la misma forma y material, con adornos coloridos y una Lliclla ( manta ) a la espalda. Bailaban al son del charango sobre el suelo de cascajo, de manera que sus ojotas ó ch’apetos, suenan al zapatear       “ ...chajchaja chajchaja chaj...” y sus canciones muy lindas y explicativas dicen “...caro orjoconamanta jajantem pampacharispa jamunim, Wirajocha yayanchik kay sumaj punchaunempe remaycoj..” (desde los cerros más lejanos he venido, cruzando  abismos para saludar a nuestro Señor de Lampa). Y bien borrachitos, abrazados, gozaban los días de feria estos verdaderos peruanos.
En cuanto a los mestizos y costeños, se divertian en las cantinas, al son del arpa y violín, siempre alardeando de su superioridad, pregonando sus aventuras de juventud, derrochando su dinero. En algún momento discutían, se desafíaban y comenzaba la trompeadera. Por la enorme cantidad de gente que se apretujaba en las calles, era imposible apaciguarlos y ellos solos se separaban, cansados  de golpearse, todo ensangrentados, con los ojos amoratados y su ropa destrozada.
También se podía ver en un extremo de la plaza a los danzantes de tijeras, cada uno con sus músicos: arpa y violín,  bailando en desafío, en medio del círculo de gente. Cuando se acercaba algún principal sea gamonal, sub-prefecto, gobernador, o juez, de inmediato les preparaban sus asientos sobre unas alfombras y los agasajaban con los mejores vinos de Cháparra, pisco “Sol de Ica ”, para que expecten muy contentos la danza de tijeras.


LOS TENIQUICHOS O CHULLCHUQOS


Una semana antes de la feria bajaban a Lampa los pobladores de las alturas de Paucaray, con sus esposas, y en algunos casos con sus hijos a cuestas, para cumplir el juramento hecho el año anterior, de danzar para el Cristo Crucificado Señor de Lampa. Una vez alojados en casa del cargonte, salian a los pueblos cercanos de Colcabamba, Nahuapampa, Nahualta, Marcabamba, a provisionarse de frutas, repollos, zanahorias, y otros productos que no crecen en sus frígidos pueblos. Hacian sus danzas casa  por casa, y todos los pobladores les daban con mucha voluntad. 
Estos son los danzantes conocidos como Teniquichos, al parecer su origen es antiquísimo, antes de la colonia, quizá antes de los Incas, mucho más antiguo que los danzante de tijeras.
Su vestimenta consta de un pantalón ceñido de bayeta, un saquillo de lana, un sombrero de alas anchas en forma de plato, todos de color negro, lleva sobre los hombros una capa acampanada del mismo color, con bordados de hilo dorado, adornado con espejuelos de colores brillantes, y sobre este lleva una piel de Atoj  ( zorro ). En cada una de las  rodillas lleva una especie de banda de lana con adornos en filas de 6 cascabeles cada uno.
Hacen su propia música con un pinkullo ( quenita de hueso de cóndor )  y una tinya ( tamborcito liviano ), sujetas con una mano,  en la otra tiene atado un pañuelo y porta un palito con el que cajea la tinya. Su danza consiste en un paso lateral a los lados, uno adelante, otro atrás y de vez en vez se ladea; la quena suena “...titirité, titirité, tiiirr...” y la cajita suena “...tin, tin, tin, tin...”; los cascabeles, al golpear el suelo sus ch´apetos u ojotas,  suenan   “ chull, chull, chull...” , por eso son conocidos también como Chullchukos. Comentaba la gente que su baile parecía una marinera, pero era más lenta;  todos lo trataban de                “ Wirajocha ” ( Gran Señor ).
Al volver a mi tierra después de 40 años ya no se veìan a estos famosos Chullchukos. Contaron que los mistis y personajes del distrito los trataban despectivamente, en cierta ocasión apostaron quien emborrachaba con más cañazo a uno de ellos, y al amanecer encontraron a un Wirajocha,  muerto por intoxicación de alcohol en una de las calles del distrito. Por un tiempo dejaron de venir a adorar al Señor de Lampa.

EL JUEGO DEL CHOCLON EN LAMPA

Al atardecer empezaba el juego llamado Choclón, que se juega  sobre un hueco redondo excavado en forma de cono, con una profundidad de 1 metro y medio. En la parte de arriba tiene un radio de 1 metro y  se reduce gradualmente a 30 centímetros de radio en el  fondo. En la parte central del fondo está fijado un tarro pequeño con capacidad para 8 bolas de madera. A 30 centímetros de este tarro se encuentra una raya circular de 5 centímetros de profundidad, para impedir que las bolas lleguen con facilidad al centro. El animador recibe las apuestas, dirige el juego y paga al ganador.
Hay 3 formas de jugar: la primera: “Chicchipara”, (granizo-lluvia) en la cual tiran al aire las 8 bolas simultáneamente. Pueden entrar todas al centro ó quedarse algunos en la raya superior. Al menos 5 tienen que entrar al hueco, caso contrario pierde la apuesta el tirador y tiene que entregar las bolas a otro postor.  
A la segunda forma la llaman “  boleada ”, en que se tiran las bolas una a una, desde la parte superior del círculo. Para ganar se debe embocar por lo menos 4 bolas en el centro.
La tercera forma es llamada “ al seco ”, en la que se lanzan al hueco las  8  bolas juntas. Con 5 en el tarro central se ganaba.
La gente se divertía en el juego horas tras horas, las víctimas eran generalmente los borrachitos. Yo me quedaba largo rato escuchando y admirando a las personas que hablaban con facilidad el castellano; pensaba muy preocupado, si algún día yo podría hablar como ellos.
Así transcurrían los 15 días de feria en Lampa, convertido en un  centro de intercambio comercial, social y cultural. Los poblanos nos beneficiábamos en algo, ya que todos los viajeros nos compraban  forraje para sus acémilas. Además, los de Puno nos compraban ponchos por centenares, también zapatos; los huamanguinos nos compraban centenares de chanchos, para preparar chicharrones, y al irse nos compraban gran cantidad de burros. Un gran comerciante de Cotahuasi, apellidado Fernández, fiaba telas y ropa a los Lampeños y se le  pagaba en la próxima Feria del Niño de Nahualta, en la primera semana de Enero del año siguiente. Doña Bethsabé Acuña garantizó a mi hermana mayor Margarita y el señor nos fió telas,  para confeccionar nuestros vestidos.


TERMINA LA FERIA DE LAMPA


         El último día de Bendición salió la procesión del Cristo Crucificado alrededor de la plaza y nos congregamos finalmente en la puerta de la iglesia, donde el cura dio un corto sermón a los feligreses, recomendándoles arrepentirse de sus pecados, se santiguó, y con él todos “...en el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo. Ameeen...” La feria ha terminado...hasta el año entrante.
Transcurría así, año tras año, con las mismas costumbres heredadas de nuestros ancestros. 
Una ocasión,  precisamente el día de bendición, fui a Lampa con mi abuelo Juan de Lino y tía Tomasa, al llegar me encontré con mis amigos Lázaro Franco, Alfredo Prado, Francisco Enciso, Oswaldo Bedoya, Nicolás Sifuentes de Nahua, y pedí permiso a mi abuelo para pasear con ellos “...taytay JuandeLino kay majtachacunawam puririmusaj..”, accedió  recomendándome que no me aleje mucho.
Estuvimos curioseando por las calles del pueblo, entramos a las  tolderas a comer chicharrones, compramos panes, mataperreamos de lo lindo y decidimos regresarnos a Nahuapampa. Serían 5 de la tarde, la procesión se encontraba en la puerta del templo haciendo un descanso. Nosotros estábamos a unos 50 metros, en eso ví a mi abuelo arrodillado en medio de la gente, muy concentrado en sus oraciones. Mis amigos dijeron “...nosotros vamos adelantando ya va a terminar la procesión...”. Les pedí “...espérenme avisaré a mi abuelo...”; pero me fue imposible acercarme donde él, por lo apretado de la multitud, así que de ahí no más grité fuerte: “..Taytay JuandeLinoooo ripuchkaniñaaam..” ( abuelito me estoy yendoooo ). Al escuchar mi abuelo, como si lo hubieran despertado de un profundo sueño  gritó con fuerza rompiendo el silencio:                  “ ¡ Amaraaaaj, amaraaaaj !”, es decir “aún no”. Pero yo había partido a la carrera con mis camaradas. Nos fuimos saltando por entre las chacras, jalándonos, bromeando y riendo; cuánto hierve la sangre a esa edad, y  para un niño, todo el mundo es un  inmenso tablero de juego.
Llegamos a Nahuapampa a eso de las 6 y 30 de la tarde, cada uno se dispersó a su casa. Mis abuelos llegaron a eso de las 8 de la noche y nos pusimos a cenar comentando sobre los incidentes de la feria. Tía abuela Tomasa hizo el siguiente reproche “...Sumajta taytanchik Señor de Lampa bendicionninta chasquicochcapty huak uraymanta kay jellamasin japarehuan, ripuchkaneñaaaaam, kay viejomacinta, amaraj, amaraaaaaj..” ( sin respetar el momento sagrado de recibir  arrodillados la bendición de nuestro Señor, desde arriba este mocito haragán gritaba, abuelito me voy; y el viejo zonzón, igual gritaba, todavía todavía), los gestos y muecas que hacía al decir esto nos provocaron carcajadas. Qué lindos recuerdos de aquellos tiempos en los cuales vivíamos solidariamente.


SAN JUAN BAUTISTA EN LAMPA

Terminada la gran feria, las tiendas de la calle principal amanecieron cerradas, y todo volvió a su ambiente apacible. Los comerciantes habían hecho,  como siempre,  muy buenos negocios.
El 24 de Junio se festejó a San Juan Bautista en Lampa, primero con una misa, y luego la danza de las tropas de huaylías al son del arpa y violín. Aunque el ambiente era de alegría, comparativamente a la Feria de Nahualta, de los primeros días de enero, no me pareció mejor; sería quizá
porque en esa época los cerros están vestidos de verdor y abundan los frutos de la tierra; en cambio en esta época, el panorama está algo sombrío, los cerros estan muy resecos, y las chacras, después de la cosecha, están llenos de rastrojos amarillentos.
Los versos de las huaylías tenían como siempre esa hondura y colorido. ¿ Por qué sería ?, me recordaron mi condición de huérfano y el desamparo de mi familia, desde la muerte de mi padre. Me entró un sentimiento de impotencia, de no estar a la altura de otros mozos vecinos, que sí podían irse a trabajar a la costa a los valles de Cháparra, Yauca, y ganar harto dinero.


PREPARATIVOS PARA LA FERIA DE YNCAHUASI

Terminada la feria de Nahua Alta, hombres y mujeres se esmeran en la fabricación de ponchos, zapatos, hormas, para su venta el próximo 15 de agosto en la Feria de YncaHuasi, más grande que la de Lampa. En esta ocasión, aprendí de tía Tomasa a tejer ribetes para los ponchos, ella contrataba a los tejedores a puerta cerrada y nos pagaba 15 centavos. También aprendí a tejer canastas de carrizo y chichiclla, con la idea de venderlos  en la feria.
Debido a que el  producto de nuestros terrenitos no era suficiente para mantenernos, acordé con otros muchachos del pueblo irnos a la cosecha de maíz, habas, papa, que se realiza por estos meses en Pomacocha, Colta. Así llegamos a recoger varios sacos de menestras en pago por nuestro trabajo, además algunos conocidos de papá me regalaron una regular cantidad; con esto ya podíamos aliviar en algo nuestra pobreza.
Mi hermano Moisés había preparado una docena de zapatos, una carguita de ach’ira-huatia, y otros productos y provisiones para venderlos en  la gran feria de Yncahuasi.
Una madrugada salimos hacia allá, en compañía de los hermanos Daría, Eusebia y José Prado y en el trayecto se nos fueron  uniendo otros vecinos de los pueblos siguientes. Por primera vez después de la muerte de papá hacía un viaje tan largo, recuerdo que era un 13 de agosto de 1,925 ó 1,926.
El camino desde Lampa iba por la cuesta de Pajsajolta, de ahí a Tambopata, donde todo viajero se aloja porque hay pastos naturales y agua para beber y cocinar. Después sigue al lugar llamado Los Tablones, porque es una ladera donde las piedras son planas; luego T’ayaPampa, donde abundan las t’ayas de una altura de un metro y medio aproximadamente. De ahí sigue una cuesta llamada VacaRumi, donde hay una piedra en forma de vaca casi a la mitad de la ladera. Al llegar a la cima, aparece al frente del viajero, el volcán apagado SaraSara, cubierto en parte por nieve perpetua. Empieza entonces Ajopampa (arenal inmenso ) donde el frío es irresistible; luego CóndorCerca ( donde se congela el cóndor ); continúa el camino hasta un lugar donde hay un manantial de agua muy fría, al parecer existe ahí el azogue. Llegamos a Pichjapuquio donde hay 5 manantiales, que son muy conocidos por unos versos que se cantan desde antiguo,  dice :
“...SaraSaray wikuñita pichjapuquiopa ñahuillan upeaj soraschallay, oknencajllata joycohuay, qullay yanayhuan opeayconaypaj..” ( vicuñita del SaraSara que bebes en cinco manantiales, unito siquiera préstame para beberlo con mi amorcito..).
Después llegamos a Chacaraya donde nos quedamos la primera noche.  Al amanecer reanudamos la marcha, orillas del río Tambillos,          ( lindero natural de la hacienda del mismo nombre de doña Virginia Chávez casada con Federico Leyva de Ocobamba, familiar de mi padre ) buscamos el vado, nos sacarnos los zapatos y lo atravesamos tiritando de frío. Como pasaban muchos viajeros en ruta hacia Incahuasi, en la otra orilla, los lugareños tenían armados sus toldos de venta de picante de cochayuyo y caldo de mondongo a 5 centavos el plato.
  Luego de saborear estas ricas comidas seguimos el viaje  por la cuesta de Puyusca, Yncuyo; a eso de las 9  de la mañana estuvimos  en el extremo de la pampa, que casi en sus 3 cuartas partes está anegada de agua. Conforme fuimos avanzando se hizo más visible la famosa laguna de Parinacochas, rodeado de una cadena de cerros, entre ellos el volcán apagado Sara Sara. A cierta distancia de nosotros las manadas de Wikuñas trotaban ágiles por los cerros En aledaños se veía a poblanos  pastoreando  sus  vacunos, caballos, cerdos, ovejas, llamas.
A las 11 de la mañana estuvimos en Yurajwasi ( casa blanca ), pero antes pasamos cerca a un manantial llamado AsnajPuquio ( Manantial pestilente) cuyas aguas burbujeaban hirvientes sobre la superficie, con un penetrante olor azufroso. La gente decía que era medicinal y lo llevaba  para enjuagarse cuando tenían  dolor de muelas.
A eso de las 4 de la tarde estuvimos por fin en la propia feria, parecida a la de Lampa, aunque más grande. Bajo los toldos de las vianderas se apreciaba la aglomeración de los feriantes hambrientos, atraídos por el olor de los chicharrones y  frituras ricas, y bajo los  toldos de las cantinas a hombres bulliciosos y jaranistas, bromeando, riendo y vociferando bajo los efectos del rico cañazo de Majes y el vino de Cháparra. En los toldos de comerciantes, con olor a cuero nuevo de alforjas y zapatos, telas, anilinas, bizcochos, relojes, agujas, lamparines, perfumes y artículos diversos, los feriantes elegìan y regateaban los precios. Las tropas de danzarines y músicos competían en las calles para quedar como los mejores.



UN BORRACHO SUERTUDO

Un grupo de hombres, alumbrados con lamparines de  tubo de vidrio, estaba reunida alrededor del pozo en forma de cono jugando al “choclòn”. En eso llegó un hombre muy borracho de entre 40 45 años. Los dados los tenía uno más joven de vestido y sombrero elegante, calzaba espuelas con  roncadoras que a cada paso sonaban “...chall chall chall..”. Hasta ese momento tenía ganado unos 500 soles de oro.
El borrachito sacó de su bolsillo 5 monedas de oro y desafió         “... va a los 50...”. El joven de los dados aceptó, pensando ganarle fácil su dinero y de pasada las apuestas de los demás. El animador dijo “...va el juegooo...”, el borrachito exigió “...¡yo mando!..”, “...claro señor, tiene Ud. la prioridad por lo fuerte de su apuesta...”,  “...entonces, a la boleada...” mandó. El encargado tiró entonces los 8 dados desde el ras de la circunferencia en forma de cono, que fueron rodando al fondo: 1…2…3…4…5…6…7… entraron al tarrito y el octavo se quedó atascado en la raya que está a 30 centímetros del centro. ¡ Ganó el borrachito !; el elegante se puso furioso .
 “...¡ Ván los 100 ...!” desafió el borracho alentado  por su fácil triunfo, el  joven, pensando en el desquite, asintió con la cabeza. Ordenó entonces el retador “...Chicchepara, ¡ todas las bolas !...”. El encargado tiró todas las bolas desde arriba en forma de lluvia o granizo, que fueron rodando hacia el fondo y entraron 6 al tarro. ¡Otra vez ganó el borrachito!.
Taconeando nerviosamente sus roncadoras en el suelo, el joven elegante pidió el desquite: “...Un último tiro, van 200, yo mando... ¡ tiro al seco !... ”. El animador obedeció tirando las bolas con un golpe seco. Los dados empezaron a rodar, uno tras otro quedaron atascados en la raya.     ¡ Perdió nuevamente !.
El elegante se puso muy exaltado, pidió prestado a sus amigos pero le reunieron únicamente 5 soles de oro, que apostó y volvió a perder. Echaba chispas por los ojos, quería pelearse con el ganador, pero lo sujetaron. Ya nadie quiso apostar, el borrachito suertudo llenó sus bolsillos con los cientos de soles ganados fácilmente, se enrolló su bufanda de vicuña al cuello y se retiró. Yo, después de tomar mi jarra de chocolate caliente, me fui a mi posada.
Comentó la gente al día siguiente que encontraron a un borracho tirado en la calle con tres tiros de bala en la espalda.


LAS PARIHUANAS EN LA LAGUNA

La “posada”, nuestra “ posada”,  no era realmente una casa, sino una andenería situada en el faldio del cerro al lado de la plaza. Cada andén era de, por lo menos, metro y medio de largo por uno igual de ancho, y servía de alojamiento a los feriantes venidos de Lampa, Pauza, Pararca, Oyolo, Colta, Corculla, Pacapauza, Cora Cora, Chumpi,  y de otros pueblos alejados. Debido al frío bajo cero teníamos que dormir abrigados con varios ponchos. Al levantarnos nuestros pasos sonaban como si pisáramos cáscaras de huevo, pues la superficie de la tierra amanecía semicongelada. Cuando los tibios rayos del sol se extendían sobre la superficie de la laguna de Parinacochas sentíamos alegría en nuestros corazones. A esa hora las parihuanas, flamencos de alas rojas y pecho blanco se ponían en fila de uno, luego de dos, muy enhiestos, y hacían una marcha como soldados. La misma escena se observaba a la caída del sol, a eso de las 5 de la tarde. Comentaba la gente que sus aguas parecen tranquilas, pero son peligrosas para todo aquel que trate de acercarse a sacar los nidos de parihuanas.


YNCAHUASI: LEYENDA O HISTORIA

         Alrededor de la laguna están los pueblos de Yncuyo, SallaSalla, Yurajhuasi, YncaHuasi. Por la abundancia de pastos naturales sus habitantes se dedican al pastoreo de ovejas, reses, caballos, cerdos; hay también muchos guanacos y vicuñas en estado silvestre. Poltotoja es también otro  de los caseríos que se encuentra en esta pampa.
     En lo referente a la pampa de Yncahuasi comentaban que, inicialmente fue designada para ser la capital del Imperio, pues los cerros que la circundaban le daban una posiciòn estratégica para defenderse fácilmente de cualquier ataque. Pero ocurrió que cuando el Ynca hundió la barreta de oro, fluyó el agua en abundancia  y se desanimó  del intento. Existen en el lugar piedras talladas y restos de construcciones con inmensos bloques de piedra, que dan a entender que hubo algo de cierto en eso.
         Otros comentaban que los Yncas construyeron, con la más alta ingeniería, canales subterráneos para llenar la laguna de Parinacochas con agua derivada del mar. Esto también da que pensar, porque cada 7 años las aguas bajan su nivel enormemente, y aparece en su interior sal granulosa, como la del mar; que la gente saca para su uso. En la actualidad el gobierno ha creado un impuesto para su explotación.
Contaban también que, con el objeto de irrigar unas tierras eriazas, los pobladores de Chumpe empezaron a cavar un túnel en un cerro, sin saber que por ahí pasaba el canal construido por los Yncas. En determinado momento empezó a brotar un enorme chorro de agua salada proveniente del mar,  por lo que suspendieron de inmediato la obra. 
La gente comentaba, la laguna no tiene entrada ni salida como otras lagunas, pero sus aguas se filtran hacia  la costa  por la quebrada de Cháparra, al lado de Caravelí, y luego de regar muchas haciendas, llegan hasta el mar. Yo  me decía ¿ no será al revés ?.
También decían que, por Yncahuasi pasa el gran túnel de los Incas que va de Cuzco a Cajamarca y llega hasta Quito. Y que cierta vez un comerciante había levantado su tienda junto a unos bloques de  piedra, talladas en la época del Incanato, cuando en eso, observó un boquerón en el suelo por donde descendían gradas de una escalera de piedra. Como era mediodía y los rayos del sol alumbraban perpendicularmente a la superficie, pudo ver unas barras de oro en su interior. La ambicia lo hizo entrar amarrándose la cintura con una soga, pero no se le vio más. Al conocerse la noticia, otros más ambiciosos intentaron lo mismo, pero fue igual, no aparecieron jamás. Era alguna maldición, decían unos supersticiosos; era el efecto del gas antimonio, decían otros más acertados. En vista del gran peligro, el Sub-prefecto de la provincia ordenó el cierre del boquerón.

FERIA TERMINADA

En ocasiones amanecían tiradas en la calle cuerpos de mujeres muertas a causa de heridas ò congelamiento. La razón era que se emborrachaban con hombres, y en ese estado eran violadas, golpeadas y tiradas a la intemperie, sin que las autoridades pudieran impedirlo.
Al cuarto día, mis paisanos terminaron de vender su mercancía y con el dinero ganado compraron tela para vestidos, carne seca, chuño, azúcar, cigarros, coca, que se utilizaría en la siembra de maíz del próximo setiembre. Nos  preparamos entonces para el regreso.
Alistada  nuestra carguita, mi hermano Moisés me ordenó ir a sacar el burro del potrero, donde lo internamos a nuestra llegada, pagando 10 centavos por todos los días de feria. El potrero tenía  un solo lugar de entrada y salida, y para recoger los animales había que mostrar el boleto al encargado. Entre cientos de animales de los feriantes, al cabo de 2 horas de ardua búsqueda, recién vi a mi burrito, se encontraba a la orilla de la laguna de Parinacochas. Lo monté y me dirigí a la salida por el lugar llamado YanaOrcco ( cerro negro ) donde según creencia general estaría su manantial de origen. En ese momento observé que el agua de la laguna cae en una depresión del terreno, tomando  apariencia de una olla grande hirviente; al levantar la vista observé el cerro negro en donde no hay vegetación ni parihuanas. Comentaban que, anteriormente los excursionistas venían desde el puerto de Chala a pasear en sus botes, muchos no retornaron, y entonces suspendieron el ingreso. Por esto, muchos paseantes preferían ir a la laguna más pequeña de WajePampa en CoraCora.
         Pensando en los accidentes me fui a la salida donde el encargado chequeó mi boleto. Al llegar Moisés estaba muy preocupado, al preguntarme por mi demora, le conté lo difícil de ubicar a nuestro burro, porque se había metido por el lado de YanaOrco. El, suspirando aliviado, me palmeó la cabeza y me dijo “..felizmente nada te ha pasado, porque en ese sitio desaparece la gente..”. Puso la carona al animal, acomodamos la carga y nos volvimos a Nahuapampa por el mismo camino.





CON DONATO A  CHÁPARRA.

        Los últimos días de agosto, en todos los pueblos de la provincia comienza la siembra del maíz. Primo Donato tenía una yunta de arar y era muy solicitado por los vecinos, íbamos juntos, pues yo era su guiador, pero antes trabajamos nuestros propios terrenitos hasta fines de setiembre.
       En los primeros días de octubre me dijo “...Narcisucha acompáñeme a Cháparra, tengo 8 arrobitas de frijoles...”. Yo no tenía nada que hacer pues había cumplido con la  siembra de los terrenos de la familia, así que le acepté; corría el año 1,925.
Salimos con 2 cargas de 4 arrobas en cada burro. El primer día llegamos hasta Chacaraya; el segundo día vadeamos el río Tambillos, y llegamos a Puyusca, capital de Yncuyo, a la entrada de la pampa de Yncahuasi. Ahí Donato entró a una tienda a tomar cañazo y comprar sus cigarros; continuamos por Poltotoja a SallaSalla, dejando a nuestro lado derecho, la laguna de Parinacochas  y a la izquierda el nevado SaraSara.


DONATO Y SUS PRECAUCIONES

A las 4 de la tarde estuvimos en Quishuar, justo donde años atrás asaltaban y asesinaban a los viajeros. Había que atravesar durante 20 minutos esa quebrada profunda. Mi primo me advirtió  que el lugar era peligroso, dijo “...hay que tomar precauciones, pasa primero con las cargas yo me quedo acá vigilando..”. Bueno, yo obediente atravesé la quebrada arreando los 2 burros, sin novedad alguna, cuando llegué a lo alto de la otra banda grité “ Kaipim kachkani Donatooooo” (aquì estoy ya lleguè…..). Al verme Donato al otro lado de la quebrada gritó               “...¡ Sullaycohuaaay  chayllapeeee !...” ( espérame ahí nomás), a la vez que entró a la quebrada a toda carrera. Juntos ya en la parte alta, jadeando como un caballo, me decía muy aliviado, “...¡ felizmente yauuu, felizmente yauu !...”.
Me habìa mandado por adelante como carnaza, el muy cobardòn.
Seguimos subiendo una cuesta hasta Huayllarana, situada a unos 4,500 m.s.n.m. Es una altiplanicie de unos 4 kilòmetros de extensión con una vista privilegiada, pues permite observar los picachos más altos de la Cordillera Occidental: el Coropuna, Solimana, SaraSara, las alturas de mi pueblo, el horizonte del mar, y también la quebrada de Cháparra, difuminada en partes por  una capa liviana de humo azul.
Durante nuestra caminata por la inmensa pampa habìan  hondonadas, no tan profundas, surcadas por hilos de agua helada. A su vera, plantas de t’ayas y otros arbustos que crecen solo unos 30 ó 40  centímetros a causa del intenso frío. Sobrevolaban unas avecillas de color cenizo, y un poco distante las tropas de Wikuñas pastaban en los faldìos de los cerros.

UN CRIMEN  SIN CASTIGO

    Al final de la meseta llegamos a Maraycasa, sus pobladores, de color cobrizo y vestidos grotescos, siguieron nuestros pasos con mirada hostil y recelosa.
A mitad de la cuesta habìa un morro de piedra no muy alto,  sobre ella una crucecita de madera, con apariencia de desgaste por el rigor del tiempo y la naturaleza. En ese momento Donato recordó la muerte de tío Leoncio Romero, quien años atrás se habìa casado con una muchacha de ese lugar. Los padres y familiares de ella se opusieron al compromiso porque era muy abandonada, muy liberal, y se acostaba con todos sus primos. Al hombre no le importó, estaba  muy enamorado y se casò contra la voluntad de todos. A los pocos meses la mujer enfermó y murió. Su pérdida le ocasionó un  terrible sufrimiento. Deambulaba gran parte del dìa por los  lugares donde  pasaron juntos. Llegando a su vivienda solitaria lloraba sin consuelo; como  era aficionado al violín, se le oía tocar tonadas muy tristes, horas de horas.  
El suegro y demás familiares se reunieron preocupados por su situación, le aconsejaron viajar a Cháparra a pasar un buen tiempo trabajando, para olvidar los recuerdos que le atormentaban. Luego de meditarlo halló muy correcto el consejo, mandó a preparar su fiambre y emprendió el viaje a dicho lugar. Estuvo trabajando muy bien, al cabo de un tiempo le afectó la “ terciana”, como se conocìa a la enfermedad del paludismo, pero pudo soportarla varios meses.
En cierta ocasión, sus paisanos Juan de La Cruz Navarrete y su pariente Esteban Romero volvían de Yauca hacía Colcabamba. Y al  verlo tan mal le aconsejaron viajar con ellos a la sierra a descansar un tiempo hasta restablecer su salud. Considerando correcta la sugerencia, pidió a su patrón la liquidación de su salario por  los meses trabajados y preparó algunas cositas para su familia.
Se vinieron los 3 juntos, y se cree que más ó menos donde observamos la crucecita con Donato, tío Leoncio que venía montado en un burro, tiritando de frío por la tembladera de la terciana, cayó al suelo inconsciente. Sus acompañantes, teniendolo por muerto, le amarraron al cuello una pita, segùn costumbre de la època y como señal de su enfermedad para  evitar el contagio. Para enterrarlo pidieron ayuda de los pobladores de Maraycasa, cercano al lugar; hecho esto, continuaron su viaje. Llegando a Colcabamba hicieron llamar a mi abuelo Juan de Lino y le contaron el fín que había tenido su hijo; de sus pertenencias solo le dieron el burro con su carona.
Al no quedar contento con estas explicaciones, mi abuelo viajó a Maraycasa, donde las autoridades le informaron que el cadáver había sido enterrado en el cementerio del pueblo el mismo día del fallecimiento, y, accediendo a su pedido, ordenaron la  inmediata exhumación del cadáver. Dice que cuando sacaron de la fosa, el cuerpo todavía estaba caliente, y al desatarle la pita amarrada en el cuello botó un gas por la boca. Entonces……..¿ había sido asesinado ? .
Esta historia la contò, muy pintorescamente, primo Donato mientras cruzàbamos el lugar “...Entonces, ¿ la cruz está donde pasó el fatal accidente?...”, le pregunté, “..es posible...”  contestó.

                              
SIGUE LA CAMINATA

         2 kilómetros adelante descendimos por una quebrada. En el lugar llamado PukaCruz, donde habìa una cruz de madera roja, empezó a oscurecer el cielo; era momento de acomodarnos para pasar la noche.
Como buenos viajeros llevàbamos nuestro caldero de lata, que  nos sirve  de olla. Me fuí al riachuelo a traer agua  para preparar el caldo, luego traje leña, Donato fuè a amarrar a los burros, para que no se alejen de nuestro campamento. Luego de calentar el cuerpo con la cebadalahua ( chupe ó caldo de cebada ) nos acostamos con la ropa puesta, sin sacarnos los zapatos, por el tremendo frío.
A las 6 de la mañana reanudamos el viaje. Otra vez a caminar, camine...y camine...; a las 8 de la mañana estuvimos en CuestaChaqui último lugar donde podìa verse el nevado SaraSara, y donde empezaba el descenso a la Costa. Era el lugar en que los viajeros se despedìan de la provincia de Parinacochas; muchos para siempre, nosotros, esperanzados que fuera solo “ un hasta luego “. 
      A las 2 horas de bajada llegamos a la cabecera de Cháparra, al lugar llamado Huaychamaca, donde habìa ganado vacuno paciendo en los potreros de alfalfa, el clima muy cálido nos hizo sudar. Seguimos por DobleCerco en donde habìan 2 piedras juntas de unos 4 metros de alto por 5 metros de ancho, Donato dijo que por ser mi primer viaje al lugar, por costumbre tenìamos que ...........................................
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( las páginas 172 y 173 del manuscrito se han extraviado continúa en la pag. 174 )

      ...compró 2 arrobas de frijoles, ya era tarde y nos quedamos esa noche.
Muy buena, la señora Luisa nos invitó a cenar con sus peones un  plato de picante de trigo, con su ensalada de lechugas y como asentativo un “ binco” de vino. Binco es la corteza vegetal ó mate muy durable y de uso común en los hogares pobres. Cortada en media luna sirve para cosas de beber, si el corte es redondo sirve de plato, y si es grande y tiene forma vertical se usa para recipiente de agua.
     A las 6 de la mañana atravesamos la hacienda de don Leopoldo Neyra y llegamos hasta la hacienda “ Cascajal ” de don Laurencio Valdez; donde una veintena de peones laboreaba los parrales. En este lugar terminamos de vender la carga de frijoles; y montamos nuestros burros en dirección a  Jaboncillo, que es una pequeña población con sus respectivas huertas de frutales. Seguimos a Caramba, una población en su mayoría medianos hacendados. Por ejemplo doña Carmen, con quien trabajó varios años mi hermana mayor Margarita y conocía al primo Donato; al reconocerlo, nos regaló naranjas y nos invitó el almuerzo.
Seguimos nuestro camino, al llegar al lugar AjoAjo enfilamos por la orilla izquierda del río y atravesamos por la hacienda de un tal Rojas. A eso de las 3 de la tarde estuvimos llegando a Achanizo, situado a mitad de la falda del cerro. Era un pueblo muy pobre, de casas construidas con caña brava y tarrajeadas toscamente con barro.
Saliendo de este pueblo cruzamos a la orilla derecha del rìo y tan luego estuvimos en “ Casa Grande “, una hacienda realmente grande de don Ramón Cárcamo, ya finado, con extensos algodonales.Sus viviendas y otros compartimientos tenìan un mejor aspecto, con grandes pabellones de depòsito de algodón apañado, enormes máquinas desmotadoras, una prensa  grande para formar pacas.
Ante mi curiosidad, Donato explicò : “...Por entonces cargaban la producción en cientos de mulas hasta el puerto de Chala, de ahí en vapores hasta el puerto de Callao y de ahí a Lima. Para estos trabajos empleaban cientos de trabajadores, como nunca antes se había visto, y a la hora del almuerzo se juntaban alrededor de unas pailas enormes...”
Esa y las demàs historias contadas contadas por mi primo durante el viaje, me parecían maravillosas, veía hombres muy valerosos trabajar como hormigas sacrificándose para forjar el bienestar y progreso de su familia;  “...pero siempre morían pobres...” remató Donato.
         En éste punto, notè que los cerros eran menos altos que en Quicacha, por una sencilla razón: la cordillera occidental de la que forman parte, viene en declive hacia el mar. Seguimos por el camino que bordea la hacienda “CasaGrande” y por fin llegamos a Huancalpa, donde era arrendatario un tal Vicente, casado con nuestra paisana doña Natividad. Vivían ahí varios años, nos recibieron con hospitalidad y nos alojaron durante 2 meses. Todo ese tiempo ayudè en los trabajos del aporque del maíz, la escarba de papas, también en la cocina. La señora preparaba para el desayuno, yuca frita con aceite de oliva, bistec frito y café de sabor riquísimo; para el almuerzo caldo con abundante carne de res.


NADIE SABE PARA QUIEN TRABAJA

En esta ocasión, no sentì nostalgia ni pena de estar lejos de mi pueblo y de  mamá. Las sementeras,  árboles, ríos, el sol del amanecer y del atardecer, las estrellas, la luna en las noches, todo era similar a los pueblos de la sierra, sólo que aquì en la costa las personas hablaban castellano,  ¡ Ah !, el castellano, ¿ cuándo podría aprenderlo?. De todos modos, aunque sabìa pocas palabras pude hacer mis amistades.
Cerca a nuestro alojamiento había una pequeña hacienda donde trabajaban 4 peones. Entre estos, un negrito de 16 años, criado ahì desde su niñez, que del castellano solo había aprendido: “...buenos días…. buenas noches…. Si… no….ajáá….buenooo..” ; otras veces solo movía la cabeza. Con él estábamos casi a la par, porque yo apenas sabía unas 10 palabras de castellano y la mayor parte le hablaba en quechua. Aparentando haber entendido el negrito contestaba ó movía la cabeza en la forma mencionada. A pesar de estas dificultades nos hicimos muy amigos y venía todos los días a mi alojamiento para irnos al río a pescar camarones.
¡ Andaba descalzo, pero la suerte ya se le acercaba !
Hacía un año había fallecido su patrón, y la patrona, joven de entre 28 a 30 años quedó sola con dos huerfanitos, la mujercita de 8 años y el varoncito de 4 años. Desde que quedó viuda le llovieron los pretendientes, pero ella los rechazò uno a uno, sabedora que todos venían interesados en la regular fortuna heredada de su finado esposo, en  caballos, reses y extensas tierras con forraje y sembríos.
Justo, faltando una semana para que nos fuéramos con primo Donato al puerto, sorpresivamente la viuda le ordeno al zambito “..el viernes a las 6 de la  mañana, ensilla el caballo de montar del finado y la mía, nos vamos a Chala...”. El muchacho no sabía el motivo del viaje.
A su regreso, más con gestos que con palabras, completando nosotros su historia con los chismes de la gente, contó:
Cuando llegaron al puerto la viuda le compró ropa, zapatos, lo hizo bañarse, y así bien vestido se lo llevó a la iglesia y se casaron. Terminada la ceremonia se vinieron de inmediato. Cuando entraban por la calle principal del pueblo, el zambito estaba hecho todo un hacendado, con sombrero, terno, botas de montar, espuelas, bufanda de vicuña. Esto fué un escándalo, una desagradable sorpresa para la familia de la viuda.  Pero, a pesar de los reproches y resentimientos de los demás, ella estaba feliz y contenta de haber asegurado el bienestar de sus  propios hijos; porque de haberse casado con uno de su condición social, por no ser hombres de trabajo, sino acostumbrados a mandar, la llevarían a la quiebra. La gente decía  “...qué viuda más inteligente...”.
Los últimos días antes de partir con primo Donato, el negrito estuvo  con nosotros, pidiendo que me quedara a trabajar en su hacienda, pero no acepté.
Un jueves en la tarde, me despedí con un fuerte abrazo del zambito, ya no era un simple trabajador, sino todo un hacendado; lo que es la suerte ¿nó?. Recuerdo bien este día jueves de mediados de Octubre de 1,926, porque el día viernes siguiente llegaba el barco a Chala, a recoger pasajeros y ganado movilizados desde CoraCora, Pullo, Chumpe para ir a Lima.
De Huancalpa salimos a las 5 de la mañana, a las 6 estuvimos en Quirhua, un  pampón donde se alojaban todos los viajeros que iban a Lima. Era el ùltimo lugar donde podìa forrajearse las acèmilas, màs adelante no habìa y tenìan que aguantar hasta volver de Chala, es decir hasta el día sábado. Nosotros seguimos, tan luego nos encontramos al frente de la Hacienda San Agustín, con sus inmensas plantaciones de olivos. De ahí cruzamos a la orilla derecha del río y llegamos al lugar llamado Angostura, en donde habìa unos pampones sembrados de maíz, camote, gramas; de frutos muy diminutos a causa de ser tierra salitrosa;  mayormente  arenosa y poco  fértil.


TRAMPA DE SERPIENTES

A 500 metros de la orilla del río habìa una ciudadela en ruinas, mucho más grande que la que vimos en Quicacha, era conocida como       “ Serpe”, a la que nadie se atrevìa entrar; aquél que lo intentaba morìa. Contaban los lugareños que, muchos años antes, en la época de los gentiles, habían serpientes gigantes, también llamados dragones, que cuando tenían hambre entraban a los pueblos y se tragaban a la gente. Pero en este lugar sucedió algo muy diferente, porque al saber que el monstruo se acercaba a ellos, los pobladores cavaron un pozo donde pusieron bebidas envenenadas.
 Parece increíble, pero en éste lugar los cerros no son tan altos y el color de la tierra es blanca, completamente diferente a los aledaños. Precisamente en dirección a las ruinas, junto a un pozo abandonado, se apreciaba un montículo con forma de cabeza de burro, con sus orejas de piedra sobresaliendo en la parte superior. A ella unida, se apreciaba  una faja larguísima en zigzag de cientos de metros. No sabría decir si era de tierra ó piedra porque no me atreví a acercarme. Según decían, era donde murió envenenado el monstruo. Cualquiera puede comprobar esta maravilla natural.  Lo demás me parece una leyenda, aunque la gente crea que es verdad y sientan temor de acercarse al lugar.





CHALA, PUERTO PRINCIPAL

Seguimos nuestro camino, yo no sentìa fatiga alguna, muy animado de oir las historias que primo Donato me iba contando durante nuestra caminata. Descendimos a la pampa de Capa, los cerros quedaron a nuestras espaldas. Al llegar a la parte alta, apareció a nuestra derecha  un extenso arenal, y a nuestra izquierda, apareció por primera vez ante mis ojos, el mar inmenso, con su color de hierro azul, como en las fraguas de los herreros. Yo en mi ignorancia temía que se fuera a salir porque no tenía cauce como los ríos de mi pueblo. Seguimos, camine...camine  y...camine por el arenal. A cierta distancia, muy cerca al puerto vimos unos  pozos de agua dulce que abastecìan a la población.
      Llegamos a Chala, puerto principal, justo en el momento que unos estibadores embarcaban en unos lanchones, pacas de algodón, frutales vino y otros productos. Lo más interesante era el embarque de las reses: sujetas a una grùa con gruesas correas eran levantadas de tres en tres desde la orilla. Con 4 movimientos de ida y vuelta, 12  reses eran depositadas en cada lanchón, y de ahì llevadas al vapor anclado a cierta distancia de la costa. Igual hicieron con la carga restante. Terminada esta operación los pasajeros fueron subiendo al lanchón con sus equipajes. Para mí todo era maravilloso, no me explicaba qué fuerza tan poderosa puede tener amarrada a una masa de agua, más grande que todos los ríos juntos  que yo había visto en la sierra, sin que se derrame y se vuelva contra nosotros.
En la cubierta los pasajeros batìan  sus pañuelos en señal de adiós a sus familiares, apostados en el muelle. A la distancia la gente se asemejaba a botellitas pequeñas que se movìan por resortes. Me quedé hasta la tarde observando el mar, como si fuera la única oportunidad de admirarla. Donato dispuso que fuéramos al pueblo por alojamiento y de paso a hacer compras, no recuerdo que cosas compró.








RETORNO A NAHUAPAMPA

En la madrugada del sábado emprendimos el retorno a Nahuapampa. A las 5 de la tarde nos alojamos en la hacienda “BuenaVista” de don Leopoldo Neyra. A las 5  de la mañana  del domingo  reiniciamos el viaje y avanzamos  hasta Sajuara. El lunes salimos a la madrugada y a las 11 de la noche estuvimos  al final de la quebrada de Cháparra, en la subida de Cuestachaqui. Seguimos avanzando a MarayCasa y acampamos frente a unas casitas, cercanas al lugar donde murió tío Leoncio.  ¡ Qué tal frío se sentìa allì ! .
El martes madrugamos y a las 8 de la mañana estuvimos en Huayllarana al frente de SaraSara. Seguimos sin descansar, pasamos por QuisHuarOsto, luego por SallaSalla, a medio día atravesamos Poltotoja, frente a la laguna de Parinacochas. A horas 4 de la tarde llegamos a Yncuyo, Puyusca. En Chacaraya estuvimos a 8 de la noche, ahí si nos alojamos en casa de unos amigos. El miércoles salimos muy temprano, nuestra ruta siguió la subida de Pichjapuquio, CondorCerca, luego Ajopampa, VacaRumi, Tambopata, Paysagolta; a las 5 de la tarde llegamos a Lampa, 30 minutos después entramos a nuestro añorado pueblo de Nahuapampa.
Este primer viaje a la Costa, me dió aliento y esperanza de trabajar en otros lugares, aprender a leer y escribir, manejar bien el castellano, juntar plata y comprar tierras y ganado para llegar a ser ganadero, siquiera a la altura de mi finado padre.
Así pasé los meses de noviembre y diciembre de 1,926, realizando trabajos de deshierbe de maíz para las señoras ancianas, viudas y ancianos desvalidos, ganando 5 centavos por día, con su respectivo almuerzo y merienda de pura carne, claro que nada de queso ni de leche, porque me daban dolor de estómago. Nunca trabajé para los gamonales, ni por temor a su látigo, ni por que ofrecían mayor salario; muy orgulloso, me decía, “...si mi papá jamás fue peón de ellos, ¿ por què debería serlo yo?...”.
         Después de la siembra del maíz se hacìan 2 deshierbes, la primera se llama A’chue, en castellano Cospeo, y es cuando el maíz ha sobrepasado unos 30 centímetros sobre la tierra. El segundo se hace cuando ha sobrepasado unos 80 centímetros, le dicen Allhue, en castellano aporque.
         Desde que abrí los ojos al mundo, invariablemente, todos los  primero de noviembre  empezaban las lluvias en mi pueblo. Para la fiesta de Todos Los Santos abundaban los frutales, como higos, durazno, manzana, níspero, también papa, habas y maíz que eran sembrados 3 meses antes de la siembra general.
         El 2 de enero de 1927, como de costumbre, se festejó la gran  feria del Niño de Nahualta, con sus tropas de huaylías, su gran actividad comercial. Nosotros también aprovechamos para vender forraje para las acèmilas de los comerciantes.
Después siguió la fiesta de Carnavales con sus tropas de huayllacha, la preparación de los “mistis”, “bollos” y bizcochuelos en los humeantes hornos de barro; hirviendo en el fogón la rica jallpada, para felicidad y algarabía de los muchachos.
A continuación siguió semana santa con la devoción de los feligreses por el Señor Crucificado de Lampa y las trompeaderas de los desafiantes en  Juchihuañuchinapampa, Trenzanapampa, Huayjopampa. Pasaron los días y semanas. A fines de marzo ya no lloviò mucho; aprovechando esto, con primo Donato emprendí mi segundo viaje a Cháparra.


PISA DE UVA  EN CHAPARRA

En esta ocasión nos fuimos directamente a la hacienda Cascajal de don Laurencio Valdivieso, quien nos dió trabajo a 40 centavos-día para Donato por ser adulto y a mí, sólo 10 centavos-día, por ser todavía un adolescente. Mis obligaciones eran limitadas, traer leña para la cocina y recoger las hierbas cortadas de los parrales, entre otras tareas menudas.
En estos meses de marzo a abril, por ser época de vendimia,  entre 20 a 30 peones se encargaron del recojo de uvas. Cada uno con su respectiva canasta mediana, donde depositar los racimos cortados. Que una vez llenas se vaciaban en las capachas (alforjas de cuero) atravesadas  sobre el lomo de los burros. Eran 12 burros y sus capacheros, y se turnaban de 6 en 6 para el acopio y traslado de las uvas a un lagar,  sin perder la continuidad del recojo.
El lagar era una construcciòn dura y consistente de cal y piedra, de 12 metros de largo, 6 de ancho y 1 de altura. Y para llenarlo  se necesitaban entre 15 a 20 días seguidos.
         Una vez lleno el lagar colocaron tarimas de madera y sobre estas gran cantidad de piedras enormes, para que su peso exprima el jugo de las uvas y  fluya a otro lagar contiguo
Terminado este primer proceso, retiradas las tarimas y las piedras, organizaron una gran fiesta con participación de hacendados, compadres, familiares, vecinos; surtida la cocina de gallinas, pavos, patos y reses en cantidad.
Al son del arpa y violín iniciaron el proceso de  la “pisa”, que se hace necesario, pues en la primera fase no ha sido extraído todo el jugo de las uvas. A las 6 de la tarde del día sábado se reuniò la gente alrededor del primer lagar, a pesar de la hora se sent¡a la calidez del clima. El dueño hizo formar 4 grupos de 6 peones cada uno, todos descalzos y en calzoncillos, les brindó unos bincazos de vino y a una orden entraron al lagar lleno de uvas semi exprimidas, ubicándose en cada uno de los ángulos del lagar.
Al son de la mùsica, con los puños puestos sobre el pecho, los grupos avanzaron en forma de aspa, con pasos largos, hacia el àngulo opuesto. Se  cruzaban en medio del lagar, pero sin chocar. Los invitados también bailaban en el patio; la veintena de lamparines colgada desde la ramada vegetal daba una gran iluminación. La comida se repartiò en abundancia y el vino corriò como agua.  A las 2 ó 3 de la madrugada los pisadores ya borrachos, apenas podìan levantar los pies de la masa de uva pisada. Al estarles prohibido salir del lagar, muchos vomitaban y orinaban ahí mismo;  a pesar de todo el vino siempre resulta  muy rico.
         El jugo de las uvas pisoteadas conocido como Mosto se  llenaba en vasijas para fabricar el aguardiente de uva, ò pisco. El proceso es similar al del aguardiente de caña. En un alambique someten el mosto al fuego varias horas hasta convertirlo en vapor. Al fluir por unos serpentines metálicos, un chorro externo de agua frìa en su tramo final produce su condensación, y va saliendo por el otro extremo, gota a gota....... el pisco de uva.
         Terminada la vendimia, don Laurencio me ordenò acompañar a su esposa e hijos a  Chiochine, su vivienda  principal, distante de  Cascajal a 20  kilómetros. Salimos de la hacienda a las 6 de la mañana y 5  horas màs tarde estuvimos en la casa. Se ubicaba a 150 metros del río, en una hoyada amplia a mitad del cerro, a salvo de derrumbes, muy frecuentes durante los meses de enero a marzo, a causa de las lluvias torrenciales de la sierra. La casa estaba construida de madera, carrizo y barro, con muy amplios y cómodos cuartos; el camino que conducìa a ella, estaba rodeada de árboles frutales, y por entre los arbustos se veìa saltar y correr a las vizcachas. Al amanecer se veìa a estos animalitos  sobre las piedras, sentados en sus dos patitas traseras y sus delanteras enlazadas, como si rezaran agradecidos a Dios  por la maravillosa luz del sol. A cierta distancia de la casa estaban los grandes potreros de alfalfar, en donde pastaban las vacas lecheras y muchos otros animales. Justamente una de mis tareas era arrear las vacas de ese lugar a la casa, para ordeñarlas y luego devolverlas a su lugar.
  

¡ CASTiGAME HERMANO, PERO NO ANTE LOS DEMÁS !

Al servicio de la familia del hacendado estaba un hombre de unos 40 años conocido sólo como Palomino. Lo habían criado desde muy pequeño, era un gran conversador, yo le entendía, aunque no podía hablar como él, juntos nos íbamos al trabajo.
Cierto día volvìamos de nuestras labores en el campo, al pasar por el potrero  vecino a  la hacienda, vimos a un tal  Víctor “Ñasña” Flores dirigirse al llamado de su hermano Eleuterio: “...veníííte Víctor, venííte....”. Con acento desganado contestò “..voy yaaa….voy yaaaa..voy yaaaaa…”. Quiza le habrìa desobedecido o incumplido algun encargo, porque al tenerlo frente suyo le azotó a riendazos regañando  “...¡ só carajo hace rato te estoy esperando !, ¡ como no lo hagas inmediatamerte te mato,      ¡ so carajo !.....vago...... estúpido de mierda !...” Al rato partieron a galope montados en unos potros hermosos, elegantemente adornados con bridas de plata, con espuelas roncadoras, portaban sombrero de macora blanca y bufanda de vicuña, parecían grandes hacendados. Le pregunté a mi amigo quienes eran esos caballeros, me respondió “... son tus paisanos de Lampa, arrendatarios de varios terrenos, uno queda en las alturas de Sachicara llamado Eroropa...así es la vida muchacho, otros tienen suerte de enriquecerse. Quienes los conocen dicen que fueron de una modesta condición...”.                             
Seguimos conversando, le pregunté en mal castellano, de dónde era y cuánto tiempo trabajaba al servicio del Sr. Valdez, me miró con un gesto de melancolía, luego miró hacia el horizonte, como si buscara en algun punto sus 40 años pasados, su  infancia, su adolescencia, su juventud de semiesclavo,  dijo “...¡ no sé realmente de donde soy ! , sè que mis padres fueron serranos y murieron cuando yo era muy pequeño, quedé en poder de la familia, aquí estoy contento, me tratan como si fuera parte de ellos...”


UN RELATO DE PALOMINO: EL CUERNO DE ORO

Hacía mucho calor, nos sentarnos a la sombra de un molle y comenzó a contarme historias de fantasmas y hechos notables de los antiguos.  Entre ellas, me interesó más la de las minas de oro y plata, situados en unos cerros del lugar llamado Huarapampa, propiedad de don Leopoldo Neyra. Dice:
La hacienda Cascajal del señor Valdez, colindante con la de don Leopoldo Neyra, perteneciò antes a otra familia de hacendados, que vivieron en la misma casa donde estábamos nosotros. Cierta ocasión mandaron a un peòn a a regar los parrales en Cascajal. Montado en su burro saliò el hombre a medianoche con el claror de la luna, calculando llegar a las 6 de la mañana. Efectivamente, a esa hora  se encontró en la pampa de Huara, la neblina de invierno tan espesa en ese mes de julio le impidió ver bien el camino, y que, a escasa distancia de èl se encontraban 2 toros con los cuernos filosos enganchados, en una  pelea mortal. Al notar su presencia, los toros se separaron, el de color plomo se dirijió hacia el río, el otro de color rojo se lanzó contra él. Previniendo el ataque el peón desmontó rápidamente, tomó una piedra de regular tamaño y lo lanzó contra el animal. Fue tanta la fuerza del impacto que le desprendió un cacho. El toro rojo huyó hacia el cerro botando espuma por el hocico y lumbre por los ojos. El hombre tomó el cacho como un trofeo, montó su burro y siguió el viaje en medio de la espesa neblina.
Al pasar por la hacienda BuenaVista de don Leopoldo Neyra, se encontró con un trabajador, y le contò todos los detalles del incidente. Llegando a su destino, Cascajal, amarró al burro en un pastizal y por ser hora de desviar el agua a los parrales, entró al corredor de la casa, se sentò para quitarse los zapatos e iniciar su tarea. Al parecer recordó en ese momento el encuentro con el toro y, para convencerse que no habìa sido una alucinación, metió su mano al costalillo y al sacar el cacho se sorprendiò al verlo de oro macizo. Fue tan grande su impresión que se murió repentinamente, botando sangre por la nariz.
Había pasado una semana y el peón no retornaba a Chiochine. Su patrón muy encolerizado montó su caballo y se dirijió a Cascajal, imaginándose que el hombre habría abandonado su trabajo tentado por alguna mujer. Llegando al terreno observó que las plantas no habian sido regadas, todo, todo, se encontraba silencioso. Al entrar a la casa viò al peón tirado sobre el piso de tierra, una gran mancha parda oscura de sangre se extendía desde su nariz por gran parte del cuerpo, y en su mano tenía agarrado fuertemente un cuerno de oro. Cuentan que se lo guardó en su alforja, avisó de la muerte del peón a su vecino Leopoldo Neyra, sin participarle el otro hallazgo. Entre los que vinieron a ayudarlo se encontraba justamente el trabajador que tuvo encuentro con el difuntito en el camino y sabìa lo ocurrido. Todos se maravillaron de la historia, más aún el patrón ¡ pués  resultó beneficiado con el oro !.
Luego de este suceso, la gente comentaba que en los días festivos, como 24 de junio, 25 de diciembre, año nuevo y viernes santo, en medio de la neblina, se veìa en la pampa de Huara a un toro plomo y otro rojo peleando encarnizadamente, a éste último le faltaba un cacho.
          Habiéndose cumplido el tiempo de mi permanencia en Chiochine, me dirijí a Cascajal donde me esperaba primo Donato, listo para volvernos a Nahuapampa. Llevaba en mi bolsillo bien envuelto en un pañuelo los 4 soles de oro que me había liquidado don Laurencio por 40  días de trabajo, a 10 centavos cada jornada.
Coincidió nuestra llegada con la feria de Lampa, en donde mamá compró 8 varas de tela para el vestido de mis hermanos y 3 varas de lona para hacerme mi pantalón. Todavía sobró plata para comprar chicharrones y pan.
Después de corretear todo el domingo de Trinidad con el Q’eroHaylli comencé a inquietar a don Albino Navarro, José Prado, Donato y a mi hermano  Moisés para irnos a Cháparra. Mi argumento ante ellos fué sencillo, “...en Nahuapampa trabajan todo un día y ganan 20 centavos en cambio en Cháparra es el doble...”, se miraron las caras asintiendo,       ¡ qué fácilmente se convencieron !                      






A CHÁPARRA NUEVAMENTE
            
Finalizada  la Feria de Lampa, en la quincena de Junio de 1,927  me despedí de mamá, de mi abuelo Juan de Lino, de Tía Tomasa, a quienes respetaba mucho; de mis hermanos, a quienes delante de todos les advertí que se portaran bien con mamá durante mi ausencia, recalcándoles que no me iba a morir, y al volver les ajustaría las  cuentas por las faltas cometidas
A las 4 de la tarde salimos en medio de los lloriqueos de nuestros familiares. 2 horas después llegamos a Tambopata en las alturas de Lampa. Al subsiguiente día nos levantamos a las 5 de la mañana, tiritando de frío y con las manos adormecidas; a las 8 de la mañana  estuvimos en Chacaraya; entre 10 a 11 de la mañana estuvimos en Yncuyo, donde mis acompañantes adultos compraron una botella de cañazo, coca, cigarro y luego de tomar algunas copas reiniciamos el viaje.
Con el trago en el cuerpo caminaron valientes, bromistas y conversadores, alardeando de sus aventuras de amor. Yo siempre con el oido atento a sus historias. Cuando nos dimos cuenta,  estàbamos en las alturas de Huayllarana, de vista privilegiada:  hacia el oeste una faja de nube azul oscura sobre el mar; hacia el este, las alturas de Vacarumi, Pojpoja, más allá Corculla, Oyolo, Sayla y al frente el nevado SaraSara. En este momento, a pesar de la algarabía general, se notò en sus rostros la melancolía que Donato expresò con toda claridad:
“...Diosninchic monanjacha cotemonanchicta allenlla....” ( Quiera Dios que volvamos con bien a nuestro pueblo ).
Desde este lugar, todo es bajada hasta Huachamaca donde empieza el valle de Cháparra. Como era 9 de la noche acampamos al pié de una mata de molle.
         Al amanecer reiniciamos la caminata, iban cantando un dulce huayno acompañados con la quena de José Prado, en ese momento Albino recordó con un suspiro“..ananay, warmillaya imataraj rohuachkan..”        ( ananay ¿que estará haciendo mi mujercita en este momento?). Moisés con una mirada risueña dijo “...Huqtallari ajllaycushqam...” ( otro la estará cosquillando pues..). Estalló la carcajada general. Así entre broma y broma, fuimos avanzando a nuestra meta, por fin a las 5 de la tarde llegamos a BuenaVista, hacienda  de don Leopoldo Neyra. Ahí nos quedamos Albino, José y yo; Donato y Moisés se fueron a Cascajal, a la otra hacienda colindante.
Al siguiente día empecé a trabajar con un salario de 10 centavos, Albino y José por ser adultos ganaban 40 centavos por día. Mi tarea era recoger los sarmientos; explico mejor, después de la cosecha de  uvas, las ramas viciadas debían ser podadas, para que las más tiernas produzcan en abundancia el año siguiente. En esta tarea de recojo de las ramas desechadas trabajamos 15 peones .
Por aquella fecha llegó de Colcabamba don Alejo Falcón y su sobrino Juan Bautista, trabajadores muy alegres y bromistas “hasta decir basta”. Resulta que los trabajadores tenìan obligación de llevar leña a la cocinera, antes de las 6 de la mañana, para la preparación de las comidas; pero Juan Bautista lo hacía en las tardes por no levantarse temprano. Uno de sus compañeros le preguntó por que recogía la leña tan tarde, y le respondió: “...para mi desayuno de mañana, don Ná..” ( don Ná se dice cuando no se sabe ó no se recuerda el nombre de la persona ) una risotada general por la respuesta. Desde ahí lo mozoneaban en todo momento repitiéndole “...¡Juan Bautista, don Náá !.. ”.
Siempre me mantuve a una respetuosa distancia de las personas mayores, cuando conversaban ó reían, cumpliendo los buenos consejos de mi abuelo Juan de Lino; pero de todos modos observaba y escuchaba.

TROMPEADERA

En la segunda semana de nuestra llegada ocurriò un hecho inesperado. Era domingo día de descanso, los trabajadores compraron  un cubo de vino de 5 litros y empezaron a beber, a chacchar su  coca y fumar cigarros. Muy alegrones ya, empezaron a cantar y bailar, alardeando de sus habilidades. Uno decía “...soy el mejor lampero de la ruta..”. Otro gritaba “ ..mi patrón me estima a mí, por ser mejor que todos uds...”. En ese momento mi compañero Albino Navarro vociferó “...Uds. son unos adulones, fanfarrones de mierda...” y desafiò a pelear a todos. La respuesta fue inmediata, llovieron puñetes y patadas a diestra y siniestra. Muy asustado corrí a llamar a Donato y Moisés, pero los señorones estaban muy comodos expectando la pelea desde lo alto del muro que separaba ambas haciendas. Con una sensación de impotencia, por ser aún adolescente, sin fuerza para interponerme, me volví al lugar de la pelea. Justo en el momento que a José, hermano de Albino, lo habían arrinconado desafiàndolo a pelear. Ël no quería, tratando de justificar su cobardía decía:“..manantakaymancho, manan castellanota yachanicho; munaptiquija, quechuachapetaj apichanaycocoson..”( no pelearé, no entiendo castellano, si quieren nos agarraremos en quechua ).
En el intercambio de golpes, uno de los peleanderos, Segundino, cayó pesadamente al suelo, y Albino, hoz en mano, se lanzò a  degollarlo. Para suerte suya, otro de ellos logro empujarle la mano, desviando  la trayectoria de la hoja filuda y solo le arrancó un mechón de pelo. En ese momento entró don Juan Neyra, hermano del patrón, carajeò a los cholos de mierda, látigo en mano, amenazándoles con flagelarlos; solo asì se detuvo la pelea.
Dìas despuès, Moisés, Donato y José Prado, retornaron a Nahuapampa, sin poder convencernos, ni a mì ni a Albino, de regresarnos con ellos, dado el peligro de sufrir la venganza de los otros. Pero, tampoco podíamos seguir en el  ramadón con los demás enemigos. Así pues Albino convenciò al mayordomo de darnos un cuarto en la Estrella, en la casa-hacienda, distante a 200 metros de ahí. Aceptó diciendo “...claro, después de lo ocurrido están en peligro..”. De inmediato nos trasladamos al cuarto de servidumbre.
Seguí trabajando como jornalero, siempre con el afán de aprender a leer y hablar castellano, aunque me parecía remota la posibilidad si seguía junto a mis paisanos, ¿qué me enseñarían ellos?. Por eso traté de ganarme la confianza de la dueña, haciéndome muy amigo de Palomino, que hablaba buen castellano, por haberse criado  desde muy niño en la hacienda.
Los domingos, que no se trabajaba en la chacra, ayudaba en la limpieza del depósito de herramientas y de la tienda,  donde vendían toda clase de mercaderías para sus propios peones. Un día la señora le dijo a mi paisano Navarro, “...Narciso es muy pequeño para seguir de jornalero, ¿no querría trabajar al servicio de la casa con contrato por 30 soles todo un año?...además le enseñaré a leer y escribir..”. Esto último me interesó mucho y  rápidamente acepté.








UNA FUGA


A la semana que estuve trabajando, un paisano que viajaba de Yauca a Nahuapampa se alojó en la hacienda. Fuí a saludarlo y de paso darle un encargo verbal para mamá: que no se preocupe, que estaba bien de salud, que volvería en un año, que estaba al servicio de la casa por un sueldo de 30 soles, y que se alegre porque me enseñarían a leer y escribir en castellano. El paisano me dijo, “...muy bien que aprendas, pero el sueldo es muy bajo, en Yauca se gana 30 soles de oro por mes en la rebusca de aceituna, y también podrías aprender las letras; pero ya nada puedes hacer, solo te queda cumplir tu contrato...”.
Toda esa noche no pude dormir pensando en la cantidad que segùn mi paisano ganaría en Yauca durante un año. En la mañana muy temprano hice mis càlculos con piedrecitas:  26 montones de 15 daban 39 soles, en doce meses... uuff...era mucha plata. Le hablé a Albino Navarro,  -única persona de mi confianza- dijo “...mejor ve la posibilidad de irte a Yauca...”. Desde ese momento perdì mi tranquilidad pensando còmo deshacer mi contrato verbal con don Leopoldo, sabìa que hablándole no sacaría nada, pues conocía lo orgullosos y prepotentes que eran los terratenientes, entonces pensé en fugar. ¿ Pero, sólo?, a mis 14 años? por un camino que no conocía? sin saber hablar bien el castellano?. En un primer momento no me importó, estuve decidido a irme, no me preocupaba lo que afrontaría. Los días siguientes, el único  tema de conversación con mi paisano Albino era mi viaje a Yauca. Me decía  “...puedes viajar y ganar mucha plata...pero no vayas solo, es muy peligroso..”.
De tanto pensar como aminorar los riesgos de mi fuga, se me ocurrió inquietar a Palomino. Una tarde lo encontré sólo y le dije “...oye Palomino cuanto te pagan por tu trabajo?...”. “..Buenooo....yo no gano nada, pues no necesito nada, casa, comida, hasta la ropa usada que me dan es suficiente..”.  “...¿ No piensas casarte alguna vez ? además no sólo para eso necesitas plata !...”, “...Bueno, algunas veces solicité me dieran algún dinero, me contestaron ¿para quéeee?, ¡tú tienes todo!, no pienses tonterías...”. No me desanimó su conformismo, así que le insistí  “...dime             ¿ piensas algún día volver a tu pueblo, buscar a tus padres, tu familia?...”. Se quedó pensativo, lo acosé nuevamente “...no solo necesitarás dinero para el viaje, sino también para cuando te cases, ya eres mayor de edad...”. Finalmente dijo, “...efectivamente debo trabajar para ganar plata, pero cómo me desligaré de la familia?...” “...Buenamente no te dejarán, lo mejor es fugar..”, “..¿ Tú también piensas irte de la casa?..”, “...Si tú te decides, sí!..”, “...¿ Pero dónde podremos ir?...”, “...Mi paisano me contó que en la rebusca de aceituna en Yauca, pagan 1 sol 50 diario...”. El sabía más de números que yo, porque dijo “...Buenooo, pero yo no conozco el camino, en pocas ocasiones he llegado hasta Chala, no más allá..”. “ ¡ Cosa fácil ! me dijeron que es cerca, preguntando llegaremos...”.
Por esos días don Leopoldo viajaba a Chala a embarcar un cargamento de vino y se quedarìa unos días en su caserón, situado en la plaza principal del puerto. Esa era la oportunidad de fugar, medí el riesgo que corríamos y le hice jurar a mi socio no contar mi plan  a nadie        “..¡ Lo juro ! porque tambien me conviene..”  Nos reunimos en seguida con mi paisano Albino para que nos indique cómo llegar de Chala a Yauca. Con mucha atención le escuchamos “...de este lugar sale un camino muy transitado por los viajeros, van a subir una cuesta, después verán un pueblo, es Atiquipa, está situado al pié de unos cerros, al lado izquierdo está el mar. Ahí pueden alojarse y salir antes del amanecer para llegar a Yauca temprano. Van a pasar por un lugar llamado Tanaka, el camino pasa por entre unas piedras enormes, a la salida hay una crucecita donde fue enterrado un asiàtico de ese nombre; de ahí bajan a la playa, deben seguir caminando pegados a la orilla, porque si se internan a la derecha, la arena movediza los puede tragar. Sigan  caminando, de un momento a otro verán una cruz grande hacia su derecha, lleguen hasta ahí, luego mirando que la cruz esté a sus espaldas sigan hasta que desaparezca de su vista; unos cuantos pasos más encontraran un valle verde, es Yauca...”.
Don Leopoldo estuvo preparando toda la tarde su cargamento para viajar al amanecer a Chala. Efectivamente, en la madrugada salió al puerto.
Ese día hicimos nuestras tareas acostumbradas. A las 6 de la tarde, la familia del patrón y los peones se acostaron y empezamos a prepararnos. Yo  envolví unas ropas dentro de mi  poncho y en un mantel de tocuyo amarré unos 500 gramos de cancha; Palomino también acomodó sus dos ponchos y alguna ropa.
Apenas se apagaron las luces en los dormitorios de la señora Luisa y sus hijas, nos despedimos de mi paisano y amigo Albino, el único que sabía todo; prometió que no avisaría, un apretón de manos a ambos, y salimos disparados, a toda carrera por entre los parrales.
Tan luego estuvimos en Jaboncillo. Nos precavimos de no salir al camino, alguno podría reconocer a Palomino, así que nos fuimos por la orilla del río hasta el pueblito Caramba. A la luz de lamparines vimos a hombres emborrachándose en las cantinas, por lo que corrimos hacia lugares menos visibles.
Conforme avanzábamos por la orilla, el rìo aparecìa con  más caudal por los puquiales que confluìan en el trayecto. Al hacerse la vegetaciòn y àrboles màs abundantes y tupidos, impidièndonos avanzar, salimos  al camino principal.
Corrimos a trote ligero un gran trecho, en 2 horas más llegamos a Achanizo. El pueblo estaba silencioso, entramos despacio conteniendo la respiración pero los perros nos sintieron y empezaron a ladrar y aullar, asustados,  corrimos nuevamente buscando la orilla del río.
En determinado lugar entramos al camino, serían 11 de la noche, estábamos en la parte alta de la hacienda CasaGrande. Avanzamos un regular trecho y para descansar un rato salimos del camino nuevamente.
Continuamos el viaje, llegamos a Huancalpa, Quirhua, San Agustín, Serpe, Angostura, subimos una cuesta; volteando  a la pampa de Capa nos amaneció.  Ahí no habìa árboles ni elevaciones y nos podìan identificar con facilidad.  Mi compañero se encontraba muy cansado, su vida había sido muy sedentaria y no estaba acostumbrado a grandes esfuerzos físicos, por ratos tenía que agarrarlo del brazo para que no se caiga.
Salimos 300 metros fuera del camino, y marchamos  en forma paralela. Cuando veíamos acercarse viajeros a pié o a caballo, nos escondíamos tras de las dunas ó  piedras, en la creencia que podrían ser los comisionados a capturarnos, ó quizá eran don Leopoldo y sus peones que retornaban de Chala a la hacienda.  Camine... ...camine…..camine….., a eso de las 8 de la noche, en medio del  inmenso arenal habìa un pozo de agua, al sentirnos muy cansados subimos a un cerro y tras de unas piedras nos acostamos sobre nuestros ponchos.
Dormimos como piedras hasta al día siguiente, serían 2 de la tarde cuando desperté sudando por el sol que quemaba, comimos un poco de cancha, nos entró una sed terrible. El pozo de agua estaba cerca al camino, observamos a todos lados, felizmente no habían viajeros, así que corrimos hasta ahì y llenamos  nuestras panzas hasta casi reventar. Un poco reanimados continuamos el viaje, yendo siempre distante y en sentido paralelo al camino.
Caminamos varias horas en direcciòn al puerto, serìan 6 de la tarde cuando llegamos a Chala con una sed terrible. En la plaza principal, junto a la iglesia, avistamos un caño de agua, al lado izquierdo estaba la casa de don Leopoldo, quien justo en ese momento se paseaba por su balcón. Para no ser reconocidos, nos fuimos acercando de costado. Nos disponíamos a tomar la primera bocanada de agua, en ese momento se acercaron un grupo de muchachos a preguntarnos de donde veníamos, nosotros preocupados que don Leopoldo pudiera reconocernos, no contestamos y agachamos nuestras cabezas, al no recibir respuesta alguna empezaron a gritar “...¡ rateros, rateros, rateros !...”.  Asustados y confundidos nos escabullimos hacia el camino, tras nuestro seguian  los escandalosos vociferando “...¡ chapen a los rateros, raterooos..! ”. Por suerte, apareció delante nuestro, una quebrada no muy profunda en zigzag, y el cielo empezaba a oscurecerse, corrimos largo rato hasta perder de vista a nuestros perseguidores. En determinado momento todo estuvo silencioso, en la oscuridad de la noche, los árboles y las estrellas eran únicos testigos de lo que nos pasaba.
    Màs adelante salimos al camino para  orientarnos; nos dirijimos hacia el norte, avanzamos un trecho, de improviso nos topamos con un mojadal, charcos de agua y un pocito, nos tiramos de cara a saciar la sed. Cuando levantamos nuestros ojos vimos a una distancia el puerto de Chala iluminado, también podíamos oir el ruido de  las grandes olas del mar estrellàndose contra las peñas.
Un poco repuestos del susto nos dirigimos a una hoyada un poco apartada del camino, tendimos en el suelo uno de los  ponchos y con los otros dos nos tapamos. Era tanto el  cansancio acumulado que, pese al terrible frío por la proximidad del mar, nos quedamos profundamente dormidos.
Desperté somnoliento y sobresaltado, ante mí estaba el inmenso arenal, más allá el mar con  sus olas gigantescas, junto, el puerto de Chala, y la silueta apenas visible de sus casas. Hacia el norte se veía el camino serpenteante en dirección a Yauca, era exacta la indicación que nos había hecho mi paisano Albino “ cachino” Navarro. Mi compañero Palomino seguía durmiendo, de un sacudón lo hice despertar, se quejó de dolor en su mano, la tenía un poco hinchada, seguro algun bicho venenoso le habría picado, le amarré con un pañuelo.
ATIQUIPA HOSPITALARIA

 Continuamos la caminata con más tranquilidad, ya no había  riesgo de ser perseguidos y capturados; comimos la cancha que nos había sobrado. Ascendimos una cuesta mediana y doblamos hacia la derecha por entre verdes pastizales. Grandes manadas de cabras eran apacentadas por sus pastores, me hizo recordar a mi pueblo; en los meses de enero a marzo llueve en la sierra, en cambio en la costa  llueve entre junio a Agosto.
Seguimos caminando, al medio día empezamos a sufrir calambres y agarrotamiento en nuestras piernas. Era natural, habíamos caminado 2 días y una noche seguidas, alimentándonos con sólo 500 gramos de cancha y algunos sorbos de agua. Al avistar muy cerca el pueblo de Atiquipa, recostado al pié de unos cerros altísimos, todo rodeado de vegetación verde, nos reanimamos un poco. Llegamos en el momento que en el cielo se agruparon nubes negras y empezaron a caer goterones de agua.
Era un pueblo lindo, muy pintoresco, compuesto de una cincuentena de casas de adobe y tejas con sus huertas de frutales, de calles bien alineadas. Nos dirigimos hacia la plaza, con su jardín central sembrado de árboles, tras ella la Iglesia. A pesar de nuestro hambre tuvimos recelo de tocar alguna puerta, y nos volvimos al punto de entrada. Ahí avistamos una casa rodeada de huertas con muchas plantas de plátano, ach’ira, papa, tocamos tímidamente la puerta, salió un señor de unos 60 años. Palomino le puso al corriente de nuestra presencia en este lugar, muy amablemente nos hizo pasar y tomar asiento, llamó a su esposa, no recuerdo su nombre, pero su imagen quedó grabada en mi mente. Tendría unos 50  años, de contextura regular, blancona, con su vestido celeste, un sombrero alerón de paja, una sonrisa interminable y unos ojos grandes de mirada risueña, con una expresión señorial. Al vernos famélicos y hambrientos nos trajo una angara de ach’ira y té y con mucha suavidad nos dijo “...coman con toda confianza...”. Nos hizo contarle todas las peripecias de nuestro viaje en busca de un mejor salario. Susurré a Palomino, ¿por que no le pedía un trabajito? y así hacernos algo de dinero para nuestro fiambre en el camino. Tímidamente le hizo el pedido, ella dijo “...!ah! muy bien, justo por falta de peón está sin deshierbar la huerta, pero ya es tarde, descansen ahora y mañana temprano lo hacen, ¿ qué les parece?...”.
         Al día siguiente nos preparó un rico desayuno, luego el esposo nos trajo 2 lampas y empezamos el trabajo. La mano de Palomino estaba más hinchada; lo que es yo, muy acostumbrado a esta labor, comencé a trabajar con mucho empeño. Un poco antes del medio día nos llamaron a almorzar. Con el esfuerzo que hizo Palomino su mano estaba màs hinchada, entonces continué el trabajo yo solo; recién pude terminar el cospeo a las 6 de la tarde, salí muy cansado.
La familia me ofreció trabajo estable y enviarme al colegio, “...como ven ya nosotros somos ancianos, no hay quien haga los trabajos de la casa...”, Palomino les agradeció el ofrecimiento “...con gusto nos quedaríamos pero nuestra meta está trazada, debemos llegar a Yauca...” ;  no insistieron más. Esa noche nos quedamos en Atiquipa, el cielo despejado nos permitió apreciar claramente el cruce de los barcos por altamar, de norte a sur y viceversa, parecía una procesión de luces.
A las 6 de la mañana la señora nos llamó a desayunar y de paso nos pagó 70 centavos, con los que compramos en una tienda cercana, 2 portolas de 15 centavos y 50 centavos de pan. El esposo nos recomendó  antes de partir “...continúen el camino hasta Tanaka que se pierde en la playa, se van por la orilla donde revientan las olas del mar, no se acerquen a la derecha, porque es arena movediza, podrían desaparecer, siguen por la orilla hasta ver una Cruz, diríjanse ahí ... Yauca está muy cerca...”
Nos despedimos de la familia agradeciéndole de corazón por todo.  El señor volvió a recomendarnos que fuéramos a paso ligero, por que la distancia a Yauca era de unos 50 kilómetros. La señora puso un pañito humedecido con alcohol en la mano de Palomino que estaba más hinchado; volvimos a agradecerles por su alojamiento, su comida y sus sanos consejos: “... Buscar el progreso a costa de cualquier sacrificio es muy bueno, son muchachos todavía, les deseamos felicidades, que Dios los acompañe..”








ALMA TANAKA


         Avanzado un regular trecho volteamos nuestra vista; Atiquipa, la arboleda y vegetación verde alrededor de sus casas. y los cerros colidantes, aparecìan envueltas en una capa de neblina azulada,.
Conforme avanzamos la tierra se hizo reseca, luego arenosa, el camino se hundió en una quebrada, entraba en otra, de un momento a otro, al bajar en dirección al mar, nos hallamos entre piedras gigantes; estábamos en Tanaka. Efectivamente, según indicaciones de mi paisano Albino Navarro, había una cruz donde muchos años antes fue enterrado un japonés, considerado un alma santa. Al pié de la cruz habían restos de velas dejadas por los viajeros, en pago por algún milagro ( recordé a papá invocando el nombre de  “Alma Tanaka” antes de un viaje, y en otros ocasiones haciendo rezar un responso por alguna gracia recibida).
Luego de descansar unos minutos seguimos por el camino que bajaba en zigzag a la playa. Serían 2 de la tarde por lo menos, y cumpliendo al pié de la letra las indicaciones de mi paisano Albino, fuimos por la orilla del mar mojándonos la ropa, saltando de vez en vez, cuando alguna ola muy alta reventaba contra nosotros.
Camine... y ...camine...; en determinado momento avistamos  unas manchitas negras que venían en sentido contrario, el reflejo de los rayos solares sobre la superficie del mar nos empañaba la vista y apenas podíamos distinguirlos. Conforme se acortaba la distancia los veíamos del tamaño de botellitas, y cuando nos cruzamos, supimos que eran viajeros que iban a Chala llevando aceitunas y aceite de oliva. Al preguntarles la distancia a Yauca, nos recomendaron “...aligeren el paso y estarán a eso de las 5 ó 6 de la tarde...”, nos despedimos.

¡AGUA, AGUA!

     Caminamos aceleradamente, kilómetros adelante vimos hacia nuestra derecha una cruz de madera, en esa direcciòn enfilamos nuestros pasos. Sentíamos una sed terrible, Palomino tenía su mano más hinchada, no podía caminar, agotado y sediento se sentó en la arena,  “...¡ No puedo más, déjame morir aquí !”   “...¡ Por favor, sigamos se nos hace tarde, falta poco !.... Desesperado miré el agua del mar, sabía que era salada. En el lugar donde se rindió Palomino había palos semienterrados en la arena rodeados de hierbitas, se me ocurrió escarbar, a 30 centímetros de profundidad empezó a fluir el agua. Palomino estaba medio adormilado, cuando grité “...¡ agua, agua !...”, abrió sus ojos enrojecidos y se tiró a beber en el charco junto a mí. Estaba un poco saladita, pero se podía tomar, nos mojamos la cara y la cabeza y reiniciamos nuestro viaje.
Nuevamente.... camine... y ...camine, volteando de vez en vez para ver que la cruz esté a nuestra espalda, por una sencilla razón, el viento borra el camino y se lleva los rastros de los viajeros, era entonces nuestro único punto de orientación.
2 kilómetros adelante se presentó a nuestra vista Yauca, rodeado de un extenso bosque de inmensos olivos que, hacia la derecha, desparecìan en el horizonte, y hacia la izquierda llegaban hasta el mar. Nos miramos con una sonrisa en los labios, saltando y gritando de alegrìa  corrimos hacia el río, distante unos 300 metros, y nos tiramos de panza con ropa y todo a mojarnos y saciar nuestra sed. Un poco más calmados nos sentamos en una piedra  y rememoramos  los preparativos de nuestra fuga, la persecución de los palomillosos en Chala... las indicaciones exactas de Albino cuando decía, “...con vista a la cruz irán por el arenal inmenso, no se desesperen en un momento determinado llegarán...”.        Claro, Yauca està encajonada en una depresión de la corteza terrestre y  solo es visible cuando està cerca.
Palomino preguntó donde quien llegarìamos. Le dije si conocÍa a alguien, contestó que a doña Ysidora Neyra, esposa de don Diómedes Carbajal, hijo de don Rafael Carbajal de Cháparra,  prima hermana de don Leopoldo Neyra. Agregó“...Donde ella no podemos llegar, porque al saber que somos peones de su primo, de inmediato nos devuelven...mejor busquemos trabajo en otra hacienda...”. Pensé un momento y le dije     “...al contrario, tenemos que entrar donde ella porque te conoce, y te dará la razón si le cuentas que nunca te pagó, que sólo trabajabas por la comida y la ropa usada que te daban, como ya eres adulto necesitas dinero para comprarte lo que quieras....si te preguntan por mí, le dices que también me han tratado igual que a ti...salga bien ó mal...”.






YAUCA; PALOMINO DESENGAÑADO

Salimos del río, caminamos por entre el inmenso bosque de olivos, llegamos a un portón que da al patio de la casa-hacienda, hacia el frente se veía una mata de higos, a la derecha, un ramadón en donde los trabajadores tenían su cama. En ese momento la dueña doña Ysidora de Carvajal salía de sus habitaciones y se dirigía al ramadón, justo debajo de la mata de higos volteó la cara y nos vió “...hola Palomino...¿has venido sólo?...¿ qué es de mi primo Leopoldo?...”. El aprovechó de contar las cosas conforme habíamos convenido, “. ¡ De manera que ese borracho de mi primo no te pagaba ! Y ¿ este muchachito..? “. “...Es serrano, recien empezaba a trabajar, y de seguro iba a correr mi misma suerte, por eso nos escapamos...”. “...Que bien hicieron en llegar acá, si hubieran ido a otro lugar, el zoquete de mi primo tomaría alguna medida contra ustedes...”.  Nos llevó hasta el ramadón, nos indicó que tomemos unas tablas “...ahí preparen su cama, en el depósito hay costales vacíos de azúcar, dile a Humberto que te los dé, después vayan a la cocina a comer, y a ti Palomino luego te curaré tu mano...”. “...Muchas gracias, muchas gracias señora...”
  Rápidamente acomodé las tablas y los costales para nuestra cama, luego fuimos a la cocina, se encontraba una señora con mandil blanco, le saludamos, nos contestó con una sonrisa en los labios, nos hizo sentar en una banca junto a la mesa. Al rincón había un  fogón  de adobe con dos hornillas, encima dos ollas grandes, la señora tomó dos mates, en ellos nos sirvió frijoles, arroz, ensalada de lechuga, camotes cocidos y una tasa de hierbaluisa. A Palomino le dijo  “..¿ tú trabajabas donde don Leopoldo Neyra?..”, él asintió y le contó todas nuestras peripecias.           “ uuummm...pero aquí van a estar mejor, ganarán su salario...”. Terminamos de comer, la patrona llevò a Palomino para curarle la mano, yo me fui a dormir.
Al amanecer todos los peones fueron a traer leña para cocinar, me colé al grupo y a la hora del desayuno llegué con mi carga de troncos. El mayordomo me preguntó si iba a trabajar, “...¡ si señor !..”. Al rato me llamó “...va a desempeñarse como ayudante de albañil..”.
Por entonces se estaba construyendo el segundo piso de la casa-hacienda, era parecida a esos castillos de los siglos antiguos, con un torreón en uno de los ángulos, de una altura de 20 ó 30 metros. Desde allí podía verse, con una largavista potente, los barcos que navegaban por altamar, podía verse también todo el pueblo de Yauca rodeado de plantaciones de olivos y platanales.
El constructor era gringo, de cara muy seria. “..¿ Cómo te llamas?.........muy bien Narciso, tomas la carretilla y vas a subir esta mezcla de cemento al segundo piso, por la rampa de madera..”. Al comienzo lo hice con mucha dificultad, pero al pasar de las horas me fui acostumbrando, al final  del día podía subir y bajar a la carrera.
A las 12 del día en punto repicó la campana llamando a la peonada al almuerzo. Después, segùn costumbre de esa època, fuimos a dormir la siesta.  Cuando me dirijía al ramadal, don Diómedes Carvajal y doña Ysidora salían de sus habitaciones, les saludé con respeto, me contestaron; observé las facciones delicadas del señor, tenía un cutis finísimo, modales suaves y aspecto muy señorial.
Para mala suerte de mi compañero Palomino, la herida de su  mano empeoró, y no pudo trabajar durante 2 semanas. Una vez sanado de su afección, tampoco pudo desempeñar las labores de la chacra, se volvió inútil, huraño y descuidado de su persona, ya no era el hombre dicharachero y narrador de historias interminables. Como dormíamos juntos un día le reproché su descuido personal y falta de higiene. Me mirò con odio y resentimiento, me dijo muchas cosas hirientes, entre ellas “...por tu culpa me encuentro en esta situación...si no me hubieras inquietado estaría tranquilo allá en Cháparra”. Desde ese momento agarré mis cositas y acomodé mi cama en un altillo del fondo. No nos hablamos más. Después supe que lo pusieron como ayudante de cocina; claro, el estaba acostumbrado a esa clase de trabajo desde que lo recogió su anterior patrón don Leopoldo, nunca aprendería a ser chacarero. Al cabo de unos meses desapareció de la Hacienda, ¿ qué suerte le habría corrido al pobre?.
 









MI EXPERIENCIA COMO PEON EN YAUCA


Trabajè como ayudante en la construcción de la casa durante un mes, luego me mandaron a recoger aceitunas en los grandes potreros de olivos, trabajo conocido comúnmente como “la  rebuzca”. Se hace en los meses de junio y julio cuando los frutos están maduros, en algunos casos tanto que con el viento caen al suelo.
Los olivos de entre 15 a 20 filas, según la extensión  del terreno, estan plantados sobre surcos distanciados 6 metros entre sì. Anualmente se remueve la tierra con una yunta, seguida de lamperos que  van formando elevaciones de 20 centímetros alrededor de cada planta, de tal modo que facilite la circulación del agua de riego en todo el sembrìo. Esto permite que se conserven verdes los follajes y brillantes las aceitunas negras, con un lindo aspecto.
La rebuzca se hizo entre los olivos tan frondosos y tupidos que tenìan la apariencia de un subterràneo vegetal. 12 muchachos, 2 por cada surco, cada uno con nuestra canasta liviana, empezamos el recojo. Vaciábamos  y llenábamos las aceitunas en unos capachos ó alforjas de cuero, atadas al lomo de un burro, a cargo de un “ capachero”. De ahí era trasladado y extendido en un “tendal” ó pampón amplio de unos 200 metros, para el  secado de las aceitunas.
Los costeños de buen castellano y fácil palabra trataron de dominarnos a los serranos. Yo entendía lo que decían aunque no podía contestarles en su idioma. Pero no me dejé humillar, me trompeè con ellos tantas veces, hasta que logrè dominarlos. Si alguno me quería adelantar en la rebuzca, dejaba mi canasta y corría a cerrarlo a golpes. Los dejaba muy atrás y los esperaba descansando hasta que lleguen a la meta. De este modo, en varias ocasiones que vino el mayordomo a controlar el trabajo, me encontraba siempre adelante, y me consideraba un buen peón, pero no sabía que, ademàs de serlo realmente,  era por el miedo de los demás a nivelarse conmigo.
         Terminada la tarea del recojo, los árboles de olivos empiezan a deshojarse. En agosto, pròximo a la primavera, se iniciaba el riego de todos los plantíos, tambien de los plátanos, granada, granadilla, higos, uvas, camote, papa, yuca, zapallo, cebolla, lechuga, col, coliflor, tomate y ají verde. En el agua de riego desleíamos el guano de la isla, traídos del depósito en sacos de 50 kilos, los partíamos en 2 y los colocábamos en la toma de cada acequia; con la fuerza del agua se iba repartiendo a todas las plantas. El efecto del abono sobre los frutos era asombroso en calidad y abundancia


SELECCIONANDO ACEITUNAS

Acabada la “rebusca” de aceitunas en el campo, fuimos trasladados al tendal para escoger las aceitunas buenas destinadas a Lima capital.
Delante de mis compañeros, el mayordomo recomendó “...Narciso no vayan a estar jugando, aceleren seleccionando con esmero..”, y se alejó con cara muy seria. Con qué disciplina y responsabilidad cumplimos todos nuestro trabajo, como soldados que acatan las órdenes de un sargento. Igual cuando íbamos al campo con nuestras barretas, lampas y picos al hombro, como si fueran nuestros fusiles.
Unos 40 días duró el trabajo de escoger; cientos de sacos de aceitunas selectas eran llevadas a Lomas, en el camión de don Diómedes. Se hacía el recorrido por una carretera improvisada desde Yauca a Lomas, pasando por Acarí y Jaquí. El camino era demasiado peligroso por las dunas y la arena movediza. Cuando se atascaban las ruedas del carro utilizábamos tablones de eucalipto muy resistentes para afirmar el suelo. Los tablones tambien servían para cruzar el río Chaviñita, cuna de camarones, cuyo origen está en las alturas de Lucanas. Sus aguas regaban todo el valle de Acarí y fructificaban el algodón y caña de azúcar de la mejor calidad.


ELABORACIÓN DE ACEITE DE OLIVO
        

         Terminada la selección de las aceitunas en el mes de setiembre, de los 16 muchachos que enpezamos con “la rebusca”, quedamos solo 6 peones: los 3 hermanos Montoya, uno de Sayla, un arequipeño, y yo. Los demás que eran oriundos de Colcabamba y de Corculla retornaron a sus pueblos. Del personal de adultos tambièn quedaron muy pocos. De entre todos fuimos designados 6 para el trabajo de molienda de aceitunas deshechas,  para extraerles aceite: cuatro adultos, el saylino y yo.
El molino es parecido a un trapiche, consiste en una piedra circular de un diámetro de 1 metro y medio y 2 metros de altura. Su parte superior, cóncava como un plato, de 30 centímetros de profundidad, está unida por un eje central a una contratapa de piedra más gruesa, más pesada, pero de menor dimensión. Del eje central sobresalen 2 cuartones de madera con argollas de metal en sus extremos,  en los cuales se ata el cabestro de una mula, que hace girar el molino al restallar del látigo  
 Para la molienda se echan en el recipiente 3 ó 4 sacos de aceituna con pepita, se vierte un chorro de agua caliente de una cañería que sale de un caldero. Al girar el molino, el peso de la contratapa de piedra y el movimiento giratorio que dá la mula a las vigas centrales, van triturando las aceituna. Por acción del calor y la fuerza de la gravedad, la masa es arrastrada por un canal a un pozo de tamaño pequeño. Este pozo tiene un agujero de entrada mayor que el de salida, por una sencilla razón, como el agua no se mezcla con el aceite que es más denso, éste queda empozado y el agua sigue discurriendo.
    Mi tarea específica era sacar el aceite con un cucharón y llenarlo en unas latas. Otros las subían al camión y  las  llevaban a la hacienda, para soldarlas, dejándolas listas para enviarlas a Lima.
    Este trabajo nos ocupó todo el mes de octubre. Todos los días llevaba mi bolsa de pan francés para comerlo remojado en el aceite caliente. Es lo mejor que se podía comer, y a mi no me faltaba el pan.  
Yo andaba prácticamente solo, pues los muchachos de mi edad no se me acercaban mucho por las continuas peleas que tuve con ellos. Prefería conversar con los peones adultos, por supuesto en quechua, por que todos éramos serranos.

AMASANDO PAN. PESCANDO EN EL MAR

En mi afán  de aprender a leer y escribir el  idioma castellano, traté  de ganar la simpatía de la patrona de la siguiente manera: en la hacienda habían dos cocineras, una para los peones cuyo nombre no recuerdo, y otra para los patrones, llamada Sofía, quien renegaba constantemente porque los peones no le traían leña con voluntad. Luego de cumplir con  mi obligación de traer leña para la cocinera de peones, me iba en las tardes a recoger leña selecta y lo dejaba donde Sofía.
Un día muy temprano, la patrona me encontró cargando agua a los cilindros de su cocina, sin ser mi obligación. Cuando me dirigìa a desayunar a la cocina de peones, la señora dijo “...Narciso venga acá..”, le saludé con todo respeto  “...buenos días señora..”. ..Buenos días Narciso, Sofía, desde ahora este muchacho va a desayunar, almorzar y cenar aquí..”, “...Muy bien señora....muchas gracias señora..”. Al saberse esto, los demás trabajadores comentaron en distinta forma: “..Es un adulón..”. “..Ahora comerá como patrón...”, “..Es su suerte, es buen muchacho, trabajador y muy respetuoso con todos, dejémosle tranquilo...”.
Yo, sin preocuparme de esas habladurías continué con mis cortejos. Todos los domingos que iba al río a lavar y parchar mi ropa, aprovechaba en pescar camarones, los más grandes  los llevaba donde Sofía, “...para la patrona...” le decía,  y me daba mi buen plato de picante de camarones con papa, y ensalada de lechuga ó de col  rociado con aceite de olivo.
Rafael, sobrino de la patrona, apodado “ Chaparro”, preparaba pan 2 veces por semana. Empecé a ayudarlo, nos amanecíamos amasando a pulso y horneando los panes en el horno de adobe calentado con leña. Me daba mi ración de pan francés en una bolsa, y yo continuaba haciendo mi trabajo de peón. Los días sábados, a partir de las 6 de la tarde,                 “ Chaparro” tenía por costumbre ir a pescar a la playa, en compañía de un muchacho conocido como “Titina” ó tambien como “Campeón”, era medio miope. Me sumé a ellos, nos íbamos montados en nuestras burras, la mía llevaba una alforja de cuero para depositar los pescados; yo hacía de capachero, y ellos se  encargaban de pescar con la atarraya. Se tejen con hilo de algodón muy resistente, de unos 4 metros cuadrados, en su borde se atan plomos chicos y en el centro un cordón corredizo de 5 metros que se sujeta con la mano derecha. Con la izquierda se avienta como si fuera un disco, hasta donde la fuerza del brazo lo impulse, al hundirse  por el peso de los plomos, va capturando en su caída toda clase de peces. Yo iba juntando corvinillas, lisas; las más grandes las echaba a la capacha, las más chicas las devolvìa al mar.

Después de caminar toda la noche unos 10 kilómetros, teniendo suficientes peces en la alforja, nos encaminamos a la desembocadura del río Yauca. Al amanecer recogimos de los alrededores maderas secas y preparamos una fogata. Alrededor de las brasas colocamos choclos, camotes, 10 pescados lavados con agua del mar, al poco rato quedó cocinado; muy riquísimo todo. A eso de las 8 de la mañana nos encaminamos a la casa comentando las incidencias de la noche.

En mi mente quedaron grabadas la sensación del frio, acentuado por la brisa marina, el ruido de las olas gigantes reventando mansas sobre la arena; la fuerza del mar amenazando quitarnos la atarraya; el azul oscuro del cielo y el reflejo de las estrellas; la procesión de luz, de los barcos que navegaban en altamar de sur a norte y a la inversa.

A las 10 de la mañana llegamos a la hacienda con nuestra pesca. La patrona nos recibió muy emocionada y nos mandó a desayunar. Yo me quedé profundamente dormido hasta las 6 de la tarde, hora en que nos llamaron para comer. Habían preparado estofado de pescado con bastante ensalada de lechuga. Terminada la comida, seguimos descansando porque al día siguiente lunes continuaba nuestro trabajo.



UN LAMPERO DE POLENDAS

   Terminada la labor de extracción de aceite, me mandaron con el personal adulto al cospeo de papa, maiz, camote, yuca. En esa tarea demostré mi habilidad en el manejo de la lampa y de la guadaña, para sacar el hierbaje de los bordes de la chacra. Trabajé todo octubre hasta la primera quincena de noviembre, en compañía de los mejores lamperos de la hacienda. A pesar de mi corta edad, 14 años apenas, fuí muy querido por los trabajadores, estimado por el mayordomo y tambien por mis patrones.

Un domingo por la tarde nos reunieron a todos  los lamperos en el patio de la hacienda encabezados por nuestro capataz Segundino, para coordinar con el mayordomo y el patrón don Diómedes, la  designación de  los grupos de trabajo de la semana siguiente. “..Que venga Narciso, mi mascota ..” llamó el capataz. “..¿ No es muy muchacho..?, inquirió el patrón. “...No señor, responde bien, al paso que va será el mejor lampero de la hacienda..”. En el rostro del patrón se dibujò una expresión de incrédulidad, pero el mayordomo con movimiento de cabeza, ratificó  la respuesta del capataz.

En la segunda semana de noviembre comenzó la limpieza de la acequia principal, que lleva agua  para el riego de los sembríos de olivos y frutales de todas las tierras del valle. Para este trabajo nos reunimos 18 trabajadores; 3 por parte del señor Dongo, 3 por parte  de doña Virginia Vda. de Carbajal, pequeños hacendados, y 12  de nosotros a nombre de nuestro patrón; todos al mando de don Segundino. El capataz empezó a medir una brazada para cada uno, a mí me colocó al último, ya que él trabaja sólo media brazada para terminar antes, pues tiene que seguir midiendo. A mí me fue muy fácil encontrar el.......( ilegible en el manuscrito ) después del capataz; en 4 semanas terminamos el trabajo.

         Entre noviembre a diciembre empezó a secarse paulatinamente el río Yauca. En los pozos profundos formados en su cauce todavía se mantenían algunos pejerreyes y camarones, y conforme el acentuado rigor del sol evaporaba el agua, eran devorados por los hambrientos gallinazos que rondaban por ahì. Las plantas más pequeñas empezaban a enroscarse cabizbajos por el fuerte sol, los pobladores tenían que racionar el agua para ellos y sus animales. Lloviera o no,  infaltablemente, antes del 25 de diciembre, llegaba el rìo cuyas aguas provenían de la laguna de Anjascocha, situada en los límites de la provincia de Lucanas y Parinacochas, en plena cordillera occidental a 4,800 m.s.n.m. El camino de herradura que pasa por uno de los extremos de la laguna, conecta dichas provincias con Nazca, Ica e incluso Cotahuasi.

  LEYENDA DE LA LAGUNA DE ANJASCOCHA

Sobre esta laguna se contaban leyendas diversas llenas de superstición, entre ellas la siguiente; dice:

Muchísimos años atrás, en el lugar donde se sitúa la laguna existía un pueblo de nombre Anjas, cuyos habitantes se dedicaban a la crianza de ganado vacuno, lanar, auquénidos, así como a diversos cultivos. Pues bien, igual que en otros lugares, aquí también existía gente adinerada, dueña de grandes extensiones de tierras, abusivos y miserables que preferían botar a la basura, comida, ropa, y otras cosas, en vez de regalarlo a los pobres.

Uno de estos, terrateniente poderoso, celebraba el matrimonio de su hija con mucha pompa y derroche. Había invitado a gente de otras comarcas, tambien poderosos y ricos como él, que fueron llegando montados en hermosos caballos adornados finamente, tambien ellos adornados con sus joyas más valiosas, en ostentación de su riqueza y señorío.

Desde la medianoche el batallón de servidores estaban atareados en los preparativos. Un grupo a degollar los toros y los carneros; otro grupo a escoger el arroz y cortar papas; otro a lavar los tremendos pailones y servicios; otro a limpiar y adornar con flores el patio. Finalmente quedó instalada la mesa larguísima, forrada con un mantel blanco bordado con hilos de oro, y sobre ella estaban puestas las jarras, los cubiertos, los vasos de plata.

A las 11 de la mañana las campanas tañeron anunciando el inicio de la misa, entonces los novios se dirigieron a la iglesia acompañados por los padrinos y demás invitados. El templo estaba adornado con flores y cenefas desde la puerta hasta el altar. El sermón del cura fue muy colorido, resaltaba las cualidades de los novios y de sus padres, los más poderosos de la zona, calificándolos como los más devotos, piadosos y  humildes de los seguidores de Nuestro Señor, es decir…. casi unos santos. La misa durò 2 horas.

 Ya en la casa, antes de hacer el brindis de honor, el patrón asignò el asiento que debían ocupar los concurrentes de acuerdo a su jerarquía y estima personal, de tal modo que, muchos que se habian acomodado  a su lado, tuvieron que irse al fondo, con gran carcajada de los comensales, y otros estirando el cuello y abombando el pecho, como pavos reales, vinieron hacia los asientos principales. El grupo de músicos empezó entonces a tocar sus melodías más bellas.

En medio del banquete y la algarabía general, intempestivamente, apareció ante los comensales un anciano vestido de andrajos, descalzo, con las manos, cara y pies lleno de heridas, tenía un mate entre las manos y les pidiò el resto de las comidas y las migajas de pan. Los dueños e invitados estaban  asombrados de cómo pudo haber entrado “...el viejo asqueroso..”, sin que se hubieran  dado cuenta los “...inútiles sirvientes...”. Antes que recobrasen todos su serenidad, el patrón gritó     “..¡ boten a ese viejo sarnoso..! “. Corrieron los lacayos a cumplir la orden, pero no se atrevieron a acercarse, tal era el olor nauseabundo que despedía el cuerpo llagado del viejo. Éste, bajo la atenta mirada de los invitados, sin darse por aludido se encaminó muy campante a la salida, ni los perros bravos se atrevieron atacarlo. Cruzó el patio, se acercó al ramadón donde dos mujeres batían con un cucharón el perol grande de caldo hirviente, metió la mano y sacó una presa de carne sin sufrir daño alguno, y muy orondo salió a la calle. Algunos curiosos salieron a verlo, pero ya no lo encontraron, se hizo humo. Los jaranistas tan luego se olvidaron del incidente, y continuaron con sus brindis, sus aplausos atronadores, y sus vivas a los recién casados.

El anciano siguió caminando calle arriba, hacia la salida  del pueblo, al pasar por una modesta casita de piedra y techo de ischu, observó por la puerta entreabierta que en un rincón humeaba una olla sobre una tullpa     ( cocina de piedra encendida con brasas de madera). En el patio una mujer con la enjallma amarrada a su cintura tejía un poncho, al sentir pasos cerca de su puerta, levantó la cara y vió al anciano que entraba. Sin saber porqué, sintió respeto y algo de temor, rápidamente dejó el tejido y se fue a su jardincito, cortó unos claveles, regresó nuevamente y le dijo al anciano, “..señor soy tan pobre no tengo otra cosa para invitarte, solo este ramo de flores..” . El anciano,  que ya no tenía llagas en el cuerpo, ni tampoco apestaba, le dijo “ ...mujer, eres caritativa y noble de corazón, por tu buena acción te mando que levantes tu niño y tus pequeñas pertenencias y vete lejos del pueblo, porque en unos momentos se va a producir una desgracia, tambien te advierto que cuando ya estés por doblar la cuesta sentirás un ruido terrible, no voltees la cara, luego oirás otro más intenso, la tercera vez será difícil de soportar, pero no lo hagas, estarás en peligro...”. Terminada la advertencia salió el anciano. La mujer al darse cuenta que se había olvidado llevar las flores, salió a alcanzarlo, pero había desaparecido, entonces se llenó de gran temor.

         Tenía una llama, sobre su lomo cargó su cama, algunas cosas lijeras, y abrazada a su hijito emprendió rápidamente el viaje hacia el norte. Efectivamente pués, cuando faltaban pocos metros para llegar a la cumbre, empezaron grandes y atronadores movimientos de tierra, no soportó más y volteó. La curiosidad y el miedo la vencieron. Le costó caro su desobediencia porque se convirtió en piedra.

En ese lugar se observa una piedra en forma de mujer con la cara volteada atrás, cargando en brazos a su niño, a su lado una llama y un perro, como prueba de los hechos ocurridos siglos atrás. El pueblo se convirtió en una laguna, en castigo por lo miserables que fueron sus habitantes. Dios en persona los puso a prueba y los castigó por herejes.

   También contaban que un arriero, aprovechando la noche de luna llena, viajaba de Puquio a CoraCora por el camino que pasa al costado de la laguna, en eso observó un pueblo desconocido, sus casas iluminadas con lamparines, vió a la gente caminando por las calles, entró a una tienda y pidió que le despacharan media mulita de trago, el dueño no le quiso despachar, dijo que no tenía.  Se fue entonces hacia un caserón con su corral, pidió a su dueño posada para él y sus animales, pero se lo negó con brusquedad, sin embargo le dijo “...puedes alojarte a la salida del pueblo ahí hay una casa de hospedaje..”.

Efectivamente a la salida había una casa deshabitada, en el corredor descargó sus cosas, en la parte posterior amarró a sus animales, y entrò a la casa a preparar su cama, como estaba muy cansado se quedó dormido. La luz del sol sobre su cara lo despertò y se dió con la sorpresa de encontrarse en la orilla de la laguna, junto a unas matas de chillko; más allá junto a unos ramajes se encontraban amarrados sus animales. Muy asustado alistó su carga y con paso ligero, mirando a cada momento hacia atrás, siguió muy agitado el viaje. Al llegar a Chaviña, le contó a uno y otro lo ocurrido, le dijeron “..Te salvaste, es un pueblo encantado....muchos han entrado inocentemente, al oír tañido de campanas, cantos de gallo...y se han perdido.....  Comentaban tambien,     “ Hay meses en los cuales baja el nivel de las aguas, y permite observar un cerro en el centro de la laguna, que es justamente la torre de la iglesia...”

 Anteriormente por esa ruta transitaban los viajeros desde el sur a los departamentos del norte, mi hermano Serapio contaba que en uno de sus viajes a Puquio recuerda haber visto después de la laguna, a la subida de la cuesta, la mujer con el niño en brazos, su llama y su perrito en figuras de piedra.

Lo cierto es que la laguna de Anjascocha situada en la cumbre de la cordillera occidental abastecía de agua a los pueblos de la sierra, entre ellos a Chaviña, que pertenece a Lucanas, gran parte de CoraCora, Civilla, Aycará, zona eminentemente ganadera de vacunos, lanar. Estas tierras producen papa, maíz, trigo, cebada; en la parte baja cercana al río Sanjarara producen frutales de toda clase. Sus aguas también abastecían a diferentes pueblos de la costa sur, entre ellos Jaquí donde hay muchas haciendas productoras de caña de azúcar, algodón, aceitunas. Pese a que  “Piedra Blanca” y “Yauca”,  estaban más cerca al mar, sufrìan por la escasez de agua

Comentaban que en el año 1,910 contrataron un ingeniero para que estudie la laguna y la factibilidad de utilizar sus aguas para aliviar las sequías frecuentes que agobiaban a la población de las haciendas mencionadas. El resultado del estudio indicaba que debìa construirse una represa natural y  hacer la derivación mediante varias compuertas en las partes bajas. Los pobladores pusieron entonces manos a la obra y construyeron la represa. Cada año entre noviembre y diciembre se abrìan las compuertas según las necesidades de agua y riego de sus plantíos. Cuando empezaba a llover en la sierra lo volvìan  a cerrar.

 

MIS TRABAJOS EN YAUCA

 Ese año participè en la gran fiesta que organizaron los pobladores por la llegada del agua. Desde Jaquí hasta Yauca hicieron la recepción con bailes, cohetes. Al anochecer iban a la orilla del río portando banderines, al amanecer el señor cura realizaba una misa de campaña. Todas estas manifestaciones de gratitud a Dios y a la Naturaleza eran muy significativas, porque el agua es la vida para el hombre, hace producir la tierra, alimenta a los animales y hace crecer las hierbas.

  Con los primeros riegos los olivos se pusieron verdes y abrieron sus flores. Luego, fué necesario remover la tierra con yunta para mejor distribución del agua, previamente mezclado en las tomas con guano de las islas.

En Yauca el encargado del arado con yunta se llamaba Bartolo, pequeño de estatura, malgeniado, jactancioso y presumido. Diariamente castigaba a sus muchachos guiadores;  llegaba en las tardes a la hacienda muy molesto “..buenas tardes don Diómedes..”. “ Buenas tardes don Bartolo y que tal los ayudantes?..”.  “...Con todo respeto señor, ¡ estos serranos son muy brutos e ignorantes, no comprenden las indicaciones que se les hace y me malogran el trabajo !..”. Entonces, a sugerencia del Administrador, el patrón ordenó “...vaya entonces con Narciso mañana...”. “...Bueno, si Ud. lo dice...”.
Escuchè casualmente esa conversación y quedé muy preocupado. Toda esa noche me revolcaba en mi cama sin poder dormir, pensando,     “ serrano soy, ignorante tambien, pero bruto?....seguro me pegará como a los demàs guiadores...pero, ¿por qué?..¿sin motivo alguno?..”. Agarré sueño recien en la madrugada, desperté muy sobresaltado. Luego de asearme fuí a tomar mi desayuno, en ese momento entró el mayordomo, “...Narciso hoy día va con Bartolo..”. “...Sí señor...” me puse nervioso.

Bartolo me llamó, fuí de inmediato sin contestar. Los 2 toros estaban aparejados, con el yugo puesto, me puse adelante según su indicación. Caminamos unos 300 metros que me parecieron kilómetros, llegamos a una chacra donde teníamos que abrir surcos de 100 metros de largo, cada surco debía ser una raya perfecta. Entramos, dijo“..vamos a ver muchachito ¿ves esa mata de sauce?..pues ahí debemos salir derechitos”. Los toros eran muy nobles y dóciles, a la menor distracción ó desvìo del cuerpo del guiador, lo seguìan,  por eso la raya del surco les salìa torcido, en zigzag. Al darme cuenta de este pequeño detalle, me puse en medio del yugo y muy atento me dirijí rectamente al lugar señalado. Llegando a la mata de sauce Bartolo dijo “...muy bien serranito, muy bieeen, como una regla...”. En las vueltas siguientes me fue fácil, había captado el truco del buen guiador: no distraerse.

         A las 11 y 30 llegó el almuerzo, el hombre ordenó que descansemos para comer, antes que termine de hablar traje el pasto para los toros, me quedó mirando sin decirme nada. Así transcurrió el día. Al llegar a la casa en la tarde, don Diómedes le preguntò por mi desempeño, él contesto “...va bien el serranito, señor..”. Durante 4  semanas que duró  este trabajito, estuve muy tenso y preocupado por la línea recta para no recibir un riendazo de Bartolo.

Después me mandaron con otros peones a plantar olivos en las tierras eriazas, para ampliar la extensión de los cultivos de la hacienda. Yo a mis escasos 14 años me sentía contento de ser considerado un peón de primera línea.

         En los meses de Enero y febrero, a causa de las lluvias torrenciales  de la sierra, el rìo se hacía impasable y los viajeros se quedaban en ambas orillas hasta que baje el nivel. En su crecida arrastraba casas, àrboles, animales, tambien gente que por imprudencia se atrevìa a cruzar.

En febrero comenzaba el segundo riego de los olivos y el trabajo tenìa que hacerse de noche. En el momento que  cenábamos en la cocina, entrò Don Eleodoro, dijo: “..¿quién de uds. quiere hacerse cargo del riego?”,  los peones se miraron unos y otros como diciendo no va conmigo. A mi me gustaba ese trabajo porque todo aquél que iba de noche, la patrona doña Ysidora, le daba pan, té ó café, un cuarto de pisco, una buena linterna y la olla.  Me adelantè y le dije “... yo señor...”,   “ muy bien..”, y se fue. Mis compañeros me decían si no tenía miedo de ir, “..claro que no..”.

A las 7 y 30 de la noche el mayordomo me entregó la lampa y  linterna y me dijo “..acércate donde la patrona, le dirás que eres el encargado del riego, para que te habiliten..”. A las 8 de la noche me encontraba debajo de los inmensos árboles, tan tupidos, tan altos y coposos, que parecía un ramadón inmenso. Fui a abrir la toma principal, luego las auxiliares, después hice compartir y “mantear” el agua proporcionalmente a cada surco. Por ratos, mientras el agua discurría sobre la tierra, me sentaba en la orilla teniendo cuidado de no tocar alguna víbora de las que abundan en Yauca. A eso de las 3 de la madrugada había avanzado bastante, me puse a preparar mi té macho, que consiste en té hervido con pisco, y lo estuve saboreando mientras seguía manteando el agua sobre los surcos. A eso de las 5 de la madrugada, en la semioscuridad, me llamó la atención la gran cantidad de gallinazos que había en las copas de los olivos. Más tarde, a la claridad del amanecer, me dí cuenta que estababan allì por los pejerreyes y camarones, atrapados entre los surcos por donde discurriò el agua del riego. Los buitres bajaron con rapidez y en un tris se los devoraron. Al día siguiente, antes que los carniceros se lancen sobre la presa, recogí en una bolsa los camarones y pejerreyes más grandes y los llevé a la cocinera Sofía. La patrona muy agradecida me permitiò desde entonces almorzar en su cocina. Sofía me servía un plato de picante de camarones con pejerreyes rebosados y su ensalada de lechuga. Luego de reposar me iba a nadar al río y de paso me llevaba 8 huevos, de antemano tenía preparado una lata mediana para cocinarlos en la orilla del río; otras veces llevaba una cabeza de plátanos maduros, y así pasaba mi vida en la hacienda. Había gallinas, patos, pavos, en cantidades incalculables, es así que las gallinas ponían sus huevos en cualquier parte, y luego aparecían con sus pollitos desde el monte. Como mi cuarto estaba en un altillo, ahí iban a poner sus huevos, de tal manera que a mí  no me faltaba que comer.

 

LA TERCIANA

     Fatalmente, pocas semanas después caí enfermo con la terciana ó paludismo. Las características son: estirones en las extremidades, bostezos a cada instante, el enfriamiento del cuerpo, la tembladera, que hace sonar los dientes como una bolsa de huesos; y la fiebre. Después de 3 horas de estos achaques se recobra la normalidad. Enterada de mi mal la patrona me mandó a descansar; al día siguiente muy temprano me administró un purgante y una dosis de quinina, con lo cual mejoré y pude seguir trabajando.

En marzo trabajamos en la preparación de aceituna de botija conocido como “encaldo”. Pero, un poco antes se prepara la “machacada”. Su proceso es como sigue: se arrancan de sus matas las aceitunas aún verdes; se lavan con agua dulce y se chancan en un batán; luego, en unos barriles de madera de tamaño mediano, son encurtidos con agua de sal, durante unos 50 días. Esto se come con camote y pan en el desayuno.

Mientras se encurtían en los barriles las machacadas, las aceitunas en los árboles se ponían negritas. Entonces, era momento de trabajar con  las botijas, para lo cual previamente lavàbamos los barriles de madera y los llenábamos con agua salada. Para comprobar si la cantidad de sal era adecuada, les echàbamos una papa ó huevo crudo; si flotaba era suficiente, si se hundìa habìa que aumentar la sal. Hecho este preparativo, los peones salimos  a arrancar las aceitunas negritas, cada uno con su escalera y su canasta chica colgada al hombro.  Conforme llenábamos las canastas las vaciábamos en las “ capachas” ó alforjas de cuero puestas sobre el lomo de 4 burros. Los “capacheros” los arreaban  hasta el patio de la casa-hacienda, e iban echando las aceitunas en una arteza de cemento pulido, para su respectivo lavado.  Luego de lavar las aceitunas, las llenábamos en los barriles llenos de agua salada, y los tapábamos herméticamente  por 60 días. Esta es la aceituna de botija y ya  sabemos que es muy rica.


 
AMULETO PARA UN BUEN LAMPERO

         Las 3 primeras semanas de abril cosechamos cebolla, en esa ocasión  me hice muy amigo de un tal Guillermo, lampero de mucha fama, oriundo del pueblo de Sayla, que está por el lado de Corculla. Me comentó que desde Acarí, donde compiten los mejores lamperos de la sierra y la costa, vendría a trabajar con nosotros su sobrino Francisco.

En los primeros días de mayo era costumbre realizar la limpieza de la acequia principal; a mí por segunda vez me tocaba hacer este trabajo. El saylino se me acercó y me preguntó  “...¿tambien vas con nosotros?..”. Cuando le respondí que sí, me miró y se volteó como decir “...jajay, atinquirajcho majtillo.” ( jajajay veremos si podrás muchachito). Durante la faena le demostré que, aunque yo no tenía ni su edad ni su talla, era un buen lampero. Ahí recien me tuvo estimación y me hizo confidente  de sus cosas personales.

Cierta ocasión contò que desde muy pequeño le gustó la agricultura y llegó a conocer “un secreto” para ser un buen lampero; yo muy interesado le pedí que me lo enseñara. Dijo, “...en Acarí conocí a un brujo, quien previo pago me preparó unos amuletos que conservo hasta hoy en secreto. Para hacerlo, es necesario poseer la mágica piedra verde de la lagartija que habita en un pozo de agua, formado con los manantiales  que bajan por los cerros de Acarí. El lugar está rodeado de totoras, callacasos y otras hierbas acuáticas, que la ocultan a los ojos de las personas comunes. Su diámetro es de unos 9 metros cuadrados, tiene regular profundidad, y a su alrededor hay piedras de regular dimensión. El acceso al pozo es difícil y peligroso, pues la vegetación que cubre la entrada está poblado de alimañas de veneno mortal, como por ejemplo las arañas, víboras, cascabeles. Pero esos brujos entran sin riesgo alguno, porque están protegidos con amuletos secretos, preparados por ellos mismos. Ahora bien, para arrebatar a la lagartija su piedra verde, el brujo lleva un bizcocho y lo remoja con vino en una anjara de mate, lo pone sobre una de las piedras, se desnuda y tiene que esperar, oculto entre las hierbas, todo el tiempo necesario hasta que, atraida por el rico olor del bocadillo, aparece la lagartija.  El reptil se saca del hocico su piedra, lo pone en la orilla y empieza a saborear; al poco rato el efecto conjunto del vino y el calor del sol lo adormecen. Este es el momento oportuno en que el brujo se acerca silenciosamente a cogerlo. Al sentir los pasos del intruso la lagartija se despierta y corre a  buscar su piedrita, al no encontrarlo ataca al brujo, éste se arroja al agua y permanece zambullido largo rato, hasta que la lagartija, muy debilitada se retira tambaleante. Dicen que la piedra es el secreto de su existencia, sin ella a las pocas horas muere...”.

    ¡ Así pués, mi amigo Guillermo era el mejor lampero de la ruta, por el poder mágico que le daba su amuleto secreto !. El me contó la historia de su amuleto, para que le cuente si yo tenía algún “ secreto”  parecido para ser un buen lampero a mi corta edad. Al responderle que nó y manifestarle mi interés en adquirir uno igual al suyo, me dijo “ ... No podría ser, porque en tal caso tendríamos que viajar a Acarí, lo que es imposible, pero hay otros secretos que te puedo preparar, sólo será cuestión de saberlos utilizar...”. “ ...¿ Por cuánto me lo harías?...”.  “...Por 5 soles de oro...”. “...¡ Trato hecho !...”. A los pocos días me entregó un atado con cintas rojas y me dijo “...Esto es un secreto, tenga mucha fé en Dios, lleva este amuleto al lado izquierdo de la cintura todas las veces que vayas a trabajar, a la hora de levantarte amárralo dentro tu faja, reza un padrenuestro y no le cuentes a nadie, sino se perderá el poder de tu amuleto...”.

 Parecía increíble, al terminar la jornada de trabajos muy pesados me sentía todavía con muchos bríos. Yo atribuía eso a los efectos mágicos de mi amuleto. Desde entonces nos hicimos más amigos con Guillermo, juntos nos íbamos y juntos regresábamos del trabajo. Cierto día que estuvimos en el deshierbe de los olivos, una víbora se había enroscado para saltar y morderme, pegué un grito, el amigo me dijo que no me mueva, agarró una rama, se acercó sigilosamente y le dió un golpe en la cabeza, el animal quedó atontado, antes que reaccionara lo agarró de la cola y le quitó algo, se lo guardó sin enseñármelo, luego lo mató y le cortó la cabeza para secarlo. Le pregunté que cosa le había arrancado, secamente respondió “...Tambien la víbora tiene piedra, pero en la cola, la cabeza es útil para muchas cosas, ! no seas curioso!..”.

 

LA  MAZORCA DE ORO 

      
Con sus 30 años de edad, el Saylino había recorrido buen trecho en la vida y tenía muchas cosas que contar. En su amena conversación  decía, “..las aventuras de amor, los triunfos y fracasos en la vida son frecuentes, porque no depende de la voluntad de uno, sino de segunda persona. Pero me siento feliz por mi éxito en el trabajo, por ejemplo en Acarí fuì muy solicitado en una gran hacienda, perteneciente a una familia descendiente de españoles, muy dominantes y orgullosos como todo terrateniente. Trabajé muchos meses sin tener un solo altercado con los mayordomos, mas bien por mi eficiencia y dedicación me estimaban. Después de las 6 de la tarde terminadas las labores del campo, venían a mi alojamiento a conversar y contar muchas cosas de la hacienda, porque ellos  nacieron ahí. Recuerdo una historia que me contaron:

“ En la época del coloniaje, los bisabuelos de los actuales patrones eran españoles, malos, miserables y crueles con sus esclavos. Ocurrió en esa época un caso increíble. Los terrenos de la hacienda se extendìan hasta orillas del río Chaviñita, que atraviesa Yauca en dirección al mar. En ese lugar los sembrios de maíz estaban maduros y para evitar robos y destrozos de los perros hambrientos, el mayordomo envió a vigilar a uno de los esclavos. Llegando al lugar, el hombre prendió fogatas en todos los extremos del maizal, e hizo ronda durante toda la noche. Cuando el mayordomo llegó a controlarlo al día siguiente, encontró que habían arrancado 3 mazorcas de maíz de uno de los tallos. Informó inmediatamente de esta falta al amo, quien encolerizado mandó a azotar al esclavo.

La desaparición de las mazorcas volvió a ocurrir nuevamente esa noche, la siguiente y las subsiguientes, y el esclavo siguió recibiendo duro castigo por orden del amo. Adolorido y lloroso, maldecía su destino ante tanta crueldad, no le creían que un ladrón robaba las mazorcas, sino que él se las comía. El pobre hombre, desesperado, ya no dormía durante las noches. Recorría de extremo a extremo el maizal, lamentándose por adelantado del injusto castigo que recibiría al día siguiente, si volvían a desaparecer las mazorcas de maíz.

Una de esas noches el esclavo viò a un hombre que arrancaba mazorcas del sembrío. Corrió hacia él, se arrodilló y  todo lloroso le suplicó que no se los llevara porque sería azotado nuevamente; levantándose la camisa le enseñó las huellas del terrible castigo que le había infligido el amo. El ladrón con voz grave le dijo “...Levántate buen hombre, vamos a mi casa para que conozcas y le avises a tu patrón que soy yo quien me como sus mazorcas, y no tú...”. Irreflexivamente le siguió, cruzaron el río, avanzaron 10 metros, en medio de unos árboles había un portón, volteándose el ladrón le ordenó,”...No entres, espera ahí no más...”. Desde fuera, el indígena pudo ver con asombro la elegancia de los muebles enchapados de oro, brillantes al reflejo de los faroles que iluminaban la casa. Al rato, el hombre regresó con una mazorca y le dijo, “...Esto le das a tu amo...”.

Cuando llegó a la casa-hacienda, el patrón, sabedor por boca del mayordomo del robo de esa noche, lo estaba esperando muy furioso. Apenas lo vió trasponer el patio, le gritó, “¡ Azótenlo al indio carajo...!” Ëste, arrodillado y lloroso suplicó, “...No me castigues mi amo, anoche encontré al ladrón, me llevó a su casa que queda al otro lado del río, me dijo que tomaba el maíz por necesidad y me encargó entregarte esta mazorca para ti...”. Sacó de entre su sobaco un envoltorio de trapo y al abrirlo vieron ambos con gran sorpresa que era de oro puro macizo. Pasado el asombro, el patrón lo envolvió de nuevo, condujo de inmediato a su esclavo al comedor, y le hizo preparar un rico desayuno mientras le interrogaba sobre lo acontecido. Muy nervioso el esclavo, por el trato muy amable al que no estaba acostumbrado, le contó todos los detalles; el amo le dijo finalmente que juntos irían a cuidar el potrero, “...ah ! y no le cuentes a nadie hijito mío..”!.

Desde ese día amo y esclavo iban juntos a cuidar el maizal. La primera noche nada, la segunda nada, la tercera igual, pero el amo no perdía el entusiasmo inicial, aunque volvía a preguntar al esclavo si era verdad lo acontecido antes. En cierta ocasión, a media noche, vieron al desconocido arrancando mazorcas en el sembrío. Antes que el esclavo hable, el amo dijo “..¡ Ah, con que Ud era?...”. “ ...Si señor, pero lo tomaba por necesidad...” “...Que ocurrencia caballero, buenhombre, tome los que quiera, me alegra complacerlo...”. “ No, ya no, es suficiente lo que tomé, pero quisiera compensarle por todo el daño que he venido causándole...”.  “...No es nada, ¡ que ocurrencia...!”.  Pero en su corazón, el amo desesperaba por el oro. El desconocido le invitó a su casa, el hacendado le aceptó sin hacerse de rogar, los 3 cruzaron el río y caminaron unos 10 metros. Como la vez anterior, estaba abierta la puerta grande. El desconocido ordenò al esclavo quedarse ahì y entró seguido por el hacendado. Apenas traspusieron el umbral el portón se cerró con gran estruendo. El pobre peón esperó largo rato. En el silencio de la noche……...¡ nada !..., ni una sola señal de vida, le entró miedo y se fué corriendo a la hacienda a avisar a la familia. Era de día cuando llegaron al lugar, la esposa, hijos y otros esclavos. Encontraron un cerro de arena blanca en el lugar de la casa, por la mitad se veía una faja negra de unos cuatro metros, de lejos parecía un zaguán...”

     El Saylino me decía, es verdad aunque parezca mentira.



SE AGUDIZA LA TERCIANA. RETORNO

      En junio de 1928 mi enfermedad se agudizó, me dejaba tirado en cama 3 días seguidos sin poder trabajar. Mi patrona Ysidora de Carvajal no me abandonó durante mi penosa enfermedad. Unas veces me atacaba la fiebre al amanecer, pero a las 8 de la mañana me sentía bien. Entonces, luego de tomar el remedio y mi desayuno, agarraba un burro, su alfalfa, 2 sogas largas y unas bolsas de trapo, y me iba a la playa de TanaKa, distante de Yauca unos 14 kilómetros, a coger mariscos, cochayuyo, sal de mar. Tanaka es un sitio de grandes peñas bañadas por olas gigantes, que podían sorprender y arrastrar en cuestión de segundos. Por precaución yo me amarraba la cintura con una soga larga que iba hasta el cuello de mi burro, y con otra soga lo amarraba a una piedra.

Recogìa lapas, barquillos y erizos, que viven adheridos fuertemente a las peña; para sacarlos enteros había que agarrarlos desprevenidos. Yo tenía un punzón de 30 centímetros, que hice del asa de un balde viejo, con el cual los desprendía fácilmente y los llenaba en una bolsa. Cuando los erizos se prendían fuertemente a la roca, la soluciòn era tirarle encima a su enemigo acérrimo, una estrella de mar y se soltaban rápidamente. Dentro de su duro caparazón, protegido por pùas, tiene una médula dividida en 4  partes de forma y  color de una cinta amarilla, toda envuelta por una membrana finísima; es un alimento muy prodigioso para  los anémicos. A las 5 de la tarde regresaba a la hacienda con las bolsas llenas de mariscos, cochayuyo y sal de mar, que en el mes de junio con la marea baja, se sedimentaba en las rocas. Por esto la patrona me tenía gran estimación y se preocupaba de curarme la terciana. Pero, con el pasar de los días mi salud empeoró.  En el mes de Julio  me puse peor, entonces dijo “...Narciso es mejor que viajes a la sierra, hacen 6 meses que tomas remedios y nada te hace bién, regresando a tu pueblo con el cambio del clima y alimentos más sanos te podrás recuperar....no te digo esto porque te estoy botando de la casa, sino porque yo y mi esposo te estimamos....una vez sanes, estaremos pendientes de tu regreso...” .

Mi ùnico pesar era no haber aprendido el castellano. Por temor de las burlas, al enredarme con mi media lengua, estuve siempre alejado de los costeños, de los ùnicos que podìa aprender
Tuve que dejar Yauca, pero quedó grabado en mi mente su imagen inmortal de valle fértil, con su manto inmenso de árboles de olivos, con su verdor lleno de vida, pueblo muy hospitalario de gratos recuerdos.



 
 
 
 
 
ADIOS YAUCA

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         El 8 de agosto de 1,928,  mi liquidaciòn arrojò un saldo de ochenta soles, descontados mis pedidos a cuenta y los días no trabajados por la terciana durante los últimos 6 meses. Mi patrona doña Ysidora me recomendó a unos peones de Corculla, que iban a la feria de Incahuasi que se celebra el 15 de agosto. Empaqueté mi ropita, mis 2 ponchos, los 12 kilos de aceituna que me regaló doña Ysidora.  Supliqué a los viajeros amarrar mi carguita en sus burros, aceptaron de buena gana. Después de desayunar salimos de la hacienda, no pude evitar las lágrimas al despedirme de la señora y de don Diómedes, habían sido muy buenos conmigo.
El primer día caminamos hasta Jaquí, nos alojamos en una hacienda cañaveral donde los peones compadecidos de mi aspecto cadavérico y mi color amarillento me regalaron caña de azúcar. Muy agotado por la caminata me quedé dormido. Desperté al llamado de uno de mis acompañantes “ Levántate amiguito, aprovechemos la frescura de la madrugada para avanzar la subida ...”.  Amanecimos en la parte alta de una cuesta, a unos 3,000  m.s.n.m. ; se  sentía el frío seco y respiré recien aire puro. Durante 18 meses desde mi fuga de BuenaVista a Yauca, había absorbido el aire húmedo de la costa, salitroso y denso como un vapor; muy desfavorable para mi salud. Ahora con el aire puro de sierra en mis pulmones, a pesar de encontrarme debilitado por mi enfermedad me sentí con la moral alta.
A las 11 de la mañana estuvimos en la cumbre de la cordillera, en el lugar llamado MolleMolle, desde donde se veían difuminadas por una neblina azulada, las siluetas del valle de Yauca, Piedra Blanca, Jaquí,  que habíamos atravesado el día anterior. Más adelante asomó ante nosotros  la cresta del nevado SaraSara. Al llegar a una quebrada junto a un pequeño manantial, mis compañeros dijeron “…A descansar un rato..”. Comimos camote sancochado con aceitunas que era el único fiambre, ellos se echaron a descansar sobre sus ponchos. Me alejé un poco a observar el paisaje,  era escasa la arboleda y a la distancia se veian las  manadas de vikuñas de fina silueta, con el macho adelante, guiándolas  con su grito “..quicoo, quicoo, quicooo...” retumbando por los cerros. Cuando regresé al lugar, los viajeros ya estaban listos para continuar.


NO ME ENTERRARAN EN EL DESIERTO

Reanudamos la marcha, los seguí atrás lentamente porque me atacó la fatiga nuevamente. Un kilómetro adelante, a un lado del camino, había un montículo de piedras amontonadas alrededor de un cadáver, encima estaban sobrepuestas unas ramas de t’aya. Al parecer, por la muerte repentina y al no contar con herramientas improvisaron esa tumba; me entró miedo pues estaba un poco retrasado del grupo. Mis compañeros de viaje iban por delante muy alegres, cantando, bromeando y riendo a carcajadas. Serían aproximadamente 4 de la tarde cuando sentí escalofríos, seguí caminando, al rato me atacó la tembladera, luego la fiebre, me senté en una piedra al costado del camino y.......¡ me quedé dormido !. ¿Cuánto tiempo?, no lo sé, pero la fiebre había pasado. Desesperado miré a todos lados...silencio de tarde muriente sobre los altos picachos nevados….silencio sobre la quebrada, y sobre el camino que desaparecía como una faja amarillenta en el horizonte. Algunas avecillas solitarias pasaban como ráfagas sin rumbo conocido y el viento frígido silbaba sobre las ramas retorcidas de las t’ayas. No veía por ninguna parte a mis acompañantes, el cielo oscurecia dejando visible el brillo de algunas estrellas, tomé valor y avancé a paso ligero, hasta donde la fatiga me lo permitía. Esta era una ruta desconocida para mí; antes había viajado por el lado de Cháparra, Chala, Yauca, pero no por estos lugares. Entré a una hondonada, luego subí una cuesta no muy larga, al dar una curva apareció ante mi vista el pueblo de Pararane, me detuve un momento, respiré profundamente y me dije “...¡ no me pasará lo mismo que le pasó al pobre hombre enterrado en el desierto...!
 
 
 
 
 
REENCUENTRO EN LA FERIA DE YNCAHUASI

Me encaminé hacia el pueblo, mis compañeros estaban acampados a la entrada, habían preparado un rico caldo de morón con chuño, me hicieron tomar y sentí una ligera mejoría; nos acostamos en el suelo sobre nuestros ponchos. Al amanecer, nuevamente a caminar.
“Pararane” es un caserío de 40 casas de adobe y tejas alrededor de la plaza y la iglesia, su población es indígena, su actividad principal es el pastoreo de ovejas y llamas, y el cultivo del olluco, papa, mashua, adecuados al clima frígido de estas tierras.
         Atravesamos el pueblito y subimos por una cuesta de 3 kilómetros. Desde la cima pudimos divisar las elevaciones que rodean mi pueblo: Pojpoja, Vacarume, Chicchipampa. Me entró tal  regocijo de saber que en 2 días llegaría a Nahuapampa, que me olvidé del mal que me agobiaba. Luego de un corto descanso descendimos 5 kilómetros, a nuestra vista se presentó la pampa de Yncahuasi.
Era 15 de agosto y estaba en todo su apogeo la feria de Yncahuasi, en homenaje a la patrona Virgen Asunción. Aquí me separé de mis compañeros de viaje con un fuerte apretón de manos.  “...Muchacho, eres fuerte, ojalá sanes pronto de tu enfermedad y tengamos la suerte de vernos  nuevamente...”. Tomé mis cositas de encima de su carga, me lo tiré a la espalda y me refundí entre la multitud, dirigiéndome al sitio donde se alojaban los nahuapampinos que vienen a la feria.
Al subir por una pequeña pendiente me encontré con varios paisanos, entre ellos los hermanos Prado, José, Daría y Eusebia, quien me abrazó diciéndome “...huahuallay huahua, maypetaj cay huatantinja caramqui?, cayna canayquecamanja, ¡ huac hucacha mamallayque, huatanten huajaycuschcam!...”  (muchacho, muchachito, ¿dónde estuviste todo este año hasta ponerte tan mal ?, ¡ tu madre se la pasó llorando todo este tiempo ! ).                                                                                                    

  Esa tarde fuimos a la feria con los hermanos Prado a comer picante de Q’auso ( yuyo ) y contagiarnos de la alegría reinante. Todos los detalles que le dan especial colorido a esta gran festividad, los he narrado en las páginas anteriores ngoy, a la sali   , s

         El dia 17 de agosto, es decir, al segundo día de nuestro encuentro, salimos de Yncahuasi con los hermanos Prado, yo me sentía más tranquilo con ellos porque nuestra infancia la pasamos juntos. Al mediodía  del 18 de agosto estuvimos en Lampa, seguimos a Colcabamba, entramos a la quebrada de Huampucjacja, ahí nos despedimos, pues el camino a mi casa entra por el lado de Q’etayacu.
Cerca al molino de don Samuel Acuña había un pequeño terrenito triangular del abuelo Juan de Lino, llamado “ Hacienda Capital ”, sobre éste pasa una acequia que lleva agua hacia Colcabamba. ¡ Nunca me olvidaré !, mamá había estado lavando ropa, levantó la cabeza, nos quedamos mirando, “...Narcisochooo?...” dijo, me abrazó llorando, yo me quedé mudo, las lágrimas me querían vencer pero me aguanté al recordar la voz de papá: “...¡ llorón c... ! ”. Después de esos instantes de emoción nos fuimos a la casa. Mis abuelos, tíos abuelos, y familiares se alborotaron, vinieron algunos vecinos, estaban muy contentos por mi regreso, comentaban que ya me tenían por muerto, nos felicitaban a mí y a mamá por esta gracia de la Virgen de las Mercedes. Al rato quedó todo despejado, mamá preparó mi cama, me hizo tomar un rico caldito de morón, me eché a dormir.


REMEDIO PARA MI MAL

        
Desperté a las 6 de la tarde con escalofríos y tembladera que me sacudió el cuerpo durante  media hora; luego me atacó la fiebre; todos se asustaron.
         Al día siguiente mamá fue temprano a casa de unas señoras entendidas en curaciones, a ver si podían ayudarme. Una de ellas recomendó tomas de achicoria, de un amargor terrible. Otra, recetó tomas de orina podrida con sal. No surtieron efecto favorable, al contrario, empeoré.
Mamá fué así preguntando a otras curanderas. Cierta vez le aconsejaron que en el momento de  la tembladera debían asustarme. Así pués, cuando me atacó la terciana, tiraron un sapo bajo mi cama, sabían que yo le tenía más pánico que a una serpiente; y.....¡...nada...!.
Una de las curanderas llamada Martina, le contó a mamá que la solución la tenía en su mano pues, sabedora que yo la aborrecía “a muerte”, debía avisarle en el momento de mis convulsiones para presentarse  y asustarme, y con la fuerte impresión quedaría sanado  Así fue que, una tarde cuando empecé a convulsionar con mas fuerza que nunca, mientras mamá se sentaba sobre mis rodillas y Moisés me sujetaba los brazos, fueron a llamar a la mentada Martina. Al entrar la  odiada Martina se sentó sobre mis caderas, pese a todo, mi cuerpo siguió temblando y terminamos en el suelo. La “ razón ” de este método de curación de doña Martina era que, por tratarse de una enfermedad de costa, había que mortificarlo para que abandone el cuerpo y se regrese al lugar de donde vino.  ¡ Muy ingeniosos !

Las curanderas de la época empleaban métodos primitivos, que en algunos casos, por suerte sanaban a los enfermos; en cambió mi salud se agravó más. Estamos en setiembre de 1,928. Mamá siguió buscando en otros pueblos los mejores consejos de las entendidas en la materia, encontrando la receta siguiente: yo debía tomar “azúcar Q´amti”  diluido en cañazo. ¿ En qué consiste ?. En caca de perro blanca y reseca como el azúcar. Yo no me resistía a tomar cualquier cosa, con tal de sanarme. Incluso, tomé la otra receta consistente en un pichinko ( gorrion) fermentado en un frasco de cañazo, con todas sus plumas y tripitas sin lavar. Es la bebida más pestilente que tomé durante mi enfermedad, que al poco rato vomité todo, y casi vomito tambien mis tripas.
En octubre del mismo año la fiebre me atacó, ya no durante horas, sino 4 días seguidos a la semana, y este síntoma lo conocen como la cuartana. Ante la gravedad de mi estado, le dieron a mamá el consejo, un poco más acertado, de llevarme a un lugar más frígido, porque el clima de Nahuapampa es cálido, y favorece a la enfermedad. Se reunió toda la familia y acordaron llevarme a CoraCora, capital de la provincia de Parinacochas, donde el clima es frío, además ahí podría encontrarse remedios con màs facilidad.


 
EN CORACORA REMEDIO PARA MI MAL

El 15 de octubre de ese año viajamos a CoraCora mamá y mis hermanos: Moisés, de 20 años, convertido en experto zapatero, María de 7  y Serapio de 6 años, el conchito de la familia. Desde Lampa caminamos 2 días, a medio atardecer llegamos a Cora Cora, y de inmediato nos dirijimos a casa de don Víctor Navarrete, mi padrino de confirmación desde el año 1,916, cuando yo contaba con 2 años de edad. Tuvimos suerte de encontrarlo ahí, pues normalmente vivía en su casa de Civilla por el lado de Aycará, en donde tenía grandes extensiones de tierras. Recibió a mamá con mucha hospitalidad y enterado de la razón de nuestra venida, aceptó que nos quedáramos todo el tiempo necesario, y le entregó las llaves de la casa. Al despedirse, nos invitó para el día siguiente a su otra casa de Civilla, donde la comadre estaría muy contenta de recibirnos.
El día siguiente fuimos a ese lugar, distante a 2 kilómetros y medio, rodeado de sembríos de maíz trigo y cebada. Al llegar salió toda la familia a recibirnos con abrazos, entre llantos comentaron el fallecimiento de mi padre, y todas las penurias sufridas por mi enfermedad. Nos quedamos 2 días, comimos pura carne, choclo, papa; mis padrinos tenían inmensas despensas. Al tercer día nos retiramos a la casa del pueblo, y nos regalaron bolsas de papa, charqui, habas, queso. Mi hermana María con quien se habían encariñado las hijas de mis padrinos, se quedó con ellos muy gustosa y contenta.
         Cuando llegamos a nuestro alojamiento de la ciudad, me agarró la fiebre con más fuerza; en esa época no existían boticas y los remedios se compraban en la encomenderías; de una de ellas mamá trajo la famosa quinina…… ¡ nada !,  me puse peor.
         Durante el mes de noviembre la fiebre me tuvo en cama por varios días seguidos, cuando me pasaba un poco, salia a recorrer las calles principales de CoraCora, donde se ubican sus grandes tiendas de comercio al por mayor. En el centro de la plaza de armas había una glorieta, donde la banda de músicos tocaba  la retreta todos los sábados, para autoridades y población reunida. Hacia la salida del sol estaba la imponente Iglesia levantada sobre una plataforma y muros de piedra, comparables a las de Huamanga, con sus 2 torres de grandes campanas, cuyo tañido se oìa a 50 Km. a la redonda. Luego estaban el convento, la casa municipal, la cárcel, el mercado. Las casas tenían balcones y estaban techadas generalmente con calamina. Los domingos, las calles se llenaban de arrieros con sus tropas de mulas, caballos y burros, que venian desde los pueblos aledaños a comprar diversas mercaderías. Otras veces entraban las tropas de llamas, bullangueras y coloridas, con su cargamento de sal, de las minas de Huarhua, la llama madrina colgaba en el pescuezo, una esquila resonante “...tanlá, tanlá, tanlá, tanlá...”. En el mercado la comida era rica y barata, a 5 centavos los chicharrones, el pan a 3 por medio, tremendos como platos. Con mamá, casi a diario íbamos a almorzar al mercado, pues lo que ella preparaba en casa, me caía muy pesado.
Los días que no estaba en cama, Moisés, yo y Serapio, que ya tenía más de 6 años, salíamos al canto del pueblo, donde se reunían en un pampón la mayoría de los muchachos palomillosos, a competir en peleas por parejas, juegos de trompos, bolitas y botones. Yo tenía una apariencia estrafalaria por mi enfermedad, estaba amarillento y flaco como un cadáver, y me distraía observándolos jugar. A mi hermano Serapio le hacía trompear con uno de su tamaño, y pagaba un botón al ganador. Algunas veces lo cataneaban, y yo encima le daba dos correazos. Por eso cuando peleaba, aún llorando, aún sangrando, se esforzaba por ganar,  entonces yo le pagaba su botón y además le compraba un caramelo: entonces se ponía muy contento, listo para medirse con cualquier otro. Eso explica  porque mi hermano, ya adolescente y hasta muy entrada su adultez, resultó un trompeador incorregible, pese a los regaños y ruegos de mamá.
Otras veces nos íbamos a Aycará, a la espalda del cementerio de CoraCora, por una pendiente que llega hasta la orilla del río Sanjarará; que en su recorrido fecunda los valles de Jaquí, Yauca, en la costa, para desembocar finalmente en el mar; conforme he descrito en páginas anteriores. Los propietarios de las huertas nos regalaban duraznos, manzanas, calabazas. Se compadecían al verme con mi traza de cadáver andante, y al saber que éramos forasteros decían, “...cay runallajtampe emaynacha huacchaycachcamquichec, ama atesjaiqui punchau enallapas apacunayquipaj ( en pueblo ajeno andan desamparados, cualquier día vengan no más para que se lleven alguna cosita). Eran gente muy noble y generosa, capaz de dejar de comer para dar al prójimo.


 
 
MORIR SOLO EN EL CAMINO

En vez de mejorar, mi salud se agravó más, la cuartana se hizo más intensa, los temblores y fiebre duraban 4, 5 horas seguidas. Mamá seguía preguntando por el mejor remedio para mi mal, sin resultado alguno. En eso, recordó que don Conrado Falcón y su esposa doña Juana Rodríguez,  habían venido de Nahuapampa a radicarse en CoraCora, a raíz de un escándalo ocurrido un 24 de setiembre, en plena  fiesta de la Virgen de las Mercedes, en que al haberse convertido en protestantes, trataron de incendiar la iglesia, Desde ahí, los religiosos del pueblo le hicieron la vida imposible. Al respecto ya he detallado en páginas anteriores.
Como decía, doña Juana Rodríguez quien tenìa fama de curandera, se enteró de nuestra llegada a CoraCora y de mi enfermedad de terciana, y nos invitó a su casa en una calle cuyo nombre no recuerdo, pero quedaba a la espalda del molino del Dr. Vásquez. Acudimos varias ocasiones para mi tratamiento  con resultado negativo.
Algo que nunca olvidaré es que, en una de nuestras idas, encontramos a don Conrado con su primo Juan Falcón, residente antiguo de CoraCora, brindando con cañazo su feliz encuentro. Invitaron a pasar a mamá. Yo junto con las hijas llamadas Cleofé, Margarita, y otras 2 menores más, nos fuimos al corredor y como todo niño travieso, empezamos a corretearnos, a bromear y reir a carcajadas. En determinado momento el mencionado Juan Falcón, muy borracho ya, salió del cuarto y se vino corriendo donde yo estuve, con su mirada echando chispas me dijo “...¡ Mocoso de mierda, porque te ries de mí, te voy a sacar a patadas !...”. Yo me quedé muy asustado. Cada vez que recordaba el incidente me llenaba de cólera y lamentaba no haber estado de su tamaño para responderle.
Ver a mi madre tan preocupada, sacrificada a causa mía, sin encontrar remedio para mi mal, me hizo tomar una decisión. “ Ya que todo tu esfuerzo hasta hoy ha sido en vano, pues ningun remedio ha sido efectivo, me aconsejaron unos amigos viajar a Yauca a regresar la enfermedad de donde lo he cogido, es un secreto que en otros ha dado buenos resultados....te ruego me prepares mi fiambre para el camino...”. Lo del consejo de los amigos era una mentira, y lo dije para no verla sufrir más, pues era mi intención morirme en el camino. Ella se negó, pero yo la amenacé con irme aún sin su consentimiento; entonces dijo sollozante “...No, asi no.....sí, te preparo tu fiambre...”.  Entre sus cosas, con la intención de lavarlos sacó unos manteles que tenía amarrados. En su interior halló un atadito, lo abrió por curiosidad, era un puñado de flor de retama y romero. Recordó entonces que, antes de nuestra venida a CoraCora, una vecina de Colcabamba le había recetado, “ Primero, hervir en una olla la flor y dejarla  en la noche sobre el techo de la casa para que serene; con el romero preparar una infusión y darle al enfermo una toma antes de dormir, esto para que saque todo el resfrío del cuerpo...”.   Mamá exclamó “Imamantaja junjaramuni, ichaja ampichaiquis kaytaj...”          ( ¿ por qué me habría olvidado, quiza pueda ser tu remedio? ). Lavó los manteles y en la tarde preparó las yerbas siguiendo esas indicaciones al pié de la letra, en la noche al acostarme, me hizo tomar el agua de romero. Toda la santa noche sudé duro, mamá a cada momento me cambiaba de ropa, de frazadas y sábanas. Al día siguiente, a las 8 de la mañana, me sobrevino nuevamente los estirones en el cuerpo; ante esto mamá bajó la olla de agua hervida con retama, calentó una parte, le echó sal, y me hizo tomar medio litro de un solo golpe. El efecto fué milagroso pues al momento desapareció la tembladera, los bostezos, y la fiebre. Quedé dormido como piedra durante 2 horas, cuando desperté tenía mucho apetito, todos fuimos al mercado donde comí dos mates de cochayuyo, tomé un jarro de chicha de jora y sentí gran contento de estar con mis seres queridos. Al cuarto día me dieron la misma receta. Desde ahí hasta la fecha estoy curado de cualquier otra enfermedad.
         Después de haberme liberado de este flagelo que me tuvo durante casi un año entre la vida y la muerte, volvió la alegría al corazón de mamá y de mis hermanos, dispuso entonces que yo y Moisés regresemos a Nahuapampa, mientras ellos se quedarían en esta ciudad hasta fines de Enero de 1,929.


 
 
 
 
 
 
RETORNO A NAHUAPAMPA


Al tercer día partimos de CoraCora con mi hermano Moisés, mamá al ver mis zapatos rotos me dió 10 soles para comprarme en la Feria de Nahualta en Enero próximo. LLegamos a Nahuapampa un 20 de diciembre, a Moisés lo comprometieron sus enamoradas a celebrar una fiesta por su retorno; sabedor que yo tenía el dinero que me dió mamá para mis zapatos, me pidió prestado, ofreciendo devolvérmelo  antes de la feria.
Lo cierto es que no hubo tal devolución. Al estar muy cercana la festividad, y tener mis zapatos casi destrozados, pedí ayuda a mi abuelo  Juan de Lino, quien me los arregló de alguna forma. Mi sombrero también había empezado a romperse, lo parché con un trapo grueso, hilvanándolo con una pita por todo el  borde  de  su  falda y  en  su  copa  lo cosí con remiendos de colores.
Cuando llegó mamá de CoraCora se asombró de mi  aspecto y dijo“...Huahuallay huahua, manacho sombreroyquitaj ranteroranqui, jolljetaja apamuranquemeque ? ..” ( hijito, ¿ qué pasó, por qué no te compraste siquiera tu sombrero con la plata que te dí? ). “...Moiseschayquemeque mañarouan chunca pichjalloj punchaupaj, llapantajmeque joyconen, conancama mana jopuancho...”( tu Moisecito pués, me pidió prestado por solo 15 días, todo se lo dí y hasta hoy no me devuelve ). Mamá tomó su “apascha” ( manta con tirantes que se ata a la espalda) y se dirijió al pueblo donde me compró un sombrero nuevo. Con mi ropa parchada, pero bien limpiecita, comencé nuevamente a frecuentar las chacras para laborearlas; pues durante mi  enfermedad nadie se preocupó y estaban abandonadas.




SERENATA PARA ENAMORADOS

En aquella época conoci a un tal Bernabé Franco de Colcabamba, buen pulsador de mandolina, como yo tambien había aprendido a tocar nos hicimos buenos amigos. Le decíamos “ Bernacha ”, estaba muy enamorado de Demófila Flores Canales, hija de doña Paulina Canales, le decían “ chirchi Paulina ” porque era bajita, para distinguirla además de su otra hermana Paulina. Yo a mis 15 años, más seguro de mí mismo, era enamorado de Leonor Flores, hija de esta última. Todas las noches nos reuníamos con mi amigo en HigosPampa, cerca de la casa de nuestras enamoradas. Ellas salían con sus madres, también se nos aunaban otras vecinas  con sus hijos, y mientras conversaban sobre sus aventuras de adolescencia y juventud, iban hilando en sus ruecas los copos de lana que habían traido.
         Los muchachos jugábamos diferentes juegos, entre ellos uno llamado “ zapatito corre, corre ”, que consiste en sentarse todos en círculo con la mirada fija al centro del suelo, uno toma un zapato y empieza a correr afuera del círculo cantando “ zapatito corre, corre”, dejándolo atrás de cualquiera de ellos; les pregunta entonces donde está, si no le aciertan les va metiendo cocachos a cada uno, y si alguno acierta, entonces le tocará correr con el zapato en la mano y hacer las preguntas.
         En estos juegos nos entreteníamos hasta las 9 de la noche, a esa hora  las señoras cansadas de charlar nos pedían música. “ Bernacha ” afinaba su mandolina, la mía era de caja más grande y tenía buena resonancia. Como estábamos próximos a los carnavales nuestras tonaditas eran alegres y contagiosas. José Hoyos también buen ejecutor de mandolina, y don Mateo Portugal, buen guitarrista, se unían a nosotros y formábamos entonces un cuarteto de cuerdas. Le pediamos a las señoras que canten, ellas se negaban primero, ante la insistencia reclamaban antes “... una quitaverguenza don Mateo...”. Este sacaba una botella de cañazo y con unas copas entre pecho y espalda, ellas se desgañitaban cantando su interminable repertorio hasta por los menos 2 de la mañana. A esa hora regresaba a mi casa, y sin hacer ruido colgaba la mandolina en el mismo sitio donde mamá lo había dejado.
Cierta ocasiòn, una de las vecinas le había dicho a mamá “...huac huahuayque sumajchata huajaycachin bandurriachanta, taquinconren sumajchata, sonjosuaychata...” ( tu hijito toca y canta muy lindo, como para robar corazones); mamá le contestaba, “...¿si señora?...”,  pero entre sí se decía, “...capaz este sinverguenza está andando de noche, pero es imposible, pues la mandolina la tengo colgada cerca de mi cama...”. Cuando llegué de la chacra al mediodía, cargado de pasto y leña, me preguntó si en la noche había salido a la calle a jaranear con esos borrachosos; “ ¿quién lo dice? ”; mencionó los nombres de las mujeres que estuvieron en la reunión; le dije “!...son unas mentirosas ! ¿ cómo podría sacar la mandolina, si la cuelgas encima de tu cama ?...será algun otro parecido a mí..” ; mi explicación la tranquilizó.
         Estamos entre Enero y Febrero de 1,928, con los carnavales muy próximos. Los vecinos  solicitaban a mamá  dejarme ir a sus casas a tocarles mi mandolina, sólo con su permiso podía salir. Como yo no tomaba licor los hacía cantar y bailar toda la noche hasta el amanecer; en cambio otros músicos se emborrachaban, dejaban de tocar y la fiesta terminaba muy pronto.
         Ese año mamá recibió muchos regalos de las muchachas de Nahualta, Francisca, Emilia y las hermanas Zamora, amigas de mis primas Julia y Asunta. Trajeron choclos, queso, charqui, pan,  pidiéndole “...Huac huahuachayqui tocaycapouachun bandurriachanta...” ( ¿tu hijito Narciso no nos podría tocar su mandolinita? ). Mamá les aceptaba y yo no me hacía de rogar. Las chicas empezaban a cantar, yo con mi voz de adolescente me aunaba a ellas. Muy emocionadas, al sentir la vibración de las cuerdas de mi instrumento, se olvidaban de sus labores hogareñas  y tarde ya  se despedían suspirando. Mamá bromeaba diciendo a mis hermanos “ ¿Huac pasñacunarí?, huahuaytataj jollarachiconmanco...”        ( ¿ Que se creerán estas muchachas?, no lo vayan a seducir a mi hijito )
 
 
UN ULTIMO VIAJE A CHAPARRA

         Al lado de mi enamorada Leonor el tiempo pasaba sin sentirlo. Ibamos acompañados de Florencia, su hermana menor, arrancando frutas de los huertos vecinos, bajo el ruido de la lluvia, aspirando el perfume de la tierra húmeda y de las flores. Qué alegria tan infantil nos producia el canto de los pichinkos, chuchikos, ch’aiñas, y  los gritos de las bandas de challchakas que huían del aguacero. Ellos eran testigos de nuestras promesas de amor hasta la muerte, que finalmente no se cumplieron por causas ajenas a nuestra voluntad. Amor de adolescencia : ¡ se sueña despierto !
          En los primeros días de marzo viajé a Cháparra con don Miguel Falcón, con el único propósito de ganar plata para rehabilitar el nombre de papá, que de hombre próspero terminò sus días en la pobreza más terrible, sin dinero para comprarle siquiera su ataúd y un sudario.
         Al tercer dìa llegamos a la hacienda de Buena Vista de don Leopoldo Neyra, de donde años antes, yo y su esclavo Palomino fugamos a Yauca, en la forma que narré en las páginas anteriores.
         Al encontrarme con el hacendado, me encarò al reconocerme         “...¡ Oye muchacho, eres tù el que te llevaste a Palomino! ¿ no ?...”. En quechua mezclado con castellano contesté, “...Manan señorllay, payme llevó a ñoja, majtachallaraj yo, paysim mayor...” ( no es así señor, al contrario él me llevó a mí, yo era sólo un niño ). Le causó risa  mi mal castellano “...¿ Ahora sí quieres trabajar ?...”. “...Arí Taytay...” “...Bueno alójense en el pabellón de los trabajadores...”. En el lugar había más de 20 peones, nos acomodamos en un extremo.
         Al día siguiente empezó el trabajo de vendimia, en la misma forma rústica de antes, por falta de maquinarias adecuadas. Terminada esta labor nos hicieron limpiar las acequias principales, que traen el agua para riego de las tierras de la hacienda.
         Con una guadaña o segadera, para desbrozar el yerbaje crecido en sus cauces; un machete para las ramas màs gruesas y las alimañas; una lampa y una lima para afilarla; trabajé sin contratiempo alguno con los mas afamados lamperos de la ruta, confiado en mi amuleto, con fé ciega en su secreto. Al cuarto día de este rudo trabajo, mi patrón, considerando mi corta edad me pasó a otras labores más livianas, siempre con el mismo jornal de ochenta centavos diarios.
         En julio me mandaron al deshierbe y poda de las parras. Y en setiembre volví a mi pueblo con una regular ganancia de dinero, con lo que mejoró nuestra situación económica.


MIS ULTIMAS AVENTURAS EN NAHUAPAMPA

         Muy próxima la fiesta de la Virgen de las Mercedes llegaron varios paisanos desde Lima, entre ellos doña María Santos Prado y su tocaya doña María Santos Portugal. Enterada mamá de su llegada al pueblo, fué a saludarlas. En plena conversación, dijo la primera “...Doña Natividad, qué desarrollado está mi esposo Narciso, anoche lo ví en Ñampata tocando su mandolina en compañía de mi primo José Hoyos... qué bonito canto tenía...”. Ella me daba ese trato familiar y gracioso, porque antes de su ida a Lima, yo era peón de su anciana madre doña Eduviges. Como eran mujeres solas les laboreaba sus terrenos, y tambien, cuando amasaban pan, les traìa leña para calentar el horno; por estos servicios la señora me regalaba “ un mantel ” de panes especiales de pura manteca  de chancho. Sus vecinas le bromeaban entonces “........María Santos, jampajá josaiqui Narcisocha aparamushcanja llamtatapas......” ( tu esposo Narcisito traerá leña para ti ).
         Mamá le comentó de mi reciente viaje a Cháparra, ella le preguntó si yo quería ir a Lima, mamá se sinceró “...Justamente había venido a suplicarte ese favor, porque su fiebre del muchacho es aprender castellano...”. “...No sólo eso doña Natividad, tambien podría estudiar de noche, porque en Lima hay esa facilidad...”. Fijaron incluso la fecha probable del viaje, sería después de la fiesta patronal del 24 de setiembre.
         Mamá volviò a casa muy emocionada, me contó al detalle lo conversado y me preguntó si yo quería ir, iba a decir sí, pero en fracción de segundos recordé a mi enamorada, me puse nervioso, mamá lo notó, pero cuando repitió su pregunta, le dije con firmeza “...Preparen mi fiambre para el viaje...”
Después de merendar a las 5 de la tarde pedí permiso a mamá para salir a tocar con mis amigos, me autorizó recomendándome regresar temprano. Me puse mi poncho, acomodé mi mandolina en el sobaco y me fuì  a casa de Leonor. Le conté mi preocupación de dejarla sola por mi repentino viaje, pero en vez de apenarse se riò, porque la misma señora había aceptado el pedido de su mamá de llevarla a Lima.  Entonces iríamos juntos, nos pusimos muy contentos y empezamos a hacer planes, “...Trabajaremos de día y estudiaremos de noche...”. Pero había un detalle, su mamá iba a empeñar su terrenito “Acjo Uco” situado en Teneria para costear su pasaje, y, si la persona indicada no aceptaba, adios viaje. Le dije que si eso ocurría fuera donde mamá a ofrecerle el empeño, pero sin avisarle nada de nuestra conversación. En ese momento entró doña Paulina “ Puka” Canales (colorada)  dijo que se había enterado de mi viaje a Lima, yo me despedí diciéndole que mis amigos me esperaban para tocar la mandolina, “...¡ Ah sí ! , los acabo de ver ahí en Higospampa a Bernacha, don Mateo Portugal, José Hoyos...”.
         Efectivamente, ya estaban en el lugar templando sus instrumentos,  rodeados de otros vecinos y vecinas. Cuando empezamos a tocar las mujeres reclamaron “...Ya pues don Mateo una quitaverguenza para afinar la garganta...”, el hombre sacó la botella de cañazo que siempre llevaba en el bolsillo trasero del pantalón, les invitò sus tragos y cantaron sin parar como challchakas ( loras) desgañitadas hasta las 2 de la madrugada. A esa hora, yo y Bernabé nos despedimos del grupo, pues  a las  5 de la madrugada debía ir a la chacra y volver a casa a las 11 cargado de pasto y leña. 
         Al dia siguiente, cuando volví a casa, doña Paulina conversaba con mamá, le saludè con mucho respeto, mamá dijo “...Narciso, estaba esperándote...”. “...¿Para qué mamá...?”, “...Aquí doña Paulina quiere empeñar un pedazo de terreno en Nahua, para el pasaje de Leonor a Lima con la señora Portugal, tu sabes que siempre consulto contigo antes de decidir algo, tú sabes que necesitamos terrenos para sembrar, sobre todo el pasto para nuestros animales...¿ entonces, estas de acuerdo?...”. “...¡Claro mamá!..” “...Bueno señora haga preparar el documento del empeño...”. La mujer se puso muy contenta, “...Gracias doña Natividad, mamanchikta  Virgen Mercedesta pagapusumki...”. No sospecharon que todo fue idea mía y así poder viajar con mi enamorada a Lima. Ya me imaginaba junto con ella en esa gran ciudad.


MUSICA PARA ENAMORADOS

         A fines de Agosto llegaron de Lima doña Juana Navarrete con sus hijos Manuel “ Manungucha”, Eladio y otros más pequeños; tambien José Miranda, y don Víctor Flores, apodado “Ñasña”.
         A mi casa seguían frecuentando las amigas de mi prima Julia de Nahua, le pedían a mamá que les toque la mandolina, ella ordenaba yo obedecía, y las hacía suspirar. Le preguntaban si podía dejarme salir en la noche a la calle, para acompañarlas con mi música,  “........Manan chaitaja mañahuaychikchu, s’epaschackuna, paysim guaguarajme cashcam, bandurriachantam zapa tuta ñoja apini....” (No me pidan eso señoritas porque él todavía es muy niño, además su mandolina la tengo bien guardada todas las noches). No se daba cuenta que en las noches, cuando dormía, descolgaba mi instrumento de la pared que daba a su cama, con mucho cuidado, y de regreso en la madrugada lo colocaba en el mismo lugar.
         Una de esas noches me encontraba solo tocando mi mandolina, cerca de la casa de doña “Puka” Paulina, y pasó por el lugar don Víctor Flores acompañado de 2 muchachas, una era Sofía Prado, la otra  Isabel de Colcabamba.  Ella le dijo “...Don Victor, cay majtacha tocaycapouachon, niiyari...”, (dígale a este muchachito que nos toque). “.Jovencito ¿ud. podría tocarnos... ¿ ud. es...?...”. Sofía se adelantó a mi respuesta “...Es hijo de doña Natividad...”.  “...¡Ah! Ud. estuvo en Cháparra, donde don Laurencio en Chiochine..¿no es así?...”. Al responderle que sí, se quedó callado, mentalmente me dije  “...Seguro està recordando la golpiza de su hermano Eleuterio junto a la chacra de don Laurencio, donde yo trabajaba y fui el único testigo...”. Noté en ese momento que todo el orgullo de hombre de fortuna se le bajó, porque yo conocìa su secreto. Ya más tranquilo, nos propuso entrar a casa de doña Paulina. Se acercó, tocó la puerta y llamó“...doña Paulina, tragochayquita vendiicouay....”. Se abrió la puerta, la señora nos hizo pasar, nos sentamos, y atendiendo el pedido de don Víctor puso en su mostrador de madera una botella de cañazo. Ellos brindaron una copa cada uno, yo no tomaba licor. Al poco rato hicieron llamar a don Mateo Portugal, quien se apareció en la tiendita con su guitarra. A la luz del lamparín, al son de nuestros instrumentos, cantaron y bailaron, a eso de las 12 de la noche las muchachonas ya estaban borrachitas. Don Mateo propuso salir a la calle a tocar, todos estuvimos de acuerdo, pero antes doña Paulina preparó  té  macho para ellos, y para mí té con cancha.
         Ya afuera bajo la luz de las estrellas, con nuestros instrumentos bien afinados y el canto inspirado de las muchachas, rondamos por las calles estrechas y silenciosas del pueblo. Al cabo de 2 horas regresamos donde doña Paulina, don Víctor le pidió que nos prepare un caldo, al responderle que no tenía carne, Mateo dijo que no había problema y salió a la calle, al poco rato regresó con 2 gallinas ( las había robado del corral de doña Asunta Portugal). Al poco rato, me trajo doña Paulina el rico caldo humeante con media gallina, por ser el mùsico. Ellos comían poco, más se preocupaban de seguir tomando su cañazo. Cerca al amanecer me despedí de don Víctor, me agradeció por mi música; desde esa fecha fuimos muy buenos amigos pese a ser mayor que yo. 
  



ADIOS A LAS CUERDAS

         Ante la proximidad de mi viaje a Lima, durante la festividad de las Virgen de las Mercedes me esmeré en estar màs cerca de mamá y mis hermanos.
Pero sucedió que las dos Maria Santos, la Prado y la Portugal, quienes prometieron  llevarnos a Leonor y a mi a Lima, postergaron su viaje. No me quedó más alternativa que esperar. Volví entonces a mis ocupaciones de atender las siembras, dar de comer a los animales, proveer leña para la cocina, y en las noches, sacar mi mandolina de lo alto de la cama de mamá, mientras dormía, e irme a tocar. La mayoría de las veces, hacíamos dúo con Bernacha, él era admirador de Demófila prima de mi Leonor
         Cierta tarde tuve una larga conversaciòn con mamá que se prolongó hasta las 8 de la noche, antes de acostarse le pedí permiso para salir, me dijo “...Muy bien, pero regresando guarde la mandolina en su sitio...”. Estuve un rato en la calle, y al no encontrar  a mis acompañantes de siempre me regresé a casa, colgué mi instrumento en el mismo lugar de donde lo tomé, y me fuì a mi cuarto. En el momento que me acomodaba para dormir, oí el rebote de piedrecitas en mi puerta , al asomarme por la ventana, vi a José Miranda parado en el caminito cercano, me dijo bajito “...Por favor acompáñame, he organizado una fiestecita en casa de doña Juana Navarrete, las muchachas me pidieron que lleves tu mandolina...”. “...Pero porque no le pides a José Hoyos que toca mejor que yo, además vive más cerca de tu casa...”. “…Es que estas amigas quieren que tú vayas con tu mandolina ”.  Yo acepté, me puse mi poncho, fui al cuarto de mamá, estaba dormida, muy despacito descolgué la mandolina y salí sin hacer ruido.
         En casa de doña Juana, las muchachas estaban brindando con cañazo, al verme dijeron en coro “...Narcisocha tocaycuy bandurriachayquita...”. No me hice de rogar, afinè mi instrumento y empezó la jarana, las mujeres cantaron y bailaron hasta casi medianoche. Sabedoras que, por ser menor, yo no tomaba licor, me prepararon un café con huevo frito y un pedazo de charqui. Al terminar mi comida decidieron salir en ronda por las calles del pueblo, nos dirigimos entonces a orillas del Huampucjacjamayu, donde rectifiquè la afinación  de  mi mandolina  y las jóvenes  se dividieron  en las de mejor canto, y las que acompañarìan con palmas y baile. Nuestra tropa se desplazò por las calles del pueblo en direcciòn a la plaza de Santa Cruz. 2 horas después nos regresamos. En el trayecto se iban retirando una tras otra, y quedamos solos yo, Beatriz y José, quien decidiò que la acompañemos hasta su casa en el pueblo de NahuaAlta
A las 4 de la mañana estuvimos en QuilloQuilloFalda, señalizada por una piedra grande, incrustada en el faldío de la cuesta. En ese momento Josè se tiró al suelo simulando dolor de barriga, Beatriz se acercó inocentemente a levantarlo pero encontrò resistencia, al darme cuenta de las intenciones de  mi amigo, dije “...Voy adelantando...”.  La muchacha dijo  “...¡ No!  vamos juntos, más bien ayúdame a pararlo...”. Entonces, me acerqué a ellos, me quité la mandolina de mi cuello y lo coloqué con sumo cuidado sobre una piedra cercana a donde yacìa José. Como seguía  resistiéndose dije “ ...bueno, se quedan, ya es muy tarde, me voy...”. Todo fue tan rápido,  me disponía a tomar mi mandolina cuando en eso, José jaló a la muchacha y la hizo caer justamente sobre mi instrumento,  que sonò con crujido lastimero de su caja y chillidos de sus cuerdas. Cuando la recogí por el mango, con sus pedazos colgando, exclamé llorando amargamente “...¡ Emanehuanjará mamayja !...”  (ahora que me dirá mi madre). Ante esto el “enfermo” se paró inmediatamente, la muchacha me suplicó que no llore, ofrecieron “...Mira ahora mismo mandaremos a arreglar tu mandolina, o si quieres te haremos construir otro nuevo...”. Confiado en la promesa me tranquilicé un poco y me fui a casa; ellos enrumbaron a Nahua.
A las 5 de la mañana, como de costumbre, fui a regar las plantas, luego corté pasto y leña, a eso de las 11 de la mañana me volví a casa con mi carga, estuve tan preocupado que ni sueño tenía. Al llegar, mamá había terminado de cocinar, almorcé y me eché una siesta. En ese momento no se dió cuenta, solo después de 3 días me preguntó por el instrumento, le mentí diciéndole que lo había  prestado a don José Hoyos, entonces me pidió que fuera a reclamarle. Yo muy preocupado, fui corriendo a donde José Miranda a reclamarle mi instrumento, me dijo que no me preocupara, ya pronto me entregarían, que incluso el precio de la compostura ya estaba pagado.





ESPERANDO EL VIAJE A LIMA

Iba contando los días, sentía muy próximo el ansiado viaje a Lima con mi enamorada Leonor, pero ocurrió lo inesperado, doña María Santos postergó por segunda vez su viaje hasta navidad.
A mamá le dije que mientras tanto, aprovecharía los meses de octubre, noviembre y diciembre para ir a Cháparra a trabajar, y estuvo conforme. ¿ Pero con quién?......, en eso, recordé que don Miguel Falcón iba siempre a trabajar a la costa. Fuí corriendo a su casa, vivía a la salida de Colcabamba, en “ Ladrillo ” al frente de la casa de Zenón “Capacho” Falcón. Cuando llegué estaba desayunando. “...Qué milagro Narciso, siéntate a  tomar un té con nosotros...”.  Saludé con mucho respeto a su esposa doña María y a sus hijos, Teófilo, Alberto y Julia, todos ellos pequeños de estatura ( lo que es la suerte no?, resulta que Julia fué mi esposa años después ). En plena conversación le propuse a don Miguel  irnos a trabajar a Buena Vista, aceptó de inmediato porque tambien estaba buscando un acompañante. Fijó nuestra partida el próximo lunes, yo le dije si era antes mejor, pero explicó, “...Es que tengo que dejar bien determinado mi puesto de Alcalde de Aguas por unos 60 días...”. De inmediato ordenó a su mujer ir preparando el fiambre para el camino.
De regreso a casa pasé por donde Leonor y le conté lo ocurrido, “...Mejor, durante estos 2 meses que faltan para nuestro viaje, ganarè más dinero para nuestros gastos...”. Me despedí de ella con un apretón de manos. En casa le conté a mamà  lo mismo, que me iría a trabajar a Cháparra con don Miguel Falcón, dijo “...Alleschcanmi taytau, alle runa don Migueltaja...” ( todo muy bien papito, don Miguel es hombre serio ). De inmediato se puso a lavar los manteles y a tostar maíz.
La primera semana de octubre emprendimos nuestro viaje.  A los 3 días llegamos a la Hacienda BuenaVista de don Leopoldo Neyra. Por esos meses casi no habìa mucho trabajo de chacra, pero al vernos dijo        “...A uds. los necesito para que levanten una pared de 100 metros detrás de la casa-hacienda, en dirección a las minas, les pagaré al destajo...”. “...¿Cuánto nos va a pagar?...”. “...Un sol por brazada, aparte de sus alimentos y su alojamiento...”. Don Miguel levantó la vista al cielo e hizo los cálculos mentalmente, luego volteando su mirada a mí, movió su cabeza en señal de afirmación.
Realizamos el trabajo durante octubre y noviembre. Un día de esos, un 15 de diciembre, si mal no recuerdo, a eso de las 5 de la tarde mi compañero dijo, “...Narciso mira al frente, por el camino...parece que esa gente se va a Lima...”. Levanté mi cabeza y vi un grupo de gente entre adultos y jóvenes que se acercaban a la hacienda. Estaban por  HuaraPampa, separado por una quebrada del lugar en que levantábamos el cerco. Don Miguel dijo “...Levantemos unas cuantas hileras de piedra más, y dejemos el trabajo para irnos a averiguar, pueda ser que se trate de nuestros paisanos, porque se han alojado en Buena Vista, propiedad del señor Neyra...”
Después de cenar fuimos al alojamiento a enterarnos. Me quedé mudo al ver que entre ellos venía mi enamorada Leonor. Un escalofrío sacudió todo mi cuerpo, un sentimiento de decepción me quiso ganar, pero me sobrepuse y le dije “…¿ Por qué sola ?, si teníamos planeado irnos juntos…”  “...¿Sabes Narciso?, yo tambien lo siento en el alma, pero pasó que doña María Santos Prado, al haberse comprometido con            “Chivo” Dionisio García, postergó su viaje a Lima hasta después de marzo del año entrante, por esto, la señora Portugal, insegura de la palabra de su amiga, decidió apresurar su viaje conmigo, además que en su empleo ha dejado un reemplazo provisional y tiene que volver cuanto antes...”
         Con lágrimas en los ojos, dije “...De todas maneras estaré muy pronto a tu lado, te deseo feliz viaje, cuando llegues a Lima trata de no olvidarme...”. Nos dimos un apretón de manos y con palabras entrecortadas por la emoción nos dijimos adiós.
          A continuación me acerqué a saludar a la señora Portugal, antes que abriera mi boca me dijo “...¿ Cómo esta ud. Narciso ?... ¿bien?...¿no iba a viajar después de navidad?.......bueno…. yo de un momento a otro determiné mi viaje, porque mi tocaya ha postergado para después de marzo del año entrante, de todos modos te vendrás con ella...”.  Yo,  sin reponerme todavía por el viaje de mi enamorada, balbucí “...le deseo felicidad en su viaje señora...”. Al ser tan visible mi abatimiento y tristeza don Miguel me preguntó lo que pasaba,  al referirle lo sucedido con mi enamorada, me dijo con voz muy seria, “...Tú eres todavía muy muchacho para que te preocupes, recién nacerá la mujer que será tu esposa,           ¡ levanta el ánimo  muchacho !..”. Le escuche callado, luego fuimos a dormir.




AMOR CON AMOR SE OLVIDA

          
Terminada nuestra labor en la Hacienda Buena Vista, nos regresamos al pueblo. En Nahuapampa la ausencia de Leonor se hizo sentir más; al pasar por los lugares donde anduvimos me llenaba de dolorosos recuerdos. Pero, como no faltaron los amigos y amigas con quienes distraerme, me fui tranquilizando poco a poco.
         El 2 de enero fuimos a la Feria de Nahualta con mamá, y como de costumbre llegamos a casa de tía Ascencia, donde estaba Beatriz preparando chocolate con cañazo. Desde que nos saludamos la mujer se me prendió totalmente y no me soltó  en los días siguientes; tontamente me dejè llevar al extremo de comprometerme seriamente con ella. Enterada mamá de mis aventuras amorosas me reprendiò severamente con palabras muy duras, pero luego se quebró y con lágrimas en los ojos me dijo, “...Esa mujer no te conviene, a más de tener 25 años y tu apenas quince, tiene varios hijos...”. Efectivamente, tenía 3 hijos de Emilio Canales, quien la dejó para casarse con la tal Julia Miranda; entonces, por despecho, a todo trance, quería conquistarme e incluso habló de casamiento. Ante mamá no me negué ni me resistí a sus sabios consejos, más bien le dije, “...Madre créame nunca voy a cometer semejante tontería, además yo la quiero a Leonor, así  que, después de esta temporada me voy a Lima, donde aprenderé a leer y escribir, hablar buen castellano, y si mi destino es unirme con Leonor, tenga por seguro que me casaré con ella...”.


EL DESTINO LLEGA POR DONDE MENOS SE ESPERA

Así fueron pasando los días; muy próximo ya el mes de febrero empezaron los preparativos para carnavales. Para los ensayos me presté la mandolina de José Canales, su caja era de “quirquincho” (caparazón de armadillo) muy lindo pero no tan potente como el mío, que perdí por culpa de Beatriz y José Miranda, durante el incidente ya contado. Tocaba para los jóvenes enamorados y tambien para los adultos sin emborracharme; solo en las noches, porque de día hacía mis quehaceres en la chacra. Por eso todos los vecinos me consideraban un muchacho muy formal.
         En la víspera de carnavales llegó de Lima don Elías Neyra con su esposa Eustaquia Falcón y una hija de él, de un anterior matrimonio, tan gravemente enferma de tuberculosis que a los pocos días de su llegada murió en Nahuapampa. Mi madre fué a darles el pésame, y en la conversación contó lo del frustrado proyecto de mi viaje con doña María Santos; le confió sus pensamientos, “...Ud. verá, mi hijo ya es muy crecido, mi mayor preocupación es que él toca mandolina y no lo dejan las muchachas, tal es así que la Beatriz de Nahua, una mujer con tres hijos, mucho mayor, lo ha enamorado y quiere casarse con él, esto me preocupa mucho...”.  Don Elías con su conocido vozarrón se rio “...Jo, jo, joooo,       ¿ De manera que esa veterana quiere casarse con un muchacho, que hasta podría ser su hijo ?. Vea doña Natividad, si Narciso está dispuesto a viajar yo lo llevo, porque debo regresarme a más tardar hasta el  15 de marzo...iré a hablarle hoy a las 4 de la tarde...”. Tambien doña Eustaquia, quien trataba de tía a mamá por un parentesco cercano, intervino diciendo “...Es cierto que viajamos pronto y el muchacho puede ir con nosotros..”.
         Al contarme mamá su conversación y preguntarme si yo estaría de acuerdo, le dije “...¿Cómo que nó?...si estoy esperando a alguien que se compadezca y acepte llevarme, pasaje no van a gastar, tenemos suficiente dinero...”.  “...Entonces, esta tarde vienen de visita para determinar tu ida...”.  “...¡ Magnífico mamá !..”.
         A las 4 de la tarde  llegaron las personas indicadas; don Elías era alto, fornido,  desde la puerta, muy atento, dijo “...Ñojallayme doña Natividad...” ( hola, aquí he llegado). “...Llaycumuy, tiacucuy cay patachallape...” ( pase adelante, siéntese aquí arribita). La mujer, Eustaquia, tambien saludó “...Tiay amuschcanecuniiii...” (tiita aquí estamos llegando). Mamá contestó “...Allenme, cay huaccha huasiman tiacoychayare...” ( me alegra, adelante pasen a mi humilde hogar).
Después de intercambiar los saludos, mamá me llamó y me lo presentó.  “...¡Ah! tú habías sido Narciso...no supe doña Natividad que era su hijo, la otra noche tocó lindo su mandolina, pero no tomó una sola gota de licor en la reunión, ya cerca al amanecer desapareció, te felicito señora tienes un hijo modelo...¿ de manera que no te dejan en paz las mujeres, nooo?..”. Eustaquia, su esposa, tambien intervino “...Oye Narciso, me dicen que estas enamorado de Beatriz, ¿ cómo es posible, con una mujer mayor que tú, y con varios hijos ah ?...”.  Respondí “...Es verdad señora, pero soy hombre y no sólo a ella, sino a cuánta mujer se me cruce en mi camino...”. Don Elías me interrumpió con una carcajada “ ¡ jojo jooooo...así me gusta, claro, muy bien dicho jovencito !..”. Después se puso serio y me preguntó, con su vozarrón, “...Respóndeme Narciso con toda franqueza, ¿ estás dispuesto a viajar conmigo a Lima ?...”. “...Si Ud. me lleva se lo agradeceré eternamente...”. Don Elías selló el acuerdo palmoteándome en el hombro, a la vez que con gesto risueño en la cara, me guiñó su ojo izquierdo. A mamá se le llenaron los ojos de lágrimas y estaba a punto de llorar, doña Eustaquia le reprochó, “...no vayas a llorar tía, porque es malaguero, no nos vaya a ocurrir algo en el viaje...”.  


LAZOS FUERTES DE AMOR

Enteradas mis enamoradas, una tras otra fueron llegando a la casa, preguntando si era cierto lo de mi viaje. Desde Pomacocha, una tal Claudia vino con regalos, al no encontrarme le dijo a mamá “...nii chay huahuayquita retratollantapas jupuachon...”( por favor dígale a su hijito que me deje siquiera su fotografía). Todo esto preocupó a mamá, pensando que alguna de ellas podrìa seducirme y hacerme perder mi viaje tan esperado. Pero yo la tranquilicé diciéndole que mi viaje a Lima no era realmente por seguir a mi enamorada Leonor, sino por mi afán, mi fiebre de aprender a leer y escribir y hablar perfectamente el castellano; y que, así porque sí, no echaría a perder todo lo avanzado.
         En la víspera de mi salida, que fué  un 10  o 14 de marzo de 1,930, me visitaron muchos amigos y amigas, también vinieron desde NahuaAlta mi prima Julia, las hermanas Zamora, y Beatriz, trayéndome un mantel de bollos de pura manteca recién salidos del horno.
A eso de las 8 de la noche llegó una de mis enamoradas, con otras muchachas, y con el engaño de hacerme un despacho nos fuimos a la pequeña cueva que hay en el sitio llamado Tarafalda, que dista unos 100 metros de la casa; ahí me tuvieron secuestrado durante toda la noche tratando de convencerme de no viajar. Desde ese lugar podía escuchar, de rato en rato, la voz de mamá reclamando “...chay majtaja, canancama hamuncucho...” ( ¿qué habrá pasado con ese muchacho, qué hasta ahora no se aparece? ). Horas después, cansada de rezongar y esperar se habría dormido, porque ya no se oyó más su voz.
A las 5 de la mañana escuché que doña Eustaquia llamaba a mamá desde su casa situada más abajo, para que me apure porque ya debíamos partir de viaje. Entonces traté de irme, pero la muchacha me sujetó fuertemente decidida a impedir mi viaje. Ahí si me puse bravo, la zarandeé con rudeza, se puso a llorar, por fín accedió, pero me hizo prometerle que nunca la olvidaría, yo se lo juré y recién me soltó.

UN ULTIMO ADIOS A NAHUAPAMPA

Mamá estaba alocándose, llamaba a gritos, “...Maypiñataj chincarun chay plaga...”( donde se habrá perdido este muchacho malcriado). Al verme entrar corriendo a la casa, trató de adivinar si había estado con “..esas sinvergüenzas...”, le dije que nó, mi respuesta la tranquilizó; luego se puso a llorar, nos rodearon mis hermanos tambien llorando, en eso llegó doña Eustaquia alarmada por los gritos y los llantos, al pensar que algo grave habría ocurrido.
A las 6 de la mañana salí de mi hogar acompañado de mis seres queridos, mamá y mis hermanos y no recuerdo quienes más. Nos dirijimos a la salida del pueblo, en la parte del camino que cruza el Huampucjacjamayu. Ahí estaban don Elías Neyra, su esposa, Félix  Falcón, casi de mi misma edad, otros viajeros más, y muchos poblanos que vinieron a hacer un último brindis. Varios de ellos nos acompañaron hasta  la salida del pueblo de Lampa, al borde del cauce reseco del Llojllawere, lugar conocido por todos como DespachoPampa (lugar de la despedida). Ahí fue el último adiós a mamá, me abrazó fuertemente y lloró como si nos despidiéramos para siempre, no pude resistir y tambien lloré. Entre 8 a 9 de la mañana fué la despedida, con música de guitarra y quena, harto cañazo y cantos llenos de tristeza.



EN RUTA A MI DESTINO

Con el llanto y lloriqueos de los familiares y amigos a nuestras espaldas, nos encaminamos hacia UschcoCuesta por un camino en forma de zigzag. Luego de un trecho, a media pendiente, volteé mirando hacia DespachoPampa, mamá y mis hermanos levantaron la mano haciendo adiós. Volteamos a una quebrada y se perdieron  de nuestra vista, sólo se podían ver las chacras que rodean el pueblo de Lampa.
Ese día solo pudimos avanzar hasta Tambopata, donde nos alojamos. Ahì recién me dí cuenta que, aparte de don Elías y su esposa, viajabamos a Lima, doña Manunga y sus  hijos, Sinforosa de 2 años y Pánfilo de  13 años; Félix falcón sobrino de don Elías, de 14 años; María Navarro de 13 años y su padre Albino Navarro, quien nos acompañaría hasta Chala y regresaría con los animales.
Al amanecer los adultos se levantaron con los humos por el harto cañazo que tomaron en el despacho. Desayunamos té con pan, reiniciamos el viaje y llegamos hasta Chacaraya, donde pernoctamos esa noche. Salimos a las 3 de la mañana, un kilómetro más adelante, a la luz de las estrellas, nuestro guía don Albino vió a un zorro atravesar el camino de izquierda a derecha, por delante de los animales. Muy alarmado dijo “...Don Elías esto es malaguero, nos pueda suceder algo...”. “...No se preocupe don Albino, es pura superstición, son cojudezas….no pasará nada ..”.
Bajamos por una pendiente muy inclinada, vadeamos el río Tambillos y subimos por una cuesta cubierta de vegetación de una altura de un metro, en direcciòn a Puyusca- Yncuyo. Aquí el camino se bifurcaba, un ramal  iba a Lima, y el otro venía de Chala hacia CoraCora. Serían aproximadamente 5 de la madrugada, el cielo estaba todavía un poco oscuro, en ese momento escuchamos el grito de don Albino “...¡ Soo, sooo burrooo !...”, al levantar la vista vimos que el aludido, “Gacho”, se sofrenó muy agitado al ver que un bulto negro, del tamaño de un hombre, habìa cruzado el camino de izquierda a derecha. Don Elías  miró a don Gabino, y  dijo “..¿ Otra vez ?.”.  “...Debemos tener mucho cuidado, el malaguero nos sigue don Elías...”. Este respondió manoteando en el aire con un gesto de incredulidad. Colocaron al animal a la cabecera de la tropa y continuamos la caminata. A las 6 de la mañana llegamos a Yncuyo, las tiendas estaban todavía cerradas, don Elías le dijo a don Albino que tocara una de las puertas para hacer compras, una de ellas se abrió, entraron y compraron una botella de cañazo que tomaron ahí, otra para llevar, además de coca y cigarro. Al chacchar su coca don Albino volvió a decir “...Yau don Elico, cocata ajtechcan, imatataj  tuqurunja...” ( oiga don Elias, mi coca amarga, algo nos pueda ocurrir); el aludido con su conocido vozarrón respondió “....Jo jo jooo, no me cuentes cuentos don Albino y vámonos ya...”.
 Continuamos nuestro viaje, a eso de las 3 de la tarde entramos a la pampa de SallaSalla, situada al pié del nevado SaraSara. Cuando nos encontrábamos en sus inmediaciones oímos el canto de la Huaschua, pato silvestre de colores con patas rojas. Como el canto vino de izquierda a derecha, fue motivo para que don Albino insistiera nuevamente en “el malaguero”, ante la carcajada ruidosa y burlona de don Elías.


BUEN REMEDIO PARA UN DAÑO

 Luego que traspusimos la pampa, don Albino aconsejó acampar en el faldío de QuishuarOsto, pegado a la cordillera occidental, donde se siente el frío bajo cero. Serían 5 de la tarde cuando bajamos las cargas del lomo de los burros y los pusimos al pié de una piedra de gran tamaño, junto al cual nos acomodamos para pasar la noche. De inmediato traje de los alrededores leña para cocinar el caldo. Al momento de prender la fogata doña Manunga vió que “Gacho”, nuestro burro-guia, se contorsionaba dando bufidos, caía al suelo, se levantaba, volvía a caerse. Advertido de esto don Albino dijo “...Nisuraiquimiqui don Elias, ayaman leueron...” ( les avise no?, el alma que nos hizo el cruce en Yncuyo, le ha hecho daño), y  se agachó junto al burro que temblaba tirado en el suelo. Estuvo pensando un rato, luego dijo “...Sí, hay solo un remedio...tú don Elías y tu mujer, tienen que cortarse los vellos de su sexo...”. De inmediato se fueron ambos a una hondonada no muy distante, al rato regresaron y  entregaron a don Albino lo solicitado. Èste tomó el pañolón negro de doña Manunga, cubrió el cuerpo tembloroso de “ Gacho ”, echó los vellos en un plato de aluminio les prendiò fuego y al brotar un humo blanquecino-espeso, se metió dentro de la cobertura y estuvo zahumeriando largo rato. El cuerpo del burro ya no se movía.
El resultado fue increíble, en determinado momento el burro se levantó, todavía le temblaban las piernas y tenía gachas su cabeza, rabo y  orejas. Una hora después empezó a comer. Todos nos pusimos contentos, comentando ¿qué hubiera pasado si moría  “Gacho ”?, y ¿cómo nos hubiéramos arreglado con su carga por el camino restante hasta Chala?.

        






UN CONSEJO PROVIDENCIAL


Luego  de tomar nuestro caldo y como asentativo un té macho         ( té con cañazo )  don Albino se puso a chacchar su coca, al rato dijo “...ajtenme cay cocaja, imapas tuqurusunmi, jawarisun….jawarisum...”      ( mi coquita sigue amarga, tengamos cuidado, no nos vaya a ocurrir algo, hay que andar con cuidado ). Quizà influido por el cansancio ó porque ya se estaba convenciendo, don Elías no hizo ningun comentario despectivo y nos echamos a dormir.
A las 5 de la mañana nos levantamos, ayudé a don Albino a encaronar los burros y ajustar las cargas, y con “ Gacho ” encabezando la tropa reanudamos la marcha. A las 8 de la mañana estuvimos en las alturas de Huayllarana, de donde, hacia el sur, aún se divisaban los cerros altos de mi querida Nahuapampa; hacia el oeste se veía con claridad el mar. Bajamos toda la cuesta de Maraycasa. A las 10 de la mañana estuvimos en la subida de PukaCruz, luego volteamos a CuestaChaque. Desde este lugarí pudimos ver por última vez la cresta del nevado SaraSara. Don Albino siempre con su aire de preocupación, chacchando su coca, insistía  en sus augurios.
A las 5 de la tarde, casi oscurecido el cielo por negras nubes, acampamos en la orilla derecha del río, en el sitio llamado DobleCerco. Luego de comer nos disponíamos a preparar nuestras camas, en eso retumbaron los truenos y se encendieron los relámpagos en las alturas de CuestaChaque. Don Albino aconsejó retirarnos unos 20 metros más arriba, le hicimos caso. Serían 11 de la noche cuando escuchamos un estruendo; era que,con la lluvia torrencial de las alturas, el río se había sobrecargado y venía arrastrando piedras enormes, árboles, ganado, todo lo que encontraba a su paso. El lugar de donde nos retiramos, fue tapado por el lodo y piedras. Fué providencial el consejo de don Albino.
Al amanecer las señoras prepararon un caldo, comentando en mil maneras lo ocurrido. Don Elías ya sin el aire de incrédulo de antes, cruzando sus dos índices en los labios, dijo a don Albino “...Oye “Cachino”, porque nos salvaste, por ésta cruz te juro que en Quicacha te compro una libra de coca y una botella de buen pisco de uva...”. Nos alistamos para continuar el viaje agradeciendo a Dios haberlo iluminado al tal “Cachino” y seguir su sano consejo.  
Para volver al camino, cruzamos con mucha dificultad, buscando vados, porque el río estaba muy crecido, A eso de las 9 de la mañana estuvimos en Quicacha donde los mayores tomaron sus tragos y chaccharon su coca. Don Albino fumando un cigarro dijo “ Qunanrí, don Elico, cocachataja miskinmi”“ .( Ahora sí todo tranquilo, hasta mi coquita se puso dulce...”.
 Todos los incidentes narrados quedaron grabados en mi mente como si lo estuviera viendo ahora. Precisamente era jueves cuando llegamos a Quirhua, una pampa llena de mojadales con abundante pasto natural, ahí soltamos a los animales para que comieran. A las 12 de la noche reiniciamos el viaje a Chala, con la intención de llegar el día viernes, que es cuando el vapor amanece frente al puerto. Efectivamente, serían 10 de la mañana cuando llegamos al puerto. De inmediato don Albino separó las cargas de los equipajes de cada uno, terminada su tarea nos dió un apretón de manos, deseándonos que Taytacha Señor de Lampa nos proteja en nuestro viaje por mar. Montado en “Gacho”, el romo con alzada de mula, seguido de otros 3 burros más pequeños, se perdieron de nuestra vista a trote lijero, jinete y animales, retozones, alegres, y contentos,  de regresar a su terruño.


JATUM LLAJTA LIMA


En marzo de 1,930, yo era todavía adolescente, cuando llegué a la capital que tanto alababan mis paisanos A pesar del sufrimiento, por la lejanía de mi pueblo y mis seres queridos, me hice la formal promesa de soportar y acostumbrarme a mi nueva vida. Mi meta urgente era ingresar a un colegio, aprender el castellano, tan difícil y extraño para mí;  leer y escribir como lo había visto hacer a los patrones en las haciendas de Cháparra, Yauca, y avanzar hasta donde me fuera posible. No me preocupaba el dinero, porque yo creí en ese momento, haber aprendido a ganármelo como buen lampero, en las grandes haciendas de la costa.
Era viernes, almorzábamos en el puerto de Chala mientras terminaban de cargar 600 reses al vapor carguero “ Rímac ”, acoderado en el muelle; a la  espera de la llamada de pasajeros. En mi mente revivieron los últimos acontecimientos de nuestra salida.
A la voz de don Elías, “ Tomen sus paquetes nos vamos al muelle” abordamos una lancha grande a motor que nos condujo al barco, distante a 3 kilómetros de la costa. Supe después que a causa del calado de la nave y la poca hondura del puerto, lo mantenían alejado para evitar que encalle.  
Subimos a la cubierta del vapor por una escalera, acomodados las reses, la carga y todos los pasajeros, a las  3 de la tarde levaron el anclaje y nos dirijimos hacia alta mar. Una hora después todavía podíamos avistar tierra, empequeñecida por la distancia; pero a partir de las  6 de la tarde, desapareció por completo de nuestra vista. Ante nuestros ojos aparecían sólo el mar y el  manto azul del cielo.
Por el balanceo del vapor muchos pasajeros sufrieron mareos y vómitos, felizmente a mí no me afectó. A las 7 de la noche nos sirvieron la cena consistente en arroz con buenos trozos de carne y un jarro de té, mis  acompañantes no comieron porque habían perdido el apetito por los mareos. Al amanecer del sábado, los pasajeros afectados recién pudieron levantarse y al rato caminaban normalmente por la cubierta del barco. Durante todo ese día vimos sólo cielo, sol y mar. En el crepúsculo  del atardecer aparecía con toda nitidez el disco enrojecido del sol, hundiéndose lentamente en la masa verdosa oscura del agua. Al anochecer, el brillo de la Luna y las estrellas reflejándose en la superficie del mar eran de una belleza asombrosa.
Durante la noche divisamos en lontananza unos puntos de luz, semejantes a una procesion de velas encendidas; eran barcos que iban al sur,  al cruzarse con nuestra embarcación nos saludaron con sus potentes sirenas. Cuando el cruce era durante el día, el saludo era por banderines con el cual se trasmitían el clima, ruta, puerto de destino y otros detalles propios de los navegantes.
Al amanecer del domingo, a las 7 de la mañana nuestra embarcación ancló a regular distancia del puerto de Pisco. Y se acercaron lanchas para embarcar y desembarcar algunos pasajeros y carga. En ese momento subió una avalancha de vendedoras de fruta, con canastas de mango por 20 centavos, naranjas, uvas, damajuanas de vino. Esa febril actividad que nunca antes ví, se explicaba porque en esa época la principal vía de acceso a Lima era por mar, y todo el comercio tenía que hacerse por barco. El vapor se mantuvo lejos de la costa -donde el mar es poco profundo- para no encallar con tanto peso que soportaba.
A las 11 de la mañana nuestro vapor “Rímac” levó anclas y nos internamos en alta mar. A esa distancia, desde la cubierta, veíamos deambular a la gente como pequeñas botellitas en el muelle. Todo ese día y esa noche navegamos entre el mar y el cielo. El lunes a las 5 de la mañana avistamos la silueta de las Islas San Lorenzo, y a los pocos momentos, el puerto de Callao con sus casas iluminadas. Siendo 8 de la mañana nuestro carguero acoderó en el muelle. Durante 3 días y noches seguidas expecté sólo mar y cielo, ahora por fín vería la gran ciudad. Lima, tantas veces alabada por mis paisanos que volvían a la sierra. 



UNA NUEVA VIDA


Estaba tan emocionado y confundido con los recuerdos recientes que apenas oí la llamada de don Elías, “...¡ Ya muchachos !, tomen sus cositas, el lanchón nos espera para desembarcar...”. Empezó el alboroto de la gente, los marineros empezaron a descargar en orden inverso al de la salida: primero los  pasajeros, luego las reses y finalmente los bultos. Don Elías y su esposa por delante, yo Félix Falcón y los otros viajeros atrás, abrumados por todo ese ajetreo, bajamos por una escalera al lanchón motorizado que nos llevó al muelle. Destacaba la silueta del faro por cuyo costado pasamos  hacia la plaza Grau, en su centro se alzaba el monumento a los caídos del Combate del 2 de Mayo. En uno de sus ángulos estaba el edificio de la capitanía del puerto,  donde flameaba la bandera peruana custodiada por 2 marineros portando su fusil. A la espalda de este edificio, a unos metros estaba la puerta principal de la Fortaleza del Real Felipe, con frente a la avenida Sáenz Peña,  por donde iban las líneas del tranvía de la Punta a Lima.
A la espera del tranvía nos sentamos a la sombra de unas palmeras cercanas. Yo y Félix estábamos con la boca abierta de ver todas esas cosas que, en nuestro pueblo nunca imaginamos que existieran. Cuál sería nuestro aspecto que unos muchachos palomillosos, de gestos muy desenvueltos y fácil palabra, se acercaron a nosotros y repetìan burlonamente “...miren, miren estos serranitos, jajajajaja..., parecen unas llamitas...jajajajaja!....”; nosotros sudábamos frío muy avergonzados. En ese momento frenó delante nuestro el tranvía y don Elías nos hizo abordar. Los palomillosos siguieron gritando “...¡ se van los serranitos ! ¡se van las llamitas!...”. Don Elías muy divertido con el incidente les decía con su vozarrón “...Jojojojojo, ¡ah! Palomillas, dejen tranquilos a mis serranitos, a mis llamitas...Jojojojojo”.
El tranvía enrumbó por la Avenida Sáenz Peña, un kilómetro adelante atravesó por extensos potreros y sembríos de papa, camote, verduras y algodón, luego pasó por el costado del cementerio de Bellavista, y el resto del trayecto lo hizo por la avenida Colonial. Unas cuadras antes de la Plaza 2 de Mayo, donde hoy es el Hospital Loayza, vimos un gran establo de vacas lecheras. Luego de rodear la Plaza, entramos a la avenida Nicolás de Piérola, más conocida como La Colmena; y llegamos al paradero final del tranvía, al costado del Hotel Bolívar frente a la Plaza San Martín.
Al bajar del tranvía me encontré más confundido que en el puerto, de ver la aglomeración de gente caminando por todas partes, con gestos ágiles y confiados, hablando con suma rapidez y perfección el castellano. Me admiraba de ver edificios “tan altos” de 3 pisos que se sostenían estables sin caerse. En ese momento don Elías dijo, “...Síganme atrás muchachos y fíjense donde ponen sus pies...”.. Pasamos por la puerta del Cine Colón, doblamos por jirón de la Unión, en la cuadra 11 de Tambo de Belen estaba el edificio “ Rímac ”, habían tambien casas de construcción antigua  de adobe y quincha  de aspecto muy limpio.
         Llegamos a la primera cuadra de avenida Paseo de la República, al lado derecho se encontraba la Penitenciaría “ El Panóptico” con sus muros de ladrillos rojos de 10 a 15 metros de altura, en donde se veian centinelas armados; su puerta principal era de bronce, la segunda puerta interna era de hierro. Metros adelante entre árboles estaba el Museo Italiano “ Raymondi”. A su lado izquierdo se veía  el Palacio de Justicia, a medio contruir. Casi al llegar a Paseo Colón -conocido tambien como avenida “ 9 de diciembre”-  se veían 2 leones de mármol recostados sobre unas peñas; una yunta de toros y su gañán sujetando el arado; y un par de llamas talladas en bronce. Muy cerca, en el Parque de la Exposición, situado  entre Paseo Colón Wilson y 28 de Julio, a la sombra de árboles gigantes, había una casa de 2 pisos donde funcionaba la Municipalidad de Lima. En su  parte central estaba la Cabaña, que utilizaban como un club nocturno. En sus demás extremos funcionaba el zoológico donde se exhibían toda clase de  animales.
Entramos a la avenida Graú, en su segunda cuadra doblamos a la derecha por jirón Canta y enfilamos a la plaza de armas de La Victoria. Me pareció entrar a la plaza de armas de CoraCora, seguimos por la avenida Luna Pizarro, 10 cuadras adelante estaba la hacienda Balconcillo. Doblamos a la izquierda, en la  esquina próxima estaba la calle Sáenz Peña, en cuyo  número 1354  grabado en la parte alta, estaba la vivienda de  don Elías y su esposa.

Ahí recien sentí alegría completa  de haber llegado a la gran capital, con la posibilidad de aprender a leer y escribir correctamente el castellano, estudiar y progresar. Luego de acomodar mis cositas salí de la casa y me dirijí al final de la calle; merodeé por los alrededores de la  gran hacienda Balconcillo,con su establo de vacas lecheras, sus extensos sembríos de algodón, camote, verduras. Al rato regresé a la casa, los esposos me estaban esperando, muy preocupados, al pensar que me había extraviado.
Horas más tarde llegó de visita el paisano Agustín Alvarado,  conocido con el apelativo “ Chiricha”  (friecito), se saludaron, conversaron y brindaron la llegada con cerveza. De lo conversado me enteré que ambos habían comprado en sociedad un automóvil que trabajaban en turnos rotativos de noche y día. Finalmente acordaron que a las 8 de la noche don Agustín nos llevaría en automóvil a su casa situada en Lince. Efectivamente, a la hora indicada vino por nosotros y no pude conocer el camino porque estaba muy oscuro. Llegamos a un corralón grande con varios cuartos. Ahí vivían tambien don Quintiniano Alvarado, Ismael Arroyo y sus sobrinos, Leonardo, Aquiles, y otros paisanos más que no recuerdo. Hechos los saludos y presentaciones armaron la jarana con una vitrola, porque esa época no había radio, menos tocadiscos.  Compraron 2 cajas de cerveza y se pusieron animosos, conversadores y preguntones. Les informé, haber dejado sanos y buenos a sus familiares en  Lampa, hasta el momento de nuestra salida. Uno de los dueños de casa preguntó “...¿Don Elías, que tal pasó la fiesta carnavalesca en nuestro pueblo?...”, con su vozarrón característico le respondió “...jojojojojo, para qué, no me quejo, me divertí mucho, tomé bastante cañazo, comí mi rica jallpada, mis buenos bollos y mistis, y bailamos con las tropas de huayllachas en medio de la lluvia, por las calles, tambien en la misma plaza de Nahuapampa…..”. “....¿Entonces no habrás olvidado los cantos que cantaron?...” ,  “ ¡ Claro que no ¡, apaguen la vitrola, traigan la guitarra, las mujeres formen en tropa al estilo de nuestro pueblo, que nos acompañe con la mandolina Narciso...”. El dueño de la casa interrogó “...¿llachanchus cay majtacha?...”. Doña Manunga le respondió                 “ Narcisochajá  cusatam llacham tocaytaja...”. Yo no me hice de rogar, las señoras comenzaron a cantar la última canción de aquel año
“....Lampa camtope, aljohuantim huañuichuycamja, guardia civilja manchaconataj, “negro Bendezú” manchacunas...” (Estos versos cantaban cuando llegó por primera vez, aquél año 1925, una tropa de guardias civiles, al mando del Sargento Bendezú, para debelar el levantamiento de los pobladores de la Comunidad de Sacraca, que habían ajusticiado a unos gamonales usurpadores de sus tierras, entre ellos un tal Castilla.
Para reanimar a los jaranistas, la dueña de casa había preparado una “jallpa”; plato típico de nuestro pueblo, con carne de res, de carnero, de chancho, mondongo, chuño, papa, “habasfase” (haba tostada,luego sancochada), bastante hierbabuena; una crema hecha de harina de maíz tostado, batido con  el caldo del puchero; y el “uchu q´uta” con rocoto molido, huacatay y queso. Yo lo asenté con una taza de té, los demás con su cerveza. Reanudamos la jarana, estuvimos inspirados en la musica, el canto y la danza, yo fui muy apreciado y felicitado por mi ejecución de la mandolina. En lo mejor de la fiesta se presentaron en la casa 2 policías que habían sido llamados por una vecina  “ ¡ A ver quien es el dueño !        ¿ por qué tanto escándalo y desenfreno, ustedes creen serranos de m……que estan en su tierra?, si no quieren ir detenidos, dejen de chillar como salvajes, ¡ la fiesta se acabó, es una orden del señor comisario!..”.   “ Bueno jefe, ya vamos a suspender, que nos disculpen...” dijo muy humilde el dueño de casa.
Las horas restantes los jaranistas se limitaron a conversar y cantar casi cuchicheando al oído. Casi amaneciendo nos retiramos con don Elias y su esposa a la casa de Sáenz Peña.
Pasados los primeros días de mi estadía en Lima, me fui dando cuenta que no era tan grande como lo comentaban mis paisanos. A unas 15 cuadras a la redonda desde su centro, la Plaza de Armas, estaba rodeada de haciendas. Al este, se encontraba la hacienda de Santoyo; al norte la de La Florida, junto al histórico Paseo de Los Descalzos. La hacienda de Piñonate, separada por el río Rímac, hacia el oeste. No recuerdo el nombre de la hacienda que abarcaba hasta la avenida Alfonso Ugarte, junto al Hospital Loayza. Asimismo la avenida Argentina, desde su segunda cuadra, viniendo desde Plaza Unión, estaba rodeada de tierras de cultivo hasta el Callao. En Chacra Colorada, a una cuadra de la avenida Alfonso Ugarte, estaba la hacienda Azcona. Cerca de las avenidas Arica, Bolivia, Brasil, pertenecientes hoy al distrito de Breña, estaban las haciendas de Pando, de Cueva. Hacia el sur se encontraban las haciendas de Lobatón, Lince, Mendocita, Balconcillo, del Pino, Limatambo.
Mis observaciones me hicieron concluir que mis paisanos que volvían  a la sierra, mentían para alardear, ó no la conocían realmente, cuando aseguraban que, para ir de un extremo de la ciudad a otro, se debía caminar todo un día. Yo calculaba, ¿ Un día? , equivale  a 60 kilómetros de Nahuapampa a Chacaraya. Ahora comprobaba que no era cierto.
Tambien mentían al decir que en el centro de la ciudad no se podía ver el sol durante todo el año, porque los edificios eran tan altos que se perdían a la vista. Al escucharles, yo calculaba la altura de los cerros circundantes a mi pueblo, y me imaginaba que esos edificios debían ser más altos todavía.
Con el correr de los días fui conociendo tambien la real situación de mis paisanos en esta ciudad, eran tratados con mucho desprecio por los limeños, los criollos, los encorbatados. La única ocupación posible para nosotros  era el servicio doméstico, es decir “pichaneros”, sirvientes.
Una de esas tardes se presentaron en mi alojamiento de la calle Sáenz Peña mis paisanos Aquiles y Leonidas, a quienes conocí en la jarana de la noche anterior. Me invitaron a conocer el centro de Lima, don Elías nos dio permiso a mí y  a Félix, con él salimos agarrados de la mano, como para vencer juntos el temor ante lo desconocido. A 2 cuadras de la casa estaban los rieles del tranvía, en dirección a Chorrillos, cruzamos la Plaza de La Libertad, con su monumento al centro. Unas cuadras más adelante, llegamos a la avenida Petit Thoars, cruzamos hacia la avenida Leguía, muy iluminada, de doble pista pavimentada, por donde circulaban los omnibus a Miraflores, Barranco, Chorrillos. Caminamos hasta la plazuela Washington, había una pila de agua y 3 figuras de hombres desnudos sosteniendo en sus brazos unas tinajas. Pregunté a mis acompañantes porque habían puesto esas imágenes tan deshonestas en plena calle, me respondieron que sólo sabían que era un obsequio de la colonia china residente en Lima.
Continuamos, a la altura de las avenidas Leguía y 28 de Julio estaba el hipódromo, donde se realizaban carreras de caballos los domingos. Por esa época existía un arco  enorme de ladrillo que daba a la avenida Wilson, y en el cruce con 28 de Julio, estaban los edificios de los Ministerios de Agricultura, de Fomento y Aguas. Antes de Paseo Colón estaba el Parque de la Exposición, donde pude apreciar por primera vez a los elefantes, camellos, reptiles y otros animales. Salimos por el costado del caserón que da a Paseo Colón, donde funcionaba la oficina de la Municipalidad de Lima. Cruzando esa avenida observé por segunda vez desde mi llegada, la estatua de un hombre con su lampa en mano, con el pantalón remangado hasta las rodillas, a su lado una mujer con una canasta en mano, de mármol blanco. También, los 2 leones de mármol blanco, el gañan con su yunta de bueyes, y una llama, talladas ambas en bronce.
Al frente estaba el Palacio de Justicia en construcción, siguiendo por el lado izquierdo el Museo italiano, luego el edificio del “Panóptico”, más adelante el edificio “ Rímac” en la cuadra 11 de jirón de la Unión.
Llegamos a la plaza San Martín, donde estaba el Cine Colón, el hotel Bolívar, el Café León, la avenida la Colmena, el paradero del tranvía Lima- Callao, el cine San Martín. Hasta ese momento todo fué alegría para mí, era grande la emoción que sentía. Pero ocurrió algo muy desagradable que me escarapeló el cuerpo y me tiró el alma al suelo. Fué cuando al llegar al centro mismo de la ciudad, mis amigos me repitieron 3 veces, bajando la voz como si ocultaran algo, que me quedara callado porque estaba prohibido hablar en quechua. Ellos conversaban en castellano, de cuando en cuando se dirijian a mí, yo sólo movía la cabeza avergonzado. Llegamos a la Plaza de Armas, dimos unas vueltas y de ahí nos regresamos.  Yo los seguía en silencio con un sentimiento de inferioridad. Era de noche cuando me dejaron en mi alojamiento y se despidieron, me encontraba tan mal que les contesté asintiendo con mi cabeza, sin decirles nada más, me afectó mucho saber que el quechua, único idioma con el cual había conocido el mundo, era considerado algo vergonzoso, sucio,  prohibido.



BUSCANDO TRABAJO

Había pasado una semana desde nuestra llegada, diariamente don Elías salía a trabajar en el automóvil, unas veces de noche, otras de día, turnándose con su socio don Agustín. Los demás paisanos, con quienes viajamos desde nuestro pueblo, fueron yéndose uno a uno, y al final nos quedamos sólos yo y Félix, sobrino de don Elías.
Antes de salir con el auto a manejar, don Elías ordenaba a su mujer Eustaquia, acompañarme a buscar trabajo, porque yo no podía expresarme en castellano. La mujer le contestaba de mala forma           “...¡ Aaah !, no tengo tiempo...”, sin embargo se iba con sus amigas al cine hasta la media noche; se iba al mercado y regresaba tarde, renegando, a preparar cualquier comida a la ligera. Llegando a casa don Elías, le decía “...¡ Hey mujer !, prepara bastante comida, camote sancochado, para los muchachos...”. Le contestaba “...¡ qué mierda quieres, estan tragando pues...!. “. ¡ Oiga mujer carajo, te voy a meter tu pateadura, para que te recuerdes toda tu puta vida!...”.
El caso es que el hogar ideal se convirtió en un infierno. Me dí cuenta que la culpa la teníamos su sobrino Félix y yo, pues como  la pareja no había tenido hijos, estaban acostumbrados a vivir solos, y nosotros éramos un estorbo para la mujer.

MI PRIMERA CONSULTA MÉDICA

Para mayor fatalidad Félix enfermó de  paludismo, el cambio de clima había hecho estrago en él, más que en mí. Don Elías decidió que iríamos al hospital, para que le apliquen una buena dosis de quinina.
A la mañana siguiente doña Eustaquia nos sirvió, de muy mala gana, una taza de té con camote sancochado. Al llegar don Elías nos hizo  acomodarnos en los asientos de atrás del carro, antes de arrancar dijo a su mujer “...Prepara el almuerzo para que coman bien los muchachos a nuestro regreso...”, por respuesta recibió  una mirada de cólera reprimida.
A las 8 de la mañana, el carro enfiló por avenida Manco Cápac,  dobló por avenida Graú y sobreparó frente al  Hospital 2 de Mayo. Don Elìas nos indicò que nos coloquemos en la cola de gente, visible a traves de la reja principal, a esperar que pusieran a Félix las inyecciones. Antes de reanudar su marcha nos ordenó esperarlo en la plazuela de al lado,      “ Hasta la una de la tarde a mas tardar” en que  estaría de vuelta.
Al entrar al Hospital empecé a sudar frío atemorizado de no poder explicar bien y hacer fracasar la atención médica de mi paisano. Estuvimos parados los 2 serranitos, con cara de asustados frente a la puerta de atención a los enfermos, en determinado momento salió un enfermero y nos preguntó  que queríamos, “....Paysim enfirmo siñor...” le dije.                   “...¿ Qué te duele?...”.  “...Paysim palodesmo siñor...”.  “...¡ Ya, ya , ahí no más, paraditos !...”. Seguimos esperando tras de esa puerta hasta las 12 del día, hacía un calor tremendo. Por fin salió nuevamente el enfermero y nos llamó, entramos a una sala  “... ¡ A ver muchachos, pónganse acá !...” nos indicó un sillón, tenía unas jeringas en la mano, “...¡ Bájense el pantalón!...”. Balbucée “ manan ñoja siñor, paysin palodesmo, paysin enfirmo, manan ñoja siñor”. No supe explicar que yo sólo era el acompañante  y que  Félix era el enfermo, replicó   “…Ya ya, no le va doler bájese el pantalón, agáchese…” y nos puso a los dos las inyecciones, después nos dió de tomar unas obleas de quinina con un vaso de agua. “...Ya pueden irse...” nos ordenó, señalando  la puerta.
Salimos, doloridos y avergonzados, mirando a uno y otro lado, buscando la plazoleta donde debíamos esperar a don Elías. Nos sentamos en una de las bancas a esperar………dieron la una de la tarde…… nada.      A las 3 p.m. nos miramos las caras de hambre, no teníamos un centavo en el bolsillo. Veíamos a la gente comprar en los kioskos frutas, pan, bizcochos;  dimos varias vueltas a la plazuela, mirando el suelo por si a alguien se le habría caido un medio, ¡ nada !. Pero, más que el hambre y el dolor de mi nalga izquierda, donde me había inyectado el enfermero, me sentía humillado e impotente por no haber sabido hablar en buen castellano algo tan simple: que mi paisano era el enfermo, no yo.
Bueno pues, al no aparecerse nuestro protector don Elías, dije a Félix para volver a casa.  “...¿ May laumantajá !..” ( ¿ por donde? ). “...Kay jatun ñam urayta, chay jatum runa inca Manco Cápac, chaycama...”                  ( iremos por esta calle grande, hasta el monumento de Manco Cápac ), le respondí.  Partimos a la carrera por Avenida Abancay, al llegar al cruce de avenida Graú, Félix dijo que quería orinar, le pedí que aguante hasta la casa, “...Manan atiimancho...” ( no podré aguantar) dijo con mirada suplicante. Recordé que unos días antes don Elías me había llevado a la calle Siete Jeringas al cuarto del paisano Cayetano Falcón, quien nos invitó una taza de café, puso unos discos en su vitrola, y mientras conversaban, ví el orden y limpieza de sus muebles, su cama, su ronera donde preparó el agua, y en una mesita un ramo de flores. Recordé además que al regresarnos de esa casa, don Elías estacionó su carro y bajó para ir a orinar, justo en el mismo lugar donde estábamos con Félix. Fui entonces a buscar, dí una vuelta por los alrededores, no encontré una chacra donde orinar, ví sólo casas y en una esquina una pulpería, yo ignoraba que en su interior tenían el urinario. Al regresar donde Félix le pedí que se aguante hasta llegar a la casa, lo tomé de la mano y nos fuimos corriendo. Al llegar a la Plaza Manco Cápac me sujetò el brazo muy fuertemente y balbuceó “...manan atiimanchu...manan atiimanchu”  (no puedo aguantar más), y se orinó en el pantalón, me puse delante suyo para que no vieran los transeúntes. El miedo y vergüenza nos hicieron olvidar el hambre que nos afligía.
Serían 4 de la tarde cuando llegamos a la casa, felizmente no estaba la rabiosa doña Eustaquia. Félix se cambió de inmediato, y le ayudé a  lavar su pantalón meado. Todo esto quedó entre él y yo como un caso imperdonable, pues ¿ hasta qué punto nos dominaba la ignorancia ?, de temer que si orinaba en la calle seríamos castigados terriblemente; además pudo hacerlo sin problema alguno en las chacras aledañas de la Victoria, ¿ que tontos fuimos no?.
Pasado nuestro susto entramos a la cocina a ver si había algo de comida en las ollas ¡ nada, nada de nada ¡; la mujer no había cocinado . Nos miramos desconsolados y salimos afuera de la casa. Qué cara tendríamos que una vecina al vernos nos dijo “...Seguro no han comido...los esposos han reñido como siempre y luego salieron juntos...”. Nos regaló 6 panes, luego de agradecerle entramos a la casa y con buenos jarros de agua aplacamos el hambre. Teníamos tanto cansancio que nos quedamos dormidos    
         Los esposos llegaron a las 9 de la noche aproximadamente, don Elías estaba un poco mareado y le ordenó a su mujer que cocinara algo; me mandó a encender el bracero de carbón de leña; Félix fue a llenar agua en la tetera y a comprar pan. Bueno, de alguna forma llenamos nuestros estómagos.
El día siguiente se levantaron muy malhumorados, tuvieron una fuerte discusión y se insultaron groserìas muy feas. En ése momento, acabado su turno de noche, llegó don Agustín con el carro y don Elías salió a manejar. A poco rato salíó la mujer con Agustín “ Chiricha ” a pasear.
Así transcurrian los días, llegaba don Elías, al vernos con cara de hambre, decía  “...Oye mujer, aunque sea prepara una olla de camote, para estos muchachos...”,  la respuesta era cortante, “...¡ Están  tragando  pues, porque no cocinas tú carajo...!”. El hombre terminaba condescendiendo “ ¡ cuidadooo mujeeeer, mucho cuidadito carajo !..”.
Cuando don Elías manejaba en el turno de noche, llegaba a casa a las 8 de la mañana a descansar, y su mujer salía de inmediato al mercado; regresaba pasado el mediodía. Cuando se levantaba el hombre le preparaba huevo frito con un poco de arroz, le tiraba el plato en la mesa “...¡ Ya está,  traga pués !...”. Cuando empezaba la pelea, salíamos fuera de la casa. Al poco rato salían los esposos abrazados a pasear, otras veces al cine.
Durante varios días dejamos de salir de casa, por el temor de perdernos en la calle, nos conformábamos con tomar jarros de agua y comer cuando sobraba. Al sexto día llegó a la casa don Miguel Críspolo Franco, hijo de don Mariano Franco de Nahuapampa, le había traido una encomienda y cartas, se lo entreguè, preguntó por sus familiares y acontecimientos del pueblo, le informè todo satisfactoriamente. Al despedirse, sacó de su bolsillo del pantalón, 8 soles de oro y me dió para comprar alguna cosita, le agradecì. De inmediato fuimos con Fèlix a la tienda, compramos 50 centavos de bizcochos bañados con manjar blanco. Después de comer y tomar varios jarros de agua, le dije a que al día siguiente iríamos a buscar trabajo, para él primero. Con mucha suerte Félix quedó empleado en una casa del jirón Canta, antes de avenida Graú; me quedé solo. Como tenía plata, ya no sufrí hambre, pues me compraba lo que quería.
Al tercer día se presentó en la casa Alfredo Prado, mi mejor amigo, le dijo a don Elías que venìa a ayudarme a buscar trabajo, le quedó muy agradecido, porque en realidad no disponía de tiempo. Guardé mis cosas en una taleguita, me la eché al hombro y me acerqué donde mi protector a agradecerle por su alojamiento y su ayuda, por supuesto que todo lo hablamos en quechua.
Nos fuimos con Alfredo a su casa, quedaba en la calle  Sauces, en la primera cuadra del jirón Lampa. Era un callejón con varios cuartos, en uno de ellos vivía él junto con un paisano de Colcabamba, apellidado Guerra, y sus hijos. A la mañana siguiente llegó doña María Santos Portugal, quien trabajaba de cocinera en la casa del Ingeniero Anderson, en el Jirón Chota, al costado del colegio Guadalupe; me dijo que yo podría trabajar ahí de mayordomo.
Al dìa siguiente a las 8 de la mañana salimos a ese lugar, yo iba muy contento por el empleo; un mayordomo me sonaba a un administrador de hacienda. Al llegar, María Santos tocó el timbre, salió una muchacha, la saludó con familiaridad y nos hizo pasar, pensé “...Aquí vive el dueño de la hacienda...”. Subimos por una escalera al segundo piso, al final en un salón amplio estaba parada una mujer gorda, blanca, de cara redonda y ojos salientes, dijo “¿ Este es el muchacho?”, me miró de la cabeza a los pies, “...¿ Habla castellano?, tú sabes, las costumbres de la casa son muy serias !..”.  “...Señora entiende sí, pero habla poco...”. “...Bueno tú te encargarás de enseñarle sus obligaciones...”.  Antes de irse a su dormitorio, la señora llamó a la muchacha que vímos antes y le ordenó “...¡ Se queda de mayordomo, indíquele lo que tiene que hacer!...”.
La joven me llevó a un cuarto de limpieza, me dijo “...Acércate te enseñaré: primero, esto que ves es una escoba para barrer el piso, este un sacudidor de muebles, este otro, un escobillón para limpiar el techo, tenemos una lustradora de piso, con estas herramientas tienes que limpiar 4 habitaciones. Debes terminar antes de las 10 de la mañana...” . Me llevó al comedor, me indicó como limpiarlo y poniéndonos frente a una mesa, me enseñó a colocar los cubiertos “...para 4 personas, cuchara, tenedor, y cuchillo; servilletas y un vaso. El cuchillo va a la derecha, el tenedor a la izquierda, el mango de la cuchara debe ir con la punta del cuchillo, y su parte honda con la punta del tenedor, formando todo un cuadrado, para que al sentarse la persona, su plato de sopa encaje perfectamente en ese cuadrado. Además de esos cubiertos, al lado de la señora se agrega un cucharón grande, porque las esposas siempre se sientan en la cabecera de la mesa. Antes de hacer esta tarea, el mayordomo va a bañarse, ponerse un terno negro y una corbata de michi...”.
A la hora del almuerzo la esposa llamó a todos a la mesa, yo me encontraba parado a la entrada del comedor. La cocinera mandó la sopa en una sopera, los platos hondos estaban colocados de antemano al lado derecho de la señora. Yo me ubiqué a su izquierda y empezé a alcanzarle uno a uno los platos. Primero para el esposo, que coloqué a su derecha, y así sucesivamente con los otros potajes a los demás comensales. Terminada la comida, recogí todas las cosas, fui a quitarme el terno, y me puse la ropa de faena.
Al ver que yo había actuado con destreza, la señora le dijo a doña María Santos, que al parecer yo había trabajado antes en una casa. “...No señora, hacen 25 días que ha venido de mi pueblo, la prueba está en que no habla castellano, una que otra palabra...”.   “...Ah, muy inteligente...”  fue la alabanza de la señora. Yo en cambio, lamenté haber venido, en la creencia que el mayordomo dirijía peones, como en las haciendas de la sierra. Aquí, ser mayordomo significaba, ser un sirviente, un pichanero, en suma un esclavo de los blanquiñosos criollos.
A las 9 de la noche, terminadas mis tareas, doña María Santos me contó que la señora estaba muy contenta con mi trabajo, le contesté con franqueza que yo no estaba conforme, que pensé que mi trabajo de mayordomo era para dirijir a los peones, y no éste, que es un trabajo para mujeres. Me ganaron lágrimas de desaliento, lamenté mucho mi venida, le dije que sólo trabajaría para juntar el dinero de mi pasaje hasta Yauca, nó a Nahuapampa, de vergüenza por mi fracaso. “ Me dedicaré a la agricultura en vez de quedarme a lavar los platos de los blancos, esclavizado, ni tiempo tendré para ir al colegio”. Doña María Santos, escuchaba mis quejas con cara nuy  seria, y dijo finalmente “...¿ Que te crees tú mocoso...? , aquí todos los paisanos nos dedicamos a esta clase de trabajo...”.
De alguna manera soporté todas esas majaderías durante 25 días. La señora se puso insoportable, sus hijos peor. Terminaba de limpiar las habitaciones, al momento estaban tiradas en el piso cáscaras de platano, de naranja, papeles. La madre al encontrar esa suciedad me gritaba, me regañaba con palabras muy groseras por no haber limpiado; yo que no hablaba castellano no podía explicarle lo ocurrido. La misma María Santos se puso del lado de la patrona, desde que le dije que todos nuestros paisanos eran pichaneros; cuando regresaba del mercado, por mortificarme, me mandaba a cada momento a comprar sal, pimienta, que podría haber traído ella. Por eso, antes de cumplir el mes me salí, recibí la suma de 3 soles de oro por mi trabajo. No me alcanzaba para volver a mi pueblo.
Me encontré nuevamente con mi amigo Alfredo Prado, a quien conté lo sucedido, me dijo que así eran las mujeres muy descontentas, pero ya me iría acostumbrando. El trabajaba de mayordomo en la casa de Domingo Parra del Riego, de familia adinerada; la casa quedaba entre la avenida Alfonso Ugarte y la primera cuadra de la avenida Venezuela, justo frente a la puerta principal del Colegio Guadalupe. Formaba parte de un conjunto de casas de estilo alemán, con techos de tejas, rodeados de jardines, el piso de las habitaciones brillaba tanto que uno podía reflejarse como en un espejo. Habían unos relojes grandes con unos badajos que tocaban a cada hora con un bullicio inconfundible. Todo esto lo aprecié pues iba a ayudar diariamente a mi amigo Alfredo en la limpieza, la familia lo autorizó al enterarse que yo era su paisano y que había llegado recién de la sierra.
Uno de esos días invitaron a almorzar a la casa de la familia, al sobrino del señor Parra del Riego, era un joven de unos 20 a 24 años de edad, de porte distinguido. Le sirvieron un sancochado de carne, agradeció el sobrino y les dijo que eso se tomaba con limón, le pidieron a Alfredo que trajera de la cocina, al responderle que no había, me mandaron a comprar. La tienda quedaba en la esquina del jirón Chota y Uruguay, que dista de la casa unos 150 metros. De ida y vuelta son  300 metros, el caso es que no habían pasado ni 2 minutos, cuando la señora levantó la cabeza y preguntó si había ido a la tienda por el limón, se lo entregué, se miraron las caras asombrados por mi agilidad. Así pasé los días para acostumbrarme al “trabajo de casa”, mejor dicho al trabajo de sirviente,  para reunir dinero para mi pasaje a la sierra.
Mi amigo tenía una enamorada muy simpática llamada Mónica Gonzales de Nahualta, trabajaba en jirón Portugal, paralela a la avenida Arica. Ella tenía amigas que trabajaban en la calle Rieles, entre Avenida Jorge Chávez y General Varela, a una cuadra de avenida  Arica, frente al colegio de curas italianos“ La Salle ”. Justo ellas me recomendaron a una familia para regar el jardín, limpiar la casa y otros menudos quehaceres. El sueldo era de 5 soles de oro al mes, aunque era poco, por el afán de juntar dinero para mi pasaje, acepté. No duré, a los pocos días me salí porque no me gustó el trabajo. Al día siguiente fui a visitar a don Elías, a su casa de Sáenz Peña en La Victoria, no lo encontré, una vecina me dijo que se habían mudado 2 semanas antes a Lince, me dió su dirección, era la casa de Agustín Alvarado “ Chiricha ”. Me fui caminando, al llegar no se encontraba la esposa Eustaquia, pero sí don Elías pues le tocaba manejar de noche; al oir mi voz me hizo pasar. Después de intercambiar los saludos, le conté los días difíciles que pasé en las 2 casas, como mayordomo, en trabajos que eran propios de mujeres; tambien le conté mi desición de regresarme a trabajar a Cháparra, Yauca, como agricultor, pues yo estaba acostumbrado a ese tipo de trabajos fuertes, como buen lampero. Don Elías dijo con su vozarrón “...Jojojojooo, así que no quieres trabajar de pichanero como nuestros paisanos no?...”. Le respondí que no me acostumbraba, además que no me daba tiempo para asistir al colegio. Le solicité me prestara el dinero para mi pasaje.
Resulta que toda nuestra conversación la había escuchado doña Laura, esposa de “Chiricha”, paisana de Pararca. Dijo entonces que una sobrina suya, Vicenta Serna, hija de su hermana Josefa Romero y esposo Constantino Serna, de Tauca, Callejón de Huaylas, trabajaba en Magdalena del Mar, y su patrona le había pedido conseguirle un muchacho para atender el jardín.  Dijo que habló a otros paisanos, pero a ninguno le gustaba ese trabajo, y que,según me había oido decir hace un rato, a mi sí me caería muy bien. Muy emocionado le acepté de inmediato y quedamos en que averiguaría la dirección de la casa. Don Elías dijo “...Parece que tu suerte está por ahí muchacho, anda trae tus cositas, dormirás aquí y mañana te vas...”. Salí de la casa, tomé el ómnibus que iba por avenida Leguía hasta Wilson, a 2 cuadras estaba la casa de la familia Guerra, donde vivía mi amigo Alfredo, les conté todo, me alentaron, les agradecí por todo su apoyo, y me regresé a Lince con mi taleguita al hombro.
A las 5 de la tarde volví, la señora Laura me dió la dirección del trabajo, y dijo que me esperarían al dìa siguiente, muy temprano. Esa noche dormí contento, pensando que con ese trabajo podrìa juntar plata para mi pasaje de regreso a la sierra.
A las 6 de la mañana, la señora Laura dijo que ya era hora de ir, me prestó 20 centavos para mi pasaje, y me indicó “….Tomar el carro hasta Paseo Colón, de ahí caminar hasta Bolognesi, para tomar el tranvía, bajar entre el Jirón Castilla y Salaverry, de ahí caminar una cuadra, y en un portón con el número 222......te darás cuenta porque sobresalen unas palmeras muy altas, preguntas por Vicenta Serna y le dices que vienes de parte de su tío Constantino...”.
Al llegar a la avenida, para ahorrarme 10 centavos del pasaje del ómnibus hasta Bolognesi y 5  centavos del pasaje en tranvía a Magdalena, me fui caminando. A la altura de la  cuadra 15  de la avenida Leguía donde termina la ciudad, me interné por unos potreros, algodonales, camotales; de cuando en cuando me subía a la tapia, para divisar la Isla de San Lorenzo, que era mi punto de referencia para llegar a Magdalena Nueva. Desde las 8 de la mañana estuve así deambulando hasta la una de la tarde, y me consideré perdido, al no avistar ninguna población. Caminé media hora más, por fín cuando subí al tapial, me alegré de ver la avenida Brasil, cerca del óvalo del pueblo, llamada Magdalena Vieja. Abordé el tranvía, parte en quechua parte en castellano, me hice entender por el conductor: que me avise en Castilla para bajar. Los pasajeros me miraban de pie a cabeza, yo estaba muy asustado con mis ropitas envueltas bajo el sobaco, sudando de vergüenza. Al rato el conductor me hizo bajar indicándome que camine a la derecha 3 cuadras. Llegué a un portón  grande, toqué el timbre, salió una mujer blanca, muy delgada, no bien le saludé, me preguntó si yo era el recomendado de don Constantino Serna, al responderle que sí me hizo pasar de inmediato “... Lo está esperando la patrona...”. En el interior había un ambiente muy familiar para mí, aunque descuidados, los parrales, platanales, higueras, palmeras, rosas, claveles, geranios, y otras plantas, me embriagaron con su inconfundible perfume vegetal. La mujer me condujo por un caminito de cemento, rodeado en toda su extensión por un cerco de hierbas pequeñas, al poco andar llegamos a una glorieta cubierta de enredaderas, con asientos de madera; a unos 25 metros estaba la casa. Salia en ese momento la dueña, era madura, de baja estatura y tez blanca, me respondió el saludo con una sonrisa que me pareció muy familiar;  luego de confirmar que yo era el recomendado llamó a Vicenta, sobrina de Constantino Serna, y le ordenó que me enseñara mi cuarto. Era pequeño, había una cama y un colchón, ahí acomodé mis cositas. Luego, me llevó a un cuarto de herramientas, “...De aquí tomas la que necesites, luego de trabajar lo guardas en su mismo lugar, echas el candado y la llave la cuelgas acá en este gancho junto a la puerta. Pero antes de empezar, ven a la cocina para que almuerces...¡ Félida, sírvale su almuerzo a nuestro jardinero...”. Félida era la misma mujer que me abrió la puerta al llegar a esa casa. Me hizo sentar en la mesa, me sirvió una sopa de fideos y un plato de lomo saltado con lentejas. Mientras comía me preguntó de donde era, al saber que venía de Parinacochas, distrito de Lampa, me dijo que éramos paisanos, pues ella era de Pararca, y se llamaba Félida Mayorga. Como no podía seguirle su conversación en castellano, seguimos hablando en quechua. Al decirle mis nombres y apellidos me preguntó si la esposa de don Constantino, Josefa Romero, era mi pariente, le respondí que sí porque los Romero son de Lampa, le conté muchas cosas que me pasaron antes, de mi trabajo como lampero en las haciendas de Cháparra, Yauca, Acarí. Dijo entonces, que era justo lo que necesitaban, porque  todos los que vinieron antes no sabían manejar las herramientas. Comentó además que la patrona casi no paraba en la casa porque todos los días iba con su esposo a  Palacio de Gobierno a visitar al Presidente Augusto B. Leguía, con quien eran muy amigos.Terminó diciéndome que ya los conocería bien, pues eran muy buena gente.







TRABAJO DE JARDINERO
        

Terminada la comida y la conversación tomé unas tijeras de podar del cuarto de herramientas y fui a los parrales a hacer mi trabajo. Estuve cortando las ramas resecas e inútiles hasta aproximadamente 6 de la tarde. Había avanzado bastante, al oscurecer me aseé y me fuì a recostar un rato en mi cama, a eso de las 9 de la noche llegaron los patrones y llamaron a cenar. Salí a saludarlos con mucho respeto, la señora Hermelinda me presentó a su esposo, el señor Guillermo Sheele quien me miró muy serio de piés a cabeza y comentó “...¿ Así que ya tenemos un nuevo jardinero, no?...”.
         Después de cenar en la cocina, mi paisana Félida me contó entre otras cosas, que era madre soltera, que había tenido un hijo con el sobrino de don Constantino, llamado Marcelino Serna, a pesar de todo no le guardaba rencor, y que con su propio esfuerzo sacaría adelante a su hijo. Al rato me despedí y me acosté en mi cuarto.
         Me desperté a las 6 de la mañana del día siguiente y me fui de inmediato al jardín  a seguir con la poda, con la preocupación de no haber hecho bien mi trabajo la tarde anterior, y por este motivo, ser despedido por mis patrones. Media hora después, don Guillermo me encontró llevando las ramas cortadas a un extremo descampado del jardín, le saludé  con mucho respeto, me respondió muy serio y se dirigió al lugar donde había podado, al rato se acercó donde mí, “...¿ Sabías podar no?...muy bien, continuarás con las demás, pero ahora anda a desayunar porque es muy temprano para trabajar...”.
         En mi cuarto estuve pensando sobre el trato muy amable de los patrones;  sobre el hecho de no tener que cuidar a sus 2 hijos, hombre y mujer, de 6 y 4 años de edad, porque de eso se encargaba Vicenta; además, no tenía que hacer limpieza porque era tarea de Félida y Vicenta conjuntamente. A las 7 y 30  de la mañana se levantó la patrona y ordenó servir el desayuno. Entraron con el señor y los hijos al comedor, yo entré a la cocina donde me sirvieron un plato de lentejas revuelto con arroz y una taza de café.
         Continué con mi trabajo de poda y limpieza de plantas hasta el décimo quinto día, luego de quemar en un extremo del jardín las hojas y ramas desechadas quedó todo en completo orden. Don Guillermo estaba muy contento con mi trabajo y yo no tenía que objetar nada de la alimentación ni del trato de la familia. Poco a poco fuí acomodándone  a las costumbres de la casa.
        

MIS TRABAJOS EN LA IMPRENTA

Como dije, los esposos eran muy amigos del entonces Presidente de la República, don Augusto B. Leguía, por tal razón doña Hermelinda iba diariamente de lunes a sábado a Palacio de Gobierno. Don Guillermo trabajaba en la imprenta del Estado situado en la Escuela Militar de Chorrillos, y en las tardes iba a su taller de imprenta de Litografía, ubicado en el Jirón Pachitea número 131, que quedaba entre Tambo de Belén y Jirón de la Unión. Ahí se imprimían estampillas, timbres fiscales, formularios y otros documentos para el Supremo Gobierno.
         Como no había ya mucho trabajo en el jardín, don Guillermo me propuso ayudarle en la imprenta a partir del día siguiente. Toda esa noche no pude dormir pensando en las dificultades que tendría en mi nuevo trabajo, porque sabìa pocas palabras del castellano. Me levanté temprano a regar  las plantas del jardín y  ordenar algunas cosas hasta el medio día, hora del almuerzo. A horas 2 de la tarde llamò “...¿ está Ud. listo Narciso?...”. “..Sí señor...”. Antes de ir, mi paisana Félida me recomendó poner mucha atención en el trabajo y todo saldría bien; le agradecí su consejo. 
Salimos de la casa, a  2 cuadras abordamos el tranvía al centro de Lima, a la  media hora bajamos en la primera cuadra del Jirón Lampa, en la calle Sauce, caminamos 2 cuadras y doblamos a la izquierda, en el número 131 del  jirón Pachitea se ubicaba la imprenta. 10 trabajadores se encontraban en el taller, saludaron respetuosamente a don Guillermo, quien se dirigiò al Maestro General señalàndome y dijo “...Será la mascota de la imprenta, disponga lo necesario...”. Don Guillermo se retiró a hacer sus tareas. Una vez solos, el maestro me preguntó por mi nombre y me encomendó hacer la limpieza del taller.  En un tris  hice el trabajo y quedó todo muy ordenado. Visto esto, el Maestro me asignò la tarea de seleccionar, clasificar y acomodar las resmas de papeles en su respectivo casillero, me recomendó hacerlo màs despacio. A las 5 de la tarde ya lo tenía todo ordenado, el maestro me dijo “...Descansa...” y se fue a la oficina de don Guillermo, entretanto, aproveché el tiempo que quedaba hasta la hora de salida para admirar las máquinas.
Había una plana, la más grande, en que se imprimían los timbres. Consistía en un tablero de fierro de unos 2 metros 50 de largo por 1 metro 50 de ancho asentado sobre unos largueros acanalados con rodajes en toda su extensión. Un motor eléctrico situado en su parte baja la hacía girar mediante unas fajas. Sobre estas se hallaban asegurados 3 pastelones de piedras con grabados, cada uno de 40 por 20  centímetros. En la parte delantera  3 rodillos paralelos conductores de tinta coloreaban el grabado de las piedras, y con el peso de la presión, iban imprimiendo los diseños sobre el papel. Finalmente, las hojas impresas caían ordenada y sucesivamernte sobre un depósito. Esta técnica de los grabados en piedra se llamaba litografía.
Terminada la jornada de ese dìa volvimos a casa con don Guillermo, al llegar mis paisanas Félida y Vicenta me preguntaron que tal me había ido, les conté lo acaecido. Terminada la cena me acosté pensando cómo me iría al día siguiente.
Desde el amanecer estuve regando las plantas hasta las 12 del día. A las 2 de la tarde, terminado nuestro almuerzo, salimos con don Guillermo al paradero del tranvía en direcciòn al taller de imprenta. Al llegar al local el personal estaba listo para el trabajo. El maestro se me acercó y me llevó justo ante la máquina plana grande, que yo había admirado el día anterior, con gesto muy serio me dijo “...Aquí vas a trabajar....mira con atención...”, accionó la máquina y empezó a colocar hojas de papel. “...Ahora tú...”,  repetí uno a uno sus movimientos, aunque estuve nervioso, lo hice cuidadosamente. Estuvo unos 10 minutos mirándome y se fue sin decirme nada. Toda la tarde la pasé muy contento en mi nuevo puesto de operario de máquina, alineando las resmas de papel para su impresión en forma continua. Llegada las 5 de la tarde, hora de salida, me dí un duchazo. Regresamos a casa con don Guillermo.
Así fueron pasando los días, las semanas, y según me contaban Vicenta y mi paisana Félida, habían comentarios favorables de la familia sobre mi desempeño, decían que yo a pesar de no hablar bien el castellano, ni saber leer y escribir,  hacía mi trabajo a la perfección.
Antes de tomar mi puesto de jardinero, todos los sàbados y domingos venìa invariablemente a la casa, el hermano de don Guillermo, para arreglar el jardín; ahora lo miraba de rincón a rincón y encontraba todo en perfecto orden.
Pero siempre había algo que hacer en casa. Por aquellos tiempos  las autoridades no se ocupaban del sistema de agua potable y alcantarillado, por tal razòn los dueños de las casas tenìan que hacer sus instalaciones particulares mediante excavaciones profundas en el subsuelo.  Precisamente en casa  de la familia Sheele existía un pozo de 50  metros de profundidad, que no funcionaba porque faltaba retirar unas abrazaderas que sujetaban los tubos de fierro galvanizado. Y no lo habían hecho por no encontrar el especialista adecuado para esa tarea, que, además, era sumamente riesgosa. Un domingo don Guillermo me preguntò si yo podìa hacerlo, no me hice de rogar, de inmediato  dije que sí, pero la señora, el hermano, la paisana Félida y Vicenta dijeron que no, que era muy peligroso. Ante mi firme decisión don Guillermo aceptó, ¿pero cómo lo haríamos?. Me probaron un tarro de metal con 2 asas que me llegaba hasta la cintura, era perfecto a mi medida. La ataron fuertemente con sogas y gruesas correas, me dieron una sierra metàlica, y ambos hermanos me hicieron descender lentamente al fondo del pozo, conforme yo iba cortando las abrazaderas. La última, que se encontraba a unos 2 metros del agua empozada, la corté dificultosamente por la oscuridad y el aire enrarecido. Serían 2 de la tarde cuando salì, todos habìan estado pendientes de mí, y no habían almorzado todavía, con el temor que me asfixiara ó se pudiera romper la soga. Cuando me vieron salir me abrazaron y felicitaron por el temple de mis nervios. Luego de asearnos, almorzamos todos juntos y don Guillermo me mandó a descansar. La tarea de sacar los tubos lo dejamos para el domingo siguiente. Fue más fácil jalarlos, por que una varilla de fierro los atravesaba por el medio hasta llegar al agua, en la punta tenìan soldada 4 paletas, y una palanca que permitía el bombeo del agua. Terminada esta operación al rato tuvimos agua cristalina.
Los hechos narrados están ocurriendo en junio de 1,930.  Seguí con mis tareas de costumbre, el jardín en las mañanas y la imprenta  en las tardes. En ésa época los trabajadores comentaban el  descontento popular  por la mala política del presidente Leguía, se  quejaban de la escasez de trabajo, de los atropellos y abusos de la “ brigada política ”, guardaespaldas del presidente, de los jueces vendidos, de los patrones explotadores, de la marginación y desprecio a los humildes por la clase aristocrática. Incluso los nacidos en la costa, herederos de las costumbres y taras de los españoles, aunque fueran de condición social humilde, se creían muy superiores a los nacidos en la sierra, y nos aborrecían.
En agosto de 1,930 se produjo el levantamiento de la guarnición de Arequipa, al mando del Comandante Luis M. Sánchez Cerro. Leguía pidió a la guarnición de Lima salir en defensa de su autoridad, pero se plegaron a la rebeliòn. Entonces su camarilla de oligarcas limeños le acondicionaron un submarino para su huida. El Comandante al darse cuenta de esa maniobra, les amenazó con responsabilizarlos directamente de todos los agravios cometidos contra el pueblo peruano, y castigarlos personalmente si permitían la fuga de Leguía. Resultó muy eficaz esa advertencia porque, los mismos que planearon y ejecutaron su fuga, lo hicieron regresar desde Panamá, y ellos mismos lo hicieron encarcelar en el Panóptico donde lo dejaron morir, enfermo y abandonado.
El caso es que mi patrón era Leguiista y a consecuencia de la  caida del gobierno, fué despedido del trabajo, le quitaron la imprenta y también fue perseguido. Una familia tan buena, que no se aprovechó del poder como otros, quedó así en la pobreza. Un día la señora me dijo que debía buscarme otro trabajito, que con el dolor de su corazón me despedían, pero no tenían dinero para pagarme. Les agradecí por todo, recogí mis cositas y me fui donde mi amigo Alfredo Canales; seguía viviendo con la familia Guerra, tambien paisanos nuestros.
Otra vez quedé sin rumbo, Alfredo me dijo que lo acompañe a su trabajo para acostumbrarme al servicio de mayordomo; a pesar de no gustarme, acepté para no defraudar la buena voluntad de mi mejor amigo. Pero mi objetivo era volver a mi pueblo y seguir trabajando de lampero en las haciendas de Cháparra, Yauca, antes que lavar platos y ser esclavo de los limeños. Por momentos me ponía triste por no haber logrado estudiar, aunque me consolaba haber aprendido con la familia Sheele algunas palabras de castellano, aunque fuera “ a media lengua ”. A pesar de mis limitaciones, me esforzaba en aprender el idioma, repitiendo incansablemente las palabras que escuchaba de otros. Me sentía frustrado de no haber pisado ni siquiera la puerta de una escuela, por eso pedía incesantemente a mis paisanos y conocidos, avisarme de algun trabajo que me permita estudiar de noche.


UN SEGUNDO PADRE
        
A las 8 de la mañana de un día de de febrero de 1,931, vino a  mi alojamiento un amigo apellidado Herrera, gasfitero de profesión, me dijo “...He venido a llevarte donde un Dentista que necesita ayudante para su consultorio, hace 2 días me hablò, ojalá no haya conseguido todavía...       Fuimos de inmediato, el lugar estaba  en la calle Concha, en el  Jirón Ica 304, Herrera tocó el timbre, se abrió la puerta automáticamente, entramos. Mi amigo dijo en tono triunfal señalándome con su ìndice “...Doctor aquí está el muchacho que necesita para el servicio, se llama Narciso...”, me puse muy nervioso. “...Oiga Herrera, es recien bajado de la sierra no?...”.  “... Sí doctor pero ha trabajado en...en...”, a una señal de mi amigo, con mi media lengua, atorándome con las palabras,  expliqué que fui jardinero en la casa del señor Guillermo Sheele, muy amigo del presidente Leguía, y que cuando él se quedó sin trabajo, igual yo.  “...Pero oiga Ud, yo no necesito un jardinero, yo necesito un empleado para recepción de mis pacientes y para limpieza...”.  De alguna forma seguí explicando que en las mañanas era jardinero, pero en las tardes trabajaba como operario de máquina en la imprenta de litografía en jirón Pachitea 134, y que mi pensamiento fijo era ir al colegio. El Doctor me miró de píes a cabeza y le dijo, “...Aunque habla poco castellano, parece inteligente, bueno, sólo por tratarse de Ud.,mi amigo Herrera, lo tomaré por un mes, veremos si responde...además que ya van a empezar las clases nocturnas...”. Me puse muy tembloroso, al momento de darle las gracias; “...! Ah usted  no tiene cuarto no?, mire, tengo un depósito pequeño donde puede acomodarse mientras consiga su cuarto, su sueldo será de 200 soles de oro mensuales...”.
Fuimos a ver la habitación, era un cuartito de 2 por 2 metros, estaba ocupado por esqueletos humanos, cráneos, herramientas diversas, había también un catre de campaña; el doctor me ordenò limpiarlo y acomodarme ahì. Luego, pasamos al consultorio donde me indicò mis tareas, contestar el teléfono, hacer pasar a los clientes por orden de llegada, hacer la limpieza, entre otros; finalmente me entregó la llave de la puerta de calle con lo cual me autorizó a  entrar  en cualquier momento. Le pedí permiso para ir a traer mis cositas, dijo que muy bien, que  así estaría  listo para el día siguiente. Por entonces casi nada tenía, excepto una colcha y un terno de casimir azul marino que me había costado 15 soles de oro. Volví a poco rato, luego de asear el cuartito e instalar mi cama sentì recuperada la fè y confianza en mí mismo, por tener un buen empleo y la oportunidad  de ir al colegio de noche,
Durante los 3 días siguientes el Doctor me enseñò con mucha paciencia mis tareas entre 7 de la mañana a 12 del día, y entre 2 a 5  de la tarde; con un intermedio para almorzar.
Fue un cambio  brusco en mi vida: de lampero en las haciendas de Yauca, Cháparra; de sirviente “pichanero” en una residencia de señores; de jardinero; de ayudante de imprenta; era ahora asistente de un médico odontólogo; sin saber leer ni escribir, ni haber dominado todavía el idioma castellano. Esto me impulsò a aprender imitando todo lo bueno que veía hacer a los demàs
Si sonaba el teléfono, mientras el doctor atendìa a su paciente, yo contestaba primero“...aló, aló, ¿ de parte de quién, de parte de quién?...”, y, repitiendo en voz alta el nombre del interlocutor, tenìa que acercarle el auricular a su oreja derecha, terminada su conversación me felicitaba por mi rápido aprendizaje. En cierta ocasión al timbrar el aparato levantè el auricular e hice la pregunta consabida, repetí 3 veces porque no entendía nada, el doctor, que estaba haciendo una curaciòn a su paciente, me mirò un poco mortificado, yo empecé a sudar frío y a ponerme tembloroso.            “...¿ Quién es, quién es Narciso?...”.  Al no darle razón dejò de atender a su paciente, y me quitò el teléfono de la mano, moviendo su cabeza en señal de desaprobación. No entendí nada de lo que hablaba. Cuando terminó de conversar, esperando un reproche de su parte, vì con satisfacción una sonrisa muy ancha en su cara, a la vez que me decía “...Claro como ibas a entender a mi cliente norteamericana, ja, ja, ja ja..”.
También aprendí el nombre y la oportunidad de uso de  todo el instrumental utilizado por el doctor. Cuando atendía a su paciente me iba pidiendo una tras otra, yo se las iba entregando segundos antes que lo necesitara. “... No hablas castellano pero sabes leerme el pensamiento Narciso, bien, muy bien...”. Yo me sentía orgulloso con mi saquito blanco de enfermero, con mis zapatos lustrados y mi perfume después del baño.
Después de 2 semanas tocaron la puerta de calle,  el doctor salió a abrir, porque yo estaba desinfectando el instrumental que se utilizarìa el día siguiente, reconocì la voz de mi amigo Herrera, se saludaron, a una pregunta de mi desempeño, el doctor respondió que  yo  progresaba muy rápidamente,  “...Déjelo, es muy obediente y activo, además la próxima semana se matriculará en el colegio de Malambito, turno noche.”. “...Muy bien, me alegra, hasta pronto doctor...”. Yo me hice cómo si no hubiera escuchado la conversación. Saber que estaba pròxima la fecha de matrícula, me puso muy alegre; a mis 16 años por fín cumpliría mi deseo de estudiar y  aprender a leer y escribir.


MIS PRIMERAS LETRAS

El dìa esperado fui a matricularme en el Colegio de Malambito. Habían pocas personas en ese momento, me atendió el profesor Rosales, me preguntó si antes había estado en un colegio, le dije que nó, que era la primera vez. Me preguntó si yo sabía leer, como no le contesté pronto, me dió un libro y me pidió que leyera, pronuncié con dificultad algunas letras, me dijo, “...¡ Ah ! no sabes, ¿ entonces vas a empezar recién ?...”; me regaló un silabario, recomendándome que ponga toda mi voluntad que pronto aprendería. Le dì las gracias y me fui muy contento, en abril empezarían las clases. Corría el año de 1,931.
Cuando el primero de abril lleguè al salón de clase, sentì que tenia la oportunidad que tanto había esperado. Poco a poco empezaron a llegar los alumnos, habían muchachos de mi edad, también mayores, hombres casados, pero todos analfabetos. Entró el profesor Rosales, era robusto, de color prieto, de talla mediana, su aspecto era tosco. Todos nos dispusimos a levantarnos en señal de respeto, pero con una voz suave, contradictorio con su aspecto físico, dijo “...no se levanten señores, sé que ustedes son adultos, han trabajado durante todo el día y deben estar cansados, yo sé lo que es trabajar y estudiar a la vez. Por eso me voy a permitir recomendarles, primero, poner mucha atención en los temás que iremos desarrollando; segundo, tener a la mano todos sus útiles, cuadernos, lápiz, borrador, tajador, colores; tercero, como provincianos que son, para que sea más provechoso su estudio, busquen amistades que sepan más que ustedes. Momentáneamente aléjense de los paisanos, lo cual no quiere decir que sean ingratos y huraños con ellos, sino que se apartan hasta que aprendan a escribir, leer y conversar en el idioma castellano, en voz alta. Traten de imitar las buenas costumbres de las personas cultas y muy pronto verán ustedes mismos el fruto de su esfuerzo...”
La forma cómo explicó todo, con claridad, con una frase bien pronunciada, con una entonación de hombre culto, generó una inmediata confianza en nuestro profesor.  En este momento entró el Director, señor Timorán, de un salto todos nos pusimos de pié “...Buenas noches señor director...”, nos contestó, luego le preguntò al profesor cuantos alumnos habìan venido,  le respondió que eran 20, se retiró haciendo un gesto de permiso con la mano. Todos seguíamos parados, y el profesor con su voz ya familiar nos dijo “...siéntense..”, todos nos sentamos con ruido de carpetas.
Llamó a alumnos a la pizarra, no sabían escribir, de todos modos dibujaron algunas letras. Se imaginarán que yo estaba sudando frío, pensando que en cualquier momento me llamaría a la pizarra, sentía tanta vergüenza de no poder siquiera trazar una letra. Parece que el profesor se dió cuenta que muchos estábamos en situación parecida, por lo que dejó de llamar y nos escribió unas muestras de lo que teníamos que hacer en nuestros cuadernos para el día siguiente. Sentí un gran alivio en los nervios.
Así fueron pasando los días del colegio nocturno, durante todo el  año 1,931. Yo aproveché bastante las enseñanzas, pero muchos de mis condiscípulos dejaron de estudiar a las pocas semanas. Pasé al segundo año con un buen puntaje, y felicitación de mi profesor y del director. Pero tenía mucha dificultad en aprender el castellano, no podía hablar el bendito idioma, con esa facilidad que tenían mis amigos. Pero estaba decidido a  aprenderlo con el método que nos había enseñado el profesor Rosales, juntándome con amigos que sabían más que yo. Mis primeros amigos en el colegio fueron, Alvarado, de Trujillo;  Alejandro, de Chiclayo; Rivarola, limeño mazamorrero; Erasmo de Huancayo. Mis amigos, que me presentaron don Constantino Serna y mi pariente Josefa Romero, fueron,  Calixto Leoncio de Tauca, su esposa Aquilina Zavaleta de Parobamba, ambos ancashinos. Los amigos que conocí por medio de mi protector el doctor La Rosa; personas mejor preparadas intelectualmente, fueron, su colega el doctor Alejandro Sañudo; el señor Wallkusky, alemán; el señor Walter Tinmelen; el señor Taíno; el mecánico dental señor Lucho Cuatrino; el doctor Campodónico, quien tenía su consultorio en la calle Lártiga, en el Jirón Camaná, al costado del convento de San Agustín.
Asimismo, llegué a conocer a la familia Almenara, a Domingo Parra del Riego, a don Rafael Larco Herrera, dueño del diario La Crónica, hermano del gran filántropo Víctor Larco Herrera, quien construyó el Hospital para enfermos mentales que lleva su nombre, y muchas obras públicas, con su propio dinero, pero murió en Chile abandonado y olvidado por sus amigos de Perú. Estos últimos eran personas de la aristocracia social e intelectual;  el mismo doctor La Rosa, por cuyo intermedio los conocí, era un hombre muy culto, muy decente y humano en su trato social. En las reuniones que tenían, yo asistía acompañando a mi protector, me causaban admiración los temas de conversación, sobre la historia, la sociedad, la ciencia, la política. Yo, que apenas podía hablar de corrido 3 palabras de castellano, en mi ignorancia, adivinaba que esos hombres eran de valía, no sólo  por su trato decente, y muy fino, por sus vestidos y casas de lujo, sino porque tenían muchas ideas.
El año 1,932 siguiente, seguí  asistiendo con más entusiasmo a mis clases nocturnas. Entre mis condiscípulos, algunos aprendieron a distinguirse imitando lo bueno de las personas cultas; pero  también habían otros que caían en la huachafería, con gestos y apariencia muy disforzada, que resaltaban más su ordinariez. Yo trataba de ser muy cauteloso
 Durante los siguientes 2 años, desde la caída del gobierno de Leguía en 1,930,  los civilistas conservadores, herederos de la aristocracia española;  los latifundistas, amos y dueños de las tres quintas partes de la tierra; los curas católicos que en  sus sermones, pedían obediencia ciega a los “ dignificados con  autoridad por Dios”; y la clase militar que los protegía con sus armas; reforzaban un sistema de opresión de la clase menesterosa, acentuando el desprecio y humillación del bajo pueblo. Con mayor razón si era un serrano, porque si bien es cierto el provinciano en general era marginado, al proveniente de la sierra se le trataba como un leproso; incluso el más humilde de los limeños se sentía superior a nosotros.


PUEBLO IMBÉCIL

Escuché contar a mis mayores que al presidente Leguía le habían dado  golpe de estado en su primer período de gobierno y lo  deportaron a  Francia.  Diversas facciones políticas y militares se disputaron el poder a sangre y fuego, y el país entró a una etapa de convulsión social. Los grandes capitalistas organizaron entonces el regreso de Leguía, al considerarlo un hombre superior a sus contendores políticos, y el único que podría  conseguir la paz que tanto necesitaban para seguir explotando al pueblo. El día esperado, el pueblo en masa, portando grandes cartelones de alabanza, fue al puerto de Callao a recibirlo. La comitiva abordó una lancha para traerlo desde el barco, anclado a un kilómetro mar adentro. Conforme iba acercándose al muelle, la multitud gritaba lemas que exaltaban su personalidad, tales como “...Leguía hijo predilecto” “...Leguía salvador del Perú” “...te abrimos nuestros brazos y corazones”, etc. etc. Al poner sus pies en el muelle Leguia extendió sus brazos a la muchedumbre  y dijo “.¡ Pueblo imbécil, ayer me votasteís a piedras y palos, y ahora me recibís con vivas y aplausos!...”. La multitud respondió “...¡ Vivaaa, Viva Leguiaaaa !...”
Con esto daban a entender que el pueblo podía ser engañado y manipulado fácilmente por los políticos.
  



“EL MOCHO” SÁNCHEZ CERRO

El Comandante Sánchez Cerro, piurano, hijo de pueblo, de cuna humilde, de rasgos indígenas y piel cobriza como todo verdadero peruano, capturó el poder con la intención de lograr la Justicia Social y desterrar la explotación de los poderosos. Pero muy pronto fue neutralizado por los oligarcas, incorporándolo, acogiéndolo y prohijándolo en sus  reuniones íntimas y en sus grandes salones de lujo.
En una de esas reuniones le presentaron a una hija de los Miróquesada, blanquita, perfumada y enjoyada, previamente aleccionada para seducirlo. Lo conquistó con sólo mirarlo y dejarse besar su mano, “enguantada, para no infectarse con las babas del indio apestoso”. Después, como todos sabemos, lo neutralizaron y luego lo mandaron asesinar durante  un  desfile militar en Campo de Marte.
Por esa época apareció el APRA, fundado por Víctor Raúl Haya de La Torre con un programa nuevo, revolucionario para la época: de Reforma Agraria con expropiación de tierras de los latifundistas; la separación de la Iglesia  y las Fuerzas Armadas de la administración del país; la nacionalización de la industria otorgando a los extranjeros sólo la participación del 20 por ciento de acciones, y el restante 80 por ciento a los peruanos; el respeto de los principios de Igualdad y Justicia Social.; entre otros.
 La instauración de escuelas vespertinas y nocturnas, que tuvo oposición de la aristocracia, de los curas y de los militares, ganó la simpatía de los pobres para el APRA, porque éramos más del 90 por ciento de  analfabetos en el Perú. La misma palabra        “ APRA” con reminiscencia del quechua, era muy atrayente para los cientos de miles de serranos, que aunque analfabetos e ignorantes, percibíamos en ese programa  nuestra redención social.
En el año 1,933 se produjo el conflicto armado, en la frontera Nororiental con Colombia, por el reclamo de Leticia. De esto se aprovecharon los mismos políticos para crear la inestabilidad del gobierno del Comandante Luis M. Sánchez Cerro, un modesto soldado piurano que quiso representar a los campesinos desposeídos, e implantó un Gobierno Revolucionario, pero fue derribado por los oligarcas, los curas y los militares serviles..........
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                   
 
    

                                      FIN
 
    


1 comentario:

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